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Archivos diarios: 11 mayo, 2016

11 05, 2016

LA VUELTA DEL SOMBRERO; por D. José María Montells y Galán, Vizconde de Portadiei

Por |2020-11-13T03:39:39+01:00miércoles, mayo 11, 2016|

Sin título

 

Hará cosa de dos años o algo más publiqué en el blog Salón del Trono de mi querido y admirado amigo Daniel García Riol, el artículo que sigue, en elogio del sombrero. Hace poco una conocida me reconvino por usarlo. Me dijo que llevar sombrero es una cursilería. Lo vuelvo a publicar para convencerla de que no siempre es despreciable, aunque es de la raza de las irreductibles y me pega a mí, por esas cosas que no sabes pero que te figuras, que vota a los revolucionarios de nuevo cuño.

LA VUELTA DEL SOMBRERO

Impelido por el entusiasmo del marqués de la Floresta, escribí hace ya tiempo, alguna cosa sobre indumentaria para su espléndida revista Cuadernos de Ayala , que cosechó división de opiniones, como en los toros. Es natural, mis críticas al descuido en el atuendo, no son del gusto de todos. Hubo quién me preguntó si estaba de broma porque recomendé vivamente el uso del frac y del smoking para determinadas ocasiones.

El estudio de la manera de vestir y de la propia vestimenta forma parte de la Emblemática y no está tan alejado de nuestras ciencias. El traje es también un símbolo. Hoy, la uniformización del atuendo, no ha logrado acabar con su función de identificación social. Todos entendemos sus señales, aunque las ignoremos cínicamente.

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Ahora, unas amigas, jóvenes y guapas todas ellas, sabedoras de mi vieja devoción por el sombrero, me hacen el obsequio de un bombín, al más puro estilo de Charlot.

El bombín o también hongo, es un sombrero de fieltro semiesférico con el ala redonda que tiene un origen aristocrático: lo diseñó allá por 1850, Sir Thomas Coke, II Conde de Leicester, harto de que sus guardabosques se dieran en la cabeza con las ramas más bajas de los árboles, abedules o castaños de Indias, mientras montaban a caballo. De ahí su dureza.

Pronto fue adoptado como una opción intermedia entre la chistera y los sombreros flexibles. Aunque se le asocia con los ejecutivos de la City, la verdad es que, en nuestros días, se ven pocos hongos en Londres. Quien lo llevaba con mucho salero era don Manuel Fraga Iribarne, que en paz descanse, cuando embajador ante la Graciosa Majestad de Isabel II. No digamos en Madrid, donde el uso del sombrero ha ido disminuyendo hasta el triunfo total del sinsombrerismo del siglo XX. En España, el bombín se utilizó tanto por la nobleza (el Conde de Romanones, por ejemplo) como por los castizos madrileños de las clases medias bajas (He visto una foto de Pablo Iglesias muy solemne con el susodicho), pero cayó en desuso después de la guerra civil. 

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Pese a todo ello, observo gozoso que cada día que pasa hay, en muchos hombres de mediana edad y aún jóvenes indignados, una vuelta al sombrero. Será influencia del cantautor Joaquín Sabina, que utiliza el bombín en sus actuaciones o el convencimiento, lento pero seguro, de que el sombrero es muy práctico para las temperaturas extremas del verano o el invierno que acostumbramos a sufrir en España. Ya es hora de añadir sensatez a nuestra vestimenta. Un hecho constatado es que desde que uso sombrero de manera cotidiana, me enfrío menos.

Para el crudo invierno hay donde elegir: desde el homburg a los flexibles, el surtido es infinito. A mí me gusta mucho el homburg, que es un sombrero que utilizo desde hace muchísimo tiempo. Le tengo especial cariño, a uno gris, igualito que el que usaba Winston Churchill o don José Ortega y Gasset, por poner un español de postín, que compré en el año del pum en una sombrerería de la Carrera de San Jerónimo, hoy desaparecida. Con él, monóculo y bastón, apabullé a un director de sucursal bancaria que me tenía inquina financiera y se negaba a facilitarme un crédito. Al final lo conseguí. No fue por mi fiabilidad, sino por un milagro de la indumentaria, que atribuyo principalmente al homburg. Otorga respetabilidad.

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Para los que no lo sepan, el homburg es un sombrero de fieltro caracterizado por una abolladura única que recorre el centro de la copa y de ala fija ajustada hacia arriba. Para ilustrarlo mejor, he rebuscado en mis fotos y he encontrado la que acompaña estas líneas. Está tomada en Estocolmo, en el 2000, en la ocasión de mi ingreso en la Orden del Amarante.

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Cuando viví en Bruselas, me merqué un fedora camel muy aparente. El fedora es un flexible de fieltro de lana. Allí el uso del sombrero es más frecuente que en nuestro país. Por el frío, sin duda. El fedora abriga y resguarda de la lluvia. Como había leído en Cunqueiro que el sombrero del mago Merlín hablaba, yo tengo charlado mucho al fedora, pero debe ser de la raza de los pasivos, porque no contesta. Bien que lo siento.

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Al borsalino azul que me regalaron mis hijos también le tengo querencia. Es un flexible de fieltro de tejón, con forma triangular en la copa, muy de Humphrey Bogart y los gangsters de las películas en blanco y negro. Me gusta mucho, pero no le hablo.

Para sport, me pongo uno de cuadros ingleses, muy de lluvia o un flexible verde de caza, británico de buena calidad, que me da un cierto aire de Indiana Jones o quizá de sátiro de Badajoz bien mirado.

En el verano, aconsejo el canotier, tal como lo llevaba el general Millán Astray de paisano. Es un sombrero de paja de copa recta, parte superior plana y ala corta, también recta y rígida, normalmente adornado con una cinta de color, o negra. Si se ladea un poco queda menos ostentoso. Confieso que el canotier falta en mi extensa colección de sombreros. No tengo empacho en admitir que ponérmelo me da cierta vergüenza, aunque tengo la edad precisa para lucirlo, al menos eso decía Charles Boyer cuando cumplió los sesenta y no se le resistía la belleza de Martine Carol.

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La cierto es que, para el estío, llevo el panamá o jipijapa, que pese al nombre se fabrica en Ecuador. Tengo varios. El mejor me lo compré en San Juan de Puerto Rico, hace ya una eternidad. En Madrid, se encuentran algunos de gran calidad. Básicamente, el panamá es un flexible de paja, de ala baja. A mí me gustan los que tienen un pellizco central que recorre la copa. En Venecia, el año pasado, con un sol de justicia torturando mi laica tonsura, adquirí uno, malillo, de paja trenzada, muy aireado y fresco, que en estas calendas uso casi a diario. Hay testimonio gráfico.

Cuando cumplí los cincuenta, los compañeros me regalaron un salacot con la sana intención de que no me lo pusiera, Me lo pongo en mi casa de El Escorial, donde el niño de un vecino me insiste en que cubra mi cabeza con el gorro de cazador de leones. El salacot nació en Filipinas, lo divulgamos los españoles y se lo apropiaron los ingleses. Isabel II, en cuanto pasaban Despeñaperros, le decía a su marido don Francisco de Asís que se pusiera el salacot, pero el Rey consorte prefería el jipijapa, quizá por llevar la contraria.

No tengo constancia de que los reyes contemporáneos de Europa lleven sombrero. El que los lucía con mucho donaire era Olaf V de Noruega. Sea como sea, me malicio que volveremos a verles. Uno desea que las cabezas coronadas vuelvan donde solían. Así sea.

11 05, 2016

Origen de la Orden de los Caballeros Ballesteros de la Santa Cruz del Rey Fernando III

Por |2020-11-13T03:39:39+01:00miércoles, mayo 11, 2016|

Fuente: http://www.elmonarquico.com/texto-diario/mostrar/400509/origen-de-la-orden-de-los-caballeros-ballesteros-de-la-santa-cruz-del-rey-fernando-iii 454848   Editorial | Sábado, 30 de enero de 2016

Origen de la Orden de los Caballeros Ballesteros de la Santa Cruz del Rey Fernando III

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Por un momento, los cristianos olvidaron sus disensiones de linaje, sus peleas territoriales y tuvieron un objetivo común y por fin vencieron a los musulmanes.

El 16 de julio de 1212, la coalición cristiana formada por unos 70.000 soldados , encabezada por Castilla, derrotó a los 120.000 musulmanes del imperio almohades en el norte de la provincia de Jaén, junto a Despeñaperros. Aquella victoria marcó el declive musulmán e inicio de la fase final de la Reconquista.

La guerra nos acerca a la gloria tanto como la tragedia; sobre el campo de batalla, miles de cuerpos sembraban y teñían de sangre los campos de las Navas de Tolosa.

Es la tarde del 16 de julio de 1212, Alfonso VIII junto al Arzobispo de Toledo, don Rodrigo Jiménez de Rada, recorren impávidos el campo del horror, la batalla había apenas durado unas horas y todo era ya desolación y muerte.

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En efecto la Batalla de las Navas de Tolosa fue la hecatombe para el imperio Almohade en la Península Ibérica. Con esta histórica victoria de la alianza cristiana se había iniciado el declive del dominio musulmán de España. La Batalla de las Navas de Tolosa, fue sin duda, la batalla más importante de la Reconquista.

Tras la batalla, quedaron como custodios de tan Santo Lugar, caballeros de diversos linajes y distinta procedencia europea.

Dichos caballeros protegían el Paso de la Losa, lugar estratégico que ha unido hasta nuestros días el norte con el sur de la Península Ibérica.

Al morir de forma inesperada el noble rey Don Alfonso VIII, es su nieto Fernando III el Santo, quien funda la MILITIA SANCTAE CRUX dando nombre al conjunto de Caballeros que allí quedaron, y manda construir, junto a la ermita de la Santa Cruz y en el mismo campo de batalla, una venta “muy fortificada” (siendo la Casa de las Órdenes parte de ella), para que se alojen la coalición de caballeros bajo el estandarte de la Milicia Santa Cruz, con la noble misión de cobijar y proteger a todo aquel peregrino que visitara estos gloriosos lugares y velar por los monjes encargados de cuidar la ermita. Custodiar la ermita y la venta fortificada que sirvieron para albergar el camposanto de los “Héroes de las Navas” y las reliquias (corona, espada y cetro del noble rey Don Alfonso VIII, bandera apresada a los almohades donde está representada la Señal del Cielo, Casulla con la que ofició misa el Arzobispo Don Rodrigo Ximénez de Rada, “el Lábaro” de la Cruzada de las Navas de Tolosa, la Cruz del Arzobispo de Toledo Don Rodrigo…). 

Vivieron en una situación de guerra permanente, sufriendo un ambiente bélico, como caballeros de frontera, no sólo luchando al principio contra las incursiones de morisma peligrosa, incluso más tarde contra “cristianos” de mala fe que asaltaban y robaban a los peregrinos y viajeros.

Algunos de estos caballeros partieron en 1234 para participar junto con la colaboración de los Caballeros de Santiago, Alcántara y las huestes del obispo de Plasencia en la reconquista de Extremadura.

«En la caballería se puede percibir las virtudes cívicas que forjaron  grandes hombres, en ejemplar disciplina, valerosos en comportamiento ante las adversidades, leales para con sus parientes y amigos, un espíritu vivo por la historia y la cultura, unidos o asociados a la propia estirpe, una silenciosa participación en obras de beneficencia pública, discretos solidarios con los necesitados y un rechazo de lo trivial, ostentoso y vulgar.«

 

Además de estos caballeros, alrededor de un siglo después de tan gran batalla, se creó un cuerpo de ballesteros, cuerpo de soldados profesionales de origen villano o campesino, ubicados en las villas del Viso del Marqués, Vilches, Linares, Baños de la Encina, Úbeda y Baeza, etc., que protegieron a peregrinos en los caminos de acceso a estos santos lugares.

A diferencia que el oficio de las armas lo ejercían los caballeros desde su infancia, los caballeros consideraban que el uso de la ballesta era un “arma de cobardes” o de personas poco adiestradas en el uso de las armas y que no daban opción de defensa al caballero. El segundo concilio de Letran prohibió el uso de las mismas contra los cristianos.

Durante varios siglos estos Caballeros y el mismo día de la batalla (16 de julio), celebraban y conmemoraban en dicho lugar, homenaje, a la gran epopeya de la Cristiandad.

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En el año de celebración del VIII centenario de tan memorable batalla, varios caballeros de distintas órdenes, junto a entusiastas de esta gran cruzada “todos hombres libres”, decidieron por el antiguo procedimiento de la honorable regla de caballería, rescatar la tradición antigua de custodia encomendada por el Santo Rey Fernando III, como la misma misión inicial a estos humildes caballeros, es decir, proteger y recordar estos Santos y Gloriosos lugares, para las generaciones presentes y venideras.

En el siglo XXI, la misión de los Caballeros de las Navas, es recuperar humildemente, la tradición histórica de la gloriosa batalla, así como la dimensión espiritual de dichos hechos de armas, como elementos de la propia identidad patria.

Hoy en día las espadas, se usan para los honores. La acción la emprenden la pluma y el papel, donde queda plasmada la historia en letras para siempre.

Casa de las órdenes en Santa Elena -Provincia de Jaén -

Casa de las órdenes en Santa Elena -Provincia de Jaén –

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