La venerable madre Jerónima de la Fuente; por D. José M. Huidobro
Artículo de fecha 18-04-2017 de D. José Manuel Huidobro
Caballero de la Orden de Caballería del Santo Sepulcro de Jerusalén, Miembro de la Real Asociación de Hidalgos de España. Máster en Derecho Nobiliario, Heráldica y Genealogía (UNED). Autor de 57 libros y más de 1.000 artículos.
La venerable madre Jerónima de la Fuente
Velázquez, al retratarla, consigue una imagen rebosante de verdad y a la vez crea un modelo de santidad ejemplarizante. El retrato, que la muestra en pie sosteniendo un crucifijo con la mano derecha y un libro de oraciones -o quizás la regla de la orden- en la izquierda, fue realizado en Sevilla durante su estancia de tres semanas allí, en el mes de junio de 1620, antes de embarcar para Filipinas.
Sor Jerónima de la Fuente Yáñez, de hidalga familia toledana, fue monja franciscana en el convento de Santa Isabel de Toledo. En 1620, cuando contaba sesenta y seis años, pasó a Sevilla para embarcar con destino a Filipinas para fundar el convento de Santa Clara de la Concepción en Manila, del que fue primera abadesa y en el que murió en 1630.
La imponente imagen es testimonio de la actividad de Velázquez antes de su paso a Madrid, inmerso en el tenebrismo de raíz caravaggiesca con una fortísima caracterización bajo una cruda luz que subraya todos los accidentes del rostro y las manos, sin perdonar detalle. La energía de la monja queda maravillosamente expresada tanto en el rostro, de mirada intensa y escrutadora, como en el modo de empuñar el crucifijo, fuertemente sostenido, casi como un arma, como tantas veces se ha dicho.
El retrato responde al deseo de las monjas de conservar de alguna manera la imagen de la madre ausente, tal como atestigua la existencia de al menos dos ejemplares más del retrato, de calidad semejante. Uno de cuerpo entero, como aquí, y procedente también del convento toledano de Santa Isabel, pertenece a la colección Fernández Araoz y difiere sólo por la posición del crucifijo. Otro, de medio cuerpo, hoy en la colección Apelles de Santiago de Chile, muestra el crucifijo en la misma posición que el del Prado, aunque presenta una técnica algo más seca y dura. La prioridad entre ellos no está clara, pero quizás el de medio cuerpo preceda a los otros, que muestran más levedad de pincel.
El largo letrero biográfico que muestran tanto el del Prado como el de Fernández Araoz es claramente un añadido, pero la filacteria que aparece en este último con la inscripción Satiabor dum gloria… ficatus verit (En su gloria está mi verdadera satisfacción) que aparecía también en el del Prado, es rigurosamente auténtica y otorga al retrato una apariencia de imagen sagrada, pues las virtudes de sor Jerónima eran ya divulgadas en su tiempo, y entre sus hermanas de claustro y orden tenía fama de santidad e incluso se llegó, a su muerte, a pensar en canonizarla.
El retrato estaba en el convento, atribuido a Luis Tristán. Fue descubierto con ocasión de la exposición franciscana de 1926, y, al restaurarlo, apareció la firma y la fecha (Texto extractado de Pérez Sánchez, A. E. en: El retrato español. Del Greco a Picasso, Museo Nacional del Prado, 2004, pp. 342-343). El convento de Santa Clara
La fundación del convento de Santa Clara en 1621 fue todo un acontecimiento en la ciudad de Manila.
Fue el empeño particular de algunos vecinos que pusieron todos los medios a su alcance en medio de la oposición del gobierno superior, temeroso de que la clausura atrajera a mujeres casaderas en una ciudad donde tanto faltaban. Fue el maese de campo y alcalde ordinario de Manila, Pedro de Chaves, el que marchó a España a pedirle a la Madre Jerónima de la Asunción que viajara con él a Manila para fundar un convento de clarisas. La Madre Jerónima vivía en el convento de clarisas en Toledo desde hacía cincuenta años y gozaba de fama de santidad.
Se conserva un retrato suyo que le hizo Velázquez en Sevilla, donde estuvo unos días para embarcarse rumbo a Filipinas. El viaje fue arduo y largo y cuando la fundadora llegó con sus monjas a la capital del archipiélago, su benefactor había muerto. Fue su viuda, Ana de Vera, quien tomó como propia la empresa que había iniciado su marido. Buscó alojamiento a las clarisas hasta que acabaran las obras del convento y se ocupó de que estuvieran bien cuidadas.
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Asimismo, la autora destaca el papel de estas señoras en la fundación y desarrollo de varios conventos de la ciudad, que guardan su memoria en archivos, orfebrería y numerosas obras de arte que demuestran la importancia de estas mujeres.
Publicado en el blog «Hidalgos en la Historia» cuyo blogmaster es D. J. Manuel Huidobro