D. José María Montells

D. José María Montells

 Reflexiones que nos deja en un magnífico artículo el Excmo. Sr. D. José María de Montells y Galan, Juez de Armas de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén y Vizconde de Portadei, que reproducimos a continuación:

DEL TORO COMO EMBLEMA

   Estos días de lluvia otoñal, tan invitadores de la conversación al abrigo de una infusión o un café, hablando con mi amigo Guillermo Torres-Muñoz sobre los orígenes de la fiesta de los toros, no logramos ponernos de acuerdo. Torres-Muñoz cree, con Giménez Caballero, nada menos, que los toros de lidia proceden de Creta, de la cultura mediterránea, del sol y la alegría y, se apoya en las vasijas minoicas donde se ven mujeres cantando con castañuelas, vistiendo faldas de volantes y jugando al toro, como en Sevilla. Es también el mito del Minotauro, tan querido por mí.

   Yo creo que la tauromaquia es genuinamente española. Aquí, lo tengo dicho más de una vez, junto a una luz cegadora, hay una sombra oscura; en Creta, no existen las sombras. Por esta frase, Giménez Caballero, ese maestro olvidado, con el que tanto quería, me condenaría a las llamas eternas. Para él, España era Grecia y era Roma. Yo no estoy tan seguro. Este no es el país de Diana y de Baco. La nuestra es la tierra de María Santísima. Con eso nos basta y nos sobra. Por todo ello, me barrunto que algo hay en lo taurino, de castiza religión, de culto sacro, pompa y circunstancia de una época arcaica que perdura en nosotros, que desde tiempo ha, me seduce y engaña. Un desasosiego interior como si el Minotauro quisiera salir del laberinto. Fue Borges, creo, el que dijo que solo la muerte nos libera de nuestra propia y terrible confusión. Y eso al fin y a la postre, es lo que nos atrae de la santa lidia de los toros bravos.

22

   Cuando lo pienso y así se lo digo a Torres-Muñoz, me resulta chocante que un animal totémico, un animal emblemático tan nuestro, no esté más presente en la heráldica patria. Luis Valero de Bernabé, que lo tiene muy estudiado, dice que el toro se blasona en 232 escudos, lo que representa un 0, 42 % de todos los escudos hispanos. Normalmente se le representa furioso, alzado sobre sus patas traseras, aunque no faltan los emblemas que lo muestran paciendo o empinado a un árbol. Suele aparecer un solo ejemplar, ocupando todo el campo como única figura en él. Su esmalte es el sable, si bien aparece de oro o plata y cornado de lo último. Raramente se representa la testuz con su cornamenta. No parece que los españoles utilicen a islero por representarse. Es una pena.

   Lo que debemos recordar, digo yo, con relación a todo esto, es que el toro fue el emblema heráldico del Papa Alejandro VI, Rodrigo de Borja o Borgia, que rigió los destinos de la Iglesia de 1492 a 1503. Mala prensa tuvo aquella Santidad.

11

  Nacido en Játiva, hijo de Godofredo Lenzolio y de Juana Borgia, hermana de Alfonso Borgia (papa Calixto III desde 1454 a 1458). Su tío lo nombró cardenal a los 25 años y más tarde Legado y Vicecanciller, puesto que consiguió conservar mientras se sucedían cinco pontífices. En 1492 con el respaldo español y una costosa compra de votos entre los cardenales es proclamado papa. Logró imponerse al candidato de Carlos VIII de Francia, Julio della Rovere, futuro papa Julio II y constante adversario. A la muerte de su tío Calixto III los romanos habían asaltado los palacios de ‘los catalanes’, y su subida al poder fue también acogida con gran escándalo al ser conocidos sus debilidades y desórdenes morales.

   Con doña Rosa Vanozza, una verde luz en los sus ojos, hija de una antigua amante, tuvo cinco famosos hijos como cinco lobos hambrientos. Ninguno como Lucrecia Borgia, entendida en venenos e intrigas, bella, dorada, áurea, refulgente. La dama renacentista por excelencia.

  Los años de papado de Alejandro VI fueron muy agitados en Italia. Del Papa Borgia debe destacarse su ambición personal, el intento de crear con el patrimonio de San Pedro, un Estado moderno, la organización de un gobierno ordenado, con leyes justas y buena administración; el fomento de la agricultura, la industria y el comercio y, además, el intento de crear un Estado italiano unido y fuerte, libre de injerencias extranjeras. Le tengo simpatía histórica. Así que el toro (el de Osborne, creo) no solo está pintado en las banderas españolas de los aficionados al futbol, sino que enseñoreó Italia como señal pontificia.

   Por terminar, si el diestro Juan José Padilla, con su parche de pirata, me pidiese que ordenase sus armas, le pondría un toro de sable, negro zahíno, con la cuerna goteando gules, por recordar la grave cogida que sufrió el torero y de la que salió triunfante. Para que luego diga mi amigo Guillermo que el origen de esta fiesta tan dramática está en la luminosa Creta.