Fuente: REVISTA RESISTENCIA NUMANTINA 30 de diciembre de 2013
Los celtíberos que adelantaron el Año Nuevo
En apenas un par de días será 1 de enero y con él llegará el Año Nuevo y todos damos por obvio que el año acaba el 31 de diciembre. El calendario empieza el 1 de enero y termina el último día de diciembre. Pero, ¿podía tener otro ciclo? ¿Podía empezar, un suponer, el 1 de junio y acabar el 31 de mayo? Podría…
Pero, ¿por qué celebramos el Año Nuevo precisamente ese día? El 1 de enero no tiene ningún significado astronómico especial. Cuando llegue, el solsticio de invierno habrá pasado hará ya una decena de días, y aún quedarán tres más para que la Tierra llegue al perihelio (el punto de su órbita más cercano al Sol).
La razón de que no sea así, de que la Nochevieja sea la del 31 de diciembre, tiene un origen bélico, más de dos milenios atrás. Y los protagonistas fueron unos pueblos celtíberos rebeldes del siglo II a.C de la llamada Hispania, Segeda, antecedente de lo que hoy es la pequeña localidad zaragozana de Mara; y Numancia, lo que hoy es Garray en la provincia de Soria.
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El calendario romano era un lío tremendo, o al menos lo era antes de que Julio César se encargase de arreglarlo. Originalmente tuvo 10 meses, y un número cambiante de días se añadían al final de modo que el equinoccio de primavera cayese en el mes de marzo, a la sazón el primer mes del año. Ésta puede ser la razón de que septiembre, octubre, noviembre y diciembre hagan referencia a los números siete, ocho, nueve y diez, pese a estar actualmente de la posición novena hasta la duodécima. Se atribuye a Numa Pompillius (s. VIII-VII a.C), el mítico segundo rey de Roma, el haber introducido en el calendario los meses de enero y febrero. |
Estos doce meses sumaban 355 días y, para que el calendario no se separase demasiado del año solar, de cuando en cuando se añadía un Mensis Intercalaris entre el 23 y el 24 de febrero. Aunque hay diversas opiniones respecto a si enero y febrero se pusieron originalmente al comienzo del año o al final, lo cierto es que las celebraciones tradicionales de nuevo año, el Anna Perenna, siguieron teniendo lugar el 15 de marzo.
Pero queda otro ingrediente fundamental para entender el calendario romano. Para introducirlo, hay que recordar que en la República Romana habitualmente no se numeraban los años. Cierto es que ocasionalmente se hacía referencia a los años desde la fundación de la ciudad (sobre todo en los años finales de la República) o a la cronología de las Olimpiadas griegas, pero cuando un romano se refería a algún evento del pasado cercano lo más habitual con diferencia era mencionar a los dos cónsules elegidos aquel año, los máximos líderes político-militares de Roma. Por ejemplo, podríamos decir que Cicerón nació el a.d. III Nonas Ianuarias Q. Servilio Caepione C. Atilio Serrano coss., y cualquier romano entendería que se refiere al 3 de enero del año 106 a.C. Más aún, si un historiador menciona que cierta batalla ocurrió a comienzos del año de tal y cual cónsul, se refiere al comienzo del año consular, un año que empezaba el día en el que los cónsules comenzaban su mandato. De un modo que actualmente nos resulta muy difícil de entender, los cónsules eran el año.
Era una tradición tan fuerte que sobreviría al Imperio, al menos hasta que el 537 d.C. Justiniano introdujo la datación por el año de reinado del emperador. Durante la República Romana hubo varias fechas en los que los cónsules y el resto de magistrados comenzaban su mandato. Desde el año 222 a.C. en adelante, esa fecha sería el mencionado 15 de marzo, los famosos Idus de Marzo de los que tanto se tuvo que cuidar Julio César siglo y medio después, y también la mencionada fecha de las tradicionales celebraciones de Anna Perenna. Desde aquel 222 a.C., la fecha de elección de los magistrados cambiaría una única vez.
Esto iba contra los acuerdos de Sempronio Graco, un pacto entre Roma y algunas ciudades celtíberas que había mantenido la paz en la región durante más de veinte años.
El Senado Romano pidió que parasen las obras de ampliación de la muralla y que se pagasen los tributos que la ciudad adeudaba, algo a lo que los segedanos se negaron.
Roma vio la oportunidad que esperaba para pacificar definitivamente la región, y sabiendo cómo se las gastaban los celtíberos decidió no dejar nada al azar. Bajo el mando del cónsul Nobilior, dos legiones completas de italianos (10.000 soldados) junto a 20.000 auxiliares (la mitad de ellos reclutados en el camino) marcharon hacia Segeda.
El despliegue militar se hizo con rapidez, quizá para sorprender a los segedanos antes de que su muralla estuviese completa. Por primera vez en aquel año de 154 A.C., en vez de esperar al 15 de marzo para elegir a los cónsules, el Senado romano decidió hacerlo de inmediato, y que los magistrados se elegirían el 1 de enero, las Kalendas Ianuarius.
De esa forma, la operación militar se podía desarrollar a principios de verano. Si hubieran esperado al 15 de marzo para elegir al cónsul, los preparativos habrían demorado la maquinaria bélica hasta el invierno. Y los romanos sabían bien lo cruda que es esa época del año en estas tierras peninsulares.