MUERTE Y ENTERRAMIENTO DE S.M. EL REY DON ALFONSO XIII; por D. Rafael Portell Pasamonte
Artículo original; que nos remite para su publicación en el Blog de la Casa Troncal, de D. Rafael Portell Pasamonte, Vicerrector de la Academia Alfonso XIII.
MUERTE Y ENTERRAMIENTO DE S.M. EL REY DON ALFONSO XIII; por D. Rafael Portell Pasamonte
Rafael Portell Pasamonte
Abril 2018
Fallecido pocas horas antes, en el suelo, en medio de aquella habitación de un lujoso hotel de Roma yacía de cuerpo presente el hombre que, desde el mismo instante de su nacimiento en el año 1886 hasta 1931, había sido Rey de España.
El fin de aquel desenlace fatal comenzó la mañana de un día gris y frio de Febrero de 1941, concretamente el 12. El Rey se había levantado temprano, como solía hacerlo últimamente, y mientras desayunaba, leyendo la prensa, seguramente las noticias de España o la marcha de los acontecimientos bélicos del conflicto que se había desatado en Europa, cuando sintió repentinamente un ahogo y un fuerte dolor en el pecho: Era el primer ataque serio que sufrió al corazón. Serian sobre las diez de la mañana, en la habitación número 23 del hotel romano «Gran Hotel”, donde había fijado su residencia unos pocos años antes, bajo el titulo de incognito de Duque de Toledo.
Durante dieciséis días los doctores Cesare Frugone, su médico de cabecera Colazza y el cardiólogo doctor Puddu ayudados por las enfermeras sor Inés y sor Teresa, ambas religiosas del Instituto de Siervas de María, estuvieron atendiéndole personalmente. La familia real se instaló en el mismo hotel cuando los médico se apercibieron de la extrema gravedad.
Enterada la Santa Sede del estado del monarca, el Cardenal Secretario de Estado, Luigi Maglione, acudió a visitarlo, pero no pudo hacerlo por consejo médico.
Un suceso que afectó mucho la ya muy quebrada salud de Alfonso XIII fue la muerte, el miércoles día 19, de don Emilio María Torres y González-Arnau, Marqués de Torres de Mendoza, el que había sido su secretario particular durante muchos años, que se encontraba ingresado muy enfermo en una clínica romana. Nada más enterarse del óbito, el soberano hizo enviar una corona con flores rojas y amarillas y en la cinta escrito:
“Alfonso XIII a su inolvidable Marqués de Torres de Mendoza, mártir de abnegación y fidelidad”
El día 22 le preguntaron a Alfonso XIII si deseaba recibir los auxilios religiosos (comunión y santos óleos), contestando el rey afirmativamente, que le fueron administrados por su confesor, el jesuita Ulpiano López, granadino, profesor de Teología Moral en la Universidad Gregoriana. Tras recibir la extremaunción, la Familia Real entró en la habitación por unos breves momentos y cuando esta hubo abandonado la estancia, el Rey preguntó a su médico personal, el doctor Frugone, refiriéndose a su hijo Juan: “Lloraba el Príncipe”, “No Señor” contestó este, a lo cual Alfonso XIII replicó “Me alegro mucho, porque si hubiera llorado no serviría para Rey”. Pasados unos instantes solicitó que le llevasen a su lado un manto de la Virgen del Pilar, que recibió con emoción y alegría, explicando a las monjas que el manto que le habían puesto era de campaña, es decir, el que llevaban a los enfermos y que las manchas que se apreciaban en el, eran producidas por los besos recibidos.
Enviados, por avión, expresamente por el cabildo aragonés, habían llegado horas antes dos mantos de la Virgen del Pilar. Alfonso XIII los besó con devoción y dijo en voz, todo lo alta que pudo: “Que la Virgen haga de mi lo que quiera”.
Entrada la mañana del día 28 le sobrevino una nueva y fuerte angina de pecho, que no pudo resistir el ilustre enfermo, a pesar de la inyección de adrenalina que le hizo inyectar el doctor Frugone, entrando en agonía a las once y veinte. Treinta minutos más tarde, dejaba de existir el monarca. Las últimas palabras que pronunció fueron: «España…..¡Dios mío! ¡Dios mío!».
Junto al lecho de muerte se encontraban sus hijos sobrevivientes: Juan, serio y pálido, Jaime y las Infantas, además de la reina Victoria Eugenia, qué, a pesar de la separación que existía entre ambos, no dudó en acudir desde su residencia en Suiza, al lado de su moribundo marido. Además, también, se encontraban presentes en la habitación, el conde de los Andes, el duque de Sotomayor, don José María Quiñones de León, el conde de Aybar y su actual secretario particular don Juan Caro.
Nada más producirse la muerte, el embajador español ante la Santa Sede, don José Yanguas Messia, solicitó al gobierno español, permiso para que los restos mortales de la Augusta persona fueran expuestos en el salón del trono del Palacio España, sede de la Embajada en Roma. El permiso gubernamental no se recibió hasta pasados tres días, cuando ya se disponía a darle sepultura.
El cadáver fue amortajado con el manto de Gran Maestre de las cuatro Órdenes Militares Españolas y ya depositado en el ataúd, fue cubierto con el mismo pendón morado de Castilla que enarbolaba el crucero “Príncipe Alfonso”, rebautizado después “Libertad”, el buque que le condujo a Marsella desde Cartagena, en la madrugada del 14 al 15 de Abril de 1931. Se selló él ataúd por las cuatro esquinas con los sellos personales de Alfonso XIII y colocada la tapa que tenía una ventada acristalada por la que se podía ver su rostro. A los pies del sarcófago se había fijado una placa de plata que ponía:
S. M. el Rey
Don Alfonso XIII de Borbón y Habsburgo-Lorena
Nació en Madrid el 17 de Mayo de 1886
Murió en Roma el 28 de Febrero de 1941
R. I. P.
A las 6 de la tarde ya estaba dispuesta la capilla ardiente. Según la tradición de la Dinastía, el féretro fue depositado sobre el suelo en señal de humildad, sin catafalco, ni alfombra, ni condecoraciones y sin otros símbolos más que un crucifijo y cuatro cirios.
A las diez de la noche se rezó el último rosario con asistencia de toda la familia real y los acompañantes que se encontraban reunidos (servidumbre y españoles congregados). Las misas se fueron sucediendo desde la una de la madrugada hasta las siete de la mañana en que el padre López asistido por don Juan dijo la última.
A las ocho de la mañana se verificó el traslado de los restos de Alfonso XIII, desde el Gran Hotel hasta la basílica de Santa María de los Ángeles. El féretro se colocó en una carroza negra, tirada por ocho caballos, escoltada por un pelotón de Coraceros Reales.
El rey Víctor Manuel III de (Italia), el Príncipe Humberto y los Infantes Juan y Jaime, presidian el cortejo fúnebre. Detrás iban el conde de Marone, el príncipe Alejandro de Torlonia y don Álvaro de Orleáns. Seguían el embajador de España en el Vaticano el vizconde de Santa Clara de Avedillo, el encargado de negocios en el Quirinal, conde Portalegre, grandes de España, mayordomos y gentileshombres, el general Queipo de Llano (vestido de uniforme del Ejército español), el conde de Foxá, diplomáticos de diversos países y personalidades españolas e italianas.
La carrera estaba cubierta a cada lado por una doble fila de soldados italianos y detrás de ellos un público numeroso se agolpaba para ver el fúnebre cortejo.
Al llegar a la iglesia, el féretro del Rey quedó depositado en el centro del crucero, custodiado por dos filas de coraceros en uniforme de gran parada. Mayordomos, gentileshombres y personal de las embajadas españolas en el Vaticano e Italia montaron guardia, por turnos a los lados del túmulo. La primera guardia la prestó en Cuerpo Diplomático hispanoamericano acreditado en Roma. Un numeroso publico de personalidades de multitud de países llenaba el templo ocupando los lugares que les habían sido reservados.
La familia real italiana ocupó un lugar destacado a un lado del altar mayor. En los enlutados reclinatorios delanteros del lado del Evangelio, se hallaban la reina Victoria Eugenia, la infanta doña Beatriz, don Juan y el infante don Jaime; inmediatamente detrás de ellos se encontraban el resto de los familiares. Todos vestidos de riguroso luto.
Comenzó el solemne oficio fúnebre a los ecos del “Dies Irae”. El padre Torres, rector del Colegio Español, fue el encargado de celebrar la Santa Misa, asistido por un diácono y un subdiácono del mismo Colegio.
Terminada los oficios religiosos la familia real española, los reyes de Italia y el príncipe del Piamonte se formó nuevamente la comitiva en el mismo orden que a su llegada al templo, que se dirigió a la Iglesia de Santa María de Montserrat de los Españoles donde se hallaba ya dispuesto el nicho que guardaría los restos de Alfonso XIII, en la primera capilla del lado de la Epístola, dedicada a San Diego de Alcalá y debajo de las tumbas de los dos únicos papas españoles, Calixto III y Alejandro VI.
Junto a sus restos mortales se depositó un saquito con tierra de todas las provincias españolas. Tropas del ejército italiano le rindieron honores de Capitán General. Sobre el féretro sobresalía el manto de Gran Maestre de la Orden de Calatrava, su espada y la bandera de España (Curiosamente era la oficial de entonces, con el águila de San Juan y la leyenda Una, Grande y Libre).
Mientras los obreros construían el tabique de ladrillos que sellaría el sepulcro, se procedió a las firmas de las actas de entrega y recepción de los restos mortales de Alfonso XIII.
El texto del acta de entrega del ataúd que contenía el cadáver de Alfonso XIII estaba redactada de la siguiente manera:
“Don Francisco Moreno y Zulueta, conde de los Andes, Jefe de la Casa de S.M. el Rey don Alfonso XIII; don José Quiñones de León, Exembajador de España y don Joaquín González Castejón, conde de Aybar, Intendente General de la Real Casa, los tres en su calidad de albaceas testamentarios, y don Juan Caro, Secretario particular de S.M.
Declaran: Que el féretro de que en este momento hacen entrega al Señor Don José Yanguas. Vizconde de Santa Clara de Avedillo, Gobernador de los establecimientos españoles en Roma, contiene los restos mortales de S.M. el Rey don Alfonso XIII (q.g.h).
En fe de lo cual firman la presente por triplicado, en Roma, a 3 de Marzo de 1941.”.
Por su parte el acta de recepción decía:
“Don José Yanguas, vizconde de Santa Clara de Avedillo, Embajador de España cerca de la Santa Sede, en su calidad de Gobernador de los establecimientos españoles en Roma, acepta en custodia el féretro que contiene los restos mortales de S.M. el Rey don Alfonso XIII (q.g.h.), y que queda depositado en la capilla de San Diego de esta iglesia de Santiago y de Nuestra Señora de Montserrat.
En fe de lo cual firmo la presenta acta por triplicado, en Roma a 3 de Marzo de 1941.”.
Al acabar estos trámites y sellado del nicho, se dio por terminada las ceremonia de inhumación (La familia real italiana había abandonado el templo al terminar la misa).
La Corte de Italia, en señal de duelo, guardó tres días de luto oficial.
El Gobierno español, al participar al país el fallecimiento de don Alfonso, decretó duelo nacional de tres días y dispuso la celebración, el 3 de Marzo siguiente, de funerales en Madrid y capitales de provincia.
El Decreto fechado el 28 de Febrero de 1941 decía en su preámbulo:
“En el día de hoy ha fallecido, en Roma, S.M. don Alfonso de Borbón y Habsburgo Lorena, que hasta el 14 de Abril de 1931 y durante un dilatado periodo de la Historia de España reinó en nuestra nación. El Gobierno participa con hondo pesar en el sentimiento por su muerte. Y al comunicar al pueblo español la infausta noticia cumple a la vez el piadoso deber de disponer las honras fúnebres que proceden y de rendir el homenaje que es debido al Soberano muerto lejos de la Patria, cuyos destinos sirvió fervorosamente desde su puesto de Rey. En su día, el Gobierno acordará las medidas necesarias para el traslado de los restos al panteón del Real Monasterio de El Escorial”.
Alfonso XIII descansó en tierra italiana hasta el 19 de Enero de 1980, que sus restos fueron trasladados al Monasterio de El Escorial, por orden de Juan Carlos I, pero esto ya es tema para desarrollar en otro articulo.