A PROPÓSITO DE LA ORDEN DE ALFONSO X EL SABIO
Admito que siento por la Orden de la Alfonso X El Sabio una especial predilección, quizá porque soy comendador de la misma, desde hace ya tiempo (1) y sin duda también, porque con la perspectiva que dan los años, la pregunta de un amigo sobre la dicha condecoración me permite reflexionar sobre su verdadero significado histórico, en el contexto actual de revisión torticera de un período muy concreto de la cultura española (1939-1975), que se oculta al común, considerándolo, en palabras del poeta gallego Celso Emilio Ferreiro como una Longa noite de pedra, una larga noche de piedra. Me temo que tal aseveración, es más una ensoñación de la izquierda española, que una realidad contrastada.
La Orden de Alfonso X El Sabio fue fundada por Decreto de 11 de abril de 1939, exactamente diez días después del triunfo del Ejército de Franco sobre las tropas republicanas, en el lóbrego escenario de una España lacerada y destruida, a resultas de la gran catarsis, lo que prueba la preocupación de las nuevas autoridades por la recuperación de las instituciones culturales.
Es preciso señalar que la guerra civil dejó arruinada a la vieja piel de toro. En el capítulo material, 300.000 viviendas y 200 pueblos quedaron total o parcialmente destruidos, así como 20.000 iglesias; casi el 40% de las carreteras y los puentes eran intransitables; entre el 40 y el 70% del parque móvil ferroviario inutilizado; mas del 23% de la superficie agrícola no se labraba y el 31% de la industria quedó fuera de juego. Si a esto se une la expoliación casi total de las reservas de oro y divisas y la enorme deuda contraída, el panorama era desolador.
Pero con ser grande la bancarrota material, mayor era el desastroso estado de la población. Según datos del Servicio Histórico Militar (quizá los más fiables) en los tres años de guerra se habían producido en números redondos 300.000 muertos en campaña, 155.000 fallecidos por causas naturales y unos 190.000 exiliados no recuperables. Quedaban 24 millones de habitantes en su mayoría reducidos a la condición de proletarios agrícolas e industriales con un 70% sin trabajo, un 23,7% de analfabetos, y solo un 18,2% con nivel de vida asimilable al de las clases medias.
Con el pragmatismo que caracterizaba al Nuevo Estado se consideró tarea prioritaria erradicar el analfabetismo y para ello no solo se impulsó la escolaridad, sino que se embarcó en la aventura a las Fuerzas Armadas. Se ordenó que en todas las unidades se organizaran escuelas aprovechando los maestros y universitarios incorporados en los reemplazos. Y se estableció la norma de que ningún soldado pudiera disfrutar permisos ni licenciarse sin antes haber aprendido a leer, escribir y las cuatro reglas básicas aritméticas.
El resultado fue espectacular: el 23,2% de analfabetos existentes en 1940 fue descendiendo al 17,3% en 1950, al 12,7% en 1960, al 8,9% en 1970 y al 5,8% en 1975, año en el que todos los analfabetos superaban los 45 años de edad.
No fue esta, la única actuación en el ámbito de la cultura. Se reconstruyó el tejido universitario y se crearon nuevas Universidades, amén de las llamadas Universidades Laborales para elevar la capacitación del proletariado industrial. La educación fue tarea prioritaria para el Régimen. En contraste con nuestros días, los estudiantes salíamos de los institutos y las universidades con un bagaje de conocimientos muy estimable. Hoy, se dice que estamos ante las generaciones mejor preparadas de la historia, lo que, a mi entender, no es cierto. Hoy, estamos ante generaciones de analfabetos con título, que no es lo mismo.
El 4 de julio de 1946, en la jornada de clausura del XIX Congreso de Pax Romana, en El Escorial, con presencia de casi todas las repúblicas hispanoamericanas (faltaron Costa Rica, Honduras y República Dominicana) ochenta y dos de los congresistas decidieron crear una institución nueva, acorde a las exigencias inmediatas del hispanoamericanismo, y fundaron un Instituto Cultural Iberoamericano, presidido por Pablo Antonio Cuadra. A los pocos meses ese proyecto era asumido por el Estado Español, y se creaba el Instituto de Cultura Hispánica. Así, por resolución del Gobierno español, nace el Instituto de Cultura Hispánica, como una corporación de derecho público, con personalidad jurídica propia, destinada a fomentar las relaciones entre los pueblos hispanoamericanos y España.
Joaquín Ruiz-Giménez Cortés, presidente del XIX Congreso de Pax Romana, sería precisamente su primer presidente. Entre otros, ocupó (1957-1962) la Dirección General del Instituto de Cultura Hispánica el notario Blas Piñar, quien fomentó las relaciones de fraternidad hispanoamericanas y gestionó las becas de estudio entre Hispanoamérica y las Universidades españolas. Desde las instancias oficiales se impulsó el cine histórico y patriótico que tuvo durante el período que va desde 1942 a 1953, una época áurea.
Por no hablar del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) una institución modélica que, de hecho, se convirtió en el motor de la ciencia en nuestro país. En sus jardines, aledaños al Instituto Ramiro de Maeztu, donde estudié el bachillerato, fumé yo mis primeros pitillos.
En literatura, 1936 será el centenario de Garcilaso de la Vega y marcará el nacimiento de una nueva estética. De ahí que se hable de «garcilasismo»: una corriente poética que lo toma como modelo para la recuperación de formas clásicas —como el soneto— y excusa para una temática basada en el Amor, Dios o el Imperio y que estallará en la posguerra con una fuerza inusitada. 1944, será el año de la reacción antigarcilasista basada en una estética de confrontación indirecta: frente al neoclasicismo, la libertad formal; frente al triunfalismo, la duda o el dolor; frente a la retórica religiosa, el diálogo con un Dios conflictivo. Estas corrientes existenciales se encontrarán en las revistas Espadaña (León, 1944), en torno a Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, Corcel (Valencia, 1942) o Proel (Santander, 1944). Por no hablar del nacimiento de una vanguardia (el postismo) y del mantenimiento de una corriente surrealista que marcará profundamente la poesía española posterior. Juan Eduardo Cirlot es un ejemplo paradigmático de esa poesía vanguardista y rabiosamente actual. En la novela, la extraordinaria Madrid de corte a checa de Agustín de Foxá marcará toda una época. Delibes, Cela, Torrente Ballester y Alvaro Cunqueiro son buena muestra de la altísima calidad de la narrativa de estos años. En teatro, dentro del género de la alta comedia cabe destacar a Pemán, Luca de Tena, Edgar Neville o Joaquín Calvo Sotelo. Son autores que habían ya escrito dramas antes de la guerra y que tenían como rasgos más destacables el predominio de la comedia de salón y el cuidado hasta el detalle de diálogos puestos siempre en boca de personajes extraídos de los sectores sociales más acomodados. En el teatro cómico destacan Jardiel Poncela y Miguel Mihura. Poncela se propone renovar la risa incluyendo en sus comedias elementos inverosímiles que no tardarían en chocar con el gusto predominante del público. A ambos se les considera los introductores del teatro del absurdo en España. Para comprender toda la actividad cultural de aquellos años, y hacerse una idea cabal de la manipulación que sufrimos, recomiendo leer las Memorias de mi amigo y maestro Medardo Fraile (2) que dan cumplida cuenta del mundo literario y teatral. No quiero ser exhaustivo, he señalado algunos hitos que desmienten rotundamente el absurdo intento de borrar en todos los órdenes, los logros culturales de cuarenta años de la vida española que serán valorados positivamente por las nuevas generaciones a medida que el temporal sectario amaine. Importancia singular en este renacer, tuvo y tiene la Orden que nos ocupa.
Digna heredera de la Orden de Alfonso XII, la orden de mérito que premió la Edad de Plata, la Orden de Alfonso X El Sabio ha protagonizado el sistema premial español durante más de ochenta años. Basta solo con consultar la lista de galardonados con ella para comprender cómo ha calado en el entramado social de nuestro país.
(1) Desde el 22 de febrero de 1996
(2) El cuento de siempre acabar. Pre-Textos. Valencia, 20