El primer poseedor de un exlibris en la Península Ibérica: El canónigo barcelonés Francisco Tarafa (1495-1556); por el Dr. D. Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila, Vizconde de Ayala
Artículo del Dr. D. Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila, Vizconde de Ayala y Marqués de la Floresta
El primer poseedor de un exlibris en la Península Ibérica:
El canónigo barcelonés Francisco Tarafa
(1495-1556)
Dr. D. Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila, Vizconde de Ayala
Antecedentes, precedentes y contexto histórico
Recordaré brevemente que las señales de propiedad de un libro -manuscritas o sigilográficas- son muy antiguas, y se remontan al antiguo Egipto, continuándose a lo largo de los siglos con ese mismo uso. Así, por ejemplo, en Baviera, hacia el año de 1188, Federico I ya usaba un exlibris de tipo manuscrito. Y en toda la Península Ibérica se conocen esas marcas manuscritas a partir del siglo XIII. Muchas de ellas incluso conminatorias contra el robo o la sustracción del libro en cuestión: Hic liber est meus, quem mihi dedit Deus (este libro es mío, que Dios me lo dio); Hic liber est meus. Testis est Deus. Qui eum rapiat, diabolus capiat (Este libro es mío. Dios es testigo. Quien me lo robe lo lleve el diablo); o incluso Qui me furtatur, mala morte moriatur (Quien me robe tenga una mala muerte). En esta misma costumbre cultural se encuadra el mandato identificatorio de Hernando Colón, hijo del Descubridor y el más insigne bibliófilo de la Europa de su tiempo -su Biblioteca Fernandina, hoy Colombina, en Sevilla, fue la más grande de toda la Europa renacentista-, cuando ordenó que en la primera hoja de los 15.344 volúmenes que formaron su librería, se hiciese constar que Don Fernando Colón, hijo de Christóval Colón, primero almirante que descubrió las Yndias, dexó este libro para vso y provecho de todos sus próximos. Rogad a Dios por él.
Sin embargo, el exlibris, tal y como hoy lo conocemos, aparece junto con la imprenta en la Alemania de mediados del siglo XV, ya que el exlibris, como señal de propiedad, se considera tal cuando se realiza y se aplica mediante un artefacto externo o matriz reproductora. Se trata de lo que denominamos un hecho general de civilización, y por eso pronto se extendió a toda el área germánica, y desde allí a la Italia renacentista, desde donde irradió al resto de la Europa occidental. La Península Ibérica siguió a su debido tiempo esas corrientes culturales y artística, y cuenta con una amplia tradición exlibrista, por otra parte bien estudiada por los tratadistas, como Francisco Vindel y Juan Delgado, en España; y Fausto Moreira Rato, Sergio Avelar, Segismundo Pinto y Luis Farinha Franco, entre otros muchos, en Portugal.
El primer exlibris parece ser el del bávaro Johannes Hans Knabensberg, apodado Igler (el que caza erizos o puercoespines), que fue capellán de la familia von Schönstett; se data hacia 1450 -notemos que se data apenas diez años después de la aparición de la imprenta-, y consiste en una sencilla xilografía o grabado en madera, que muestra precisamente un erizo con una flor en la boca, rodeado por la leyenda Hans Igler, das dich ein Igel kuss (Hans Igler, que te bese un erizo).
Sin embargo, siguiendo a Warnecke, parece más cierto que el primer exlibris propiamente dicho sea el que perteneció al monje cisterciense Hilpbrand de Biberach, que ostenta el escudo de armas de la familia de Brandenburgo, y que se data en los años de 1470-1480. Por otra parte, no es de olvidar que Gustav Amweg, en su estudio sobre los exlibris del antiguo obispado de Basilea, defiende que el exlibris más antiguo haya sido el de Guillaume Grimaitre, un clérigo y capellán originario de Neueville, en Lausana, todavía parte del Sacro Imperio Romano Germánico.
El caso es que enseguida el exlibris se extendió por toda Alemania y la Suiza germana -de 1480 data el de Gerold Edlibach-, y algunos grandes artistas y pintores como Hans Holbein o Alberto Durero, diseñaron exlibris: así, el del humanista Willibald Pirckheimer y su consorte Crescencia Rieter, realizado hacia 1501-1503; y el de Hieronimus Ebner von Eschenbach, juez de Nuremberg y amigo de Lutero, realizado en 1516; ambos diseñados por el gran Durero.
Pronto la moda del uso de los exlibris -que fue, ante todo, eso: una moda, un uso social considerado como un signo de distinción y de elegancia, como también lo era entonces la posesión de libros y librerías- se extendió por toda Europa occidental. El exlibris inglés más antiguo es el del Cardenal Wolsey (se data entre 1515 y 1530); aunque otros autores señalan el de sir Nicholas Bacon, de la librería de la Universidad de Cambridge. El exlibris francés más antiguo es el de Jean-Bertaud de La Tour Blanche (1529), en el que se representa al apóstol San Juan; y le sigue en el tiempo el de Charles d’Ailleboust, obispo de Autun, de 1574.
Y el ex libris italiano más antiguo es el que perteneció a monseñor Cesare, dei Conti Gambara (Brescia, 1516-1591), obispo de Tortona, que es xilográfico, muestra un jeroglífico paraheráldico de su nombre, y está datado después de 1548; fue seguido por el de Nicolò Pelli, jurisconsulto de Pistoia establecido en Pisa, que también es una xilografía heráldica, labrada en 1559. De los primeros exlibris portugueses hablaré más adelante.
El exlibris del canónigo Francisco Tarafa
Recordemos ya al feliz propietario del primer exlibris ibérico, y su no menos afortunada trayectoria vital: Francisco Tarafa -y no Francesc, como se empecinan en llamarle los incultos catalanistas-, nacido en Llerona, hoy provincia de Barcelona, hacia 1495, y muerto en Roma en 1556. Archivero de la catedral de Barcelona desde 1532, canónigo de la misma sede desde 1543, y prior de Santa María de Manlleu entre 1544 y 1556, Tarafa fue un personaje muy destacado en la Barcelona de su época, y un no menos destacado humanista.
Del canónigo Tarafa se conocen varias obras, tales las tituladas Cronica de cavallers catalans (que corrió enseguida manuscrita, y que no se editó hasta los años de 1952-1954); De origine ac rebus gestis Regum Hispaniae liber, multarum rerum cognitione refertus (un estudio sobre el origen de los reyes hispanos, que también corrió manuscrita hasta que se imprimió en Amberes en 1553, y en Colonia en 1557, y por fin en Barcelona en 1562, ya traducida al castellano); y Rerum Hispaniae memorabilium annales, en colaboración con Joannes Vaseo (impreso en Colonia en 1577). Conocemos algunas otras obras que permanecieron inéditas; y en la colección epistolográfica del cardenal Granvela, conservada en la Real Biblioteca madrileña, se conservan algunas interesantes menciones a nuestro canónigo, a más de dos cartas de éste al cardenal, fechadas en Roma en el mismo año de su muerte, en que aludía a los estudios y obras en que entonces estaba ocupado.
El exlibris de Tarafa, según la catalogación y reproducción hecha por Francisco Vindel, es de carácter xilográfico, talla en madera de 62×76 mm, y muestra una forma oval en cuya doble orla se puede leer Bibliotheca Francisci Tarapha Canonici Barchi (Biblioteca de Francisco Tarafa, canónigo de Barcelona), y en el centro muestra las conocidas armerías de la familia de Tarafa -blasonadas por el propio Tarafa como un escudo de veros de plata y azur, cargados de una faja de oro con un tao de sable-, y la fecha de 1553.
Esas mismas armerías de los Tarafa pueden verse en la portada de la llamada Casa de Canonges barcelonesa, así como en el claustro de Santa María de Manlleu, construido por su sobrino y sucesor en aquel priorato.
Tal es el más antiguo exlibris ibérico conocido, y tal fue su propietario.
El siguiente exlibris español es también bastante remoto, puesto que se data en 1568: es el que usó Francisco Peña.