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Reflexiones que nos deja en un magnífico artículo el Excmo. Sr. D. José María de Montells y Galan, Juez de Armas de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén y Vizconde de Portadei, que reproducimos a continuación: |
1616
Desde Utrecht y el expolio de Gibraltar, no tengo simpatía a los ingleses. Admiro a su autor más universal William Shakespeare y el sentido de la tradición que todavía conservan y poco más. Sin embargo, algunos eruditos superferolíticos aseguran ahora que Shakespeare no fue Shakespeare y el asunto me preocupa. Me tranquiliza, eso sí, que aquella teoría de que Cervantes era Miquel Servent, un autor catalán, no haya prosperado, a Dios gracias. Todavía no han dicho que Cervantes era Shakespeare, o que el inglés era de Cardedeu, pero todo se andará. Visto lo visto, la Generalitat es capaz de todo.
Tengo leído que los dramas del autor de Stratford upon Avon, son de la autoría de Francis Bacon; de Marlowe; o incluso de Edward de Vere, conde de Oxford. Las dudas se fundamentan en que el dramaturgo era un hidalgüelo de aldea, sin grandes conocimientos ni cultura, por lo que es lógico pensar que no podía escribir lo que escribió, ya que le faltaba, según sus detractores, formación. También he leído que era católico clandestino, un oculto homosexual y en el colmo de los despropósitos, que era una mujer, de nombre Rebecca Honig. Una mujer barbuda, claro está.
Esto de la mujer barbuda, no puede ser más de mi gusto. En el famoso óleo de Ribera, una obra maestra del tenebrismo naturalista, aparece la vera efigie de Magdalena Ventura que a mí, me fascina desde niño. Magdalena, fue una dama a la que le empezó a crecer una espesa barba a los 37 años y que 15 años después, dio a luz un hijo con el que aparece retratada. Fue deseo del Señor Virrey de Nápoles, un Afán de Ribera, inmortalizar el extraño caso de Doña Magdalena de la misma manera que Carreño realizará más tarde los retratos de la Monstrua vestida y desnuda, en realidad una niña de enormes proporciones, que en el cuadro aparece como el Dios Baco.
La barbiespesa Doña Magdalena Ventura sale en el centro de la composición, vestida como una señora y dando de amamantar a su pequeño, con un rostro viril, mostrando en el gesto, un cierto malestar, quizá una especial aflicción. A su lado podemos ver a su marido, Felici di Amici, cuyo retrato también espléndido, capta a la perfección, la amarga resignación con la que vive el caso. Seguramente la mujer estaba aquejada de un severo hirsutismo o, acaso con más probabilidad, de hiperplasia suprarrenal congénita, también conocida como pseudohermafroditismo femenino.
Años antes de que Ribera retratase a Magdalena Ventura, Juan Sánchez Cotán, pintor de la corte, había inmortalizado a otra dama barbiluenga en su “Retrato de Brígida del Río, la de Peñaranda”’ (1590), obra que, según tengo entendido, se conserva hoy en el Museo del Prado, aunque no está expuesta al público. De esta Doña Brígida famosa, con escudo de armas como hidalga, se dijo que anduvo tras ella, Nuestro Señor Rey don Felipe II, pero no me lo creo. De la misma manera que no creo que Shakespeare fuese una gentil dama de pelo en pecho y luenga barba.
Del autor de Hamlet, se sabe que estudió en su pueblo natal, en la Stratford Grammar School, lo que le dio grandes conocimientos en literatura y gramática latinas, contrajo matrimonio muy joven, a los 18 años, con Anne Hathaway, de 26, que estaba embarazada de tres meses. Tuvo prole, aunque solo sobrevivieron las hembras. De que el escritor fue actor no hay la más mínima duda y de que esa circunstancia le ayudó en su formación autodidacta, tampoco. Igualmente fue empedernido lector. Falleció el 23 de abril de 1616, como nuestro Cervantes.
Estuvo casado con Anne hasta su muerte, y le sobrevivieron dos hijas, Susannah y Judith. La primera se casó con el doctor John Hall. Sin embargo, ni los hijos de Susannah ni los de Judith tuvieron posteridad, por lo que no existe en la actualidad ningún descendiente vivo del escritor. Se rumoreó, sin embargo, que Shakespeare era el verdadero padre de su ahijado, el poeta y dramaturgo William Davenant, un paniaguado del rey Carlos I.
Su escudo de armas, concedido en 1596 al padre del escritor, es lo suficientemente conocido como para reincidir en su descripción, pero no resisto la tentación: De oro, la banda de sable, cargada de una lanza de torneo de plata, fustada de oro, llevando por cimera un halcón de plata con la lanza del escudo.
Para concluir que el autor de Otelo fuese impostor, me da a mí que falta investigación y sobran excesivas suposiciones. Ha habido y hay, alrededor de esta historia, demasiada mente calenturienta, interesada en sobresalir a costa del buen nombre de William Shakespeare. No le ocurre lo mismo al manco de Lepanto, don Miguel de Cervantes Saavedra, del que sabemos todo o casi todo. Además contamos con la seguridad de que nadie haya dicho antes que Cervantes fuese una distinguida matrona barbuda, lo que es muy de celebrar en estos tiempos tan inciertos. Vamos, me parece a mí.