LA LEYENDA DE LAS TRES MANZANAS.
Por Bernardo Lozier Almazán, Presidente de Relaciones Internacionales del Capítulo de la República Argentina de esta Casa Troncal.
Cuenta la historia y la leyenda que por aquellos remotos tiempos de la Reconquista – siglo X – cuando los ríos Duero o Arlanza eran ocasionales fronteras de moros o cristianos, sus márgenes fueron escenario de cruentas lides y gestas heroicas en las que la victoria tan pronto favorecía a la Cruz como a la Media Luna que – a la sazón – tenían por defensores a aquellos dos casi legendarios adalides, el gran caudillo castellano Fernán González y el infatigable defensor del Islam, Ibn Abi Amiri, recordado como Almanzor, que en buen romance quiere decir «el victorioso de Alá».
Por aquella época, el conde Fernán González debió presentar batalla al tan temido Almanzor para arrebatarle las tierras comarcanas que ocupaba sobre el Arlanza. El castellano contaba con aguerrida y bien armada caballería a la que se le había sumado las mesnadas traídas por el poderoso ricohombre don Lope Díaz de Haro al que – veremos por que razón – dieronle el enigmático mote de «rico de manzanas y pobre de pan».1
Fernán González |
Como era de rigor, poco antes de que ambos ejércitos se enfrentaran con la fiereza que les infundían sus respectivos fanatismos, los cristianos debieron pronunciar aquella primitiva oración con la que impetraban la victoria: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, verdadero hombre, mira propicio a nuestro señor, tu siervo, y a tus ejércitos y acompáñales con tu fortaleza. Haz que por la virtud de tu nombre y de la invicta Cruz, la gente de los moros, que siempre y por todas partes te persigue, sea poderosamente vencida y conceda que, oprimida la fiereza de los bárbaros, con honor y alegría los nuestros vuelvan a nosotros…»2
Poco después aquellos castellanos, como asistidos desde lo Alto por el Arcángel Miguel, enristraron sus lanzas y picando espuelas se lanzaron sobre el enemigo, lidiando con tal bravura que lograron diezmar a las hordas del bravo Almanzor que debió abandonar el campo de batalla, dejándolo sembrado de moros sin vida, caballos sin jinetes, enseñas con la Media Luna, alfanjes, gumías y cimitarras teñidas de sangre, un rico botín y numerosos rehenes.
Así, palmo a palmo, se fueron ganando aquellas tierras para Castilla, que trocaron de mano repetidas veces tras el fragor de incontables y despiadadas batallas, en las que tanto las algarbas musulmanas enviaban a la Córdoba califal las cabezas de los vencidos, como la caballería cristiana volvía victoriosa arreando cautivos y cargando cuantiosos trofeos.
Tiempo después, luego de tan afortunado suceso, Lope Díaz de Haro, el «rico de manzanas y pobre de pan», pudo regresar al solar de sus ancestros y relatar las proezas vividas en aquellas tierras castellanas, que algún providencial pendolista de su tiempo tuvo a bien registrar para salvarlas del olvido.
Aquellos antiquísimos cronicones nos refieren que el conde Fernán González y quienes lo sucedieron continuaron lidiando contra el Islam ensanchando las tierras de Castilla en las que fue germinando el ser hispánico que se forjó al calor de la lucha que, con algunas interrupciones, se prolongó durante casi ocho siglos desde que don Pelayo la iniciara con la célebre victoria de Covadonga en el 718.
Siguió dando vueltas la inexorable rueda del tiempo, hasta que el año 1098 registró su paso por este mundo, cuando ya eran otros los continuadores de la epopeya hispánica, aunque muchos de ellos continuaban unidos con sus predecesores por los lazos de la sangre.
Ahora era Alfonso VI, el «imperatur totius Hispaniae», quien conducía las lanzas castellanas en su incontenible avance sobre el rosario de plazas fuertes que los moros contaban a lo largo del río Duero; por tal motivo el destino hizo que se encontrara -a la vuelta de un recodo de su cauce- ente las gallardas murallas de una ciudadela enclavada sobre la elevación natural que dominaba su entorno, reconocida con el sugestivo nombre de «Almazan», que en el idioma del Islam significa «lugar fortificado».3
La compañía de avanzada, que realizó un primer acercamiento para observar sus recios muros almenados y medir las posibilidades de un asalto, regresó con la convicción de que la empresa no dejaría de ser un hueso duro de roer.
No obstante, aquella desafiante atalaya no logró arredrar la voluntad de Alfonso VI – no en balde llamado «el Bravo» – quien, antes de presentar batalla, dispuso ponerle sitio para menguar la resistencia de sus ocupantes que confiaban en la reciedumbre de su fortificación.
Mientras tanto, el Monarca dispuso que se alzaran tiendas para acampar junto al río, aprovechando la larga vigilia que imponía el asedio, para ordenar los aprestos necesarios y pasar revista a sus huestes, integradas en su mayoría por castellanos y leoneses, entre los que se encontraba un hidalgo conocido por Lope Díaz, probable descendiente de aquel otro recordado con el mote de «rico de manzanas y pobre de pan».
Los moros, venían soportando sesenta días de implacable asedio. cuando los primeros rayos de sol de aquel amanecer iluminaron los altos muros de Almazán donde campeaba la bandera de la Media Luna. De pronto rompió el silencio una voz de mando, seguida por el lúgubre sonido de los cuernos y el sonar de los tambores que estremecieron la tierra, incitando a la acción para que las huestes cristianas se lanzaran al asalto con asoladora violencia, atronando el espacio con sus gritos: ¡ Ayúdanos María Madre de Dios! ¡Ayúdanos Arcángel Miguel! ¡Guerra a Mahoma! ¡Guerra al Infiel!
El enemigo apostado en lo alto de los muros ululaba estruendosamente sus alaridos guerreros, disparando sus saetas sobre quienes venían a arrebatarles aquel bastión de Alá. Algunos castellanos arriesgaban sus vidas superando la escarpa para escalar la muralla quedando sepultados bajo la pedrería arrojada desde lo alto, en retaguardia las máquinas catapultaban por sobre el muro sus proyectiles de piedra y brea encendida haciendo estragos en la ciudadela morisca.
Los arietes comenzaron su tarea golpeando con furia sobre el recio portal de madera haciéndolo trepidar a cada arremetida, hasta que al fin fue derribado dando paso a la caballería conducida por el intrépido Lope Díaz de Haro que, lanza en ristre, invadió la ciudadela con ímpetu arrollador sembrando el pánico en la morería que aún se resistía con heroica desesperación.
Rendida la plaza, Alfonso, el Bravo, hizo arriar la bandera de la Media Luna para que ondeara su pendón en la torre de homenaje, sumando otro pueblo al reino de Castilla y una página más de su historia escrita con sangre de moros.
La Cruzada Hispánica debía seguir arrebatando al Islam las tierras aún irredentas, por cuya razón el Rey castellano, antes de partir, le dejó encomendado a su leal vasallo Lope Díaz de Haro la honrosa misión de reconstruir, repoblar y defender la fortificada villa de Almazán.
Las crónicas que han llegado hasta nuestros días superando tantos siglos de incuria, nos refieren que Lope Díaz fundó en aquel lugar su nueva casa solar, agregando el nombre de Almazán a su apellido, cuyo linaje, a partir de entonces, ostenta un escudo que lleva pintadas «en campo de gules, tres manzanas de oro»4 en atávica alusión al legendario mote de su presunto antepasado «rico de manzanas y pobre de pan», como insinuándonos una misteriosa clave para desentrañar su intrínseco significado.
Recurriendo a las arcaicas acepciones que la lengua hispánica5 asignaba a los términos vernáculos encontramos el vocablo «pan» con que se denominaba al grano de trigo, como que a los suelos aptos para su laboreo se los llama «tierras de pan llevar», lo que nos induce a pensar que aquellas que poseía el casi legendario Díaz de Haro habían sido poco propicias para la producción de esta gramínea, o al decir arcaico «pobres de pan», por el contrario debieron ser aptas para el cultivo de las pomáceas, en consecuencia «ricas de manzanas».
Sabemos que los manzanares – muy apreciados en España – se difundieron desde la más remota antigüedad preferentemente en terrenos de subsuelo calizo como los que abundan dentro de los confines de Vizcaya, a la sazón Señorío de los Díaz de Haro.
Consecuentemente, creemos tener descifrado el enigmático apodo que distinguiera originalmente al recordado Lope Díaz de Haro, y por ende haber penetrado en la hermética significación heráldica que simbolizan las tres manzanas que llevan las armas pertenecientes a don Lope Díaz de Almazán, que se perpetúan en algunos linajes de su apellido solariego.
Así fue como algunas centurias después las crónicas registran la presencia de un personaje llamado Lope de Almazán que, en el 1335, sirvió como Guardamayor al Rey Alfonso, el onceno, en la guerra de Navarra y que, en reconocimiento a su destacada actuación, obtuvo la dignidad de Ricohombre de Castilla y León y fue armado Caballero de la Banda por el mismo Monarca6. Algunos autores antiguos, tales como Pedro Lezcano7 y Juan de Mendoza, Rey de Armas del Rey Felipe IV8, sostienen que el apellido original de este caballero era Lope Díaz de Almazán, legándonos un interrogante genealógico respecto al parentesco agnaticio que pudiera vincularlo con el ya recordado homónimo morador de este mundo en el pretérito siglo XI.
Haciendo otro avance en el tiempo llegamos al siglo XVI, época en que nuevamente aflora la existencia de otro ilustre descendiente del linaje de Almazán, si estimamos la prueba armera como testimonio de vinculación genealógica.
Aquel personaje fue don Miguel Pérez de Almazán, caballero del hábito de Santiago9 y Comendador de la misma Orden en Valdericote y Beas10 quien, el 31 de mayo de 1502, fue nombrado Secretario y Válido del Rey Católico Fernando V11, en cuyo desempeño alcanzó gran notoriedad por la gran influencia que ejerció en el manejo del Estado y como su íntimo confidente12. El 10 de julio de 1507 le había comprado a don Juan de Foix II el Señorío de la villa de Maella, del reino de Aragón (actualmente Zaragoza), en cuyo anejo se encontraba el monasterio de Santa Susana, lugar que comenzó a denominarse Villanueva de Almazán. Fue en Maella donde Miguel Pérez de Almazán mandó construir un castillo palacio en lo más alto de una loma que domina el curso del río Matarraña, de cuyo testimonio solo perdura una impresionante mole de piedra en estado ruinoso. En su interior todavía se puede apreciar un espacioso patio de armas, torre de homenaje y una artística portada en la que milagrosamente aún campea la piedra armera que ostenta las tres manzanas, propias de los Almazán. El mismo año de su óbito, había testado en Madrid. en 5 de abril de 1514, disponiendo que sus restos descansaran en el interior del antiguo claustro románico de Nuestra Señora del Pilar, de Zaragoza, bajo lujosa sepultura, obra del famoso escultor aragonés Forment13, en el que se destaca un «busto esculpido en fino alabastro, ostentando sobre su pecho la Cruz de Santiago y ornando las paredes aparecen los escudos de armas del rey Católico y de la familia Almazán, que lleva tres manzanas de oro en campo de gules»14.
« Cuando no todo lo que reluce es oro »
Aquel recordado Miguel Pérez de Almazán había realizado capitulaciones matrimoniales en Segovia, el 8 de octubre de 1505, para contraer sagradas nupcias con la linajuda dama doña Gracia de Albión y Coscón15, quienes procrearon a Juan Pérez de Almazán, continuador de su linaje como Señor de Maella y Villanueva de Almazán, quien vistió el hábito de la Orden de Santiago y que, por su condición, ejerció la diputación por la Clase de Nobles en 1579.
Mediante su matrimonio celebrado el 29 de noviembre de 1529 ligó su casa con la de los Condes de Aranda, en la persona de Catalina de Urrea, de cuya unión conyugal desciende otro Juan Pérez de Almazán, heredero en 1582 de los Señoríos de Maella, Villanueva de Almazán y Borjas Blancas, patrimonio que compartió con su encumbrada esposa doña Catalina Fernández de Heredia.
Castillo de Maella. |
Retoño de aquel matrimonio fue Ana Catalina de Almazán y Fernández Heredia, Señora de Maella y lugares anejos, cuyo esposo fue el I marqués de Torres de Aragón y barón de Clamosa, don Martín Abarca de Bolea, caballero del hábito santiaguista.
De ellos desciende don Luis Fernando José Antonio Abarca de Bolea y Almazán16, II marqués de las Torres de Aragón, conde de las Almunias, casado con doña Catalina Bárbara de Ornes.
Su hijo, don Bernardo Abarca de Bolea, el III marqués de las Torres, fue creado en 1698 I duque de Almazán17, título cuya denominación perpetuará la memoria del – casi legendario – origen del linaje, recordando la sucesión de personajes tan ilustres que, con la savia de sus glorias, nutrieron el secular árbol troncal. Con Francisca Catalina Bermúdez de Castro y Moncayo, su esposa, habitó la casa-palacio de la Villa de Maella durante larga permanencia.
Hijo de los anteriores fue el II duque de Almazán, Buenaventura Abarca de Bolea y Bermúdez de Castro, coronel del Regimiento Inmemorial de Castilla, quien en 1715 se unió en matrimonio con María Josefa Pons de Mendoza y de Bournonville Eril, adornada con los relucientes títulos de III marquesa de Rupit, vizcondesa de Joch, baronesa de Orcau, Jorba y Rabovillier.
No obstante aquellos resplandores nobiliarios, algunas trapisondas cometidas por el duque de Almazán nos recuerdan aquello de que «no todo lo que reluce es oro», como veremos seguidamente.
Resulta que por aquel año de 1740, no sabemos por que desatinos económicos, nuestro duque había contraído abultadas deudas que superaron su capacidad financiera, razón por la que sus acreedores le incoaron una demanda para trabar el embargo de sus bienes18.
Así fue como, nada menos que el encopetado escribano de Su Majestad Felipe V, don Manuel Segundo de Otero, se hizo presente en lo de Almazán para ejecutar el bochornoso embargo.
Recibido el ilustre notario en el lujoso y blasonado palacio, le impuso al duque los motivos de su triste misión, obteniendo por inesperada respuesta una soberana paliza, propinada con la entusiasta colaboración de tres de sus fieles criados, en la que no menguaron «los palos y golpes», dados con tal fervor, que dejaron al pobre escribano de Su Graciosa Majestad en estado calamitoso.
Aquella bravuconada de Almazán – como era previsto suponer – no obtuvo el efecto pretendido ya que, por el contrario, le acarreó mayores desvelos. La justicia nuevamente hizo sonar la aldaba del solariego portalón – esta vez – para notificar a nuestro iracundo personaje que también estaba procesado por «desacato y resistencia a la autoridad».
Las desventuras de don Buenaventura le aconsejaron emplear el ingenio – en lugar de la fuerza – para superar tamaño desaguisado, razón por la cual recurrió a su condición de Coronel, alegando ante el Consejo de Su Majestad el derecho de ser juzgado por el Tribunal Militar.
Semejante embrollo, luego de mucho pleitear, tuvo para Almazán el final de los buenos cuentos, ya que su causa fue trasladada al fuero militar, obteniendo una benigna sentencia – al menos para él – consistente en un «arresto domiciliario» ¡Custodiado por los soldados del Rey!, en cambio sus tres fieles criados, intervinientes en la violenta gresca, pagaron su osadía en oscuros calabozos. Lo que, una vez más, nos prueba que los privilegios – aunque siempre cuestionados – fueron y serán cosa de todos los tiempos.
Como conclusión, admitamos que nuestro desarreglado II duque de Almazán hizo que las tres manzanas de su blasón menguaran el brillo de su aureo metal19.
De esta manera, la historia y la leyenda – en sorprendente simbiosis – ha permitido rescatar de entre la densa bruma del pasado la memoria de tan remotas hazañas llevadas a cabo desde los albores de la hispanidad. La heráldica – por su parte – supo guardar durante siglos el arcano significado de las legendarias «tres manzanas de oro» las que, sobre el gules, han lucido en el escudo de sus armas los distintos protagonistas de esta sucesión de episodios enlazando heráldicamente sus secretos vínculos genealógicos.
1) Vilar y Pascual, Luis.- Diccionario Histórico, Genealógico y Heráldico de las familias Ilustres de la Monarquía Española. Madrid, 1862, Tomo VI, p.273.
Cfr. Salazar y Castro, Luis.- La Casa de Haro.
2) Cruz, Valentín de la.- Fernán González, su pueblo y su vida.Academia Burguense de Historia y Bellas Artes, 1972.
3) Palacios, Asin.- Contribución a la toponimia árabe en España.
4) Lezcano, Pedro.- Historia genealógica de las familias y hechos de armas de los que concurrieron a la conquista de Andalucía. Manuscrito s.XVII, fol. 229. Arch. Hist. Nacion.de Madrid. Cfr. Argote de Molina, Gonzalo.- Nobleza de Andalucía, tomos I-II.
5) Diccionario Enciclopédico Hispano Americano, tomo XIII.
6) García Carraffa, A. y A.- Enciclopedia Heráldica y Genealógica, tomo A, p. 209.
7) Lezcano, Pedro.- Op. cit.
8) Mendoza, Juan de.- Certificación extendida en Madrid el 25-XII-1659 a favor de Luis de Almazán y Aguilera. Arch. Histórico Nacional (Madrid).
8) Mendoza, Juan de.- Certificación extendida en Madrid el 25-XII-1659 a favor de Luis de Almazán y Aguilera. Arch. Histórico Nacional (Madrid).
9) García Carraffa, A. y A.- Op. cit.
10) Salazar y Castro, Luis de.- Los Comendadores de la Orden de Santiago. Patronato de la Biblioteca Nacional (Madrid), 1949, Tomo I, p. 29.
11) Libro de Quitaciones de Simancas.- Conformado por título expedido en Medina del Campo el 26-XI-1504.
12) Escudero. José Antonio.- Los Secretarios de Estado y del Despacho (1474-1724). Tomo I, p. 23. Madrid, 1969.
13) Solano, F. y Amarillas, J. A.- Historia de Zaragoza, tomo II, p. 147.
14) Archivo Histórico Nacional (Madrid).- Expediente de ingreso a la Orden de Santiago de Luis Fernando José Antonio Abarca de Bolea y Pérez de Almazán (chozno de Miguel Pérez de Almazán) baut. en Madrid el 2-IX-1617, hijo de Martín Abarca de Bolea y Castro, barón de Clamsa, y de Ana Catalina de Almazán (Lib. baut. 7, f. 432. vto.) En el expediente de ingreso hace mención descriptiva del sepulcro de Miguel Pérez de Almazán como prueba armera y nobiliaria de su ascendencia materna paterna.
15) Da. Gracia de Albión y Coscón era hermana de Juan Albión y Coscón, esposo de María Rocaberti, padres a su vez del caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, Felipe Albión Rocaberti, Coscón Bellera.Cfr. Arch. Hist. Nac. de Madrid.- Expediente Nº 24.309. Pruebas de ingreso a la Orden de San Juan de Jerusalén, año 1537.
16) Baut. en la Parr. de San Martín, de Madrid, el 2-9-1617.
17) Atienza, Julio de.- Diccionario de Títulos Nobiliarios.
18) Arch. Hist. Nac. de Madrid.- Sala de Casa y Corte. Procesos, legajos años 1740, fol. 896 a 910.
19) Su hijo fue D. Pedro Pablo Abarca de Bolea (n. 18-12-1718), en Sietamo, Huesca), III duque de Almazán, conde de Aranda, etc.. Célebre Presidente del Supremo y Real Consejo de Castilla, Secretario de Estado de Carlos III y IV; capitán general de los Reales Ejércitos, Embajador en Lisboa, París y Varsovia; caballero del Toisón de oro, Gran Cruz de la Orden de Carlos III, Gentil hombre de S.M., etc. De su matrimonio con Ana María del Pilar Fernández de Hijar, desciende ilustre sucesión hasta nuestros días.