A modo de presentación diré que el escritor Manuel Muñoz Hidalgo, además de ser buen amigo de muchos Caballeros de esta Casa Troncal de los Doce Linajes de Soria, cuenta con una prolífica trayectoria literaria acreditada con diversos estrenos y con la publicación de gran parte de su obra teatral, poética y biográfica, por la que ha recibido considerables reconocimientos como la Orden Primer Grado Cirilo y Metodio concedida por el Consejo de Estado Búlgaro, el Premio Internacional de Literaura Nikola Vaptzarov, entre otros, miembro de la Academia de la Hispanidad, de la Real academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, de La Academia de Las Artes Escénicas de España, es Trobador Oficial de Calatañazor 1978, por sus Cantigas de Santa María del Castillo , donde pone voz a una parte de la memoria de Soria y el silencio en historia. Sin duda un gran aporte a la labor cultural y divulgación del buen nombre de la Provincia de Soria, por lo que queremos reconocer su labor en este blog.
Mariano de Paco, de la Universidad de Murcia, nos envía una nota sobre Manuel Muñoz Hidalgo y su última publicación, sin duda muy recomendable.
«La reciente publicación de las obras de Manuel Muñoz Hidalgo August Strindberg, el abismo y el alba e Isabel y Fernando, rigor y prudencia por Irreverentes, editorial de encomiable dedicación al mundo del teatro, confirma una dilatada trayectoria que comenzó, en la década de los sesenta del siglo XX, con la escritura poética y los textos dramáticos. Pertenecían estos a diversos géneros y estilos (desde sus variados Pictodramas con artículo o la bíblica El herrero de Betsaida, estrenada en Televisión Española, a la trágica historia de La escarcha) pero siempre mostraban su preocupación por el hombre y por el sentido de su vida y la crítica de los falsos valores de la sociedad. Un memorable texto de aquellos primeros años es El tornillo, escrito como “Homenaje a Miguel Hernández” en el trigésimo aniversario de su muerte, en el que se adelantó a las numerosas obras que después se han dedicado al poeta de Orihuela.
Los títulos de las dos piezas a las que ahora nos referimos tienen una configuración pareja: los nombres de los protagonistas (August Strindberg, Isabel y Fernando) van seguidos de dos sustantivos que reflejan de modo complementario algo esencial de ellos, la tensión en la que se debaten (abismo y alba, rigor y prudencia). En el caso del dramaturgo sueco, rechazado por todos y en lucha consigo mismo, hay una alternancia de sentimientos y emociones, de convicciones y dudas, de realidad y ficción, de vida y de teatro. Como señala en su Carta-Prólogo Jaroslaw Bielski, este texto “fascinante” está “lleno de la dolorosa sinceridad de un artista atormentado por la búsqueda de la verdad”, y así lo repite una y otra vez el propio autor.
Muñoz Hidalgo sitúa en diversos espacios del Montparnasse parisino, entre 1894 y 1896, a un genio desequilibrado que él conoce bien y al que traza inmerso en una soledad que rasgan dolorosas alucinaciones, ante las que se enfrenta con continuos y sugerentes cambios de actitud. Strindberg es, a un tiempo, consciente de su grandeza creadora, que lo lleva a la profunda y torturadora indagación del conocimiento, y de su lamentable comportamiento humano, atrapado en un cuerpo “roto por fuera y por dentro” y acosado por espíritus malignos que lo mortifican sin cesar. El autor maneja con destreza la complejidad del personaje que ha recreado, resuelta en un esperanzado final en el que, mientras se encuentra desnudo bajo la lluvia, suena la alegre e ilusionante melodía de un acordeón.
Isabel y Fernando, rigor y prudencia puede enmarcarse dentro de la línea de teatro histórico que analiza críticamente el pasado para iluminar el presente; la inició Buero Vallejo con brillantez y ha dado posteriormente títulos muy estimables para nuestra escena. Muñoz Hidalgo ha unido la objetividad de los hechos con un diseño personal de los distintos personajes, protagonistas o no. La acción dramática se desarrolla enmarcada por el primer y el último cuadro; en ambos, ubicados en un aposento de la casa rural de Santa María en Madrigalejo, en la madrugada del 23 de enero de 1516, un fatigado y anciano Fernando escucha “el viento de la nada y la ceniza” que ha consumido la esplendorosa realidad de los años compartidos con Isabel, la poderosa y combativa mujer que padeció las graves dificultades de serlo.
Los dieciséis cuadros que figuran entre ellos, situados en diferentes tiempos y lugares, manifiestan la gloria y los conflictos de su reinado y despliegan lo ocurrido entre el matrimonio de los príncipes, la muerte de la reina y la soledad angustiosa que el rey confiesa al público. Es destacable el empleo de efectos tan teatrales como los de la escena en la que, en el Oratorio de los Alcázares de Sevilla, se confrontan el espectro de Enrique IV y la reina católica, que lo acusa de la deshonra que sus vicios han provocado. En la construcción de esta pieza se conjugan lo narrativo y lo lírico, lo particular y lo público, lo onírico y espectral, en una atractiva y conseguida armonía.
Este volumen nos ofrece, en suma, una apreciable muestra, con dos valiosos ejemplos de acusada diferencia, del buen hacer dramático, de la madurez creativa de Manuel Muñoz Hidalgo. «