Días pasados, con la amenidad que le caracteriza, nuestro buen amigo el Dr. José María de Montells y Galán publicaba en este mismo blog una interesante y novedosa hipótesis sobre la paternidad del Rey Alfonso XII, lanzando al ruedo de la audiencia la posibilidad de que el padre del monarca podría haber sido el Infante Don Enrique de Borbón, Duque de Sevilla, el hermano del Rey consorte Don Francisco de Asís, de quien, por cierto, no daba tan sentada su falta de afición al sexo femenino. Coincido con José María en este último punto, aunque no con el primero, pues parece probado que la intervención del Capitán Puig Moltó en la venida al mundo del heredero de la voluptuosa Isabel II fue algo más que una simple conjetura.
Para completar lo expuesto por José María de Montells, vamos a presentar estas aportaciones para un debate que, en rigor, aún no está cerrado.

Por el Dr.D. Francisco M. de las Heras y Borrero, Presidente de la Diputación de Linajes de esta Casa Troncal
Isabel II, la reina castiza, había nacido en Madrid un 11 de octubre de 1830 y a la edad de 16 años contraía matrimonio con su primo el Infante Don Francisco de Asís de Borbón, de constitución débil y afeminada. Muchos años después, con su habitual franqueza, evocando su noche de bodas, decía la Reina Isabel aquellas famosas palabras que, no por conocidas, me resisto a recordar: “¡Qué ibas a pensar de un hombre que llevaba sobre su cuerpo más encajes que yo!”. O aquellas otras en las que con sorna manifestaba: “Buscaba yo un hombre y me encontré… ¡con un infante! ¡Ninguna mujer ha sido más engañada que yo en su matrimonio!”.
Dña.Isabel II, «la Reina castiza».
Ardiente y buena amante del sexo masculino, Isabel II fue mujer antes que reina. Fuese su marido incapaz de cumplir con sus deberes conyugales, o no, la Reina Isabel mantuvo numerosísimos idilios y aventuras extramatrimoniales. Por su alcoba desfilaron no sólo militares y políticos, sino también otra gente de la más diversa ralea, por muy difícil que le resulte de comprender a Montells cómo la Reina Isabel podría compaginar su conducta privada con su conciencia religiosa.
Los amoríos de Isabel II llegaron, incluso, a poner en peligro la estabilidad de la Corona. La paternidad de Alfonso XII, el hijo que presumiblemente tuvo con su esposo, es un tema que, en su momento, resultó gravísimo, aunque hoy, a estas alturas, solamente posee un interés anecdótico. Recordemos que la legitimidad política de Don Juan Carlos I arranca y se asienta en la Constitución de 1978 y no en otras supuestas legitimidades.
D. Alfonso XII.
El idilio mantenido entre la joven reina y el apuesto oficial Enrique Puig Moltó causó gran escándalo en la sociedad española de la época y graves quebraderos de cabeza al gobierno de la nación. Hasta la Santa Sede tomó cartas en tan delicado asunto.
Desde muy pronto, la Nunciatura Apostólica de Madrid, a través de sus asiduos despachos, transmitía a la Secretaría de Estado del Vaticano una completísima información de lo que estaba sucediendo entre bastidores en Palacio. El mismísimo Papa Pío IX ya alertaba a Isabel II en carta de 11 de febrero de 1856 sobre la existencia de “ciertos rumores”, que “darán pretexto a los enemigos del Trono para hablar contra Vuestra Majestad”.
El joven oficial Enrique Puig Moltó, de noble familia valenciana, consolida definitivamente su intimidad con la Reina en el otoño de 1856. Las entradas a las habitaciones de la Reina por parte del apuesto capitán son cada vez más frecuentes. En los primeros meses de 1857 la Reina queda embarazada y, ni corta ni perezosa, le entrega a Monseñor Simeoni, Encargado de Negocios de la Nunciatura Apostólica, una carta dirigida al Papa solicitándole apadrine el fruto de su próximo alumbramiento. La osadía de Isabel II no puede llegar más lejos.
El Cardenal Secretario de Estado, Monseñor Antonelli, prelado mundano y padre de varios hijos, transmitió al poco tiempo la respuesta afirmativa del Santo Padre. No obstante, ante los insistentes rumores sobre la ilegitimidad del fruto de la Reina, Monseñor Simeoni solicita instrucciones a la Secretaría de Estado sobre si debe suspender la entrega de la aceptación pontificia, que venía de camino. A principios del mes de septiembre de 1857 los amores de Isabel II con su favorito adquieren caracteres de escándalo público. El gobierno presiona para que la Reina rompa su relación ilícita.
El 15 de septiembre de 1857, el Encargado de Negocios Simeoni remite a la Secretaría de Estado un estremecedor informe, en el que reprochaba la conducta de Isabel II: “Quiera Dios que, dando a luz un varón, no se abran campo las dudas sobre la legitimidad del mismo y consiguientemente el derecho de suplantar a la hermana en la sucesión a la Corona”. Y seguía más adelante: “La Reina ha asegurado que el padre de la prole que espera es de su augusto esposo, pero en una carta amatoria al oficial de referencia ha escrito de su puño y letra que dicha prole debe atribuirse a ese oficial en cuyas manos está la carta”. El Capitán Puig Moltó se vanagloriaba ante sus amigos de su intimidad con la Reina, alardeando de los regalos que ésta le hacía. En algunas reuniones de militares, incluso, se llegó a brindar por el futuro hijo de la Reina y dicho oficial.
Tras no pocas vacilaciones, el Papa Pio IX acepta apadrinar, por poderes, al futuro hijo de Isabel II. El gobierno, cada vez más preocupado, aumenta las presiones para que la Reina aleje de la Corte y de Madrid a su amante. Su confesor, Monseñor Antonio María Claret, que alcanzaría la gloria de los altares, se retira de Palacio hasta que la joven Reina cambie de conducta y aleje de su lado al Capitán Puig Moltó, cosa que, finalmente, hizo no sin gran dolor de su corazón.
El 28 de noviembre de 1857 viene al mundo el hijo tan deseado de la Reina Isabel, que no cabía en sí de gozo y felicidad. Y, ¿cuál fue la actitud del Rey consorte Francisco de Asís? Lejos de mostrar su satisfacción por haber dado al país un heredero, con cara de circunstancias, y no sin antes haberse negado, presenta a la Corte en bandeja de oro, conforme al ritual protocolario de Palacio, al futuro Alfonso XII.



S.S. Pío IX intervino en la borrascosa vida privada de Isabel II.



Años más tarde, Isabel II, expulsada del Trono por la Revolución de 1868, y ante la difícil situación política que vive España, a fin de no ser un estorbo para una eventual restauración monárquica, toma la decisión de abdicar en el gran salón de su palacio de Castilla de París, el 25 de junio de 1870, a favor de su hijo Alfonso, de 13 años de edad. A la ceremonia de abdicación asiste toda la Familia Real, incluida la madre de Isabel II, la Reina-Regente María Cristina y su segundo esposo Don Agustín Muñoz. Terminada la ceremonia, la Reina decide tomar el título de condesa de Toledo. Sólo ha faltado a tan solemne acto el Rey consorte Francisco de Asís.
De haber considerado Francisco de Asís que el futuro Alfonso XII era hijo suyo, ¿se habría negado, en un primer momento, a cumplir con el protocolo de presentar al recién nacido a la Corte, y habría dejado de asistir a su proclamación como Jefe de la Dinastía?
El que la Reina Isabel II mantuviera relaciones extramatrimoniales que, incluso, podrían haber dado sus frutos, no es suficiente para pensar que su marido fuera incapaz de mantener relaciones íntimas, ni que fuera homosexual, infértil, ni, mucho menos, impotente, como se ha afirmado en más de una ocasión.
D.Francisco de Asis, Rey Consorte.
En nuestra opinión, esta hipótesis no es correcta y no debe reputarse válida. Sobre todo, no puede llegarse a una tal conclusión porque el Rey orinaba sentado, igual que las mujeres. Francisco de Asís sufría hipospadia, malformación de los genitales debida a una fusión incompleta de los pliegues uretrales, lo que da lugar a que el meato urinario no se localice al final del glande, sino en algún punto entre éste y el perineo, y ello impide orinar de pie. Esta anomalía, dependiendo del grado en que se padezca, no imposibilita, necesariamente, mantener relaciones sexuales de forma satisfactoria, ni que se vea comprometida la fertilidad.
Y este parece que era el caso del Rey consorte. Según el renombrado y reconocido especialista en casas reales europeas, Jean-Fred Tourtchine, Presidente del Círculo de Estudios de las Dinastías Reales Europeas, con sede en París (1) , el Rey Francisco de Asís tuvo numerosos idilios amorosos, uno de ellos muy conocido, mantenido durante su exilio parisino, con la renombrada cantante del Segundo Imperio Hortense Schneider, once años más joven que él, muy apreciada por sus interpretaciones del compositor Jacques Offenbach.
 La vida de Hortense Schneider
Hortense, había nacido en Burdeos el 30 de abril de 1833 y se casó en 1881 con el conde Emile de Brionne, de quien se divorció poco tiempo después en medio de un gran escándalo. Se dice que ante ella se doblegaron fortunas y monarcas y que ejercía un tiránico dominio sobre sus allegados. Fue la Prima Donna y «demi-mondaine» por excelencia de la Exposición Universal de Paris en 1867. Falleció en la capital del Sena el 6 de mayo de 1920, a la edad de 87 años.



Hortense Schneider, amante de D. Francisco de Asis.



Francisco de Asís terminó sus días en el castillo de Epinay-sur-Seine, actualmente sede de la alcaldía de la municipalidad de Epinay-sur-Seine, el 17 de abril de 1902. Allí vivía solo con su secretario Antonio Ramos de Meneses, titulado duque de Baños por el Rey Alfonso XII en 1875, dos sirvientes y una cocinera.
Isabel II, que continuó siendo cortejada durante su exilio parisino por buscones y vividores, falleció, dos años después que Francisco de Asís, el 9 de abril de 1904, con la añoranza de España en el corazón.
Aún viviendo cada uno por su lado, como casi desde el principio de su matrimonio siempre lo habían hecho, las relaciones entre Isabel y Francisco de Asís, al final de sus vidas, fueron amistosas y más que cordiales.
(1)Jean-Fred Tourtchine, “Cercle D’Études des Dynasties Royales Européennes, Les Manuscrits du C.E.D.R.E., Dictionnaire Historique et Genealogique, Le Royaume D’Espagne, Preface de Juan Balansó, Volume III”, París, 1996, página 104.