Por José María de Montells,Heraldo Mayor de esta Casa Troncal.
Cualquiera que me conozca bien, sabe que el diablo es tema que me atrae y repugna a la vez. Lo he tratado mucho. Literariamente, se entiende. En un libro mío ya escribí sobre las mañas del demonio Abagamael, que es el impresor de los infiernos y se divierte alborotando entre las páginas de los libros y dejando turulatas las obras más sesudas. Pero en mi último trabajo La cruz de sinople, referido a la caballería de San Lázaro, que ya se glosó en este mismo blog, no puedo atribuirle una errata, que descubro ahora y es un error de bulto.
Resulta que en las páginas 33 y 53, quizá en alguna otra, afirmo rotundo que “cuando el 7 de agosto de 1830, el Rey legítimo (el Conde de Chambord), Enrique V, muere en el exilio…” Todo el mundo sabe que Enrique V murió en el castillo de Frohsdorf, en 1883, luego de renunciar prácticamente al trono de Francia, que le ofreció Mac Mahón en 1873, al negarse a aceptar la bandera tricolor revolucionaria. Reinó un solo día, el 2 de Agosto de 1830, como consecuencia de la abdicación de Carlos X y de su tío, el duque de Angulema.
Lo importante es que antepuso los principios, que es un rasgo inequívoco del auténtico caballero, al trono. Una actitud admirable, donde algunos ven obstinación culpable. Venía a cuento todo el asunto, porque trataba yo de explicar la orfandad en la que había quedado la orden lazarista, al desentenderse Chambord del Hospital de la Cruz Verde, siendo como era su Gran Maestre nominal, al menos.
Conde de Chambord. |
El error o lo que sea, me ha disgustando un tanto. Tendré que añadir al libro, una fe de erratas, que es hojita que afea cualquier trabajo serio. Y lo más extraño es que a esta obra mía parece que le ha mirado un tuerto desde el principio. Por razones inexplicables, la imprenta mezcló en distintos capítulos, algunas líneas entre sí que dieron como resultado un texto surrealista que no tenía ningún sentido. Estuve por publicarlo como un tratado vanguardista, pero me contuve a tiempo. Me las ví negras para recomponerlo. Fue todo un experimento que, al final, pudo arreglarse felizmente. Los duendes de la imprenta o Abagamael, me dije. Luego fueron las ilustraciones, toda una historia de despropósitos y ahora, esta pifia tan burda. No me la explico y entono el mea culpa.
Quizá sea que, desde que soy un carcamal, me he vuelto muy impaciente. La impaciencia de ver el libro hecho, quizá me llevase a no revisar bien las pruebas o a lo peor, ha sido mi propia estulticia, que no se debe descartar. Uno, lee y relee sus propios escritos y no repara en lo que es más llamativo. Es lo que los psicólogos definen como un “déficit de atención,”y me malicio que lo padezco… o no, y todo sea obra del diablo Abagamael, que me ha tomado ojeriza. Aunque en buena lógica, más parece obra mía que obra del demonio.
1).-Lo nunca visto (guía de lecturas) Libros del Innombrable. Zaragoza. 2010.