Por el Dr.D.José María de Montells y Galán, Heraldo Mayor de esta Casa Troncal.
Como casi todas las mañanas, abro en mi ordenador, el interesante blog Salón del Trono de un entrañable amigo, y me encuentro con la grata sorpresa que nos ha preparado Daniel García Riol, su Alma Mater. Y es que mi fraterno Don Daniel García Riol es un tipo estupendo que desborda bonhomía por los cuatro costados y procura regalarnos su sabiduría con la discreción de un santo, sin que se note demasiado.
Es una entrada dedicada al misterioso reino de la Mosquitia, en el territorio de la Costa de los Mosquitos entre Nicaragua y Honduras. Nada más cercano a mis gustos. Si a esto le añadimos noticias sobre la Orden de Grey Town, cuya elaborada insignia tuve yo en mis manos en la visita a un anticuario de París, hace ya miles de años, cualquiera puede figurarse la alegría que sentí. Casi, casi era un reencuentro.
La cierto es que el reino de los indios miskitos fue un protectorado británico en el corazón de la América Central, que los hijos de la pérfida Albión mantuvieron a lo largo de un buen puñado de siglos por asentarse en territorios de la Corona española, saciando así su voracidad por nuestras posesiones de ultramar.
Escudo de Armas de los Monarcas de la Mosquitia
Los españoles le echaron valor y coraje, tuvieron que hacer frente a los indios, a los piratas, a los ingleses, a los mosquitos y al calor y pese a todo ello, fundaron la ciudad de San Juan del Norte en 1538 y llevaron la fe y el idioma a las selvas más inhóspitas. No es poca cosa, aunque lo hayamos olvidado.
Sin embargo, los ingleses se atrajeron a los indios con cuatro chucherías y mucho ringorrango de falsos rendibúes y pleitesías creyendo que la madera de la región le sería negocio provechoso y no solo eso, que los muy ladinos aspiraban a llevarse buena parte del intercambio comercial en la región. Asentaron como colonos, gente de mal vivir (por seguir su costumbre) y se dispusieron a amargar la vida de los Capitanes Generales de Guatemala, primero y los Virreyes de Nueva Granada, después. No es cosa que me invente yo, en 1680, un tal Paterson, sin pudor alguno, propugnaba asegurar para Gran Bretaña las llaves del universo, para llegar a ser árbitros del comercio mundial. Los ingleses, siempre tan filántropos y desinteresados, querían lograr a través de Nicaragua y el río San Juan, un canal fluvial que facilitase la comunicación transoceánica.
Engatusar a los jefes miskitos, asimilándoles aparentemente a su realeza, no se me antoja difícil. Es lo que hicieron, antes de declarar formalmente el protectorado. A costa de España, naturalmente. No es de extrañar, todavía siguen en Gibraltar y lo que te rondaré, morena. Desde aquella, no me importa que se sepa que no les tengo simpatía.
William Walker.
Para los ingleses la alianza con los indios fue muy beneficiosa. Durante la guerra de Independencia de los EEUU contra la Corona británica, las tropas españolas estacionadas en Centro América que hubieran podido auxiliar a Gálvez y los norteamericanos, fueron hostigadas por los miskitos, logrando dilatar la ayuda de nuestros soldados, empantanados en la selva.
Así que en 1847, el Rey miskito George Augustus Frederic II (nada menos) a instancias del inglés depredador, cambió su bello nombre castellano de San Juan del Norte por el de Greytown, en homenaje al entonces gobernador británico de Jamaica, Sir Charles Grey.
Y diez años más tarde, los corsarios del Imperio de Albión fundaron, de la mano del títere coronado miskito, la Orden de Greytown, por conmemorar la defensa de la ciudad frente al bombardeo de que fue objeto por parte de una escuadra filibustera que actuaba bajo las órdenes de William Walker, el norteamericano que se hizo reconocer Presidente de Nicaragua en 1856, mediante un golpe de estado. Walker había declarado la esclavitud en el territorio nicaragüense con el objetivo de incorporar Centroamérica a los Estados Confederados del Sur. Un estratega, vamos.
En teoría recompensaba los méritos de los súbditos del rey George Augustus Frederic II, pero en la practica se concedió mucho más a los ingleses.
Placa de la Orden de Grey Town.
 Se trata de una bella placa de ocho brazos de esmalte blanco, sobre una corona de roble de esmalte verde, que encierra un centro azul cargado de un trofeo de plata, con un borde formado por una corona de laurel verde. Coronado todo de una corona cívica mural con la leyenda azul que dice Grey Town. Todo puesto sobre un rafagado apiñonado de rayos de plata. La cinta era azul marino, con una franja central azul celeste. A primera vista, factura y diseño londinense. Ahora, debe ser condecoración rara, una joyita par los coleccionistas. A mí, me pidieron un riñón por el ejemplar que ví en París y no estaba mi bolsillo para jolgorios.
Hay que decir que en cuanto los miskitos no les fueron rentables, los ingleses desposeyeron de la teórica corona a su rey y le nombraron simplemente jefe. Roma no paga traidores.