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EL ENIGMA GRADOLÍ

Confieso ahora, que este libro (1) del que fui editor entusiasta en mis inocentes mocedades, ha iluminado muchas horas de tedio o de amargura, durante el transcurso de mi vida. Es un libro al que vuelvo muy a menudo.

Fue Marcelo Arroita-Jaurégui, el poeta santanderino tan querido y admirado amigo, quién me dijo primero que el libro de Gradolí haría historia. Tenía toda la razón. Cuando se publicó, la Bardot empezaba a ser una espléndida madurita con la que nos reconciliamos ipso facto todos los que, como yo, andábamos en la más rendida admiración por las curvas de Claudia Cardinale y la teníamos medio olvidada. El corazón de los hombres, que es, por su propia naturaleza, tornadizo. Gradolí la puso otra vez en nuestro punto de mira y mucho nos congratulamos de ello. Siendo la Cardinale, un monumento; la Bardot, todavía mantenía el delicioso palmito de su juventud. Los visualistas y los que no lo eran tanto agradecieron el gesto a López Gradolí. De pronto, las preferimos rubias y con un cierto mohín de indiferencia.

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No faltó quién, envidioso, creyó a pies juntillas que Alfonso había logrado una cita o algo mejor con la actriz francesa y procuró por todos los medios a su alcance reputarle de poeta menor, sin interés alguno, salvo el anecdótico de haber publicado un librito sobre su relación con la musa. Nada de eso era cierto. Lamentablemente para el poeta valenciano, la copa con Brigitte Bardot sólo estaba en el libro. Pero el libro justificaba la envidia de todos. Y efectivamente, como me dijo Marcelo, hizo historia.

La verdad es que el Brigitte…vino a convertir un panorama literario algo sórdido y entristecido en un espléndido horizonte de experimentación y color. El acceso a la belleza por medio de la palabra y de la imagen. Un trabajo absolutamente innovador en el que se podían reconocer muchos lectores nada proclives a la vanguardia. El primer libro de poesía de nuestra época que leían los que no eran poetas.

Gradolí había conseguido reunir la expresión poética más tradicional (algún crítico reiterativo añadiría que mediterránea o luminosa) con las nuevas tendencias gráficas más innovadoras, sin traicionar ninguna de las dos manifestaciones artísticas.

Alfonso López Gradolí (Valencia, 1943) no era, no es, un poeta menor. Sus pictóricos collages maridaron a la perfección con la caligrafía publicitaria para acabar en un producto lírico nuevo. Un genial y revolucionario tratamiento de la iconografía y la escritura, integradas en el poema de tal forma que ya no puede hablarse de ambos componentes por separado, sino del resultado final único. Un poema escogido al azar del Quizá Brigitte ….es fuerza verbal y fotografía por igual.

El observador frívolo o superficial diría que las fotos de la fantástica modelo ayudaron extraordinariamente al éxito de la obra, pero esta aseveración no es cierta en absoluto, ya que tengo visto otros escritos semióticos del poeta y la fórmula funciona perfectamente referida a otros argumentos o protagonistas. Me da a mí que de tanto manosear a la francesa, Alfonso se hartó de ella e indagó otros horizontes, igualmente interesantes y novísimos.

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Uno ha visto los collages líricos dedicados a Pessoa y a Gil Albert, que mantiene sin publicar y puede dar fe de que constituyen unos textos poéticos de gran frescura y originalidad. Para el curioso de estas nuevas, quede claro que en un momento dado, Alfonso López Gradolí abandonó su presa, renunció a Brigitte Bardot, probablemente por hartazgo y se dedicó a hacer otras cosas atrayentes y renovadoras. A mí, no hace falta decirlo, me parece estupendo que lo hiciera porque Alfonso no es poeta de un solo libro. Ha publicado unos cuantos de lo que llamaríamos poesía discursiva, donde ha alcanzado la corona que ciñe la frente de los disciplinados intuitivos. Woody Allen diría que el poeta Gradolí es un orgullo para la raza de los virtuosos a la que, sin duda, pertenece.

Me sorprende que Gradolí haya permanecido tan fiel a sí mismo y a una cierta idea de lo poético, durante todos estos años. Ya lo dijo Fernando Millán en el prólogo de la primera edición. Otra cosa que impresiona es que Quizá Brigitte venga a tomar una copa esta noche es una obra escrita, publicada y pensada hace algo más de treinta años que no ha envejecido lo más mínimo. No se le nota nada. Alguien que no conociese el libro de antemano, abrirá sus páginas y quedará subyugado por su modernidad. El Quizá Brigitte…..es un trabajo poético moderno, por decirlo de alguna manera, de una modernidad a la manera de los grandes pintores de finales del siglo XX, de Miró o Tapies. Aquí también hay aventura y evocación, una renovada elaboración de la sintaxis visual de los textos discursivos, una barroca utilización de la belleza como alfabeto anticonvencional y de la propia abstracción como una mentira codificada previamente, un inaudito y muy logrado coctel de tradición y vanguardismo, casi a partes iguales.

Ahora sus editores presentan el libro tal como lo publiqué yo, en la colección El Anillo del Cocodrilo, un modelo de trabajo experimental, novísimo, original e innovador, y el texto puramente verbal, sin referencias ni subterfugios visuales, probablemente para probar su virtualidad lírica por sí mismo. No creo que hayan estado muy finos haciéndolo. Desde mi punto de vista los textos incluidos son inseparables de la imagen de la diosa. Sin imagen, son otra cosa. Una muestra excelente de la poesía de Alfonso, pero otra cosa, que tiene poco que ver con la obra que se reedita.

Para mí que Alfonso López Gradolí tiene escritos algunos libros necesarios, Los instantes (Salamanca, 1969) Las señales del fuego (Barcelona, 1985) Una muchacha rodeada de espigas (Madrid, 1977) o Los signos de la soledad (Madrid, 2000). Hace relativamente poco tiempo publicó en las ediciones de Calambur, Los bosques de la memoria (Madrid, 2001), una antología de casi toda su poesía discursiva que pasaría perfectamente por ser una obra única, por lo arraigado de sus preocupaciones estéticas y vitales (con su pizca del maestro Aleixandre y su poco de Brines) un claro aire de playa levantina y también, una mirada irónica, nostálgica y distinta.

En Los bosques de la memoria no está incluido este Quizá Brigitte ……pese a que comparte con el resto de su obra publicada, mucha luminosidad y el testimonio de un amor enigmático. Muy probablemente los editores estimaron que este libro no podía ser considerado un trabajo poético convencional por la sencilla razón de que es un texto codificado por símbolos pictóricos y gráficos muy alejados de lo ya consabido y por eso no estimaron oportuno incluirlo. Con todo y con eso, este libro ya va por su tercera o cuarta edición, lo que le convierte en el texto vanguardista más publicado en España, que es todo un récord muy difícil de igualar.

Pero lo que me interesa subrayar aquí es que la obra de Alfonso es una de las cinco o seis que definirán el siglo XX y si no, al tiempo. Permanecerá en la historia de la literatura española como predijo Marcelo Arroita-Jaurégui. Toda creación nace más allá de los límites del lenguaje. De ahí los logros de una obra experimental que trasciende lo meramente literario para instalarse sin complejos en otros terrenos tradicionalmente asignados a la fotografía o la pintura. Es también y por eso mismo, una puerta abierta de par en par a los nuevos lenguajes artísticos integradores.

Escribí hace poco en el epílogo de una antología de poesía visual muy ambiciosa y mejor pensada, debido a la autoría de Víctor Pozanco, que la magistral obra de Alfonso, me parece fundamental, no solo como un trabajo artístico de primera magnitud, sino también como ejemplo muy elocuente de lo que hemos venido llamando sintaxis gráfica. Ese libro solo podía ser como es. Una muestra espléndida de sensibilidad poética e inteligencia emblemática. Nada dije en esa ocasión y ahora me pesa, sobre la presencia de lo enigmático en la escritura del poeta valenciano, muy singularmente en el Brigitte… donde aparece la terrible belleza de la actriz francesa como un artificio del que se vale el artista para poner en marcha ese erotismo que precede a todo lo inexplorado que se encuentra en nuestra propia naturaleza. Hay lugares en nuestra mente que están en la frontera entre lo placentero y lo decididamente atormentado. En este libro se percibe que toda la gracia, el donaire o la gentileza de esa diosa carnal que es la Bardot, puede también manifestarse en el sufrimiento. Ya sé que esta afirmación constituye por sí sola una interpretación romántica de un texto, teóricamente al menos, de vanguardia, pero no puedo callar que a mí también me parece un libro doloroso y sombrío.

Todo ello, un colosal enigma que Gradolí deja enunciado, pero para el que no tiene respuestas. Sin embargo, ahora que lo pienso, no sé muy bien si el enigma es el propio Alfonso López Gradolí. Conozco a Alfonso desde hace muchos años y en ocasiones, me parece estar hablando con otro Alfonso. Aparece y desaparece. Juega al escondite consigo mismo. Se cubre tras la capa de un espadachín, entre las sombras del Callejón del Gato, donde los espejos cóncavos. Es un lugar común que todos tenemos un doble.

Seguro que en Alfonso hay otro Alfonso. Un envés de sí mismo que oculta celosamente y que está plagado de incertidumbres. Es un Gradolí que duda, que ha olvidado si Brigitte Bardot estuvo tomando una copa con él, que pinta con gruesos trazos todas las grafías de lo anhelado.

Un Gradolí contra el que es imposible luchar. Alguien que nos invita a un banquete al que no quiere que acudamos y nos recibe en pantuflas y bata, como si fuésemos de la casa. Contradictorio, onírico y sensible. Un misterio.

(1) Quizá Brigitte Bardot venga a tomar una copa. Col. El Anillo del Cocodrilo. Ed. Parnaso-70, Madrid. 1971