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EL MALDITO PARNÉ

Por José María de Montells

Todavía estoy ojiplático y boaquiabierto, después de la experiencia aeroespacial de visitar las nuevas instalaciones madrileñas de la Clínica Universitaria de Navarra, donde tuve una cita con mi médico, del que ya hablé hace poco.

Un santo varón y un sabio que sabe cómo tranquilizar mis ansiedades. El caso es que tuve que verle por una revisión rutinaria.

Me llevó mi amigo Rafael Portell, que me hizo el favor de aguantarme en su coche, porque la clínica está lejísimos y no se me ocurría como ir. Portell, que es casi un hermano, fue mi tabla de salvación.

El caso es que la clínica, por dentro, tiene trazas de una nave interestelar. La recomiendo vivamente para rodar la segunda parte de Odisea 2001 o Star Trek, con el susto añadido de encontrar al pesado del señor Spok y caerte con todo el equipo. Un aspecto de cierta frialdad moderna que me dejó tocado y casi hundido.

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Seguramente llegué al departamento de admisiones con cierta pinta de paleto despistado porque lo primero que me preguntó una señorita muy pizpireta es que, si tenía el complemento CUM y contesté, serio y circunspecto, que yo era una persona decente y nunca había tenido semejante cosa. La pizpireta sin inmutarse, me espetó entonces que, si no tenía el complemento ese, la visita al médico debería ser privada y que me facturarían a mí.

Pensé en llamar a Mario Conde para que se hiciese cargo, aunque deseché la idea al momento. Uno no le conoce de nada y tampoco soy don Juan de Borbón. Confieso que, siendo un pensionista mondo y lirondo, enfrentarme a una factura del presunto platillo volante, me producía escalofríos, pero contesté, muy seguro de mí mismo, que arrostraría el coste sin problemas y sonreí con toda la displicencia que pude, emulando a Humphrey Bogart en El sueño eterno.

Como la consulta acabó felizmente, Rafael y yo, nos fuimos a celebrarlo almorzando juntos, no sin antes pasar por el Wanda Metropolitano, que yo, en plan turista, tenía muchas ganas de ver. Rafa, una vez más, me permitió cumplir con el antojo. Un estadio precioso, al menos, por fuera.

Confieso que, después, no disfruté del todo de la amigable manduca, porque, al menor descuido, se me aparecía la amenaza de una factura abusiva. Así que cuando llegué a casa, rápidamente consulté por teléfono a mi seguro médico, si en mi póliza se recogía el complemento CUN.

Después de pasados unos interminables minutos, una voz femenina me confirmó que yo tenía el dichoso complemento, así que, con una sonrisa de oreja a oreja, llamé a la Clínica Universitaria de Navarra para decirles que sí, que tenía el complemento requerido y de esta forma conseguir alejarme de un pago inesperado y quién sabe si cuantioso. Facturarán a mi seguro y no a mí, por lo que, ya sin zozobra alguna, respiré tranquilo.

Lo cierto es que, no sé por qué, cuento todo esto. No me tengo por tacaño, aunque desde que Montoro nos atraca todos los años soy más cuidadoso con los dineros.

¡Cosas de la provecta edad y el maldito parné, sin duda!