ORDINE DELLA LAME SCALIGERE O UN PASEO POR VERONA.

Por |2020-11-13T03:47:57+01:00jueves, junio 30, 2011|

Por el Dr.D.José María de Montells y Galán. Heraldo Mayor de esta Casa Troncal.
Estoy cierto que Giulietta Capuleto sería una moza no muy alta, proporcionada de formas, el rostro refulgente y sonreídor. Una guapa mocita. Tendría la dorada melena recogida en una larga trenza a la moda florentina y una mirada radiante, tal que una modelo del Ghirlandaio. De haberla conocido, Otelo la habría deseado y Desdémona sólo sería un lejano recuerdo. He visto su casa y el balcón desde donde figura que pelaba la pava con Romeo. En el patio, está su estatua de bronce donde los guiris se hacen fotos y la soban groseramente. Se me antoja que el síndico debiera ordenar que se entrase como en una iglesia, las señoras, con velo y los hombres, cumplidos, pero aquí todo el mundo habla a gritos y ríen a risotadas y no manifiestan el menor recato. Los mercachifles, una vez más, se han adueñado del templo.
Balcón de Giulietta
Resulta que yo he venido a Verona con mi santa, por pasear sus calles, donde, una vez, se cruzaron sus miradas. La de Romeo sería ardiente y apasionada, la de ella, candorosa y gentil. He venido peregrino a evocar la más hermosa historia de amor que imaginar se pueda y me he encontrado un cáliz de belleza. Una copa de oro incrustada de piedras preciosas, porque eso es Verona, una ciudad que los siglos han ido construyendo a la medida de la dimensión humana. Al contrario de Venecia, Verona no es un decorado.
Sentado frente al anfiteatro Arena, he oído el rugido de las turbas romanas, mientras saboreaba un café. A nuestro lado, Catulo declama unos versos. Tiene las manos grandes y los ojos acuosos. Cuando recita, las viejas palabras latinas suspendidas en el límpido aire, parécenme flores que coronaran su ancha frente. Quizá un jardín encantado.
A las puertas de Santa María la Antigua, los imponentes mausoleos góticos de los señores de Verona, los Scalla, me saludan. Son las arcas escalígeras.
Arcas Ecalígeras.
He sentido, como un escalofrío, el filo de su acero muy cerca de mí. Son belicosos estos Scalla de Verona que tienen por señal heráldica, una escalera de oro, en campo de gules. La que ahora llevan en sus camisetas los tifosi del Hellas Verona, el equipo de fútbol de la ciudad.
De Cangrande II de la Scalla, Canis rabidus, el perro rabioso, (como fue conocido por los veroneses) se cuenta que mato a su hermano Fregnano, con una afilada daga, mientras le citaba en el infierno. Allí nos veremos, le aseguró fieramente, cuando asestaba la puñalada postrera y sonreía.
Cangrande II
El infierno que Dante Alighieri dividió en siete estancias, una de ellas escrita, a lo que parece en Verona, durante su exilio de la patria florentina. El poeta estuvo de invitado de Bartolomeo dalla Scalla, otro airado escalígero, que en él, seguramente, encontraría inspiración. Dante tiene estatua aquí. Contemplando su severa factura en la hermosa plaza de la Señoría, no hemos homenajeado, mi dama doña Rosalina y yo, en el Caffe Antico di Dante, con una comida de las que hacen época. Mi atún a la plancha, servido con piñones y rodajas de naranja, tenía las maneras de un gran señor. Me acompañó en la delicia de ultimarle, un honesto prosecco de finas burbujas, elegante como un príncipe y ligero como la brisa de la mañana. Mi mujer, a su vez, dio buena cuenta de unas homéricas chuletas de cordero a la menta, tiernas y jugosas, alimento ya muy festejado por los viajeros ingleses del XIX, tan ávidos de la buena cocina.
Escudo del Arca de Máximo II.
Pero nada como la visión de la Piazza delle Erbe, de las especias, de las hierbas aromáticas, donde puso casa y comercio el veneciano Marco Polo que trajo aquí la canela de China, el azafrán de Samarkanda, la pimienta de Calcuta, la canela o el clavo. Es la más jubilosa explanada que recuerde la memoria mía. Un milagro que debería haber pintado el Veronés.
Pero Verona tiene además una sorpresa o eso creía, para los que, como yo, nos interesamos por la Caballería. La Orden de la Hoja Escalígera. Reconozco que un amigo italiano me había deslumbrado en Madrid con la mención, en una conversación sobre órdenes desaparecidas, de la dicha corporación. Lame en italiano es la hoja de la espada. La espada de doble filo de los grandes Scalla. Cuando le escuché, había figurado para la orden, un Gran Maestre bigotudo y terrible. Un hombre iracundo descendiente tal vez del perro rabioso.
Vine también a Verona, no sólo a evocar los amores de Romeo y Giulietta, que también, sino con el secreto y emboscado propósito de descubrir todo lo que pudiese sobre la ecuestre compañía. Como quien no quiere la cosa, pregunté aquí y allá, pero en vano, o sea que mi gozo en un pozo. No existe tal. Mi amigo italiano me había llevado al huerto y me la había dado con queso. Piqué como un inocente imberbe.
La Arena.
Entiéndaseme bien. Existe, claro que sí, una magnífica y poderosa Orden de la Hoja Escalígera, pero no se trata de una corporación caballeresca ni nobiliaria, sino de una compañía de evocación militar de esgrima medieval. Sus miembros, todos ellos, maestros veroneses, se toman muy en serio su condición histórica y participan en eventos teatrales y operísticos, actividades culturales de todo tipo y concursos nacionales de esgrima. La esgrima como un arte de combate de caballeros y entre caballeros. No se me antoja otra cosa más propia para quien se estime a sí mismo hijodalgo. Es una iniciativa colosal. La Orden Escalígera, pienso, es una maravilla más de esta ciudad que ciñe por el breve talle, como si de una dama se tratase, el adusto y frío, río Adigio. Un verdadero caballero de antaño.