POR EL DR. JOSÉ MARÍA DE MONTELLS Y GALÁN.
 
Todavía impresionado por el fallecimiento de nuestro querido Francisco Manuel, me ha costado ponerme al día. Si a esto le añadimos el tratamiento al que me he visto sometido para curarme de mi cáncer prostático, se comprenderá que no he estado muy católico que digamos. Sin embargo, una temporada, ocioso y dolorido, ha servido para que descubriera cuatro instituciones caballerescas que creadas a imagen y semejanza de las demás ordenes europeas como la orden inglesa de la Jarretera, la francesa de San Miguel y la borgoñona del Toisón de Oro, no prosperaron como tales ya que se convirtieron en meros collares decorativos, pompa y circunstancia, pues sin estatutos fundacionales ni concesiones a otros que no fuesen el propio rey de Suecia y sus familiares más cercanos, no tuvieron vida corporativa. Para alguien como yo que se interesa por lo exótico o lo fantástico, no deja de ser curioso que me hubiera pasado desapercibida la existencia de estas ordenes caballerescas en el Reino de Suecia, ninguna de las cuales ha sobrevivido hasta nuestros días.
La primera de ellas es la Orden del Salvador fundada en 1560 por Erik XIV Vasa y cuyo lema»Deus dat cui vult (Dios da a quién él quiere) constituyó el lema del propio monarca muy airado y batallador, que después de ser derrocado por su desequilibrio mental, acabó envenenado por un sirviente de su hermano y sucesor Juan III. 
Erik XIV
También Juan III, en 1568 creó su propia orden, la del Agnus Dei, con el lema “Deus protector noster”. No he conseguido descripción fiable de esta insignia, aunque todo hace suponer que fuese el cordero pascual, símbolo de la mansedumbre del Señor. Lo que parece cierto es que el rey utilizó a los mejores orfebres para que le diseñasen varios collares de oro, engastados de piedras preciosas, para rivalizar con las órdenes más prestigiosas de Europa.
Carlos IX, que reinó de 1604 a 1611, inflexible opositor del catolicismo, firme adalid de la Reforma de Lutero y creador del estado autoritario sueco, fundó en 1606, la Orden de Jehová, con el lema “Jehova solatium meum”, que traducido, se dice Jehová es mi consuelo. En su joya, puede verse el haz de gavillas de oro, propio de los Vasa, presente ahora en todas las órdenes reales suecas. El collar rico fue fabricado en Estocolmo por Antonio Groot el Viejo. Se sabe que el rey llevó el  collar durante la ceremonia de su coronación en la catedral de Uppsala, el 15 de marzo de 1607. Los tres príncipes, Juan, Duque de Östergödland, Gustavo Adolfo y Carlos Felipe, también lucieron la orden. Los tres collares se conservan hoy en las colecciones nacionales históricas de Estocolmo. Cada collar tiene veinticuatro eslabones de oro, doce de los cuales son dos manos que sostienen la gavilla de máiz de oro del escudo de los Vasa. El collar está fabricado en esmaltes y cristales de cuarzo que imitan el diamante.
Joya rica de la Orden de Jehova.

Carlos XI, introductor del absolutismo, fundó la Orden de Jesús en 1660, con el lema “In Jehova sors mea, ipse faciet”, En Jehová está mi destino, lo hará, dicho en cristiano, que constituyó el lema del reinado de su padre Carlos X.
Hay una quinta orden que constituye caso aparte. Es el de la Orden de Amarante. Creada por la reina Cristina que fundó la mencionada caballería en 1653 con el lema “Memoria dulcis” por recordar al embajador español, Antonio de Pimentel, nacido en la localidad portuguesa de Amarante, de quien se dijo que la reina enamoró locamente y al que se culpa de influir en el ánimo regio para su renuncia al trono y su posterior conversión al catolicismo.
 

Cristina de Suecia.

 El comportamiento de la reina en su exilio de Roma la distanció de Pimentel hasta tal punto que tachó al español de pícaro gallina, ladrón y mal caballero. La relación de Cristina con los españoles se fue deteriorando poco a poco hasta que Felipe IV ordenó que se apartasen de ella los españoles a su servicio. Las fuentes suecas son menos románticas y señalan que en origen la orden fue proyectada para premiar a un restringido grupo de quince caballeros y quince damas solteras que conformaban el círculo de amistades de la soberana, y cuya creación se debió a una fiesta de disfraces en la que las mujeres iban disfrazadas de pastoras con ropas de color amaranto, singularmente una pretendida amante de la reina, la condesa Ebbe Sparre. 
Emblema de la Orden de Amarante.
Esta caballería desaparecida a la renuncia de Cristina, fue objeto de una «resurrección» casi cien años después (en 1760) de la mano del rey Gustavo III. Fue él quien estipuló entonces que dicha orden fuera exclusivamente reservada a las damas de la corte.
Tampoco sobrevivió mucho tiempo como tal orden, siendo reconstituida después como una cofradía fraternal en 1800, pudiendo ingresar caballeros y damas en el transcurso de un baile galante de sociedad. Se celebra en Estocolmo anualmente, alternando con los bailes de la orden de la Inocencia. En la fiesta en la que ingresé yo junto a un matrimonio amigo y mi mujer, acudieron los Reyes de Suecia y su hijo, el Príncipe Carlos Felipe que también ingresaba como aspirante. Fue en el año 2000 y escribí, creo recordar, una crónica para la revista Cuadernos de Ayala, a propósito de las armas del Príncipe de Asturias como caballero de la orden sueca de los Serafines. Ya dije de aquella, que los suecos me sorprendieron gratamente, donde yo esperaba circunspección y severidad, había alegría de vivir y simpatía a raudales.
Me gustó mucho asistir a aquél festejo y todavía lo recuerdo vivamente. Fuimos invitados por nuestro amigo Jan Hartzell que es un sueco que tiene las maneras de un hidalgo castellano. Para que se hagan una idea, el baile se celebró en el Ayuntamiento de Estocolmo, donde se realizan la ceremonia de los Premios Nobel. La cena en el Salón Dorado, un magnífico y espectacular marco. He de añadir que la levita de capitán del Tercio Viejo de Barlovento, con la que me atavié para la ocasión, tuvo mucho éxito entre nórdicos y me allanó el camino para entablar conversación en spanglish con los amigos dalecárdicos. La fiesta de esta orden del Amarante es ocasión propicia para iniciar noviazgos entre suecos. Y así, me parece a mí, que lo entienden los lugareños. Mucha jovencita risueña y un punto parecido de osados caballeretes. Quizá fuese lo que persiguiera con su creación, la reina Cristina. Un pretexto caballeresco para que amor uniese jóvenes corazones. 
D. Guillermo Tores-Muñoz y Osácar, el autor de este artículo, sus respectivas esposas y el Caballero Bruno Tronberg.
Rememorar Estocolmo a estas alturas, es evocar una cena con amigos suecos en el club SallsKapet, deliciosa e infrecuente por nuestros pagos, por la presencia de la carne de reno, exquisita. Recordar nuestra visita al Palacio Real de Drottningholm, donde residen los Reyes que tiene un mucho de trampantojo, sin duda porque Suecia tuvo épocas de pobreza. El vino de honor que nos ofreciese el coronel jefe de la Guardia Real del Palacio de Estocolmo. El paseo en coche de caballos escoltados por la propia Guardia Real. Y un sinfín de cosas más que decididamente hicieron muy grata nuestra estancia en aquellas lejanas latitudes. Ahora que voy para viejo achacoso, me doy cuenta que tengo a Estocolmo en el corazón y no me pesa. 
Laus Deo!!!