Plaza Mayor n° 6, Soria, España

Archivos mensuales: marzo 2015

28 03, 2015

NOMBRAMIENTO DE LA ORDEN DE SAN LÁZARO COMO HERMANA HONORARIA DE LA HERMANDAD DE JESUS CAUTIVO DE MARBELLA

Por |2020-11-13T03:43:08+01:00sábado, marzo 28, 2015|

Armas del Gran Priorato de España de la Orden de San Lázaro

NOMBRAMIENTO DE LA ORDEN DE SAN LÁZARO COMO HERMANA HONORARIA DE LA HERMANDAD DE JESUS CAUTIVO DE MARBELLA

  El pasado domingo 15 de Marzo de 2015 en la inigualable y grandiosa Iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación de Marbella, sede arciprestal de Marbella y Estepona y sede canónica de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Cautivo, María Santísima de la Encarnación, Santa Marta, San Lázaro y María, de Marbella, en una solemne función religiosa oficiada por el Arcipreste Reverendo Padre Don José López Solórzano, máxima autoridad eclesiástica de Marbella y Estepona, se procedió por la citada Cofradía a dos acontecimientos históricos: la entronización de la nueva talla de San Lázaro que culmina y completa el trono con los Hermanos de Betania, que junto con Nuestro Padre Jesús Cautivo y Nuestra Señora de la Encarnación protagoniza la estación de penitencia de la noche del Martes Santo en Marbella, y al público nombramiento de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén como Hermana Honoraria de la Hermandad, tras haber obtenido la Cofradía el oportuno placet del Obispado de Málaga.

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   A las doce en punto de la mañana y siendo esperada en la puerta de la Iglesia por la Junta Directiva de la Hermandad, encabezada por su Hermano Mayor, Don Francisco de Paula Bootello, hizo acto de presencia la representación del Gran Priorato de España de la Orden, mediante su Encomienda de Andalucía presidida por el Prior de España y Comendador de Andalucía, Excmo. Sr. Don Iván de Arteaga y del Alcázar, Marqués de Armunia, acompañado por el Comendador Emérito, Excmo. Sr. Don Antonio Fortuny y Mainés, Barón de San Luis, el Tesorero del Gran Priorato de España, Excmo. Sr. Don Alfredo García Till y el Canciller de la Encomienda andaluza, Iltmo. Sr. Don Luis Alberto Valero Aranda, junto con veinticinco Caballeros y Damas que con sus vistosos uniformes, mantos y cruces dieron lugar a un interés y revuelo inusitados por parte de las decenas de turistas que a esa hora del domingo se agolpaban en los alrededores de la Iglesia por el centro de Marbella. 

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   Con gran deferencia, solemnidad y amabilidad, y perfecta organización por parte de la Hermandad, la Orden fue acompañada en su entrada corporativa en el enorme y bellísimo templo arciprestal literalmente abarrotado de Hermanos de la Cofradía ataviados con sus medallas cofrades, entre los que cabe destacar al tantos años Hermano Mayor de la Cofradía, Conde Rudolf Graf von Schönburg, y fue ubicada en lugar de preferencia, situándose en la Presidencia del acto el Prior-Comendador Marqués de Armunia, el Comendador Emérito, Barón de San Luis, y el Tesorero del Gran Priorato acompañados del Hermano Mayor de la Hermandad, el Presidente de la Agrupación de Cofradías y Hermandades de Marbella, junto con representaciones de todas las Cofradías de Marbella, y el artista imaginero, autor de la obra, Don Manuel Ramos Corona, acompañado del Canciller de Andalucía de la Orden .  

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   Durante el transcurso de la Misa, antes del ofertorio, se procedió por el Arcipreste, Padre López Solórzano, a la solemne bendición de la imagen de San Lázaro el amigo de Jesús que de ese modo, y tras besar sus santos pies en un momento emocionantísimo para todos, pasaba a incorporarse de sagrado modo a la veneración de la Hermandad y a la religiosidad popular marbellí. 

   Finalizada la solemne Misa, el Arcipreste, Padre López Solórzano, que además del cargo eclesiástico es Consiliario de la Hermandad y Capellán de la Orden de San Lázaro procedió a revestirse con el hábito de los eclesiásticos de San Lázaro y ante la expectación de los cientos de personas presentes en una Iglesia que parecía aún más llena que durante la Misa dado el enorme número de periodistas, reporteros gráficos, cámaras de televisión y autoridades que ocupaban en este momento la mayor parte del Presbiterio, se procedió por el Secretario de la Hermandad a dar lectura a los documentos oficiales, tanto de la Hermandad como del Obispado de Málaga, que decretaban el nombramiento de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén como Hermana Honoraria de la Hermandad y Cofradía de Nuestro Padre Jesús Cautivo, María Santísima de la Encarnación, Santa Marta, San Lázaro y María, requiriéndose la presencia del Prior de España, Marqués de Armunia, que recibió del Hermano Mayor el abrazo de recepción como Hermanos y un precioso cuadro conteniendo copias en pergamino de los Decretos y Actas oficiales y la Medalla de Honor de la Hermandad que Don Iván de Arteaga agradeció en nombre del Gran Priorato de España y de su Encomienda de Andalucía con expresiva y no ocultada emoción entre la satisfacción y el aplauso general de todos los Hermanos de la Cofradía, fieles marbellíes de la Parroquia, y Caballeros y Damas de la Orden asistentes. El acto concluyó con la entrega de sendas distinciones al artista imaginero creador de la imagen, así como al Reverendo Padre López Solórzano, Capellán de la Orden.

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   Finalmente se celebró un almuerzo de hermanamiento entre la Cofradía y la Orden al que asistieron numerosos Hermanos y los Caballeros y Damas, en un muy conocido y excelente restaurante del Paseo Marítimo de Marbella, en el que hubo oportunidad suficiente de confraternizar y conocerse los antiguos hermanos y los nuevos de honor de la Caballería Cristiana de San Lázaro y quedar emplazados para que, a partir de este año y por siempre, el Martes Santo una representación de la Orden figure en la Presidencia del Cortejo de Nuestro Padre Jesús Cautivo y los Caballeros y Damas Lazaristas acompañen a San Lázaro, su Patrón, en estación de penitencia por las calles de Marbella. 

   Un día que sin duda pasará a la posteridad de ambas instituciones y de las personas que tuvimos la suerte y el honor de vivir unos acontecimientos tan relevantes e históricos para la Hermandad, la Orden y la ciudad de Marbella, con el recuerdo de la Oración de los Caballeros especialmente adaptada al acontecimiento.

ORACIÓN DE LOS CABALLEROS DE SAN LÁZARO

Señor Jesús Cautivo de Marbella, que por efecto de inmensa bondad y misericordia, nos has llamado a conocerte y servir en la Milicia de los Caballeros Hospitalarios de San Lázaro, recibe ahora la expresión de nuestra gratitud por tan gran favor.

Recuérdanos estar muy unidos entre nosotros en tu caridad y nuestro deseo de servirte por una rigurosa fidelidad a nuestro alto ideal de caballería cristiana.

Que la Santísima Virgen de la Encarnación de Marbella, guardiana de la Unidad de la Fe, San Lázaro tu amigo y nuestro santo Patrón, que todos los santos, confesores y vírgenes, Protectores de nuestra Orden y hermanos de nuestra Religión, nos consigan toda la luz y la fuerza para no faltar jamás a ninguno de nuestros deberes de nuestra vocación, que aceptamos de todo corazón.

Guárdanos sin miedo y sin reproche, siempre dispuestos a todas las buenas obras.

Que la Unidad de la Iglesia, el apoyo de los cristianos orientales y en particular los de Tu país, oh Jesús, que los pobres leprosos, los enfermos, los débiles, los prisioneros, los abandonados sean el objeto de nuestras solicitudes, de nuestras preocupaciones, los beneficiarios de nuestros cuidados y de nuestra caridad. Así sea.

SAN LAZARO REZA POR ELLOS

28 03, 2015

Homenaje a D. Adolfo Suárez en Alcázar de San Juan

Por |2020-11-13T03:43:08+01:00sábado, marzo 28, 2015|

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Departamento Comunicación Hermandad Nacional Monárquica

   El salón de actos del Ayuntamiento de Alcázar de San Juan, en la provincia de Ciudad Real, acogerá  hoy sábado 28 de marzo a las 18:00 horas, el homenaje al ex Presidente del Gobierno D. Adolfo Suárez González, en el primer aniversario de su fallecimiento.

   En el acto participará el presidente Local de la Hermandad Nacional Monárquica de España, Eduardo Jesús García Villajos, quien hablará de “La Constitución del consenso, marco de la democracia”.

     Junto al Presidente Local de la Hermandad Nacional Monárquica de España en Alcázar de San Juan, estará el Licenciado Zorann Petrovici, quien hablará sobre “Fue posible la concordia”.

   El homenaje está organizado por el Ayuntamiento ciudadrealeño de Alcázar de San Juan.

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26 03, 2015

ÚLTIMO RECORDATORIO DE COMUNICADO: Cuota Anual Casa Troncal 12 Linajes de Soria

Por |2020-11-13T03:43:08+01:00jueves, marzo 26, 2015|

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   Queridos Caballeros y Damas de la Casa Troncal,

  Dada la próxima finalización del mes de marzo (y por ende del trimestre), se recuerda a todos lo expresado en dos comunicados anteriores que se hicieron en este mismo blog, al respecto del abono en el primer trimestre del presente año de la cuota anual que se estableció en 60 euros/año por Caballero/Dama de esta Asociación.

   En documento adjunto podéis encontrar la Resolución de la Cuota, recomendándose su lectura acerca de la pérdida de derecho de voto, caso de no abonarse la cuota establecida.

   Recordad, que el plazo establecido fue el primer trimestre del ejercicio, y la cuenta bancaria en la que debe realizarse el ingreso es la siguiente:

Asociación de la Casa Troncal de los Doce Linajes de Soria

0049- 0395 13 2911296216

Concepto: Cuota Anual (número de Caballeros/Damas al que corresponda)

   ¡¡ Agradecemos de antemano la colaboración de todos !!

   Aquellos que ya han realizado el ingreso pueden olvidarse de este comunicado y les agradecemos su puntualidad y su compromiso.

   Deseando que este año sea un GRAN año para la Casa Troncal, recibid todos,

   12 afectuosos abrazos,

Marisol de las Heras y Ojeda

Dama de Linaje Santisteban

Secretaria- Diputada de la Casa Troncal de los 12 Linajes de Soria

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25 03, 2015

Invitación de la ACADEMIA DE LETRAS Y ARTES (ALA) de Lisboa

Por |2020-11-13T03:43:08+01:00miércoles, marzo 25, 2015|

 El Honorable Sr.D. Vitor Escudero de Campos, Caballero Honorario y Canciller del Capítulo de La Casa Troncal de los Doce Linajes de Soria en Portugal, nos remite esta noticia que publicamos

 Academia de Letras e Artes

ACADEMIA DE LETRAS E ARTES

 Convite

 A ALA – Academia de Letras e Artes tem a honra de convidar V.Exª. para a sessão solene de tomada de posse dos novos académicos, a que se seguirá a entrega de diplomas aos académicos de número e fechará com a conferência

 “Património (i)material, identidades e sua preservação: que passado, que presente, que futuro?”

 pela Académica Professora Doutora Ana Cristina Martins,

 que vai decorrer na sede da ALA, no Monte Estoril, no próximo dia 26 de Março de 2015, Quinta-feira, às 18h30.

invitacion

Novos Académicos da ALA

 Académicos Correspondentes Nacionais na Classe de Letras

 – Engº. António Adriano Pais da Rosa

– Dr. Alfredo Côrte-Real Souto Neves

– Dr. Luís Moura Serra

– Dr. Mário Júlio Gonçalves Cordeiro

 Académicos Correspondentes Nacionais na Classe de Artes

 – Drª. Maria Isabel Pinelo Augusto

– Sr. Cipriano Haroldo Fonseca Oquiniame

– Engº. Pedro Rocha dos Santos

– Dr. Francisco Xavier Valeriano de Sá

 Académicos Correspondentes Estrangeiros na Classe de Letras

 – Sr. Luís Alexandre Ribeiro Branco

– Sr. Alberto Paco

 

Tel. +351 21 468 56 04 

geral@academialetrasartes.pt

 

25 03, 2015

INDUMENTARIA Y LAZARISMO: LA TEBA. Por D. José María Montells Galán

Por |2020-11-13T03:43:09+01:00miércoles, marzo 25, 2015|

 

El Excmo. Sr. D. José María de Montells y Galan, Juez de Armas de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén y Vizconde de Portadei,  nos deja un magnífico artículo que reproducimos a continuación:
INDUMENTARIA Y LAZARISMO:
LA TEBA
La teba
   Tengo escrito algunas cosas sobre indumentaria, no solo porque me lo han pedido algunos amigos que saben de mi debilidad por la historia del traje, sino también porque es tema que me preocupa. La falta de modales, la falta de respeto a los demás, empieza por el descuido en el atuendo y termina en el nudismo tribal.
   Así que no es extraño que me ocupe ahora de una prenda de vestir muy vinculada, a lo que parece, con el lazarismo.

Una de nuestras primeras escopetas, fue, sin duda, don Carlos Mitjans y Fitz-James Stuart, XXI Conde de Teba y XV Conde de Baños, Grande de España, nacido en Segovia en 1907 y fallecido en Madrid en 1997, hijo de don Juan Manuel Mitjans y Manzanedo, II Duque de Santoña y de doña Sol Fitz-James Stuart y Falcó, Condesa de Teba. Caballero de Justicia del Hospital de los Pobres Leprosos , Hermano de la Pontificia y Real Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso, de Sevilla y Medalla de Oro al Mérito Deportivo.
   Desde la infancia destacó por su afición a todos los deportes al aire libre, practicando el tenis, el golf o la vela con mucho acierto. Cazador extraordinario, fue uno de los grandes tiradores de España, logrando siete campeonatos nacionales, un campeonato del mundo y otro europeo. Pues bien, el conde de Teba, un lazarista de pro, aparece asociado al nacimiento de una prenda de vestir genuinamente española. Me refiero a la teba, tan cotidiana en nuestra vida actual.

De todos es sabido que la teba es una prenda similar a la americana, pero con un aire más cómodo y sport. Sus características principales, y que la distinguen de una chaqueta de hechura más habitual, son la solapa enteriza, el puño camisero y su confección en punto de lana, aunque últimamente también se ha comenzado a fabricar en paño. Tradicionalmente vinculada al mundo de la caza, tuvo su origen en una chaqueta que el conde de Teba regaló a don Alfonso XIII, en el transcurso de una cacería de perdices. 

Es lugar común que el acontecimiento se cuente al revés, señalando que fue el rey quien regalase al joven cazador una chaqueta ligera de lana inglesa para que se protegiera del frío mientras cazaba. 

Que nuestra Familia Real ha sido aficionada a la cinegética desde los Austrias no es ningún secreto. El propio don Juan Carlos tuvo en su momento dificultades debido a su apego a este deporte.
   En tiempos de don Alfonso XIII, una cacería regia se preparaba con meses de antelación. El Rey asistió, entre los días 3 y 7 de septiembre de 1912 a una cacería de rebecos en los Picos de Europa, en la zona de Áliva, cuyo desarrollo y circunstancias fueron recogidos en una película por la Filmoteca Española. Sus imágenes son un testimonio de la época, un documento histórico y etnográfico de gran valor que permiten vislumbrar, los políticos y los militares que acompañaron al monarca y las obras que se hicieron antes del acontecimiento. Así, la Real Compañía Asturiana de Minas construyó a los pies de Peña Vieja el actualmente llamado Chalet Real para el alojamiento de Su Majestad y el de sus invitados. Ahora es un hotel. El Ejército instaló en los alrededores ocho tiendas de campaña para albergar a los oficiales de telégrafos, Guardia Civil y el personal de servicio real. El Marqués de Viana, Montero Mayor, y el de Villaviciosa llegaron cuatro días antes y prepararon los últimos detalles en el campamento de Áliva.

Don Alfonso XIII llegó en automóvil hasta Camaleño y desde allí a caballo por Mogrovejo y La Calvera, hasta Áliva. Entre sus invitados estaban el infante Carlos de Borbón y los príncipes Raniero de Borbón y Don Felipe; los marqueses de Viana, Villaviciosa y Hoyos; los duques de Medinacelli; los condes de San Martín de Hoyos y de Maceda; el doctor Alabern, Mr. Hausser, don Luis Bustamante y don Juan Antonio Quijano.

El día 4, el Rey entró en chalet de Áliva a las seis de la tarde. Tras merendar con los demás cazadores, recorrió los alrededores. Se retiró a descansar a las once de la noche

El día de la cacería amaneció con muy buen tiempo. El Rey se levantó a las siete y una hora más tarde los cazadores subieron por los arenales del Canal del Vidrio para instalarse en sus puestos. En seguida se dio la señal a los ojeadores y monteros, apostados desde la madrugada, y comenzó la cacería.

Fueron abatidos gran cantidad de rebecos en medio de la expectación de la gente, que tenía prohibido acercarse a menos de un kilómetro al campamento.

Finalizadas las jornadas, la comitiva real descendió por Espinama y Las Ilces, mostrando su satisfacción por la visita.

En este ambiente transcurrieron las monterías del conde de Teba desde la adolescencia. No estuvo en Áliva, porque era demasiado joven, pero acompañó al Rey, desde los diecisiete o dieciocho años. 

Lo cierto es que la teba hizo fortuna sin que Teba se llevase nada de los supuestos beneficios. Tampoco tenía otro interés por la sastrería de caballeros que estar al día en la moda. Cosa distinta ocurría con su esposa mexicana (con la que contrajo matrimonio en París en 1935, apadrinados por el propio Alfonso XIII, representado en la ceremonia por el Duque de Alba), doña Elena Verea Corcuera, que además de rica por familia fue musa del modisto Balenciaga.

Sabemos que don Carlos Mitjans y Fitz-James Stuart, ya famoso por su elegancia, acudió a una modista de Zarauz, para que le hiciese una chaqueta adecuada para competir en el Tiro de Pichón de Igueldo. 

Mitjans, quedó impresionado por la comodidad y versatilidad de la prenda, de manera que encargó que le hicieran varias, eso sí, añadiéndole tres bolsillos más para que resultara más práctica. Luego, al ponderársela mucho el monarca, el conde le regaló la suya, que el soberano inmediatamente se puso. 

 Así nació, con la complicidad involuntaria de don Alfonso XIII, una nueva prenda de vestir, que fue bautizada con el nombre del cazador que la popularizó: Teba.

Muy posteriormente una empresa catalana le pidió permiso al conde para confeccionarla y comercializarla con ese nombre. De esta forma la teba se distribuyó internacionalmente y se extendió su uso, hasta constituir hoy una chaqueta de sport adaptada a la ciudad, que por otro lado, va desbancado los trajes de tweed, ásperos y resistentes, de las cacerías británicas.

Como es natural, se puede utilizar con corbata. Los colores más habituales son el verde y el azul, aunque también se ha confeccionado en camel, gris marengo, y en azul azafata o rojo para las damas.

El hecho no pasa de ser una anécdota simpática, pero lejos estaba yo de sospechar que un hermano de manto como el conde de Teba, estuviera involucrado tan directamente en la creación de un nuevo atavío que primero, se destinó a la práctica deportiva y ahora, al cabo del tiempo, constituye una prenda casi imprescindible de uso urbano.
25 03, 2015

Episodio de la Guerra de la Independencia en Soria «Un niño patriota y mártir». Por Enrique Ramírez. 1894.

Por |2020-11-13T03:43:09+01:00miércoles, marzo 25, 2015|

Episodio de la Guerra de la Independencia en Soria

Un niño patriota y mártir.

Por Enrique Ramírez. 1894.

Tradición soriana de la Guerra de la Independencia

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   ¡Pobre niño! No sé cómo su débil organismo resistió las vivas y encontradas emociones, las tremendas sacudidas de aquellas fluctuaciones y vaivenes de su espíritu. De 11 a 12 años, de imaginación exaltada, nervioso, delgadito, precoz y por consiguiente desequilibrado, había seguido el curso y las vicisitudes de la Guerra de la Independencia con una ansiedad y un interés que no se conciben bien en su corta edad.

    No hallaba gaceta de noticias que no devorara; no había conversación de sus paisanos al alcance de su atención que no escuchara con avidez: batallas, sitios, peripecias de guerrillas, fusilamientos y represiones sangrientas de los invasores, represalias de los españoles, todo había desfilado por aquella imaginación infantil y exaltada, como a través de una linterna mágica, con proporciones enormes y gigantescas.

    A compás de estos devaneos de su inquieto espíritu, dos sentimientos igualmente poderosos se habían desarrollado en él; un miedo que rayaba en terror invencible y un odio mortal a los franceses. La noticia de un descalabro de las tropas españolas, o de la marcha triunfante del ejército imperial, le producía una impresión tan intensa que deprimía su ánimo y le hacía imaginar que este ejército llegaba a Soria y no dejaba piedra sobre piedra ni soriano vivo. ¡Qué alegría en cambio, qué borrachera de entusiasmo al saber que los españoles habían obtenido una victoria!, la noche del día que en Soria se supo la de Bailén, soñó que los franceses huían a la desbandada por todas partes camino de Francia, que, perseguidos y acodados por las tropas españolas, eran muertos a centenares, a miles, gran número de ellos caían prisioneros, eran copados en algunos sitios, y que al pasar una división en retirada por Soria, salieron a su encuentro los sorianos, la habían derrotado completamente y él, él mismo, con su propia mano, había matado dos franceses.

    ¡Pobrecillo! Siempre lo mismo. Al pasar los sucesos por el cristal de aumento de su fantasía, adquirían proporciones desmesuradas, colosales, y servían de base a su loca inventiva para sacar consecuencias y forjar nuevos hechos más desmesurados y más colosales todavía.

    En esta tensión de ánimo, con breves intermitencias de calma, transcurrió para nuestro precoz chicuelo el verano y parte del otoño del año ocho y llegó el mes de noviembre.

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    No se hablaba en la ciudad de otra cosa que de la proximidad de los franceses. Un movimiento y una agitación inusitadas se advertían por todas partes: diríase que Soria se despoblaba. De cuando en cuando atravesaban las calles de la ciudad caravanas de emigrantes que huían a los pueblos de la sierra, llevándose consigo cuanto podían, sobre caballerías cargadas de arcas y ropas; los herederos de Numancia no querían emular las glorias de sus antecesores, y huían ante la invasión abandonando la ciudad; al cabo de pocos días no quedó en Soria más de la tercera parte de sus habitantes y contristaba el ánimo el aspecto silencioso y deshabitado que ofrecía.

    Nuestro niño, entre tanto, no tenía un momento de tranquilidad y de calma; con aquel estado de cosas habíase apoderado de él una sobreexcitación tan profunda que tomó el carácter y la persistencia de obsesión: siempre tenía delante el coco terrible de los franceses.

    Para conciliar el sueño necesitaba generalmente hacer un esfuerzo de imaginación que borrara la impresión penosa que le perseguía y le tranquilizara momentáneamente alejando el peligro: ya pensaba que el ejército francés cambiaba de rumbo y desistía de pasar por Soria, ya que las fuerzas del general Cuesta se habían opuesto a su paso y lo derrotaban; después de todo, esto no era tan difícil, tan improbable, y desde luego que no lo era tanto como otros recursos inverosímiles de su inagotable fantasía. Todo era posible, además, con el auxilio divino: educado en el temor y confianza en Dios, él, que allá en su discernimiento sobre lo bueno y lo malo se consideraba bueno, no desconfiaba nunca de la Providencia, y menos tratándose de aquellos asesinos, de aquella malvada canalla de franceses; todas la noches agotaba varias veces el repertorio de las oraciones que sus padres le habían enseñado, y con esto y con aquello se hacía la calma en su atribulado espíritu y el niño se dormía. Algunas noches el sueño duraba hasta la mañana, pero otras aquella impresión de terror, que tan tenazmente le acosaba, seguía trabajando interiormente y le hacía despertar sobresaltado, víctima de un nuevo ensueño de otra pavorosa pesadilla.

    Por eso, apenas rayaba el día, se echaba a la calle en busca de compañía que confortase su ánimo abatido, y no ponía los pies en su casa más que para comer y acostarse.

  Corrían entre tanto los días; las plazas más importantes de Castilla la Vieja iban cayendo en poder de las huestes napoleónicas, y el 18 de noviembre se supo que una numerosa división venía, por la parte del Burgo de Osma, en dirección a Soria. Al día siguiente, apenas amaneció, nuestro mozalbete, en vez de callejear por la ciudad, subióse a lo alto de la muralla que por el poniente de aquélla escalaba el cerro del Calaverón y en parte se conserva todavía; desde allí indagó, con su inquieta mirada, el horizonte que ante ella se extendía, sin dar con lo que su vista buscaba y su deseo no quería encontrar.

   No sucedió lo mismo en la mañana del 20. Desde el adarve de la muralla, acurrucado entre dos almenas, hacía ya tres horas que observaba sin distinguir nada, cuando a cosa de media mañana vio asomar por las crestas de los cerros, que por aquella parte rodean a la ciudad, una masa confusa que se movía y se acercaba lentamente; de lo alto de la muralla, cuajada de gente, alzóse un vago y prolongado murmullo; el último resto de esperanza del niño, se había desvanecido, el hecho temeroso y temido se le ofrecía, mejor dicho, se le imponía con toda su espantable realidad. Aquella movible masa se iba agrandando, se alargaba y ensanchaba paulatinamente, haciéndose a la vez más distinta, a medida que los primeros grupos descendían por las pendientes de los cerrillos, abandonando sus cimas que eran ocupadas seguidamente por otros grupos, por nuevos pelotones de hombres. ¡Gran Dios, si aquello no llevaba trazas de acabar nunca! No parecía sino que de las entrañas de la tierra surgían hombres y más hombres.

   La infeliz criatura contemplaba aquel extraño espectáculo con extraviada vista, el pecho oprimido, atónito, sin darse cuenta de si tenía delante una cosa real o un nuevo engendro de su acalorada fantasía. En menos de una hora todas las eminencias y colinas inmediatas a la dehesa de San Andrés y el campo de Santa Bárbara viéronse ocupadas por numerosa falange de enemigos.

    Veinte mil franceses, al mando del mariscal Ney, acampaban a las puestas de la ciudad.

    Tres días no más permaneció la división del mariscal Ney en Soria, y, a pesar de haber anunciado que sería respetada la hacienda de sus moradores, se entregaron los soldados a toda clase de excesos; gran número de casas fueron saqueadas e informes montones de muebles, ropas y enseres de todas clases, ardían en medio de las calles; tres años parecieron a los habitantes aquellos tres días en que tantas y tan grandes vejaciones sufrieron. No bastaba a aquella soldadesca satisfacer la codicia llevándose cuantos objetos de valor encontraba a mano; era preciso, también, saciar instintos de destrucción y sentimientos de odio hacia el pueblo aquel, que cometía el delito de defender su hogar, su patria y su independencia, destrozando lo que no podía llevarse. Aquel ejército que representaba un nuevo progreso -que se entendía-, se entregaba a excesos vandálicos sobre gente inerme y poblaciones indefensas; aquellas tropas regulares, vencedoras en cien batallas contra enemigos fuertes y bien organizados, distraían sus ocios guerreros con ocupaciones de bandolerismo y merodeo, con actos de rapiña.

    Repitiéronse tan tristes escenas al paso de una división de caballería, compuesta de mil hombres, que a los pocos días tuvo lugar.

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    Con estos sucesos habíase operado en el niño de nuestra tradición una transformación extraña e importante. Aquel terror que le había tenido amilanado que dominó a todo otro sentimiento, incuso el del odio al invasor, antes de que llegara, cedió de tal suerte, durante los últimos días de permanencia de los franceses en la ciudad, que él mismo se admiraba de la tranquilidad de su ánimo. Aparte de la inconstancia y movilidad de los sentimientos en los niños de su edad, es indudable que contribuyeron a ello, sobre todo, las exageraciones de su temperamento exaltado y los extravíos de su anormal precocidad. Él, que al solo anuncio de la proximidad de los imperiales temblaba de espanto y se imaginaba una terrible catástrofe de la que era una de las primeras víctimas, había sido testigo presencial de la entrada de los franceses en la ciudad, sin que la catástrofe viniera y sin experimentar daño alguno. No, no era tan fiero el león como lo pintaban, ni, sobre todo, como él se lo había imaginado. Mucho más había sufrido con la lejana perspectiva de aquel suceso que enfrente y en presencia del suceso mismo; y aquél sufrió, además, había sido tan largo y tan penoso, que parecía que había agotado su alma, como si en ella no quedara ya lugar para nuevo sufrimiento.

    En cambio el odio al invasor, que aunque grande y poderoso había estado debilitado y comprimido por el terror, iba ganando tanto terreno como éste perdía, y tales alas cobró, al encontrar el campo de su ánimo libre de aquel insuperable obstáculo, que se enseñoreó completamente de él en breve tiempo. Bien pronto su edad, y sobre todo la exaltación que constituía el sello distintivo de su carácter, imprimieron a aquel odio las proporciones exageradas que antes habían hecho degenerar su miedo en terror.

    No pensaba en otra cosa, de tal modo que, ya no sólo en sueños, sino que también despierto, forjaba hazañas contra el invasor sintiéndose capaz de llevarlas a cumplido término. Llevaba siempre un cuchillo que había cogido no se sabe dónde y varias veces, en sus conversaciones, se le oyó decir, con aplomo y decisión extrañas, que había de matar a un francés. El desasosiego y la intranquilidad, aunque en forma menos penosa, hicieron presa en él nuevamente.

    Después del cuerpo aquel de caballería, que hizo su entrada en Soria, a los pocos días del paso de la división del Mariscal Ney, llegó una tercera división mandada por el general Daufin, que se estableció de guarnición en la ciudad.

    Este general francés, a quien su carácter de tal no impedía ser justo y prudente -cosas que a los sorianos, y no sin fundamento, les iban pareciendo incompatibles- emprendió una política de atracción que le granjeó las simpatías de muchos, y atrajo a la ciudad gran número de los fugitivos. Sucediéronle en el gobierno de la provincia otros dos generales que continuaron sus huellas. El orden de la ciudad parecía restablecido definitivamente; la calma había renacido en el vecindario y aun en nuestro mismo chicuelo, quien, a pesar de su carácter y temperamento, sentía disminuir su animosidad.

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    Parecía que habían pasado ya, para no volver, los aciagos días del año ocho, cuando a mediados del nueve, y en sustitución del último general, encargóse del mando de la provincia el general Baste. Pálido reflejo de la realidad sería cuanto dijéramos acerca se su carácter cruel y sanguinario y de sus medidas violentas y salvajes: esquilmó a los habitantes con extraordinarias y repetidas contribuciones, mandó apalear a varios que no pudieron entregar lo que no tenían y ordenó por fútiles motivos algunos fusilamientos.

    La casualidad hizo que eligiera por residencia una antigua y espaciosa casa de la calle de Caballeros, en uno de cuyos cuartos vivía precisamente nuestro niño, quien conoció bien pronto que había entre los franceses alguien más bárbaro y más cruel que el general. Era el tal un asistente suyo, hombre feroz, corpulento, ceñudo, de borrascoso bigote y espesas cejas, de frente deprimida, dotado de instintos innobles y perversos, con nostalgias de pesebre y resabios de tigre.

    Hay que advertir que tomó a nuestro niño por criado desde el primer momento, encajándole innumerables quehaceres y propinándole, en premio de ello, frecuentes y nada suaves empellones y bofetadas.

     Estaba como en su elemento repartiendo culatazos y palos, que alcanzaron a buen número de sorianos; tan terrible fue el culatazo que en cierta ocasión dio en el pecho a la tía del mozalbete, porque ésta no pudo darle un utensilio de cocina que no tenía y aquél le pidió, que estuvo la pobre mujer quince días en el lecho del dolor entre la vida y la muerte; una tarde que, al anochecer, tropezó con el niño en la oscura escalera, le arrimó tan fuerte puntapié que le hizo rodar los escalones del tramo, causándole varias contusiones en el cuerpo y una herida en la cabeza.

 Todo esto despertó en él, con más fuerza que nunca, su odio al francés, con ansias de satisfacerlo, fijándose en aquel ogro de asistente como objetivo principal y casi único, sintiendo una comezón imperiosa de saciarlo en él.

    Una mañana del mes de agosto, a los pocos días de haber rodado por la escalera, echóse el niño de la cama después de una noche interminable de insomnio. El día anterior había sido fusilado un soriano de los que más se distinguían por su odio a los franceses, y que le era doblemente simpático por ser un conocido suyo que en varias ocasiones le dio ánimo y le trató con cariño; sentía además, cuando se acostó, calentura ocasionada por el descuido de su magullamiento y de su herida, con todo lo cual excitóse de tal modo su cerebro que no pudo dormir más que breves momentos. Vistióse rápidamente; abrió la ventana del cuarto, que daba al jardín, por la que penetraba un rayo del sol que alegraba la estancia, y lo primero que vio fue al asistente, que en mangas de camisa sacaba agua del pozo; también el asistente le vio y en chapurreado español le dijo que bajara a ayudarle, y una vez en el jardín le mandó colocarse sobre una pila de piedra, que junto al pozo había, para coger las pozaderas que aquel hacía subir llenas y vaciarlas en ella. Emprendió el niño su tarea que en un principio sobrellevó bien, pero que se iba haciendo cada vez más penosa a consecuencia de su postración y de los dolores que le producían las contusiones.

    Por otro lado le tenían como ensimismado y distraído la monotonía de la ocupación y, sobre todo, la excitación y debilidad de su cerebro al que se había agarrado, como lapa a peña, aquella idea tenaz de matar a aquel francés, vengando en él todas las atrocidades de que habían sido víctimas sus paisanos y especialmente aquel amigo suyo, tan bueno y tan valiente, y saciando en él todo el rencor concentrado en su alma por los sufrimientos y en particular por el puntapié que le hizo rodar la escalera. Y lo que es ocasión, nunca la había tenido como aquélla; serían las seis de la mañana, no se advertía el menor ruido en toda la casa y allí estaban los dos, solos, él con su cuchillo en el bolsillo y dominando desde lo alto de la pila al francés. Tan embebido se quedó en aquellas imaginaciones que no reparó en que el asistente le alargaba la pozadera; una tremenda bofetada le sacó de su abstracción, volviendo el francés a su ocupación indiferente a lo que por el niño pasaba.

    Y lo que por él pasó fue terrible; ni él mismo lo supo. Pasado el primer momento de estupor, sintió agolparse la sangre a su cabeza, una nube oscureció su vista y obcecado por un arrebato de cólera, sugestionado por un impulso invencible de su odio, siempre creciente y siempre insaciado, sacó rápidamente su cuchillo y, abalanzándose sobre el francés, lo hundió en su cuello. Aquello fue obra de un momento: el francés dio un quejido y cayó sobre el brocal del pozo que regó con su sangre. Inmediatamente atravesó el niño el patio y el portal, cruzó gran número de calles y salió al campo por la puerta de la muralla que se abría frente al puente sobre el Duero, siempre corriendo, como alma que lleva el diablo, sin otra preocupación ni más idea que huir de la ciudad.

    La desaparición del niño y el hecho de haberse encontrado su cuchillo clavado en el cuello del asistente hicieron sospechar a los que le conocían, y especialmente a sus parientes, que fuera él quien mató al francés. Corrió la noticia por la ciudad, llegando a oídos de los franceses que, en su mayor parte, o se negaron a darle crédito o no le dieron importancia. No sucedió lo mismo con el general Baste; ¿un matador de un francés y en su propia casa? ¡bah! Ni pensó en ello, después de todo era exigirle demasiado.

    Mandáronse requisitorias a varios pueblos, con las órdenes más severas y terminantes para su captura, y pasaban días sin dar resultado, cuando un patriota, un alcalde cuyo nombre, así como el del pueblo, la compasiva tradición ha olvidado -evitando con ello la ignominia que sobre aquel nombre hubiera caído-, denunció el niño a las autoridades francesas, y conducido a Soria fue condenado a ser fusilado y colgado, para ejemplaridad y escarmiento, sin duda, de esa porción de la humanidad, perversa y criminal, que forman los niños.

    Llegó el día señalado para la ejecución, uno de los primeros del mes de octubre, que amaneció nebuloso y triste. El cielo, en toda su extensión de un color gris uniforme, arrojaba una lluvia menuda, tamizada, que caía incesantemente. Todas las sierras circunvecinas aparecían coronadas de nubes agarradas a sus cimas; jirones de desfilachada niebla, desprendidos de lo alto, rodaban por las pendientes de las montañas, prendiéndose en sus faldas, o bajando y desvaneciéndose en el llano; al norte de la ciudad una dilatada línea blanquecina, que se extendía por la llanura, denunciaba el curso del Duero. Parecía que la naturaleza, ante la escena que se iba a desarrollar, se había revestido de solemne tristeza.

    A la difusa claridad de las primeras horas de aquella mañana vióse salir por la puerta del postigo un pelotón de soldados franceses y un niño llorando, resistiéndose a andar, conducido por dos de aquéllos. Atravesó el grupo el arrabal, torció hacia la derecha dejando a su izquierda el convento de la Concepción y el de San Benito, y subiendo la pendiente, que frente a éste se alzaba, llegó a la meseta de Santa Bárbara, lugar destinado para las ejecuciones. A una orden del oficial formó la compañía, cuatro soldados se destacaron de ella y los dos que lo habían conducido colocaron al niño a pocos pasos de aquéllos.

    Era el niño a quien un mes antes vimos alejarse de la ciudad, después de haber dado muerte a un asistente del general Baste. Costaba trabajo reconocerle. Su larga peregrinación por los pueblos, siempre errante y vagabundo, comiendo de lo que la caridad le proporcionaba, durmiendo a campo raso unas veces, en el quicio de una puerta otras, las menos bajo techado, y asaltado por el miedo; las angustias de su captura; los horrores de su condena; tanta y tanta inacabable tortura, martirio tan cruento, habían labrado tan honda huella en su espíritu que, reflejándose en su cara arrugada y marchita y en su cuerpo postrado, aniquilado, desfallecido, la habían desfigurado completamente. En poco tiempo, la pena había trabajado en él tanto como una larga vida; era un niño viejo, marchito: ¡qué tristeza!

     Era inútil empeño que el niño permaneciera donde los soldados le dejaban; apenas se retiraban se iba tras ellos dando gritos angustiosos, desesperados; lo ataron. Hay que decirlo en honor de aquel oficial, a quien la disciplina obligaba a ejecutar una orden que repugnaba a sus sentimientos: volvió la cabeza y en esta disposición, con acento que la emoción hacía tembloroso, dio la voz de fuego; al mismo tiempo el niño, abriendo desmesuradamente los ojos, en los que se advertía el extravío del espanto, gritó, ¡madre mía, no, no!; la detonación de la descarga apagó su voz y, entre la nube de humo que produjo, vióse caer su cuerpo en tierra. Cogiéronle dos soldados y lo llevaron a un lugar cercano donde se alzaba un pie derecho que sostenía un travesaño horizontal, del que pendía una polea con una soga: uno de ellos rodeó la soga al cuello y tirando el segundo del otro extremo izó el cadáver del desgraciado niño, cuya cara tomó un tinte lívido y cuyo cuerpecito permaneció breves momentos balanceándose en el aire. ¡Dios de Dios qué horrible!: se oprime el corazón al describir escena tan siniestra.

    Cuando se contemplan a través de tales hechos ciertas glorias históricas, parece que su brillo se oscurece y se eclipsa tras una densa nube de tinieblas y de vapores de sangre, condensación de todas las amarguras, de todos los dolores, de todos los crímenes con que aquellas tristes y funestas glorias se han amasado.

    Más impresión ha dejado en mi ánimo este conmovedor episodio, que todas las hazañas militares del capitán del siglo.

 ¡Pobre niño! (1).

Un niño patriota y mártir. Por Enrique Ramírez. 1894.

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 (1) Es rigurosamente histórico el hecho que sirve de base a este episodio de la Guerra de la Independencia en Soria. La tradición refiere, y a algunos ancianos de la capital he oído referir en varias ocasiones, que un niño de 11 a 12 años, que vivía en una casa de Caballeros, dio muerte en el jardín de ella a un asistente del general de la plaza, que habitaba en la misma casa, huyendo luego. Procedióse a su busca y captura, el alcalde de no se sabe qué pueblo lo entregó a los franceses y conducido a Soria fue fusilado y colgado.

24 03, 2015

Nuestro más sentido pésame, por las víctimas del accidente aéreo de los Alpes

Por |2020-11-13T03:43:10+01:00martes, marzo 24, 2015|

 

RIP Escudo pequeño

  El blog de la Casa Troncal de Los Doce Linajes de Soria, ruega a sus lectores se sumen a  una oración por el alma de todos los fallecidos en el accidente de  los Alpes, en especial y lógicamente por su cercanía, por los 45 españoles que iban a bordo del Airbus A320.

   En momentos de dolor como éste, la Cruz es nuestro sustento.

CruzPesame Compañero Fallecido

   Nuestro más sentido pésame a todos los familiares de los fallecidos.

Descansen en paz

 

24 03, 2015

SOLDADOS VIEJOS Y ESTROPEADOS: PROTECCIÓN SOCIAL EN LOS SIGLOS XVI y XVII

Por |2020-11-13T03:43:10+01:00martes, marzo 24, 2015|

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Interesantísimo artículo del Ilmo. Sr. D. Antonio José Mérida Ramos, Caballero de Yuste

Publicado en la revista Cultural de la Real Asociación y Fundación «Caballeros de Yuste en su número 29 Año 2014

  SOLDADOS VIEJOS Y ESTROPEADOS: PROTECCIÓN SOCIAL EN LOS SIGLOS XVI y XVII

 

   De esta manera dio en llamar la literatura en estos siglos a los combatientes que en el transcurso de su profesión militar quedaban incapacitados para seguir prestando servicio  de armas.

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   Entre los muchos cambios que nos trae el inicio de la denominada Edad Moderna, debemos señalar la evolución en la composición de los ejércitos, que pasan del concepto de organización medieval de demandas temporales de servicios, que vienen a prestar los municipios, la Iglesia o la alta nobleza, acudiendo en mesnada a la llamada del Rey, por un ejército permanente en el que combaten soldados que entran a servir al monarca en sus ejércitos con carácter de continuidad y permanencia.

   Señalemos en este sentido la promulgación de una importante ordenanza de 1503 suscrita en Barcelona por Fernando de Aragón y en el Paular por Isabel de Castilla. Esta profesionalización de la milicia viene a plantear la necesidad de no dejar totalmente desamparados a los que por sus numerosos años, heridas, amputaciones o achaques, quedaban inutilizados para el servicio activo.

    Así, en su gran obra literaria el Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha del alcalaíno D. Miguel de Cervantes, soldado antes que autor, habiendo sufrido en propia carne los rigores y secuelas de la guerra llegando a perder como todos conocemos un miembro en la batalla naval de Lepanto decía: «si la vejez os coge en este honroso ejercicio, aunque lleno de heridas, y estropeado o  cojo, a lo menos no os podrá coger sin honra, y tal que no os la podrá menoscabar la pobreza, cuando más que ya va dando orden como se entretengan y remedien los soldados viejos y estropeados, porque no es bien que se haga con ellos lo que suelen hacer los que ahorran y dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, que echándolos de casa con títulos de libre, los hacen esclavos de el hambre.»

   Quizás no sean muchos los que se hayan parado a pensar o que conozcan, que fue el oficio militar el que sirvió de estímulo durante siglos en la creación de normas y medidas de protección social.

   Decía el que durante muchos años fue presidente del Instituto Nacional de Previsión, el general Marvá: «que la guerra origina con frecuencia avances espectaculares en materia de previsión social.»

   Fue el general prusiano Van Bismarck, el creador y propulsor del actual seguro social para paliar las consecuencias de la funesta contienda franco-prusiana y el inglés William Beveridge el que en plena segunda guerra mundial llevó a cabo la propuesta de que el Estado asumiera la cobertura universal de determinados seguros sociales que con el tiempo derivarían en la creación de la Seguridad Social que hoy conocemos, y no fue menor el salto que dio nuestro país en protección social con motivo de la guerra civil.

 Pero volviendo al origen de nuestra exposición, decíamos que en el S. XVI con el nacimiento del ejército profesional, el Rey se convierte en el protector y garante de la salud y bienestar de sus tropas.

    Carlos V, como más tarde su hijo Felipe y los que les continuaron, cubrieron en parte los riesgos del oficio en sus ejércitos, varios siglos antes de que los demás asalariados disfrutasen de cualquier tipo de seguro laboral.

   Pero los antecedentes de la protección e indemnización del soldado muerto o herido en  combate lo podemos ver como dice el coronel Puell en su libro Historia de la protección social militar, algunos siglos antes.

  Dejando atrás arcaicos precedentes de protección mutua como los que se ejercían ya a  finales del S. XI por entidades y cofradías religioso-benéficas como la de los Mareantes  del Cantábrico, origen mas tarde de las hermandades de socorros mutuos con que los componentes de los Tercios se aseguraban entierro y funeral o las medidas de amparo a  viudas y huérfanos de combatientes caídos en batalla recogidas en el Fuero de Pampliega de 1209, es entrado ya el S. XIII, año 1265 cuando el monarca castellano-leonés Alfonso X mediante la denominada ley de Partidas, obliga a la Corona a atender las» enmiendas que los
hombres han de recibir por los daños que reciben en las guerras».
(enchas).

    Así, en el título XXV de la 11 partida se dice » … y de estas enchas vienen muchos bienes, que hacen a hombres a ver mayor sabor de codiciar los hechos de la guerra no entendiendo que caerían en la pobreza por los daños que en ella recibieron y otrosí de cometerlos de grado y herirlos más esforzadamente.»

   Es interesante observar, como se pretende en estas embrionarias disposiciones de amparo alentar también la moral del combatiente al paliar el miedo a la pobreza sobrevenida por la enfermedad o invalidez, así como al desamparo de los suyos. Pero unido a la reparación al inválido o el consuelo a los deudos, estaba también la asistencia para la sanación y recuperación del soldado herido. Así se tienen las primeras noticias de Hospitales para cofrades de las Ordenes Militares, tales como el de Toledo, fundado en 1175 por la Orden de Santiago o el del Castillo de Guadalherza de 1184 de los Caballeros Calatravos.

   La conocida Hospedería de peregrinos abierta en Sevilla por Alfonso X, pasó a ser Hospital Real en sustitución del fundado en Santa Fe por los Reyes Católicos, para recoger a los veteranos de las guerras de Granada, «para sustento y reparo de gente de guerra, ya impertinente por lesión o pobre vejez».

   Pero fue ya en los siglos XVI y XVII cuando se promulgaron disposiciones y ordenanzas  con el claro objetivo de velar y cuidar la salud de los soldados que combatían por los intereses de la Casa de Austria, protegiendo su vejez e invalidez, así como solventando y paliando la extrema pobreza en que irremediablemente quedaban sus huérfanos y viudas.

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   No obstante no pretendamos ver en estas primeras medidas de protección social una auténtica conciencia de justicia social.

   Cualquier ayuda que se prestaba por parte de los monarcas era fruto no tanto de una auténtica obligación moral de reparación, como de un simple ejercicio de caridad cristiana, unido al interés de fomentar la moral del combatiente.

   En definitiva todavía en esta época la actitud hacia el beneficiado es de paternal benevolencia, y no de un autentico y reconocido derecho.  Se comenzó protegiendo a las tropas que tenían un contacto más directo con el monarca.

   Así por cédula de 27 de junio de 1553 Felipe II,  en funciones interinas de gobierno por encontrarse su padre en Flandes, concedió el retiro pensionado a seis soldados de la guardia personal de su padre el Emperador Carlos V.

El último tercio

    Un factor que influyó de manera poderosa en el rápido avance y reconocimiento de las necesidades del colectivo militar, fue sin lugar a dudas el agrio debate de clérigos como el dominico Domingo de Soto y el benedictino Juan de Medina en torno a la pobreza extrema ya la proliferación de mendigos, muchos de ellos antiguos combatientes, ya viejos y estropeados. 

   Tal era el número de soldados tullidos, pobres y desamparados que frecuentaban las iglesias, conventos y establecimientos de caridad, que suponían una autentica vergüenza colectiva y una afrenta a la dignidad del monarca.

Carlos V

   Es en la cédula promulgada en 1540 donde se endurecen las medidas represivas contra la mendicidad pública, una disposición fundamental de la cual según el coronel Puell arranca  nuestro moderno sistema de pensiones de jubilación.

   Se empezó en estos años a comprender, que el Estado, la Corona, debía de intervenir en la  organización del precepto evangélico de la limosna, y así Felipe II en nombre de su padre todavía Emperador, por disposición de 30 de noviembre de 1555 institucionaliza las pensiones de retiro por importe de la tercera parte del último sueldo devengado de cuantos Guardas de Castilla «debían envejecer y contraer enfermedades e inutilizarse por su edad y dolencias, resultando inhábiles», ello siempre que hubiesen prestado un mínimo de diez años de servicio y sus bienes particulares no rentasen más de cuatrocientos ducados al año.

   Se empezaron también a reconocer prestaciones por incapacidad permanente para el servicio, y así tenemos la concedida en 1564 a D. Vasco de Acuña, sargento Mayor de los Tercios por haber quedado ciego de los dos ojos a resulta de heridas recibidas en combate.

   Con todo ello, no debemos ver en casos como el mencionado la norma, sino por el contrario la excepción. Se libraron importantes cantidades como la que ordeno el tercero de los Felipes para la Casa de Amparo de la Milicia, 24.000 ducados de oro, pero el reconocimiento generalizado del derecho al retiro pensionado, tendría todavía que esperar algunos años más.

 Pronto la guerra de los treinta años (1618- 1648) necesitó la movilización de un importante número de combatientes, que junto a las hambrunas y las pandemias periódicas de peste, hicieron muy difícil el alistamiento de tropas.

   Esta dificultad motivó que se ampliasen las medidas de incentivo y cobertura, y así en 1632 fue’ promulgada por Felipe IV la primera ordenanza en reconocer con carácter general el derecho adquirido por cualquier militar «impedido por vejez, enfermedad o heridas» a retirarse pensionado de por vida, siempre que hubiese prestado 16 años de servicio activo o 10 combatiendo ininterrumpidamente.

   Como dice Puell, si bien no se llegó con los Austrias a crear instituciones dedicadas en exclusiva a la protección del soldado viejo y estropeado, si que se crearon algunos otros establecimientos que coadyuvaron a remediar indirectamente las necesidades de los huérfanos de padre militar.

   Así en 1585 se fundó en Madrid el Colegio de Nuestra Señora del Loreto para albergar a huérfanos de militares, y también consta documentalmente la existencia en Milán de una llamada Casa de las Vírgenes Hijas de Soldados Españoles, fundada en 1612.

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   Finalicemos diciendo que tal era el abultado importe del pago de pensiones que se intentó restringir en lo posible que la protección abarcase como regla general a las familias, de ahí las restricciones que se siguieron sobre el matrimonio de los militares, – vigentes hasta hace pocos años-, exigiéndoseles la obtención de licencia por sus superiores para contraer matrimonio, pretendiendo con ello no solo la unión del militar con personas socialmente iguales, sino que se intentó asegurarse que el contrayente contase con suficientes recursos económicos propios o de la esposa para formar una familia, aliviando de esta forma el posible amparo futuro de la viudez y la orfandad .

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