Por el Dr. D. José María de Montells y Galán, Heraldo Mayor de esta Casa Troncal.
Aún recuerdo, como si fuese hoy, cuando Bernardo Ungría reunió a unos cuantos devotos en opíparo y generoso almuerzo en un restaurante de El Escorial y nos expuso sus ideas a cerca de una nueva entidad académica que debía aglutinar a todas aquellas corporaciones tanto españolas como extranjeras, que se dedicasen al estudio serio y riguroso de la Heráldica y otras Ciencias afines. Debía correr el año de Nuestro Señor de 1991.
Dicho y hecho, para 1992, habíamos abandonado una precaria sede, en la que se había iniciado la andadura y nos trasladamos a Gran Vía, a un espléndido piso que Bernardo había elegido y alquilado como nueva sede social. Fueron tiempos inolvidables. Por aquellas calendas desarrollamos una frenética actividad de la que no estaba lejos el ejemplo de Ungría, animador y mecenas de toda iniciativa cultural. Por esas fechas, más o menos, comenzamos a publicar la Revista Iberoamericana de Heráldica (que ya ha alcanzado el número 20), también algunos libros y nos sumergimos en una vorágine de cursos y conferencias que pusieron al Colegio en un puesto preeminente entre las más importantes instituciones de nuestro entorno.
Quede claro a todos que Bernardo Ungría fue el impulsor principal de toda la actividad que el Colegio desarrolló por aquellos años. Su consejo y ayuda colocó al Colegio Heráldico de España y de las Indias como obligada referencia para muchas academias hispanoamericanas y europeas. Desde luego, no faltaron escollos ni tampoco artillería enemiga batiéndonos con fuego cruzado o directo, que Bernardo, desde la Presidencia de la corporación, supo sortear con rara habilidad y simpatía.
Sin la figura de Bernardo Ungría difícilmente se entenderá la singladura colegiada. En gran medida, el Colegio es hoy gozosa realidad, gracias a sus desvelos. Lo de Bernardo daría para otro libro. Yo, que viví muy de cerca sus anhelos e iniciativas, puedo decir que es hombre sensible, alegre y ameno conversador, muy sencillo de trato y magnánimo en extremo. Un caballero como los de antes.
Para todos fue una auténtica tragedia su renuncia por motivos personales, en 1995. En tres años, en los que culminó su mandato, la institución se convirtió en lo que es ahora. Sin él, todos nos sentimos algo huérfanos, aunque su retirada de la primera línea, no significó que nos abandonase, ya que enseguida se le nombró Presidente de Honor y siguió prestando su indispensable apoyo a las iniciativas corporativas. A nuestro primer Presidente le debemos, sin duda alguna, un espíritu emprendedor y optimista que caracteriza, aún hoy, la marcha de nuestros quehaceres.
Aquellos años de consolidación fueron también provechosos por el entusiasmo de José Luis Abad, de Guillermo Torres-Muñoz y muy singularmente de Manuel Rodríguez de Maribona, nuestro Secretario. Luego, poco tiempo después, se incorporaron Luis Valero de Bernabé, Fernando del Arco, el ya fallecido coronel Serrador o Ernesto Fernández-Xesta que contribuyeron y mucho, a los objetivos científicos de la corporación. Por nuestra Cátedra Marqués de Ciadoncha, ya en nuestra sede de Serrano 114, desfilaron y desfilan los más conspicuos expertos de nuestro país e Iberoamérica. Catedráticos, Académicos, Generales, Almirantes y estudiosos en general, una larga lista de la que se da buena cuenta en la Memoria de Actividades.
La incorporación en la Presidencia del Colegio, de una figura como la del Archiduque don Andrés Salvador para sustituir a Bernardo Ungría, trajo aparejada la llegada de significativas personalidades del mundo académico y caballeresco, así el Duque de Sevilla, el Duque de Santoña, el Infante don Miguel de Portugal o el poeta Luis Alberto de Cuenca, engrosaron las filas colegiadas en número creciente.
Pero si todo esto es importante, no lo es menos, nuestra decidida apuesta por la edición de libros y revistas, los ciclos superiores, solos o en colaboración con otras instituciones, de cursos monográficos y conferencias sobre temas singulares como el de la caballería y las ordenes ecuestres y también por una intensa actividad social (las famosas cenas del Colegio, en el 37 de la Reina). Todo, hay que decirlo, sin subvenciones oficiales ni ayudas de ningún tipo.
Habría que añadir que algún grano de arena pusimos en el fallido intento de pacificar voluntades, navegando casi siempre, entre ennegrecidos nubarrones y en ocasiones, atroces y ominosos huracanes bien provistos de estruendosos relámpagos que han enrarecido el horizonte académico, hasta extremos difícilmente imaginables. Lamentablemente las guerras entre corporaciones todavía siguen haciendo sangre en ejecutorias científicas que merecerían más respeto y educación de unos y otros.
Nuestro secreto ha sido haber permanecido unidos en medio de tanta turbulencia. En todos estos años hemos dejado meridianamente claros nuestros objetivos: Divulgar la Ciencia Heroica desde el rigor y la seriedad, sin exclusiones ni sectarismo. Con el ánimo de integrar a todos, en la tarea común de conseguir el tratamiento universitario que merecen nuestras ciencias. Que conste que hemos predicado con el ejemplo: resistiendo incomprensiones e injustificados ataques sin pestañear, oponiendo tan solo nuestro trabajo.
Por todo ello, creo que el futuro es muy prometedor. Milagrosamente, la maledicencia no ha podido con nosotros y así, la aventura emprendida por unos pocos, capitaneados por nuestro primer Presidente, está dando ya sus frutos. Veo una nueva generación que se va incorporando poco a poco a las labores colegiadas. Como soy de natural optimista, pienso que lo logrado, no es ni sombra de lo que vamos a conseguir. Así sea.