Artículo que nos ofrece en primicia, nuestro querido colaborador habitual D. José María de Montells y Galán, para su publicación en el Blog de la Casa Troncal de los Doce Linajes de Soria… SU CASA.

Gracias querido José María, nuestros lectores, disfrutarán de él, como yo lo he hecho.

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LA SANTA FAZ DE NUESTRO SEÑOR COMO EMBLEMA FAMILIAR

Por José María de Montells

Cuando murió mi padre, el 8 de noviembre de 1997, quedé sumido en una depresión muy dolorosa que, poco a poco, con la ayuda de Dios y mi familia superé a duras penas. A los seis meses de su fallecimiento, mi madre, un genial torbellino de pasión y simpatía, aquejada por aquellas fechas de un Alzheimer que le indujo a la neblina de la desmemoria, se reunió con él y tengo para mí que desde el cielo velan por todos nosotros.

No tuve hermanos, así que me vi de pronto, asumiendo la jefatura de mi familia, con la íntima convicción de tener la obligación de transmitir a los míos, el legado de una historia al menos curiosa y algo mítica. A mi padre debo yo la curiosidad por el pasado de los nuestros, la admiración por su tío Conrado, el recuerdo de su abuela. Ya he contado, en alguna que otra ocasión, que mi señor padre gustaba de llevarme cuando rapaz, las mañanas soleadas de invierno, al Museo del Ejército, donde siempre acababa contándome episodios de la guerra de África que sabía de oídas o de lecturas, heroicidades antiguas, medievales batallas que invariablemente tenían por protagonista, a alguien de nuestra familia, tan lejano en el árbol genealógico que ni siquiera recordaba el nombre, pero muy cercano al corazón.

Crecí con el estruendo de Trafalgar en los oídos, que mi padre era un gran narrativo y tenía la virtud de la palabra precisa, la luminosa metáfora improvisada del conversador habitual. Después, con los años, supe que mi padre fue descreído de vanidades y nada propenso a oropeles, que las que tuvo le fueron dadas pero que, en el fondo, estaba más orgulloso de su sangre y de los suyos, que de sus propios méritos.

Fue mi padre, tenía que ser él, con aquel hablar tan suyo, burlón y cariñoso, quien me habló por vez primera de Skanderberg, un abuelo nuestro de un país ensoñado y neblinoso, que le había ganado al infiel, para los cristianos, el derecho a reinar en aquella tierra tan distante. En aquellas, figuré para mis adentros, una Albania semejante a Galicia, sombreada de árboles frondosos, rica en tesoros ocultos, húmeda y labriega. Inventé nombres hermosos, puertos donde habitan sirenas y tritones, florestas pobladas de caballeros y dragones, extrañas geografías.

Por aquellas calendas de mi juventud, Albania fue, por tanto, un territorio de leyenda. Supe luego, que la historia había transcurrido por otros senderos más tortuosos, también más humanos y por ello, más comprensibles. Si el poder de la fabulación se lo debo a mi madre, el apego a la realidad de lo que aconteció, fue cosa de mi señor padre, con quien tanto quise y tanto quiero.

Por él, por su memoria, escribo estas líneas, para que nada se pierda y por sorprenderme ahora en una sala de aquel museo madrileño, escuchándole embobado.

A su fallecimiento, fundé yo, en su recuerdo, el 18 de octubre de 1998, una corporación ecuestre dedicada a la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, de la que era tan devoto.

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Pienso que la familia es una institución básica de la sociedad que es necesario cuidar y mimar siempre. Una organización circunscrita al ámbito familiar a la que pertenecemos mi mujer, mis hijos y nietos. Yo ostento su Decanato y me sucederá en el cargo, a mi muerte, mi hijo primogénito, don Rafael José. Quise en aquel entonces que la corporación se pusiera bajo la protección de un príncipe de sangre real, pero me disuadió de ello un entrañable amigo, cuyo nombre me callo obligado por la discreción que le debo.

La insignia corporativa recoge los esmaltes de la bandera albanesa, el rojo y el negro, en una cruz maltesa de sable fileteada de gules, angulada de lises de plata, cargada en su centro de óvalo de gules, fileteado de sable, con el lienzo de la Verónica en su centro, dejando ver el Santo Rostro de Nuestro Señor, tal como se muestra en los dibujos y fotografías adjuntas.

Así que bajo mi entera responsabilidad existe una corporación caballeresca en el seno de mi familia, sin que hayan ingresado en ella, caballeros o damas ajenos a nuestra sangre, salvo mi yerno don Luis Manuel de Villena y Fidalgo, al que tengo en gran estima. Es un emblema, por tanto, que pueden lucir todos descendientes de don José de Montells y Gimeno, barón de Dranda, en Georgia. Un emblema de carácter religioso y ecuestre, ya que en sus Constituciones se establece que sus fines, entre otros, son:

1º La exaltación y propagación de la devoción por Nuestro Señor Jesucristo y por la Virgen María, su santísima madre y madre nuestra.

2º La conservación de las tradiciones familiares y el mantenimiento del culto a los antepasados, singularmente los de Jorge Castriota Skanderberg y José de Montells y Gimeno.

3º El cultivo de los principios y valores caballerescos en el seno de la familia.

4º La ayuda espiritual y material a nuestros familiares en todo tiempo y lugar.

A lo que parece, nuestro parentesco con Skanderberg, nos viene a través del diplomático jerezano Juan Aladro y Castriota, descendiente del héroe medieval albanés por línea materna y primo muy querido de mi abuela paterna, doña Matilde Gimeno Castrillo o Castriota, que se proclamó Pretendiente al trono de Albania, allá por los años 80 del siglo XIX. Una historia antigua y curiosa.

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De este pariente lejano me ha llegado una condecoración albanesa y un retrato de Jorge Castriota, nombrado Campeón de la Cristiandad por el Papa de Roma. Poca herencia para un príncipe de la sangre de Skanderberg. Me parece a mí.

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