LA CIMERA SOBRE EL YELMO; por D. José María Montells y Galán, Vizconde de Portadiei
LA CIMERA SOBRE EL YELMO
Dicen que siempre se regresa al escenario donde se fue feliz. Resulta que uno en su juventud fue admirador de Hércules Poirot, el detective que imaginó Agatha Christie y ahora, al cabo de los tiempos, me lo devuelve la televisión en forma de una admirable serie de videos protagonizada por David Suchet, un actor británico formidable, al que le había visto de secundario en alguna película de postín y que ensombrece las interpretaciones en la gran pantalla de Peter Ustinov, dando vida al mismo personaje Ya se sabe que Poirot es un tipo peripuesto, algo regordete, atildado y con cabeza de huevo. Una serie muy bien interpretada, extraordinariamente ambientada, agradable de ver, entretenida e interesante. Comparo con las series españolas con las que nos martirizan cotidianamente y la cosa no tiene color. Bien que lo siento.
He de añadir a todo este preámbulo que, por algún tiempo, imaginé una novela que tenía como personaje principal a Aquiles Poirot, el hermano del investigador belga. Le figuré heraldista al servicio del Rey de los belgas. Otro emperifollado petimetre como el personaje de Christie, que debe rehacer las armerías de los integrantes de una cofradía de ballesteros de Gante, en la restauración de la Iglesia del Salvador de aquella ciudad tan española, que fue cuna de Nuestro Señor el Rey don Carlos I.
En la ficción, cuando se topa con el escudo del Marqués de la Laguna de Antelo, descubre que la cimera del español, presenta algunas incógnitas, ya que la genuina está oculta bajo un penacho de plumas que alguien pintó encima. Así que decide viajar a Madrid y entrevistarse con el titular del marquesado por indagar todo sobre las armerías, pero al llegar, el Marqués es asesinado y Aquiles se ve obligado a llamar a su hermano para que le ayude.
Escribí tres o cuatro capítulos, pero los personajes se me alborotaron de tal manera, me dominaban tanto, que dejé el proyecto para mejor ocasión. La novela es género en el que uno debe amarrar todos los cabos y cuando no subyugas a los figurantes todo se desbarata.
Sirva todo de esto de introducción para una defensa de la cimera como ornamento heráldico de primer orden. No soy de los que creen que se usa poco en nuestro país, pero que es propia de las heralderías foráneas y aquí tiene poca querencia es coletilla que repiten los tratadistas, elevando el aserto a lugar común.
Llevo treinta y tantos años registrando en mi Archivo Armero, nuevos escudos de armas y debo decir en honor a la verdad que un promedio bastante alto lleva sobre el yelmo, una cimera quimérica o de otra índole. Ya se sabe que cimera viene de quimera.
En el batiburrillo de la batalla medieval, se usaba para identificarse cada cual, con el objetivo de que las mesnadas siguiesen a su señor sin temor a equivocarse.
En los torneos, también se utilizaba como seña distintiva, adoptando las figuras principales de las armas de su poseedor, aunque no faltaron las fabulosas para infundir temor al enemigo.
En España, aparecen en el reino de Aragón, así en los sellos de Pedro IV El Ceremonioso, el yelmo se remata por un dragón alado rampante (drac-pennat), que desde entonces hasta Fernando II, sirvió de divisa a los reyes aragoneses, alternando con el grifo, que fue también insignia de la orden de la Jarra o del Grifo, de la que algo tengo escrito fundada por Fernando el de Antequera.
En Valencia y Mallorca, Jaime I toma como señal propia, el murciélago, que llega hasta nuestros días. Luego, su utilización se propaga por todos los reinos de España. Y es el propio Rey quien toma de la heráldica castellana, su cimera característica: El castillo con el león de sus armerías.
Y con épocas más o menos propicias, alcanza hasta hoy mismo. Como es ornamento libérrimo puede distinguir unas generaciones de otras e incluso las armerías de los hermanos entre sí, actuando de auténtica brisura sin serlo.
En mi casa hay dos: la calcatriz y la lis de plata, sostenida por dos brazos vestidos de azur. Ya tengo escrito en otra parte que hablo mucho con el gallo dragonado de mi escudo. Es quimera razonable cuando uno se dirige a ella con respeto, aunque pierde los nervios si se le insulta. Padece repenterres de ira y en ese caso, mejor poner pies en polvorosa y desaparecer en un decir amén. Vamos, que tiene mal carácter.
La lista de cimeras netamente españolas que pudiera añadir a este desahogo es interminable. Desde el ángel ajedrezado de la Casa de Alba hasta el ave fénix de la Casa de Sesa, pasando por un sin número de casas menores. Termino en estos días de releer un libro dedicado a las armerías de los caballeros lazaristas de hoy y hay cimeras para todos los gustos.
Dos o tres destacan por una gran belleza que en parte se deben al mágico pincel de Carlos Navarro Gazapo, hoy por hoy el mejor artista heráldico europeo. A mí, una de las que me parece más atractiva, es la cimera de mi entrañable amigo Guillermo Torres-Muñoz y Osácar, o sea un Rey de Navarra. Es original y misteriosa.
Los hermanos Poirot no sabrían contestarme a qué obedece.