CAPITÁN FEDERICO CAPDEVILA MIÑANO: UN HÉROE DE SANGRE NUMANTINA
Por Enrique Sancho-Miñano (h)
«Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí,
el decoro de muchos hombres» (José Martí).
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El 27 de noviembre de 1871, durante la Guerra de los Diez Años (Cuba 1868-1878), se produjo en La Habana un hecho que elevaría al pedestal reservado a los héroes a un joven capitán español que, por su lado materno, llevaba sangre soriana, sangre de numantinos… raza de héroes. Aquel trágico día, como afirmaría años después Fermín Valdés, el capitán Federico Capdevila Miñano salvó la honra de España al defender la dignidad humana y, simultáneamente, se hizo acreedor del eterno agradecimiento del pueblo cubano.
Descendiente de numantinos, raza de héroes.
Federico Capdevila Miñano nació en Valencia el 17 de agosto de 1844. Su padre el coronel Medardo Capdevila Sorribas, era natural de Benabarre (Huesca-Aragón). Pero, por sus venas, también corría sangre soriana.
En efecto, doña Petra Sancho Miñano, la madre del héroe, había nacida en Narros (Soria) el 7 de junio de 1825, siendo hija legítima del coronel Rufo Sancho Miñano y Beltrán de Salazar, condecorado con la cruz de Iª clase de la Orden de San Fernando, y de doña Francisca Domínguez del Río y Buiza Toledo. Por ella, Federico venía de los Doce Linajes de Soria: de los Chancilleres y los Santa Cruz. Los de este último linaje, según la leyenda, serían descendientes del capitán Megara, caudillo de Numancia, ciudad conocida como el terror del imperio romano, “antes quemada por el fuego, que vencida por las armas”.
“El último día de Numancia”, de Alejo Vera (1880)
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También por su madre, Federico era vástago del gran tronco de doña Sevilla López de Villalobos, descendiente del rey don Alfonso IX, y considerada por Luís de Salazar y Castro como “…casi abuela universal de toda la antigua nobleza de Extremadura”.
El padre de Federico fue caballero de la Orden de Carlos III y de la Orden de Isabel la Católica, y por su valor distinguido en combate fue condecorado con la cruz de Iª clase de la Orden de San Fernando.
La Guerra de Cuba.
Federico ingresó como cadete en el Colegio de Infantería de la Reina el 30 de diciembre de 1859, de donde egresó el 1º de julio de 1862 con el grado de sub-teniente de infantería.
Fue asignado al Batallón de Cazadores de Barcelona, donde permaneció hasta marzo de 1866. De allí pasó a servir en el IIº Batallón de Tarragona, con el que pasó al Ejercito de Cuba, siendo ascendido a teniente. El 29 de septiembre de 1868 es ascendido al grado de capitán por gracia general. El 18 de diciembre de 1869 es capitán por mérito de guerra. El 24 de febrero de 1870 se le otorga el grado de Comandante, también por mérito de guerra. Su carrera como oficial era ciertamente prometedora.
Sin embargo, el destino lo encontró en La Habana un día 27 de noviembre de 1871, enfrentado –casi en soledad– con el Cuerpo de Soldados Voluntarios de La Habana, batallón que había sido creado como refuerzo de los regimientos españoles para luchar contra los revolucionarios cubanos. El Cuerpo de Voluntarios reclamaba la vida de 44 estudiantes de medicina, acusados falsamente de profanar la tumba de quien había sido su coronel, don Gonzalo Castañon, recientemente fallecido en un tiroteo con cubanos en Cayo Hueso (La Florida). El capitán Federico Capdevila Miñano, consciente de que se trataba de una venganza y de que los estudiantes eran absolutamente inocentes, no estaba dispuesto a permitir semejante crimen, aunque con ello fuera su vida.
Esta heroica conducta sería recordada por el prócer José Martí, cuando expresó que “España en aquella vergüenza no tuvo más que un hombre de honor: el generoso Capdevila, que donde haya españoles verdaderos, tendrá asiento mayor, –y donde haya cubanos”.
Tragedia en la habana.
La historia comenzó unos días antes, el 23 de noviembre, cuando los alumnos del primer año de Medicina de la Universidad de la Habana, entre los que había adolescentes de 14 y 16 años, antes de dirigirse a clases, comenzaron a jugar y hacer bromas en el cementerio cercano al anfiteatro donde tendrían clase de Anatomía. Algunos jugaron con una carretilla utilizada para transportar cadáveres a la sala de disección; otro cortó una flor.
Dos días después, el Gobernador de la Isla junto con la policía, se hizo presente en la clase y arrestó a todos los estudiantes de primer año de medicina, acusados de profanar la tumba del español Gonzalo Castañón, coronel de los Voluntarios de La Habana y propietario de un diario, recientemente fallecido en La Florida (EE.UU.) luego de un tiroteo con cubanos que se sintieron ofendidos por publicaciones vertidas en su periódico.
Gonzalo Castañón. |
El día 27 de noviembre de 1871 se constituyó un Consejo de Guerra para juzgar a los jóvenes estudiantes. Como abogado defensor de los estudiantes, se designó al capitán Federico Capdevila Miñano.
El juicio oral y público comenzó con la presencia de más de 2000 soldados voluntarios de La Habana, que a viva voz reclamaban la pena de muerte para los estudiantes.
Luego de leída la acusación del Fiscal, y presentadas las pruebas del supuesto delito, el capitán Capdevila Miñano tomó la palabra y, dirigiéndose al Tribunal, expresó enérgicamente lo siguiente:
“Triste, lamentable y esencialmente repugnante, es el acto de comparecer y elevar mi humilde voz ante este respetable Tribunal, reunido aquí, en esta fidelísima Antilla, por la violencia y por el frenesí de un puñado de revoltosos, pues ni aun de fanáticos puede conceptuárseles. Que hollando la equidad y la justicia, pisoteando el principio de autoridad, abusando de la fuerza, quieren sobreponerse a la sana razón: a la ley. Nunca jamás en mi vida podré conformarme con la petición de un caballero fiscal que ha sido impulsado, impelido, a condenar involuntariamente, sin convicción, sin prueba alguna, sin hechos, sin el más leve indicio sobre el ilusorio delito que únicamente de voz pública se ha propalado.
“Dolorosa y altamente sensible me es, que los que se llaman Voluntarios de La Habana hayan resuelto ayer y hoy dar su mano a los sediciosos que forman la Comunne de París, pues pretenden irreflexivamente convertirse en asesinos ¡y lo conseguirán!, si el Tribunal a quien suplico e imploro, no obra con la justicia, la equidad y la imparcialidad de que están revestidos. Si es necesario que nuestros compatriotas, nuestros hermanos bajo el seudónimo de voluntarios nos inmolen, será una gloria, una corona por parte nuestra para la nación española. Seamos inmolados, sacrificados, pero débiles, injustos, asesinos, ¡jamás! De lo contrario será un borrón que no habrá mano hábil que lo haga desaparecer.
“Mi obligación como español, mi sagrado deber como defensor, mi honra como caballero y mi pundonor como oficial, es proteger y amparar al inocente. ¡Y lo son mis 45 defendidos! Defender a esos niños que apenas han salido de la pubertad para entrar en esa edad juvenil en que no hay odios, no hay venganzas, no hay pasiones. En que como las pobres e inocentes mariposas revolotean de flor en flor aspirando su aroma, su esencia y su perfume, viviendo sólo de quiméricas ilusiones. ¿Qué van ustedes a esperar de un niño? ¿Puede llamárseles, juzgárseles como a hombres a los 14, 16 o 18 años poco más o menos? ¡No! Pero en la inadmisible suposición de que se les juzgue como a hombres: ¿Dónde está la acusación? ¿Dónde consta el delito que se les acrimina y supone?
“Señores: Desde la apertura del Sumario, he presenciado, he oído la lectura del parte, declaraciones y cargos verbales hechos. Y, o yo soy muy ignorante o nada absolutamente encuentro de culpabilidad. Antes de entrar en la sala, había oído infinitos rumores de que los alumnos o estudiantes de medicina habían cometido desacatos y sacrilegios en el cementerio. Pero en honor a la verdad, nada absolutamente aparece en las diligencias sumarias. ¿Dónde consta el delito, ese desacato sacrílego? Creo, y estoy firmemente convencido, que sólo germina en la imaginación obtusa que fermenta la embriaguez en un pequeño número de sediciosos.
“Señores: Ante todo somos honrados militares; somos caballeros. El honor es nuestro lema, nuestro orgullo, nuestra divisa. Con España siempre honra, siempre nobleza, siempre hidalguía. ¡Pero jamás bajezas, pasiones ni miedo! El militar pundonoroso muere en su puesto. Pues bien, ¡que nos asesinen!
“Los hombres de orden, de sociedad, las naciones, nos dedicarán un opúsculo, una inmortal memoria. He dicho”.
Ante estas duras y valientes palabras, los Voluntarios reaccionaron violentamente intentando agredir al capitán Capdevila Miñano, quien tuvo que extraer su sable para contenerlos. Ese fue el clima en que se desarrolló el juicio. Pero gracias a la decidida intervención de Federico, los estudiantes sólo fueron condenados a unos días de cárcel y penas de multa.
Sin embargo, ante las amenazas de los Voluntarios de La Habana, el Tribunal anuló la condena y volvió a juzgar a los estudiantes. De este nuevo juicio fue excluido el capitán Capdevila Miñano. Para conformar a los soldados de La Habana, el Tribunal condenó a muerte a ocho estudiantes: el niño que arrancó la flor, los cuatro estudiantes que jugaron con el carro, y tres elegidos por sorteo.
En la tarde del fatídico día 27 de noviembre de 1871, eran fusilados de dos en dos, de espaldas –como si se tratara de traidores– y con los ojos vendados, los inocentes estudiantes de medicina. El primero en ser fusilado fue el niño de la flor.
Fusilamiento de los estudiantes. |
Los voluntarios también pidieron la cabeza del capitán Capdevila Miñano, pero fue defendido por sus camaradas. Estando la situación fuera de control, el 29 de noviembre los superiores de Capdevila decidieron, ante el riesgo que corría su vida, trasladarlo fuera de La Habana, al 2º Batallón de Tarragona, que se encontraba en la ciudad de Sancti Spíritus.
Matrimonio y venganza de los Voluntarios de La Habana.
El 29 de octubre de 1873, Federico contrajo matrimonio en Sancti Spiritus con doña Isabel María de los Dolores Pina Estrada, hija de don Manuel Víctor Pina y doña Antonia María Estrada.
A pesar del tiempo transcurrido, los Voluntarios de La Habana no habían olvidado a este oficial que se atrevió a enfrentarlos, y las amenazas ahora recaían sobre su familia, situación que posiblemente motivó el traslado del capitán a la península.
El 17 de noviembre de 1876, a pocos días de un nuevo aniversario de la tragedia, Federico Capdevila Miñano regresó a La Habana con el grado de teniente coronel. El clima seguía siendo hostil hacia su figura. Los Voluntarios de La Habana tramaban una venganza, y esta llegaría en 1883 con el armado de una falsa causa penal. Inmediatamente fue recluido en prisión, donde contraería tuberculosis. La causa se dilató por más de 10 años, hasta que en 1893 el teniente coronel Capdevila Miñano fue pasado a retiro.
A los pocos meses de su retiro, Federico fue absuelto de la falsa acusación. Sin embargo esta absolución llegaba demasiado tarde; al teniente coronel Federico Capdevila Miñano no sólo le habían truncado su carrera, le habían dañado irreversiblemente su salud, a tal punto que por las afecciones contraídas en prisión, fallecería el día 1 de agosto de 1898, a la edad de 53 años.
Agradecimiento del pueblo cubano al héroe del 27 de noviembre.
Los restos del Tte. Cnl. Capdevila Miñano fueron trasladados en 1903 al cementero de La Habana, donde descansan junto a los ocho estudiantes fusilados, en el Panteón erigido en sus memorias.
Panteón donde descansan los restos de los estudiantes fusilados y del Tte. Cnl. Federico Capdevila Miñano (Foto del Sr. Artaud) |
En 1887 se creó un Comité para rendirle homenaje y obsequiarle una espada de honor con empuñadura de oro. El Tte. Cnl. Capdevila Miñano declinó aceptar, señalando que en aquel trágico día sólo había hecho lo que su honor le ordenaba; y propuso que se hiciera un mausoleo a los ocho estudiantes ejecutados. El Comité insistió y le obsequió la espada en nombre del pueblo cubano, con la siguiente leyenda grabada en la empuñadura: “Al Señor Federico Capdevila, el héroe del 27 de noviembre de 1871: Cuba agradecida”.
José Martí, el Prócer Nacional cubano, recordaría la conducta del capitán Capdevila Miñano, expresando que “España en aquella vergüenza no tuvo más que un hombre de honor: el generoso Capdevila, que donde haya españoles verdaderos, tendrá asiento mayor, –y donde haya cubanos”.
Busto del Tte. Cnl. Federico Capdevila Miñano.
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Fermín Valdés Domínguez, también Prócer cubano, y compañero de los infortunados estudiantes asesinados, dijo que: “El nombre de Capdevila es sagrado para los que en noviembre de 1871 le vimos dominar la furia de los amotinados”.
Monumento a los estudiantes fusilados.(Foto del Sr. Artaud) |
Para finalizar, es oportuno recordar un hecho que pone fuera de toda duda el patriotismo del Tte. Cnl. Capdevila Miñano. En 1898, poco antes de su muerte, un grupo de soldados del ejército revolucionario que pasaban vitoreando la bandera cubana, al cruzar frente a su casa –donde estaba parado- lo reconocieron e inmediatamente le llevaron la bandera para que la jurara, pero el digno oficial español respondió: “Me complace el contento de los cubanos; pero esa no es mi bandera: la mía es la española, y la llevo aquí, en mi corazón”.
Firma de Federico Capdevila Miñano (dorso de fotografía del 6 de enero de 1872, dedicada a sus tíos el cnel. Alejandro Sancho-Miñano y Da. Amalia García Quijano) |
Fuentes documentales y bibliográficas.
Expedientes personales del Tte. Cnl. Federico Capdevila Miñano, Sección Iª, legajo C-1119; y del Cnl. Medardo Capdevila Sorribas, Sección Iª, legajo C-1137, que se custodian en el Archivo General Militar de Segovia.
Valdés-Domínguez, Fermin, El 27 de noviembre de 1871, varias ediciones.
Guerra Ávila, María Julia, El héroe del 27 de noviembre de 1871. Trabajo facilitado por el Sr. Rubén Rodríguez, a quien agradecemos su gentileza.
Bernal Velázquez, Y.: España en Cuba, Federico Capdevila una página de honor y valentía, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, noviembre 2010, www.eumed.net/rev/cccss/10/ .