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VESTIMENTA Y EDAD

Llevo algún tiempo sin escribir sobre indumentaria y algunos amigos me piden que teorice sobre ese emblema cotidiano que es la vestimenta.

Que conste que escribo para los hombres de cierta edad. Más allá de los cincuenta conviene no hacer el ridículo.

Vaya por delante que no me gusta nada el derrotero por el que discurre la moda masculina en nuestros días. La tendencia en el vestir es cada día más feminoide, abandonando las características varoniles de antaño. Los pantalones se acortan, tanto por el talle como por la pernera. Las americanas semejan toreritas, dejando visible el trasero. Las camisas abiertas y sin corbata van camino de convertirse en blusas. Se eliminan los calcetines. La virilidad brilla por su ausencia. He visto como en los desfiles de moda, se van imponiendo las faldas y los tacones altos para el hombre. Todo esto resulta un poco grotesco, antiestético y decididamente exhibicionista.

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Decía Beau Brummel que si hay alguien que se vuelve para admirar tu traje es porque no vas bien vestido. En el vestir masculino la discreción y sencillez son siempre preferibles a la afectación y lo exagerado. Por decirlo en pocas palabras, la elegancia reside en la naturalidad. En ocasiones, un pañuelo de bolsillo, una corbata o unos zapatos bien coordinados, son señales inequívocas de buen gusto y caballerosidad.

Los señores, en líneas generales, deben vestir sin estridencias, como una muestra más de su educación. Recuperar el estilo y la esencia de la indumentaria masculina sería un objetivo para considerar. Aconsejaría volver a los felices años veinte, la época dorada del vestir masculino y dejarse de ridículas extravagancias, condenadas por su propia naturaleza, a ser efímeras.

Recuerdo que, en mis mocedades, los Beatles y los Rolling imponían una nueva moda masculina extremada y radical. Las camisas abotonadas hasta el cuello, sin corbata nos hacían parecer émulos de Porrina de Badajoz, famoso cantaor flamenco. Los pantalones campana componían junto a las chaquetas de cuello redondo, una figura chocante y estrafalaria que nos parecía tan normal. Evidentemente la edad influye en nuestra vestimenta. No es lo mismo vestirse a los veinte años que a los setenta. 

En resumidas cuentas y a mi entender, un caballero de nuestro tiempo con la edad precisa para ser abuelo deberá vestir abrigos clásicos, loden, de una fila de botones o cruzados. Abandonar las prendas diseñadas para esquimales o para cazadores sería una buena opción. El traje entallado, que no estrecho, la chaqueta en su largo justo, el pantalón a la cintura, que caiga a lo largo de toda la pierna sin mostrar arruga alguna y que descanse muy sutilmente sobre el zapato, las mangas que permitan asomar un par de centímetros la camisa. Ternos de corte italiano o inglés, en gamas de grises y azules, sin concesiones a los colorines ni a otros experimentos modernistas. La sobriedad siempre es un acierto. Rayas diplomáticas, cuadros, príncipes de gales o telas lisas. Chalecos a juego. También las americanas de tweed en invierno que aportan un toque de color y estilo o blazers combinados con pantalones de franela gris o beige. Desterrar definitivamente los vaqueros, solo aconsejables para uso de los muy jóvenes. Y apostar por calcetines altos y los zapatos negros o marrones. Sin olvidar los sombreros que abrigan en invierno y preservan del sol en verano. Esto es lo que un hombre preocupado por su apariencia debería poseer en su guardarropa.

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El resto es imaginación y fantasía, que no están reñidas, ni mucho menos, con la debida discreción. Añadir a ese fondo de armario un esmoquin, un chaqué y un frac, depende de los compromisos sociales de cada cual.

Combatir el sincorbatismo y el sinsombrerismo me parece urgente. Ante tanta payasada contemporánea, soy muy partidario del sombrero. Ya he escrito antes a favor de su uso. Es una prenda práctica para aquellos que tenemos el cabello escaso y añade elegancia al que no la tiene de natural.

El actor americano Jack Nicholson es un ejemplo de lo que digo. En “Chinatown” utilizaba un fedora que favorecía su habitual tosquedad de paleto. El otro día vi una película suya en televisión y sin sombrero, parece otro.

Con carácter general, el caballero debe hacer suyo el sombrero que adquiera, adornándolo, abollándolo, deformándolo a su gusto. Debe acomodarse el ala según su fisonomía y preferencias, siguiendo la idea que quiera dar de sí mismo. 

Para la mañana, recomiendo, un fieltro flexible de pelo mediano, con abolladura central y cinta de seda. Ala ancha y caída sobre los ojos. Para la tarde, un sombrero tipo Homburg es la mejor opción, una vez descartado el bombín. Para la noche, cuando se lleve esmoquin, el Homburg negro, rígido, de ala alzada y pliegue central. Con frac, el sombrero de copa, tal y como lo llevaba Fred Astaire en la película del mismo nombre. En verano, el panamá que exhibe el poeta y amigo Raúl Herrero, mucho más joven que yo y más atrevido, es un sombrero espléndido y muy digno, aunque yo no me decida a ponerlo. 

Por último, la corbata es otro complemento indispensable. Una cosa que debemos a los petimetres descorbatados, es la vuelta de la corbata de lazo o pajarita que han puesto de moda los pijos neoyorquinos. Yo tengo en gran aprecio mis corbatas de lazo que utilizo a menudo con americanas de sport, cardigans o tebas. Definitivamente abogo por el uso de la corbata, ya sea pajarita o tradicional. En el año 1880, nace la corbata tal como la conocemos hoy. Y esto se produce por la costumbre de los estudiantes del Exeter College de la Universidad de Cambridge de atarse al cuello con un nudo las cintas de los sombreros de paja. A partir de entonces los sastres de la época empezaron a coser corbatas con franjas diferenciadores para cada colegio. A mí me gustan de seda o lana con tela suficiente para que salga un nudo adecuado, ni demasiado pequeño ni excesivamente grande. Evitar, eso sí, corbatas gruesas con una camisa de cuadros o la combinación de corbata de rayas con camisa de rayas.

Ahora, se va imponiendo la camisa abierta con la excusa de la comodidad. Me parece un error mayúsculo. Los caballeros de mi edad deben ocultar las arrugas del cuello y las exuberantes papadas. Si no se quiere llevar corbata, volver al pañuelo. Todo menos lucir escote como una damisela.

Los hombres de mi generación tenemos la obligación de no abandonarnos, de cuidar nuestro aspecto externo, respetando a los demás porque nos respetamos a nosotros mismos. No hay cosa peor que un señor mayor vestido de pollo pera. Al menos, eso creo.

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