Interesante ensayo-artículo que nos remite D. Jonatan Iglesias Sancho para su publicación en el Blog de la Casa Troncal de los Doce Linajes de Soria.

Las relaciones entre Alfonso XIII y Nicolás II

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El tema Romanov no pasa de moda. La forma en la que acabó la vida de los últimos zares de Rusia, Nicolás y Alejandra, y la de sus cinco hijos, ha sido la base para crear una leyenda alrededor de la historia real, a veces muy dulcificada, sobre la familia Romanov. Luego está el tema de la archiconocida leyenda de Anastasia, que ha permitido que esta historia perdure más en el tiempo, pese a haber encontrado ya los huesos de toda la familia. Para más inri, parece que en la actual Rusia, ciertos sectores siguen teniendo dudas de que los huesos enterrados bajo el nombre de la familia imperial (aunque aún los restos de Anastasia y de Alekséi no se han enterrado) sean los verdaderos, y siguen analizando el ADN y creando esas comisiones que tanto gustan a la capital de la antigua Unión Soviética, haciendo, de algún modo, que el tema Romanov siga estando candente. Entre esos personajes está ni más ni menos que el actual patriarca ortodoxo de Rusia.

 Sin embargo, poco es lo que se ha escrito, y de lo poco mal, sobre los intentos que el rey Alfonso XIII realizó para rescatar a la última familia imperial rusa. Navegando por el amplio mundo de la red, uno encuentra varios artículos que hablan sobre el tema, y sin menospreciar a ninguno de sus autores, la mayoría están copiados unos de otros, con algún añadido y con escasa información nueva. Por si eso fuera poco, ninguno muestra alguna fuente ni el origen de la información que posee, siendo difícil para un amateur comprobar si lo que escriben en esos artículos es cierto o no.

Hay que decir que, aunque el rey de España no fue el único monarca que se preocupó por la suerte de sus primos rusos, sí fue el único que utilizó sus influencias y de forma pública, presionó todo lo que pudo para intentar sacarlos de Rusia, temeroso de que, como luego ocurrió, sus vidas acabasen de la peor forma.

 Cuando inicié mis investigaciones para saber cuál fue el verdadero papel de Alfonso XIII en toda esta historia y qué fue lo que falló, jamás creí que encontraría tanta información que no se ha desvelado aún al público, y ni me llegué a imaginar que el rey español estuviese tan informado de lo que ocurría en Rusia ni de que tuviese un empeño tan grande en intentar sacar a los zares de allí. A la misma vez, me asaltaron varias dudas que nada tenían que ver con ese tema pero igualmente interesantes de intentar buscar respuesta ¿cuánto sabían el uno del otro? ¿qué intercambios de comunicación existía entre la corte de Madrid y la de San Petersburgo? ¿qué sabía el pueblo español del todopoderoso Imperio ruso?

 Esas fueron a groso modo las preguntas que me planteé, antes de querer conocer el verdadero papel del rey Alfonso en toda esta historia, y las que me planteo responder someramente en este artículo. Es imposible hablar de las relaciones entre ambos países, que se remontan a la época de Carlos V y del gran duque Basilio III de Moscú, ya que eso da para otro artículo tal vez mucho más interesante.

 Muchas veces me encuentro que a la hora de intentar conocer a los personajes, que es la mejor forma de intentar componer las múltiples piezas de su vida para formar su historia, que en la mayoría de biografías hechas por gente que los conoció, tienden a glorificarlos, convirtiéndose más en hagiografías que en una biografía objetiva. No obstante, hay varias de ellas en inglés, francés o alemán, desgraciadamente casi ninguna en español. 

Retrato del Zar Nicolás II vistiendo el uniforme de Farnesio

Retrato del Zar Nicolás II vistiendo el uniforme de Farnesio

 Por un lado está Nicolás Alexandrovich Romanov, más conocido como Nicolás II de Rusia. Era el todopoderoso emperador y autócrata de un imperio de unos veintidós millones de kilómetros cuadrados y que dirigiría el destino de más de ciento veinticinco millones de almas. Su poder dentro del Imperio ruso no tenía límites y no dependía de nada ni de nadie (aunque durante un tiempo estuvo limitado por la Duma), ya que solo era responsable ante Dios como su representante en la Tierra como máximo líder de la Iglesia ortodoxa. Nicky, que así es como lo llamaban entre familia, era un hombre que ni quiso, ni estaba preparado para reinar. Educado como estaba en los valores y preceptos del absolutismo, rehuía de cualquier concesión progresista a su pueblo, y las ideas renovadoras que estaban entrando en Europa desde las revoluciones del XIX, se frenaban por la maquinaria zarista, que se creía perfectamente engranada en el mecanismo del Estado. Aunque se supone que debía encarnar los valores de un zar, con todo el lujo y la pomposidad que gustaba a los aristócratas rusos, era un hombre más bien sencillo y muy burgués, carácter que le venía por la rama de los Schleswig-Holstein daneses a la que pertenecía su madre, María Feodorovna (nacida Dagmar de Dinamarca), mujer por cierto bastante controladora que siempre tuvo a sus hijos alrededor de su falda, al igual que su hermana la reina Alejandra del Reino Unido.

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 Por otro lado, estaba Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena, Alfonso XIII de España y Buby para la familia, criado sin padre y bajo los preceptos de una madre, archiduquesa de Austria, católica apostólica y romana, y mimado hasta la saciedad al ser el un niño rey, ya que fue rey desde el segundo uno de nacer. Su educación fue bastante limitada, partiendo de la base de que jamás fue intelectual y desde luego no tan cosmopolita como su padre, que estudió en el Reino Unido y en Austria. Pese a todo, era un hombre bastante campechano y liberal, amante y defensor del mundo castrense, y aunque era un rey constitucional de un país de segundo orden, a veces llegaba a actuar dentro de sus caprichos como un rey casi absolutista.

 Estos dos son los personajes de esta historia, que jamás se conocieron. La información política que tenían el uno y el otro era a través de las embajadas y de las (pocas) veces que algún miembro de sus familias coincidían en algún evento. Por ejemplo, la controvertida infanta Eulalia de Borbón, tía del rey, viajó a Rusia en la época en la que Mariano Maldonado, el conde de Villagonzalo, era nuestro embajador en San Petersburgo, en 1898. Erróneamente, he leído en varios de sus libros, que la infanta Eulalia fue a Rusia en 1904, en plena guerra ruso-japonesa, pero eso no pudo ser ya que en esa época, como muy bien explica Ricardo Mateos en su libro, Eulalia de Borbón l’Enfant Terrible, el embajador español era el conde de la Viñaza. Por lo tanto, ella no fue testigo de ningún ataque hemofílico del heredero al trono ruso, como también he leído por ahí, porque cuando ella realizó el viaje aún le quedaban siete años por nacer al pobre niño. La infanta Eulalia había conocido a algunos miembros de la familia imperial rusa durante el Jubileo de Diamante de la reina Victoria del Reino Unido, como al controvertido gobernador de Moscú, el gran duque Sergio, tío del zar, y a su esposa, la gran duquesa Elisabeth, llamada Ella, hermana de la futura zarina Alejandra. Pero no era a los únicos que conocía, ya que tenía cierta amistad con María Pavlovna, debido a sus largas estancias en París. Luego en Rusia conoció al gran duque Alexéi Alejandrovich, tío del zar, también al gran duque Nicolás Nicolayevich, casado con la princesa montenegrina Stana, al gran duque Constantino y a su esposa, tía Mavra, personajes bastante cercanos a Nicolás y Alejandra, además de almorzar en el palacio de Invierno con los zares y la zarina madre y llegar a ser invitada de la princesa Yusupova, madre del célebre asesino de Rasputín.

 Pero pocos eran los contactos entre ambas monarquías hasta el momento, a parte de los nombramientos como miembros del Toisión, por España, o de la Orden de San Andrés, por parte de Rusia, entre sus miembros, o la representación en actos y celebraciones. Para la coronación del zar Alejandro III en 1883, Alfonso XII había enviado a Antonio de Orleans, su tío el Montpensier, pero para la de Nicolás II la representación española fue más de segundo rango, enviándose a Juan Závala y Guzmán, marqués de Sierra Bullones.

 Cuando en 1902, Alfonso XIII juró la Constitución con dieciséis años, varios miembros de casas reales enviaron a sus representantes. Rusia envió al gran duque Vladimiro Alexandrovich, tío del zar, que de forma no escrita, él o sus hijos se convirtieron en embajadores oficiosos del zar ante el rey de España en cualquier evento. Durante los cinco días que el gran duque estuvo en Madrid (desde el 17 de mayo hasta el 22), estuvo acompañado por Pedro Caro y Széchényl, marqués de la Romana y grande de España, el cual le preparó una despedida en la que participó el famoso cantaor Antonio Pozo Millán, El Mochuelo, y el guitarrista Luis Pérez.

 Dos años más tarde se produjo la guerra ruso-japonesa, en la que España, igual que el resto de naciones no participantes en el conflicto, se mantuvo neutral. Para los españoles de a pie, poco les importaba una guerra que ocurría a miles de kilómetros, mas si cabe porque al no poseer ya las Filipinas nada tenían que perder, no como Francia, aliada de Rusia, o Reino Unido, que tenía una alianza con el Japón, que sí poseían territorios en Asia y miraban con lupa la guerra. En algún momento, el presidente Maura, de una forma casi premonitoria, habló de evitar que las “salpicaduras” de esa guerra salpicasen a España, y parece que vio venir que la neutralidad de España se pondría en entredicho. El 21 de octubre de 1904, varios buques de la armada imperial rusa, arribaron a los puertos de Vigo. Estos barcos venían siendo controlados por Gran Bretaña porque, sin saberse el motivo, habían atacado a unos pesqueros británicos y ese hecho, conocido como Dogger Bank, estuvo a punto de hacer que el Gobierno de Londres entrase en la guerra.

 Esos buques venían a España a buscar carbón, y los vigueses se quedaron maravillados al ver esos enormes barcos en sus puertos, comportándose de forma más que afable con los oficiales rusos que bajaron a ser recibidos por el gobernador civil de la ciudad y por el cónsul de Rusia. El Gobierno y el Parlamento deseaban que se fuesen de inmediato, ya que las leyes sobre la neutralidad eran muy estrictas y Londres observaba a España detenidamente. ¡Mucho cuidado habríamos de tener! Pues los dos países que más vigilaban los pasos españoles, Reino Unido y Francia, eran con los que España se tenía que entender por el tema marroquí, así que había que andarse con cuidado. El ministro de Guerra comunicó al comandante Rodjestevsky, líder de los oficiales rusos, que le serían suministrados 400 toneladas de carbón por barco, que luego fueron bastantes más, y pidió que se fuesen casi de inmediato. Tiempo de sobra tuvieron, ya que un periodista de El Imparcial, logró entrevistar al comandante ruso el 28 de octubre.

 Ya sabemos lo que ocurrió con esta guerra, perdida por Rusia, y que aceleró una revolución en el imperio, que demandaba al zar más representación popular. Aquí ya parece que el káiser alemán, primo hermano de la zarina, se planteó evacuar a la familia imperial, o por lo menos a Alejandra y al zarévich, si la cosa se exaltaba mucho, pero todo se calmó cuando el zar estableció una Duma y cedió algunas prerrogativas, que más tarde recuperó rápidamente.

 Dos años más tarde, en 1906, se llevó a cabo en España la boda del rey Alfonso con la princesa Victoria Eugenia de Battenberg, llamada más en familia como Ena. Era hija del difunto príncipe Enrique de Battenberg (primo hermano del zar Alejandro III y cuyo hermano se había casado con Victoria de Hesse, hermana de la zarina) y de la princesa de la princesa Beatriz de la Gran Bretaña, hija de la reina Victoria. Por lo tanto, era prima hermana de la zarina Alejandra (hija de la hija mayor de la reina Victoria) y también estaba emparentado con la Casa de Hesse, al ser nieta del príncipe Alejandro de Hesse, hermano de la zarina María Alexandrovna, todo un complicado y fascinante entronque genealógico.

 Al igual que le pasó a Alejandra cuando se casó con Nicolás, Ena tuvo que convertirse a una religión distinta a la suya, convirtiéndose al catolicismo a principios de marzo de 1906, algo que tampoco le costaría mucho porque su madre Beatriz la había educado bastante cerca del catolicismo dado a la estrecha amistad que mantenía con la emperatriz Eugenia de Montijo, madrina de Ena. Lo que sí afirmaría tiempo después es que la conversión provocó el rechazo de muchos. Ella sí había conocido a Alejandra y a Nicolás, pero cuando este era zarévich, e incluso había tenido un noviazgo sólido con un gran duque ruso, Boris, hijo de Vladimiro. Los padres del gran duque Boris querían casarla con ella, e incluso todos se encontraron en Niza en 1905, pero realmente Boris tenía pocas ganas de casarse y la princesa Beatriz consideró que, además de que este era demasiado mujeriego, su hija era aún muy joven. A la boda, junto al resto de regios invitados, llegó precisamente Vladimiro de Rusia, aunque al principio Nicolás II se había planteado enviar a su hermano menor Miguel, pero como en hasta 1905, el hermano del emperador había tenido una relación con la princesa Beatriz de Coburgo, llamada Bee, la madre de esta, María de Coburgo, escribió a la zarina madre pidiéndole que como Bee había quedado bastante dañada por la ruptura, pidiese al soberano ruso que enviase a otro familiar para que su hija no se encontrase a Miguel en Madrid.

 En el verano de ese mismo año, y por expresa petición del rey, el crucero español Extremadura, que estaba en Kiel participando en las famosas regatas del káiser, tenía que acercarse al puerto ruso de Cronstadt. Se comunicó a Juan Jordán Urríes, marqués de Ayerbe, que era el embajador español en esa época, que intentase presionar para que la familia imperial visitase el crucero. El propio monarca telegrafió a Aleksandr Izvolsky, ministro de Exteriores ruso (en esa época era más común decir ministro de Negocios Extranjeros y en España se conocía como ministro de Estado), el 2 de julio, comunicándole que deseaba mostrar sus respetos al zar enviando un buque de la armada real.

 El Extremadura llegó el 13 de julio sobre las siete de la tarde, dirigido por el comandante José Dueñas, siendo recibido al día siguiente, a parte de por el embajador español, por los ministros de Marina y Exteriores. Dueñas tuvo el privilegio de visitar Peterhoff, una de las residencias imperiales, y estar delante del zar, el cual le deseó la prosperidad para España y la familia real y le prometió visitar el barco con su esposa y con su hija mayor. Unos días después, sobre el 20 de julio, el yate imperial se acercó a Cronstadt, pero las malas condiciones climáticas hicieron que la vista se postergase. Ayerbe sabía que mientras la demora fuese más larga sería peor debido a la crítica situación política que se vivía en Rusia. Finalmente, y aunque parece que el zar realmente quería visitar el barco, se decidió anularla y todo se redujo a una cena con funcionarios del ministerio de Marina  y otra con miembros de la embajada española.  Es cierto que algunos periódicos españoles dieron eco de las noticias del buen trato que reinaba en Cronstadt y de las simpatías con las que los marineros españoles estaban siendo tratados “

[…] Además, las autoridades de Cronstadt con el deseo de evitar incomodidades a nuestros marinos, han puesto a su disposición lanchas y botes de vapor para que en cualquier momento puedan trasladarse a tierra sin utilizar los elementos del buque…[…]”, decía El Liberal, el 22 de julio, pero varios fueron los periodistas que afirmaron que ese “mal clima” no era el meteorológico, sino el político “El czar, que no sabe por dónde salir del pantano de sangre en que se ha metido, trae a no dudarlo, in mente el propósito de disolver a cañonazos la Duma”, dijo el mismo periódico. El último día de estancia del barco fue el domingo 22 de julio, zarpando a las cinco de la tarde rumbo a Kiel, aunque antes de despedirse, el comandante y los oficiales recibieron cruces por orden del emperador.

 Si nos adelantamos otros dos años, en 1908, Alfonso y Nicolás se intercambiaron nombramientos honorarios de sus regimientos, algo muy normal en las monarquías de la época. El 23 de enero de 1908, el día del santo del soberano español, Nicolás II envió al rey el siguiente telegrama en francés “[…] Me complace particularmente anunciaros que, según una orden del día que aparecerá mañana, nombraré a Su Majestad, jefe del Séptimo Regimiento de Lanceros de Olviopol. Nicolás”, y como era algo que estaba pensado con antelación, el 10 de enero de 1908, el regimiento pasó a llamarse Séptimo Regimiento de Lanceros de Olviopol de Su Majestad el Rey de España Alfonso XIII.

 En contestación y como muestra de amistad, el rey de España decidió nombrar al zar de Rusia coronel honorario del Regimiento de Lanceros de Farnesio. Esta orden fue publicada en el Diario Oficial del ministerio de Guerra el 25 de enero de 1908:

 Queriendo dar un relevante y distinguido testimonio de mi sincera amistad y afectuosa consideración a Su Majestad el emperador de Rusia, Nicolás II, vengo en nombrarle coronel honorario del regimiento de Lanceros de Farnesio, quinto de caballería. Dado en Palacio, a veintitrés de enero de mil novecientos ocho. Alfonso.

 Para dar un aire más formal al nombramiento, el zar envió a su primo, el gran duque Boris Vladimirovich, con un séquito de 24 personas, que llegó a España el 28 de marzo. Fue recibido por el infante Carlos, por Manuel Allendesalazar, ministro de Estado y por algunos altos funcionarios palatinos. Ese mismo día, en una ceremonia llevada a cabo en el Palacio Real, el gran duque entregó al rey el uniforme y las divisas que lo acreditaban como coronel del regimiento. Por la noche, se celebró un banquete en honor al nombramiento del rey y a la visita de la delegación rusa, vistiendo el monarca el uniforme del regimiento y la banda de la Orden de San Andrés.

Comisión rusa en Madrid y que se ve al rey Alfonso vestido con el uniforme ruso

Comisión rusa en Madrid y que se ve al rey Alfonso vestido con el uniforme ruso

 A las órdenes del gran duque se pusieron Mariano de Silva y Carvajal, marqués de Santa Cruz, Felipe Navarro y Ceballos-Escalera, barón de Casa Davalillo, ayudante del rey, y el capitán de artillería, Pedro Geveuris, ayudante honorario del monarca. El día 31 de marzo, se celebró una fiesta en la embajada rusa en honor al gran duque, a la cual en representación del soberano español, acudió el infante Carlos. La fiesta y el banquete previo estaban organizados por el embajador ruso en España, Artur Cassini. En aquellos tiempos, la embajada estaba en el hotel de la Castellana, que pertenecía a los marqueses de Ivanrey. El diario de La Época, habló del evento.

 El gran duque Boris ocupó en la mesa una de las cabeceras, teniendo a su derecha al presidente del Consejo y a su izquierda al ministro de Estado. La otra cabecera fue ocupada por el infante don Carlos, entre el embajador de Rusia y el ministro de la Guerra, marqués de Estella.

 Los demás comensales eran el duque de Sotomayor, el general conde de Serrallo, marqueses de Santa Cruz y Mesa de Asta, conde de Pie Concha, barón de Casa Davalillo, Mr Lermontoff, secretario de la embajada rusa, el barón de Behr, Mr Kolemine y el séquito del príncipe ruso, compuesto por el coronel Tomachevsky, el capitán Massalsky-Sourine, el teniente Gladovne, el teniente Koube, monsieur de Scheck y el capitán español Sr. Jevenois.

 La mesa estaba adornada con arte y buen gusto y la comida fue espléndidamente servida […]

La Época, 31 de marzo de 1908.

 En todo momento, el gran duque vistió su uniforme de los Dragones de la Guardia y portaba la banda de Carlos III; por su parte, los oficiales que lo acompañaban, vestían el uniforme del Regimiento de Olviopol. El ministerio de Guerra del Imperio ruso, el 22 de abril, autorizó al regimiento el uso de los monogramas del rey Alfonso en las hombreras y charreteras de su uniforme. Durante su estancia en España, visitó Toledo, una función en el Teatro Real y varios museos.

 Para corresponder a la delegación enviada por el zar, se publicó en La Gaceta el 9 de mayo lo siguiente: “Ministerio de Estado, Real decreto, fecha 7, nombrando embajador extraordinario para desempeñar una misión especial cerca de S.M. el emperador de todas las Rusias al serenísimo señor infante de España, D. Fernando María, príncipe de Baviera”.

 El rey Alfonso envió una representación a Rusia el 12 de mayo de 1908, compuesta por el infante Fernando de Baviera y Borbón, primo suyo, al general Joaquín León Milans del Bosch y Carrión, José Pulido López, Ramón Fernández de Córdoba; en representación del Regimiento de Farnesio estaban el coronel Rafael huerta Urrutia, Arturo Cuñado y Márquez y Cristóbal Pérez del Pulgar y Ramírez de Arellano. La delegación, que llegó el 17 de mayo, fue recibida con todos los honores: se tocó la Marcha Real y un destacamento de soldados rindió los homenajes pertinentes. La comitiva fue recibida por los grandes duques Boris Vladimirovich, por Nicolás Mijailovich (hijo del gran duque Miguel Nicolayevich [primo del zar Alejandro III] y de la princesa Cecilia de Baden) y Sergio, hermano del anterior; además de por el embajador en Rusia, el ministro de Negocios Extranjeros de Rusia, Aleksandr Isvoloki, entre otros miembros ilustres. Se hizo una primera recepción en el palacio de Invierno, donde fueron recibidos por el ministro de la casa Imperial y donde el príncipe Vassily Dolgorouky, ayudante del zar, fue nombrado agregado del infante Fernando.

 Luego, aprovechando la llegada de la comitiva española, se celebró en la iglesia católica del cuerpo de pajes, una misa en honor al cumpleaños del rey Alfonso, a la que asistieron el infante Fernando, el gran duque Boris, el embajador español y demás miembros. A las cuatro y media de la tarde, recibidos por Nicolás II en el palacio de Alejandro de Tsarkoe Selo el 17 de mayo, fecha elegida por el soberano ruso en honor al cumpleaños del rey de España, y en cuya recepción le hicieron entrega al zar del uniforme e insignias del regimiento. El emperador entregó condecoraciones y regalos, como sables de lujo, petacas de oro esmaltadas en azul con las cifras del emperador en brillantes, además de otros objetos. También se aprovechó para entregar al infante Fernando la insignia de la Orden de Catalina II, para entregársela a la reina Victoria Eugenia. Ese mismo día, sobre las siete de la tarde, se celebró una cena de honor al séquito español la que asistieron los zares, la emperatriz viuda, la reina Olga de Grecia, nacida gran duquesa de Rusia y casada con el rey Jorge I de Grecia, el príncipe de Rumanía entre otros grandes duques y miembros de la política rusa y del Gobierno. Los discursos pronunciados por el zar y por el infante Fernando, al ser de larga extensión, es mejor que se consulten en La Época en el número del 18 de mayo de 1908.

 En diciembre de 1911 nació la infanta María Cristina de Borbón y Battenberg, cuarta hija de los reyes de España. La infantita, como llamaban en la prensa a las infantas pequeñas, había nacido en el Palacio Real el 12 de diciembre, y el día 15 fueron a registrarla al Registro Civil, informando la prensa que la madrina sería la infanta María Teresa, hermana del rey de España, y su padrino sería el mismísimo zar de Rusia. La decisión trajo cierta polémica, ya que Nicolás II no solo era de una religión distinta a la católica, sino que era el jefe de la Iglesia ortodoxa. Algo similar pasó unos años atrás con el rey Eduardo VII del Reino Unido.

 Cumplimentaron hoy al monarca el sr Alvarado, don Mateo Silveda y el señor obispo de Sión, este para hablar con el rey del bautizo de la infantita, que se celebrará, como hemos dicho, a las doce del próximo sábado, día en que celebra su fiesta de onomástica de S.M. la reina Dª Victoria. El emperador de Rusia ha designado a su embajador en esta corte para que le represente como testigo de la ceremonia. El zar no puede ser padrino por su carácter de religioso cismático, como en otra ocasión no pudo serlo el rey Eduardo VII, jefe en Inglaterra de la Iglesia protestante.

La Época, 19 de diciembre.

 La Correspondencia de España, el día 20, añadía “no habrá en el bautizo más que madrina. Lo será S.A.R. la infanta doña María Teresa […] el czar será testigo, y estará representado por un gran duque o por el embajador de Rusia”. Otro de los testigos del zar sería el infante don Carlos.

 El día del bautizo fue el sábado 23 de diciembre. Ese mismo día, los reyes enviaron un telegrama al zar y a la zarina agradeciéndoles su representación en el bautizo a través del embajador ruso, Fiodr Budberg, como testigo. La niña fue bautizada como María Cristina Teresa Alejandra María Guadalupe María de la Concepción Idelfonsa Victoria Eugenia de Borbón y Battenberg. Precisamente “Alejandra”, fue puesto en honor a la zarina. A las ocho y media de la tarde, se celebró en el comedor de palacio, una cena a la que asistieron varios miembros de la familia real, nobles y personajes ilustres de España. Entre ellos estaba Fiodr Budberg, el cual fue condecorado con el collar de Carlos III.

Varios miembros de la familia real es el bautizo de la Infanta María Cristina, y en el fondo se ve al embajador ruso en España

Varios miembros de la familia real es el bautizo de la Infanta María Cristina, y en el fondo se ve al embajador ruso en España

 Cuando en 1912 se celebró el centenario del nacimiento de los Lanceros de Olviopol, el rey Alfonso fue retratado por el pintor Antonio Ortiz Echagüe, llevando el uniforme del regimiento, que fue enviado a mediados de mayo a Rusia. Desgraciadamente, no se conserva este retrato, y lo único que se sabe es gracias a algunas fotografías que quedan de él. En el cuadro, el rey aparece con el uniforme en la antecámara del salón Gasparini del Palacio Real, apoyado sobre un sable y tocado con la chascás de cola blanca y con el casco. Además, como se iban a desarrollar unos actos en conmemoración del centenario, acudió en representación del rey el coronel Pedro Bazán y Esteban, agregado militar de la embajada española en Rusia.

 En el Archivo General de Palacio, está el Informe a S.M. sobre los Actos del Centenario del 7º Regimiento de Lanceros de Olviopol, en la Caja 12.330/1, donde el propio coronel describe su estancia en Hrubieszow, sede del regimiento “[…] El coronel Bursky dio un «viva el emperador Nicolás II» […] dio después un «viva el agustísimo jefe del Regimiento S.M el rey de España, Alfonso XIII», y dándome frente, permaneció en la posición del saludo militar, lo mismo que yo, mientras la tropa contestaba con frenéticos hurras y la música entonaba tres veces la marcha real española […]”. Fue en la mañana del día 23, cuando se llevó a cabo la presentación del retrato del rey, que presidió los desfiles del centenario. El coronel Pavel Dmitrievich Bursky, dijo “[…] Este grandioso retrato, adornando el salón de gala del casino de oficiales, nos recordará siempre a los Lanceros del rey de España, la gran bondad de nuestro amado jefe”.

 A finales de ese año, concretamente el 19 de diciembre, otra comisión del regimiento de Olviopol, formada por el coronel Pavel Dmitirevich Bursky, el capitán Jodnef y el teniente Daragan, llegó a España para entregar a don Alfonso la medalla conmemorativa del centenario del regimiento, un álbum fotográfico y una serie de presentes para el regimiento de parte del zar. En el Archivo del Palacio Real se conserva uno de los dos álbumes de fotografías (número de inventarios que van desde el 10.190.072 a 10.190.072) que el coronel trajo para el rey en el que aparecían distintas fotografías con actos del regimiento.

 Uno de los álbumes, que fue entregado en 1914 al Regimiento de Farnesio, está encuadernado en cartón duro y con letras plateadas en cirílico, en la parte superior, y en la inferior el monograma del rey Alfonso. Son 21 fotografías en dos páginas, con un índice en el que aparecen los lugares y los personajes que aparecen en las fotografías. El collage, fue realizado por el célebre fotógrafo, Moisés Selivyrostov. Realmente existe un tercero que fue subastado en Moscú en el año 2013 por unos 9000$, y que podría ser una copia enviada al Regimiento de Olviopol o al propio zar.

 La comisión se hospedó en el Palace Hotel, y estuvieron de cacería en la casa de campo del rey. Al día siguiente se presentaron ante el rey y el día 22 se realizó un almuerzo en su honor en el Salón Rojo del Palacio Real. La visita de los rusos duró cuatro días y estuvieron en todo momento acompañados por el agregado militar ruso en la embajada, Alexis Scouratoff, y por el capitán Teodoro de Iradier Herrero, que era el director de la Revista de Caballería, en cuyos números, describió los actos que se realizaron esos días.

 Un poco antes de la Gran Guerra, el 14 de mayo de 1914, el embajador ruso en España, que seguía siendo Budberg, envió al rey un retrato de Nicolás II con el uniforme de los Lanceros, que había sido pintado por orden del zar para entregárselo a dicho regimiento, y diez días después, el agregado militar ruso de la embajada en España, Scouratoff, se desplazó a Valladolid para entregar al Regimiento de Farnesio, unos regalos del zar: un retrato del emperador en óleo vistiendo el uniforme del regimiento, uno de los álbumes traídos en 1912, y la charoska, un recipiente de plata con una escultura.

 Para el acto de descubrimiento del retrato del zar y de la entrega de regalos se colocaron macetas en el patio de armas y también de un gran dosel en la fachada de la Dirección del cuartel, formado por las banderas de España y del Imperio ruso. La música la tocó el Regimiento de Infantería de Isabel II, interpretando la Marcha Real al mismo tiempo que iban llevando el estandarte a su lugar. Fue el coronel Rafael Huerta quien descubrió el lienzo, que estaba entre dos monogramas, uno del rey Alfonso y otro del zar y, al momento, sonó el himno imperial mientras el regimiento presentaba armas. Tras las ceremonias pertinentes, se realizó un banquete en el Hotel Moderno de Valladolid, donde se produjeron brindis por los soberanos y por la prosperidad de ambos países. En el retrato aparecía Nicolás II, vistiendo el uniforme y apoyado sobre un sable, luciendo el Toison de Oro. Desgraciadamente no se conserva el retrato, seguramente destruido en la II República. Se conserva una copia del mismo en el Museo del Ejército.

Retrato del Zar de cuando mandan el cuadro a Valladolid

Retrato del Zar de cuando mandan el cuadro a Valladolid

 Estos fueron, a groso modo, los contactos que hubo entre ambas cortes, como puede verse siempre dentro de una comunicación por cortesía. Es cierto que tenían cosas en común, ya que tanto Alekséi, heredero al trono ruso como el príncipe Alfonso, príncipe de Asturias, además del infante Gonzalo tenían hemofilia, un mal del que no se conocía mucho. Esta enfermedad venía por la rama de las mujeres descendientes de Victoria del Reino Unido, ya que la hermana de la zarina, Irene de Prusia, casada con el hermano del emperador alemán, tuvo dos hijos hemofílicos, uno de ellos Enrique, que murió en 1904.

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 El domingo 28 de junio de 1914, estando el rey veraneando en Santander, en el palacio de la Magdalena, recibió un telegrama del embajador español en Viena, que citaba: “Archiduque heredero Francisco Fernando y esposa fueron asesinados en Sarajevo por anarquistas”. Ese es el conocido punto que marcó el inicio de la Primera Guerra Mundial unas semanas después, aunque no hay que pensar que eso fue todo, detrás de ese asesinato se esconde un fuerte problema con el nacionalismo serbio, una gran tensión en toda la zona balcánica que venía de muy atrás, y muchos más problemas que no se pueden analizar en este artículo.

 Alfonso XIII sabía que esa guerra iba a ser larga, como también lo aseguró lord Kitchener. Europa quedó dividida en dos bloques: la antigua Triple Alianza o Imperios centrales (Alemania y Austria) y la Entente o Aliados (Gran Bretaña, Francia y Rusia). Desde primera ahora, España recibió bastantes presiones para unirse a un bando y a otro, e incluso se acudió al monarca, máxime cuando él tenía familiares en ambos bandos: su esposa era inglesa y su madre austriaca. No obstante, el 30 de agosto de 1914, el Gobierno publicó en La Gaceta: “El Gobierno de Su Majestad se cree en el deber de ordenar la más estricta neutralidad a los súbditos españoles, con arreglo a las leyes vigentes y a los principios del Derecho Público Internacional”. Así, con un decretazo, España se mantuvo neutral. Cierto es que también a varios países, como a Francia, le interesaba esa neutralidad para poder llevarse a los soldados del norte de África y de los Pirineos, y también hubo alrededor de esto, ciertas conspiraciones contra esa neutralidad.

 Un día le llegó al rey una carta de una lavandera francesa, pidiéndole, o más bien suplicándole, que hiciese lo posible para intentar localizar a su marido, desaparecido en esa guerra que movilizó a más de catorce millones de personas. Finalmente, gracias a los movimientos del soberano, el marido fue encontrado en Alemania. Desde ese momento, y también gracias a la publicidad que se le dio a este hecho, el rey empezó a recibir cientos de miles de cartas pidiendo ayuda.

 Esto es sencillo de explicar: los familiares o amigos no podían dirigirse al país enemigo, que era quien tendría preso o habría matado al desaparecido, y los gobiernos de sus países tampoco podían hacer nada porque tenían cortada cualquier comunicación oficial con el enemigo, así pues, que la única ayuda podía venir de los países neutrales, como Suiza, con la Cruz Roja Internacional, o España.

 El rey decidió organizar la llamada Oficina Procautivos en el Palacio Real, todo subvencionado por su asignación personal. Su Secretaría Particular, la cual dirigía Emilio María de Torres, se amplió y contrataron a cincuenta trabajadores más, y a través de ella, se gestionaba cualquier ayuda material o de búsqueda que solicitaban a palacio. Para esto, el rey tuvo que tener, como mínimo dos cosas: confianza tanto en sus diplomáticos, que eran los que movían las cartas y telegramas, como en sus oficiales que inspeccionaban los campos de concentración; y también una cierta actitud de mando para ser un monarca constitucional.

 No se puede ir repasando una a una todas las peticiones que le llegaron al rey, que fueron muchas, pero sí, tal vez, reivindicar desde este artículo, que esta labor por la cual muchas vidas se salvaron, está a día de hoy muy poco reconocida en este país.

 El rey Alfonso, gracias a sus diplomáticos, estaba enterado de muchas cosas en Europa, y en el caso que nos concierne, también lo estaba de lo que ocurría en Rusia gracias a su embajador Luis Valera y Delavat, marqués de Villasinda. El rey sabía que desde el inicio de la guerra había cierto descontento en el país, y que todo empeoró desde la muerte del stárets Rasputín, existiendo un complot por parte de varios familiares del zar para expulsar de la corte a la zarina y conformar un llamado “Gobierno de confianza”. Lo que tal vez no se imaginaba es que la monarquía rusa caería, y mucho menos tan rápido ya que en los círculos políticos se afirmaba que, si había algún tipo de cambio, eso sería al final de la guerra. Él fue informado desde el primer momento de la abdicación del zar durante la Revolución de Febrero, aunque la noticia le llegó por el conde de Albiz, agregado a la embajada española en Londres, y rápidamente quiso saber cómo iba evolucionando la situación interna, pues era muy importante para el devenir de la guerra.

 Se le informó de la confrontación entre la Duma y el Soviet, y la creación de un Gobierno provisional encabezado por el príncipe Lvov, partícipe de seguir en la contienda, y recibió la lista de los nuevos ministros, sabiendo que el gran duque Miguel, hermano menor del zar, había decidido rechazar la corona. Entonces, temiendo por la seguridad de la familia imperial, ya que se temía que de un momento a otro los comunistas se alzasen con el poder, el rey envió un telegrama a su embajador el 22 de marzo, solicitando al Gobierno ruso la salida de los Romanov, dándoles asilo en España y asegurando que no se involucrarían en política. Dicha propuesta fue denegada por el ministerio de Negocios Extranjeros ruso ¿por qué? Porque se suponía, que Nicolás, Alejandra y sus hijos, iban a ser enviados al Reino Unido. Alfonso preguntó a través del embajador británico en España, lord Arthur Henry Hardinge, y le aseguró que serían desplazados a las Islas Británicas en el menor tiempo posible, así que el rey se relajó.

 El caso británico en todo esto es más que curioso, y tiene mucha culpa del destino de esta familia. El embajador británico en la capital rusa era sir George Buchanan, todo un gentleman pero conspirador por excelencia, metido en todos los asuntos de la corte y apoyando en todo momento la expulsión de la zarina y de toda la aristocracia germanófila que la rodeaba. Es cierto que él trató el tema directamente con Miliukov, el nuevo ministro de Negocios Extranjeros, que era un monárquico liberal, y tras solucionar trámites protocolarios, Rusia pidió que el Reino Unido le diese asilo a los Romanov, cosa que accedieron: “En respuesta a la petición formulada por el Gobierno ruso, el rey y el Gobierno de su majestad, se apresuran a ofrecer asilo en Inglaterra al emperador y a la emperatriz, al que se espera se acojan durante la guerra”, fue la respuesta.

 Jorge V, rey del Reino Unido y primo hermano de los zares, presionó al Gobierno de Lloyd George para que apoyasen un plan de rescate diseñado por el general Wallscourt Waters, que consistía en enviar un barco a Porth Romanov, actual Murmansk, a donde la familia sería llevada por tren, y desde ahí, llevarlos al Reino Unido, todo esto con el beneplácito del káiser Guillermo II que dio su palabra de honor de que ningún barco inglés que transportase a los Romanov sufriría ningún daño por parte de barcos o submarinos alemanes ¿qué se podía esperar de uno de los agitadores de la revolución?

 Dinamarca, cuyo rey era primo hermano del zar, también se preocupó por el destino de los ex emperadores, y solicitó ayuda al emperador de Alemania, y el káiser advirtió a través de su canciller, Theobald von Bethman que “si a cualquier miembro de la familia imperial se le tocaba aunque fuera un pelo de la cabeza, yo le haría responsable personalmente [al Gobierno provisional]”.

 Pero sí hay que tener una cosa muy clara: el Gobierno provisional no quería hacer ningún daño a los Romanov e intentaron por todos los medios sacarlos de Rusia, sobre todo el nuevo presidente, Kerensky. Pero si alguien consulta la documentación del Foreign Office británico, parece que Jorge V de un día para otro cambió de opinión. Para el Gobierno británico también tenía sus problemas y no era tan fácil plantear un hipotético traslado. En esa época, Londres era un hervidero socialista y muchos de los antiguos revolucionarios y anarquistas rusos que se habían visto obligados a exiliarse de la Rusia zarista por sus ideas políticas habían ido a parar allí. Al mismo tiempo, toda la situación que llevaba aparejada la guerra, había hecho crecer mucho el descontento y se empezaba a cuestionar abiertamente el papel de Jorge V y de la familia real, sobre todo en las ciudades industriales, como Glasgow o Liverpool, en las que el republicanismo estaba calando hondo. Pero como se ha dicho, no fue el Gobierno, sino el rey, quien cambió de opinión, y haciendo uso de sus poderes constitucionales, presionó todo lo que pudo a su Gobierno para impedir que los zares fuesen a Londres.

 Todo esto en un momento también bastante delicado para los Romanov. Nicolás acababa de llegar del frente y se encontró que todos sus hijos estaban enfermos, incluso la tercera de sus hijas, María Nicolaievna que había resistido, empezó a enfermar. Listos como nadie, sobre todo Alejandra, destruyó toda la correspondencia que le podía dañar, y más en un momento en el que la prensa, libre de la censura, publicaba a diestro y siniestro los planes llevados a cabo por una paz por separado desde hacía tiempo, aunque hay que decir que Nicolás no quemó ningún documento.

 ¿Pero qué fue lo que hizo Jorge V para impedir que sus primos fuesen al Reino Unido? El 30 de marzo, pidió a través de su secretario, lord Stamfordham, al secretario de Exteriores, Arthur Balfour, que se replantease la cuestión, pero ante las largas que le dio el secretario, informándole que no se podía dar marcha atrás, él siguió insistiendo. La figura de la ex-emperatriz, alemana y a la que se le acusaba de colaborar con las fuerzas enemigas, no era grata en un país aliado, y Jorge temía que hubiese represalias contra la monarquía, más aún cuando se decía abiertamente que había sido el propio monarca quien en un principio había presionado al Gobierno para otorgarles asilo debido a la estrecha relación con los rusos, algo que ponía en una situación muy incómoda al rey Jorge.

 Sea como fuere, Jorge V presionó a su Gobierno para que se retractase usando los mecanismo que poseía. El 6 de abril, el secretario del rey envió dos cartas al Foreign Office en las que dejaba claro que preferiría que el Gobierno retirase el asilo e intentar sacarlos de Rusia pero llevarlos a otro país. Un día después, el Foreign Office informó al Gabinete que tal vez sería mejor plantear la situación de los Romanov en Francia o en España.

 El primer ministro, en una reunión del Gabinete repitió casi palabra por palabra el mensaje de preocupación transmitido por el monarca, sin citarlo, ya que ante todo se quería proteger a Jorge V. El 10 de abril apareció en los periódicos rusos que Gran Bretaña había dejado de insistir en dar asilo a la ex familia imperial. Así pues, sobre el 13 de abril, el Reino Unido planteó que tal vez un destino mejor para la familia sería el sur de Francia o España.

 Se señaló además que, en caso de diferencias de opinión entre los gobiernos británico y ruso, en Rusia existiría la tendencia de atribuir nuestra actitud a la presencia del zar. En estas circunstancias, se sugirió el sur de Francia o incluso España (pero solo en el caso de que España se uniera a los aliados), podría ser un lugar de residencia más adecuado, si se permite al zar salir de Rusia”, fue lo que se dijo en una sesión.

 Esto fue aprovechado por lord Hardinge para preguntar a lord Francis Bertie, embajador británico en Francia, sobre la posibilidad de enviarlos a París. La respuesta del diplomático del 22 de abril, fue contundente: Alejandra estaba considerada como una loca criminal y al emperador poco más que un calzonazos por su sumisión ante sus mandatos ¡Otro país que se negaba!

 El rey de España, que recibió también lo dicho por el gobierno británico gracias a su querido Merry de Val, embajador en Londres y hermano del influyente cardenal Rafael Merry de Val que formaba parte de la curia vaticana, hizo oídos sordos a eso de “solo en el caso de que España se uniera a los aliados”, y decidió actuar queriendo seguir el plan que habían intentado los británicos de enviar un barco, cosa que también había planeado el rey de Suecia. El 2 de julio, llegó a España el nuevo embajador ruso, Anatoly Nekluidov, que entregó las cartas credenciales al monarca y se desarrolló el acto protocolario que se realizaba con cualquier diplomático. Una vez acabado, el rey invitó al embajador a unas habitaciones más privadas, y en presencia de la reina y de la reina madre, le dijo: “En su discurso, ha aludido amablemente a la ayuda prestada por mí a sus prisioneros de guerra. Ahora permítame expresarle mi vivo interés por otros prisioneros. Me refiero al zar Nicolás II y a su familia. Le ruego transmita a su Gobierno mi petición encarecida de que sean puestos en libertad”. Lamentablemente ya era muy tarde, pues el Gobierno provisional había pensado enviar a los Romanov a Siberia, a la localidad de Tobolsk, y eso hacía más difícil intentar sacarlos, más cuando en octubre, los comunistas llegaron al poder y el Gobierno provisional, que sí quería la liberación de los Romanov, desapareció.

 Tampoco hay que creer que solamente Alfonso se preocupó por Nicolás y su familia, pues varios miembros de la extensísima familia imperial le solicitaron ayuda. El 8 de agosto de 1918, recibió el siguiente telegrama por parte de su embajador en Berna: “Reina Olga de Grecia me telegrafía desde Hotel National Lucerna, donde se encuentra actualmente, rogando transmita a Su Majestad el rey siguiente telegrama: «Recibo telegrama de mi hija de Londres que su marido y varios miembros de nuestra familia están en prisión en San Petersburgo en peligro inminente si no llega socorro inmediato para salvarlos. Suplico Vuestra Majestad intervenga en lo posible»”.

 El caso que se le planteaba al rey era el del gran duque Jorge Mijailovich, casado con la princesa María de Grecia, hija de la reina Olga. Ese mismo día, fue la propia gran duquesa Jorge (a las princesas se les llamaba con el nombre del marido), quien escribió al rey pidiéndole lo mismo, y un día después, la reina Mary de Teck, esposa del rey del Reino Unido, envió otro telegrama informando al rey Alfonso que ellos estaban enterados de la situación del gran duque Jorge y le pedía también intervención. La reina Victoria Eugenia comunicó a la gran duquesa Jorge que su esposo haría todo lo posible por intentar ayudar a su pobre esposo y a toda la familia que lo necesitase.

 También en septiembre de 1918 se recibió en palacio una petición de ayuda de parte de la gran duquesa María Pavlovna, casada en segundas nupcias con el príncipe Sergio Putiatin, que solicitaba ayuda para rescatar a su padre, el gran duque Pablo Alexandrovich, también prisionero en Petrogrado.

 Desgraciadamente, por más que lo intentó, el rey de España tampoco pudo hacer nada para salvar ni al gran duque Jorge ni al gran duque Pablo. En realidad, las relaciones con la nueva Rusia estaban casi cortadas, España desde octubre de 1918 no tenía representación en Rusia, desde que el Encargado de Negocios, Fernando Gómez Contreras, abandonase el país, aunque Francisco Gutiérrez Agüera fue enviado para “informar del curso de los sucesos políticos en Rusia”.

 Como puede verse, de una forma u otra, el rey había estado presionando de muchas formas para sacar a la familia imperial de Rusia. La baronesa Buxhoeveden, fue informada por una amiga de los intentos del rey Alfonso, y el emperador, cuando estaba recluido en Siberia, fue comunicado de ello “No, nadie me lo había dicho. Ese sí que es un amigo fiel” esto se recoge del larguísimo informe de Contreras, dejado en la embajada y que Gutiérrez de Agüera recogió.

 Hasta aquí este artículo, pero no es el fin de esta historia, aún queda mucho que escribir sobre la verdadera intervención del rey Alfonso en todo este asunto de los Romanov, lejos de cualquier conspiración y de cuentos de hadas. El rey español tuvo un especial empeño en sacar a la antigua familia imperial de Rusia, colaborando con el Vaticano, sentando en la misma mesa al nuncio apostólico en Madrid y al embajador alemán en España, y hasta enviando una comisión médica a Rusia para inspeccionar a los imperiales rehenes, pero eso… es otra historia.