Plaza Mayor n° 6, Soria, España

Archivos diarios: 11 julio, 2016

11 07, 2016

LAS TRES GRACIAS; por D. José María Montells y Galán, Vizconde de Portadiei

Por |2020-11-13T03:39:19+01:00lunes, julio 11, 2016|

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LAS TRES GRACIAS

Nunca les hice justicia a las hermanas Medina, clientas desde siempre del Hotel Royal Windsor y hora es ya de poner remedio a tamaño desaguisado. Eran tres gordas de Sevilla, que venían a Madrid por asuntos de una herencia difícil, cada cuatro o cinco meses y por pereza, se quedaban otros tantos.

Las tres gracias de Rubens

Las tres gracias de Rubens

Según les diese la gana, volvían. Y en cuanto te descuidabas, estaban otra vez aquí, con sus maletas de Loewe y un cargamento de regalos para medio hotel. Zalameras, jóvenes, glotonas y guapas, como solo las gordas lo son, el orondo Arturito se derretía con ellas.

A Juliette Binoche, otra clienta del Royal Windsor, no le hacían gracia. Medardo Fraile, el fino escritor de cuentos, una mañana que las vio en el bar desayunando unas torrijas, tan cascabeleras y satisfechas, tuvo antojo del dulce y se sacó la espina de los breakfast del reino de Escocia.

A Medardo no le gustaban nada, para desayuno, los huevos fritos de allá, con esas yemas tiesas como secos ojos, como ojos muertos de una breca triste. Las gordas, en realidad, comían poco. Adictas a las vísceras, con unos riñones o un plato de lengua se daban por satisfechas. La lengua, eso sí, debía ser como la preparaba Celeste Albaret, la cocinera de Marcel Proust, lengua de ternera con gelatina, lengua gelée, que el escritor, una vez engullida, entraba en éxtasis alimenticio y expelía los vapores naturales, en ascensor, con el regüeldo arabizado, luego de taparse muy finamente la boca, con un pañuelo de seda blanca, de bolsillo, como un dandy.

Medardo Fraile, el fino escritor de cuentos

Medardo Fraile, el fino escritor de cuentos

A estas gorditas, la lengua de ternera, las disponía para el atiborre de dulces. También el besugo. Decía Julio Camba, otro paisano mío, que el besugo es el más madrileño de todos los pescados de la mar, y no tranquiliza del todo, sino llega a la capital y lo sirven al horno. El chef del Hotel, el bueno de Arturito, lo hacía conforme a la tradición, sin añadidos, espolvoreándolo con pan rallado, ajos, perejil y unas rodajas de limón, hendidas en la jugosa carne. No sé si le ponía el imprescindible azafrán que, a tanto, no llego.

Las hermanas Medina zampaban al unísono cuando tostaba y la piel del pez se había endurecido lo bastante. Que yo recuerde, a la tortilla de patatas, le tienen manifiesta hostilidad. No así a la tortilla a lo Alfredet, una receta suya, que es la tradicional de dos huevos, poco hecha, rociada de polvo de azúcar. Y es que estas vestales no poseen mal gusto culinario, aunque lo que de verdad les priva, es el paraíso de los postres.

Ellas son muy golosas de las rosquillas, de los bizcochos borrachos de almendra, de la carne de membrillo, de la leche frita, de la tarta de manzana. Por la tarta de San Marcos, perdían toda la compostura de su casta. Arturito preparaba una compota y ya estaban las tres, como locas, dispuestas a probarla. A la tarta de Santiago de mi tierra, le añadían un chupito de Armagnac, por agregarle picardía.

No hablemos de su afición desmedida por la fruta; manzanas reineta, naranjas, fresón de Aranjuez, cerezas, kiwis, crema de limón con castañas o higos, plátanos, de todo. Helados también y soufleé flambeado. Rocío me desveló una vez, que estaba algo achispada, que la fidelidad al Armagnac, era por snobismo, que su padre, ya fallecido, les tenía asegurado que Napoleón emperador, bebía siempre un carajillo del licor, después de la fruta.

Yo les tengo simpatía y no hubiera hecho ascos a una orgía, con las tres, al mismo tiempo, sin embargo, las hermanas Medina son decentes. No hay nada que hacer. Un novio que tuvo Rocío, fue despedido con cajas destempladas, porque quería indagarle los bajos e insistía mucho. A Macarena, le regalé, por ablandar sus remilgos, unas trufas. Estuvo a punto de caer, pero se contuvo a tiempo. Carmela era más circunspecta, estrecha si se quiere, que no vi en ella y yo para eso soy un hacha, ánimo de encamar con semental alguno. El chef Arturito, sin mis obscenos propósitos, tenía muchos detalles con las joviales fondonas.

Macarena, por agradecer sus atenciones, le decía melosa: Arturo, eres muy tierno. A Arturito se le desvelaba lo colorado de su tez y hacía como que necesitaba aparato, para la tapia de su oído izquierdo. Cuando aquel orondo cocinero palmase, le lloraron con pena. Siguen viniendo, pero ya no es lo mismo. A mí me escriben en papel perfumado. Una esencia distinta en cada papel. Si huele a Eau de Rochas, es de Rocío. Happy le gusta a Carmela. Macarena es más de Chanel.

Son cartas inocentes, como de niñas de tercero de bachillerato que describen su vida en Sevilla. Nada importante, aunque me ha preocupado un poco la última de Macarena. Dice con letra menuda y redonda que se ha puesto a régimen y que ha adelgazado nueve kilos de un tirón y que sigue comiendo a poquitos. Me estremezco. Macarena, delgada, no será lo mismo. Parecerá una sílfide y habrá perdido embrujo. Le ocurrirá lo que le pasó a doña Ginebra de Camelot. Ginebra era una moza colorada y alegre, entradita en carnes, de muy galana estatura y pie pequeño, que rebosaba salud. Así enamoró a Arturo de Conrubia y casó con él.

Por la mañana, a muy temprana hora, el rey le regalaba flores silvestres de la selva de Benoic y ella acicalaba la rubia melena con dos o tres, las más frescas y hermosas. En ésas estaban, cuando se cruzase con don Lanzarote del Lago. Fueron los ojos del caballero, los que perdieron a Ginebra. Conocer al guaperas y comer sopas de puerros, por adelgazar, fue todo uno. Nada le dijeron del puerro como afrodisíaco. La señora reina estilizó, pero quedó ojerosa. Hasta que no pecó con el del Lago, no tuvo sosiego alguno. Perdió la compostura y la virtud.

He de contestar la carta de Macarena. No vaya a ser que coma solo puerros y baje la guardia, que la decencia en la mujer es muy de agradecer en estos tiempos.

Y un servidor, anticuado en lo suyo, mantiene todavía la esperanza de gozar, el primero, la plenitud de todos sus encantos.

11 07, 2016

El palacio condal de Cocentaina y Roger de Lauria, Almirante de Aragón; por D. José M. Huidobro

Por |2020-11-13T03:39:19+01:00lunes, julio 11, 2016|

Artículo de fecha 28-04-2016 de D. José Manuel Huidobro 

Caballero de la Orden de Caballería del Santo Sepulcro de Jerusalén, Miembro de la Real Asociación de Hidalgos de España. Máster en Derecho Nobiliario, Heráldica y Genealogía (UNED). Autor de 55 libros y más de 700 artículos.

 El palacio condal de Cocentaina y Roger de Lauria, Almirante de Aragón

Roger de Lauria fue almirante de la flota de la Corona de Aragón y de Sicilia, la cual dirigió brillantemente durante todo el reinado de Pedro III el Grande de Aragón. Se le concedió el condado de Cocentaina (Alicante) como recompensa por su trayectoria militar al servicio de la Corona de Aragón.

 El palacio Condal de Cocentaina (municipio de Alicante), se halla construido sobre un antiguo edificio musulmán del siglo XII, y es su monumento más importante. El primer edificio gótico fue construido en la segunda mitad del siglo XIII por el almirante almogávare Roger de Lauria, primer señor feudal (en 1272 se le concedió la villa de Cocentaina, y sus alquerías, además de otras posesiones en la región (Alcoy, Alcudia, Muro, etc.), como recompensa por su dilatada trayectoria militar a su servicio), con el título de barón de la Villa de Cocentaina otorgado el 11 de septiembre de 1291, localidad en la que construyó un alcázar y fijaría su residencia, en lo que es hoy el Palacio Condal, lugar desde el que ejerció sus responsabilidades territoriales, como el gran almogávar que fue de la Frontera Sur de la Corona de Aragón.

Palacio-Fortaleza de los Condes de Cocentaina

Palacio-Fortaleza de los Condes de Cocentaina

Roger de Lauria (Llúria) era italiano de origen (nacido en torno a 1250 en Scalea-Calabria, o en Lauria-Basilicata según otras fuentes), hijo de Ricardo de Lauria y de Isabella de Amico, y aragonés y valenciano de adopción, muriendo en la Ciudad de Valencia en enero de 1305, después de haber sobrevivido a una brutal razzia granadina que arrasó sus posesiones en Cocentaina pocos meses antes, en 1304, y de aquí viene el actual mote de “Socarrats” que se aplica a sus habitantes. Roger fue almirante de la flota de la Corona de Aragón y de Sicilia, durante todo el reinado de Pedro III el Grande de Aragón El señorío fue pasando con el tiempo por las manos de las casas de Lauria, Jérica y de la real de Aragón.

Estatua de Roger de Lauria (Barcelona)

Estatua de Roger de Lauria (Barcelona)

Las hazañas del famoso marino en el mar Mediterráneo fueron notables. Interpelado por el Conde de Foix, emisario del Rey de Francia, el cronista Bernat Desclot pone en boca Roger de Lauria (1285):

     «Señor, no sólo no pienso que galera u otro bajel intente navegar por el mar sin salvoconducto del rey de Aragón, ni tampoco galera o leño, sino que no creo que pez alguno intente alzarse sobre el mar si no lleva un escudo con la enseña del rey de Aragón en la cola para mostrar el salvoconducto del rey aragonés.»

 Beatriz de Jérica, casada con Antonio de Aragón, vendió la baronía en 1372 a Juan de Aragón, conde de Ampurias, y éste la vendió en 1378 al rey Pedro IV de Aragón, por un precio de 16.000 florines, que se la regaló a su esposa Sibilia A la muerte de Pedro IV en 1387, Sibilia trató de huir a Castilla por su enemistad con su hijastro , el ya rey Juan I, quien le confiscó todos sus bienes dándoles a su esposa Violante, ultima señora de la baronía de Cocentaina en el s.XIV.

El 28 de agosto de 1445, Alfonso V de Aragón, el Magnánimo, vendió la villa y Baronía por 80.000 florines a Ximén (Jiménez) Pérez de Corella, según consta en un privilegio diligenciado por el secretario Arnaldo Fenolleda, y el 1 septiembre de 1448 le concede el título de Conde de Cocentaina. La familia Corella, de origen navarro, que entró al servicio del rey Jaime I para la conquista de Valencia, reformó y amplió el Alcázar-Palacio hasta darle la forma actual. En 1653 murió la última señora Antonia Ruiz de Corella titular del condado de Cocentaina, el cual pasó en 1648 a su hijo el conde de Benavides, que lo retuvieron hasta el año 1805. El título recayó posteriormente en la Casa de Medinaceli (linaje Fernández de Córdoba (Priego)

[Suárez de Figueroa]).

 Ximén Pérez de Corella empezó como Copero del Rey Alfonso, pero pronto pasó a servirle militarmente en sus expediciones a las islas de Córcega y Cerdeña, y en la conquista de Nápoles, que por sus servicios le nombró Gobernador General de Valencia en 1429, Virrey vitalicio de la Ciudad y Reino de Valencia en 1430. En 1432 fue Capitán de la Armada expedicionaria a África. Fue embajador en Roma ante los Papas Eugenio IV y Nicolás V.

 Según los documentos arquitectónicos y los escritos, la primera construcción del alcázar podría situarse cronológicamente entre finales del siglo XIII y principios del XIV. Con la llegada de la familia Corella, condes de Cocentaina, a la antigua construcción medieval se añadieran elementos arquitectónicos propios de estilos más tardíos, principalmente del renacimiento y del barroco durante los siglos XVI y XVII. Actualmente es un edificio de planta cuadrada con tres torres que destacan al norte, sudeste y nordeste, en tanto que la situada al noroeste, reformada, queda entre los muros de un convento, el de Clarisas, fundado en el siglo XVII, y en el que se encuentra la antigua capilla del palacio, estancia decorada por los Corella como lo recuerdan sus armas, situadas en las tres claves de la bóveda de crucería que dividida en tres tramos la cubre.

 El escudo de la familia Corella se encuentra en la Sala Dorada de este palacio, situada en la torre del homenaje, con un techo ricamente ornamentado, y también en la iglesia del Convento de los Franciscanos, donde, hace siglos, los Corella se desplazaban para asistir a misa. Los espacios centrales están pintados con símbolos heráldicos de los Corella y los nueve reyes de Navarra, de los que se creían emparentados los primeros condes.

Cúpula de la sala Dorada del palacio condal

Cúpula de la sala Dorada del palacio condal

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Desde el año 1.442, cuando Ximén toma Nápoles para el rey de Aragón Alfonso V, éste le concede el uso de sus propias armas reales, es decir, las de Aragón y las Dos Sicilias: dos o cuatro barras por la corona de Aragón y cuatro barras y las dos águilas de la Casa de Suabia por las Sicilias. Además, por ser el conquistador de Nápoles también pudo incorporar a sus armas la heráldica napolitana: sembrado de lises de la Casa de Anjou, y la cruz de Tierra Santa, del pretendido reino de Jerusalén. A todos esos elementos hay que unirles las armas propias de Ximén: barras como las de Aragón y una campana y el mote Sdevenido.

 Publicado en el blog «Hidalgos en la Historia» cuyo blogmaster es D. J. Manuel Huidobro

 http://hidalgosenlahistoria.blogspot.com.es/

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