ALATRISTE EN VENECIA.

Por |2020-11-13T03:47:21+01:00miércoles, noviembre 23, 2011|

Por José María de Montells y Galán, Heraldo Mayor de esta Casa Troncal.
Hace muy poco se presentó en el Colegio Heráldico de España y de las Indias, mi último libro La Cruz de Sinople, sobre la orden de San Lázaro. La incisiva y genial presentación corrió cargo de un amigo, Daniel García Riol, un caballero de los pies a la cabeza, una contrafigura de Alatriste, por lo afectuoso y cordial, que es de los que se leen la obra antes de presentarla (una raza en extinción) y que puso mi libro por las nubes. No se lo he agradecido lo bastante. Asistió también el Gran Maestre de la Religión, don Carlos Gereda de Borbón, siempre dispuesto a contribuir al mayor conocimiento de la orden lazarista. Tuvo palabras de alabanza hacia mi obra, que se deben más a su generosidad que a mis méritos. Mi libro es esencialmente un trabajo sobre la caballería de la Cruz Verde en el siglo XX. Una recopilación de artículos, inéditos los unos y publicados otros, con dos erratas imperdonables (ya lo dije en este mismo blog) que me amargaron en parte, el gozo de ver un nuevo libro, hecho y derecho.
Coincidió todo aquello con mi reciente visita a la exposición de un pintor catalán Augusto Ferrer Dalmau, en el edificio de la antigua Capitanía General de Madrid. Ferrer Dalmau es un maestro de la pintura. Un Velázquez no hubiese pintado nuestra derrota en Rocroi, tan cabalmente como Ferrer Dalmau. Lo digo con el corazón. El cuadro refleja a un puñado de infantes españoles de los tercios que esperan impasibles la carga de los franceses. Seguro que entre los galos hubo lazaristas. Esta es una ocasión en la que no me siento solidario con mis hermanos de hábito, quizá la única. Un lienzo velazqueño que, como una fotografía actual, retratase a la España inmortal.
Rocroi, el último tercio de Ferrer Dalmau (fragmento).
 Las picas victoriosas de Breda se tornan altivas lanzas en Rocroi. Ahí están castellanos, catalanes, asturianos, andaluces o gallegos, igual da, todos a una, esperando que la Parca les agasaje con su sonrisa eterna. No tiemblan, no desesperan, no muestran temor. La procesión va por dentro. Y venderán caras sus vidas. Ya dije en otra ocasión que España es algo más que una nación de naciones, es una Patria. Para aquellos que tengan dudas, tengo para mí que una Patria es un sistema de complicidades históricas y de certezas íntimas, un conjunto de secretos conocidos colectivamente, una tupida red de emociones vividas en común. España posee unos rasgos propios, únicos, insustituibles que conforman su singularidad en la historia y en el mundo. En el cuadro de Ferrer Dalmau se ve a los hijos de España aguardando su destino. Héroes olvidados y perdidos en los desvanes de la memoria colectiva. Estos soldados no es que fuesen los mejores infantes del mundo, es que se sabían los mejores infantes del mundo. El lienzo refleja fielmente la reciedumbre y la serenidad de los españoles ante la derrota. Con su contemplación, me rondan el caletre, aquellos versos formidables:
¡Por España! y el que quiera
defenderla honrado muera
y el que, traidor, la abandone,
no tenga quien le perdone,
ni en tierra santo cobijo
ni una cruz en sus despojos,
ni las manos de un buen hijo
para cerrarle los ojos.
Un catalán como Ferrer Dalmau tenía que ser quien contase la hazaña. Contra los cantos de sirena de los que niegan la Historia, Ferrer Dalmau pinta las gestas de España. Él es un artista excelso, un retratista sublime, un creador insigne. Un Cusachs del siglo XXI que no cuenta con el beneplácito de esa progresía que cuelga mamarrachadas en los museos pagados por todos. El signo de los tiempos.
La obra de Ferrer Dalmau remite irremediablemente a Alatriste, el personaje de Arturo Pérez Reverte. Acabo de leer la última entrega del capitán Alatriste situada en Venecia. Se titula El puente de los asesinos. Acontece que estuve en Venecia el pasado mes de Junio, por capricho de mi santa, que llevaba años queriendo visitarla y no pensaba escribir nada sobre aquella escapada.
Portada de  El Puente de los Asesinos.
Venecia me pareció un decorado. Una ficción italiana. Una ciudad de atrezzo, hollywoodense y falsa, llena de guiris insufribles y molestos puentes. Patear Venecia es terminar hecho cisco. Un sube y baja continuo que no compensa. Ya se sabe que viajar no es lo mío. Para conocer el Gran Canal y la plaza de San Marcos, me basta con ver la televisión. Un carcamal como yo, se conforma con poco, con tal de no fatigarse. El vaporetto tan admirado por los turistas, tan romántico, no es más que una cafetera bamboleante y furiosa. Decididamente no me gustó Venecia, de la que sólo salvaría el Museo Fortuny y el palacio del Dogo. De Mariano Fortuny y Madrazo, otro artista catalán, (aunque nacido en Granada) hijo del genial reusense Mariano Fortuny, sabemos poco. Fue pintor, fotógrafo, escenográfo, arquitecto y un sinfín de cosas más, todas relacionadas con el Arte. Especialmente importante fue su contribución al mundo de la moda, recuperando la indumentaria de la Grecia clásica (un retorno a los pliegues finísimos) y su aportación al diseño de telas. Sus rupturistas detalles y bocetos se pueden ver en el citado Museo veneciano, un palacio donde vivió y que su viuda donó a la ciudad de los canales.
Fortuny y Madrazo.
En esta séptima entrega de Alatriste viene muy bien descrita, entre la neblina y la mugre, la Republica de San Marcos de los mercachifles. El capitán está inmerso en una conjura para derrocar a un Dux contrario a los intereses del Rey. Es, como todas las aventuras de Alatriste, una intriga casi detectivesca y un canto. Un canto a España. No comparto con Pérez Reverte, esa amargura tan ácida que le caracteriza. El autor se decanta por una España heroica y leal, aunque acaso demasiado tétrica y miserable. No hay tal. Aquí se invento la fiesta. Pobres pero honrados. Contra la adversidad, no solamente la severa hidalguía, también la alegría. Si bien a Pérez Reverte siempre le salva su visión de la España grandiosa que fuimos. Y eso es de agradecer, porque con tanta modernidad y tanta gaita, nos hemos olvidado de nuestra historia y me parece a mí, que debemos recordarla a cada paso, por no perder el norte. Somos, en gran medida, lo que fuimos.
No veo en El puente de los asesinos, referencia alguna a la Ostería Ai Assassini, donde comí este verano las mejores sarde in saor de la ciudad, unas sardinas marinadas y encebolladas con un algo de vino blanco, imaginativas y delicadas, que constituyen el plato véneto por excelencia. La hostería está muy cerca del puente. Es garito gozoso. Pienso que el capitán no estuvo nunca en la taberna. Por lo menos no lo consigna Pérez Reverte, tan minucioso. Me resulta penoso que Alatriste no catase las sardinas. Unas buenas sardinas venecianas antes de apiolarse al capitán de la guardia del Dux, es algo que recomiendo a todo quisque. Es de los recuerdos más gratos de Venecia. Entiéndase bien; me refiero a las sardinas, claro está. Por esas sardinas, Venecia no me resultó del todo infame.
Alatriste.
Los españoles de Rocroi, los que retratase Ferrer Dalmau, las comieron a la alemana, como los bálticos preparan el arenque. Estos es: Cortadas en filetes y enrolladas a un pepinillo. Dicen que las sardinas así preparadas intervienen en la producción de enzimas en el hígado y de hormonas sexuales y suprarrenales. ¡Qué cosas! Ahora que se sabe, algún autor de fuste escribirá que el coraje de los tercios les viene del comer sardinas. Pero no es cierto, yo soy degustador y no he notado nada. Y eso que he escrito mucho en defensa de una caballería muy calumniada y algunos, políticamente correctos, me han dicho que me la estoy jugando.