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LA FIERA CALCATRIZ

Como he tenido en estos días a mis tres nietos castellonenses en casa, no he tenido tiempo de escribir nada nuevo, ya que, además, he terminado un libro de poesía que reúne mis poemas vanguardistas más extremos. Ya lo he enviado al editor y espero su sabio veredicto con cristiana resignación. Así que me decido a publicar un texto, por no faltar a la cita semanal con mis hipotéticos lectores, que creo que publiqué hace tiempo o no, porque no recuerdo bien si lo hice. Se llama La Fiera calcatriz y versa sobre el gallo dragonado de mis armas.

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Dice así:

Cuando descubrí que el Príncipe de Wied, efímero soberano de Albania, le había concedido un escudo de armas con el gallo dragonado como mueble principal a un antepasado mío, don Conrado Gimeno y Castriota, por mediar entre don Jorge Aladro y Castriota y el propio Guillermo de Wied, para que el jerezano dejase de reivindicar sus supuestos derechos al trono albanés, quise enseguida incorporarlo a mis armerías y así lo hice, en el ejercicio de mi derecho a asumir armas nuevas.

Luego, su uso fue sancionado por la voluntad soberana del Príncipe don Jorge de Bagration, Jefe que fue de la Casa Real de Georgia, querido y añorado amigo y el beneplácito de su hijo don David, actual Jefe de la Casa, por lo que se puede decir que es escudo concedido por un Fons Honorum incontestable. 

Para describir al animal fantástico, utilicé el termino gallo dragonado, desdeñando la voz medieval castellana de calcatriz que me gusta mucho más, pero es menos descriptiva.  Así, en 1999, cuando publiqué mi Diccionario Heráldico de Figuras Quiméricas, editado pulcramente en Zaragoza, por la benemérita Institución Fernando el Católico, definí al gallo dragonado en los siguientes términos:

Se representa con el cuerpo y la cola de un dragón, alas de murciélago y cabeza de gallo. Es el rey de los seres serpentiformes y cuenta la fábula que nació de un huevo de gallina fecundado por una venenosa serpiente. Algunos autores le atribuyen la facultad de hablar.

El príncipe de Wied, cuando soberano de Albania, se lo dio como blasón a un tío abuelo mío. Viene pintado de sinople en la garantía expedida a mi nombre por el Cronista de Armas de Castilla-León. En las veladas invernales, tenemos largas conversaciones.
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A la calcatriz, sin embargo, se le confunde en ocasiones con el basilisco y en otras, con una sierpe que se pinta de gules. Yo me inclino más por la solución de que calcatriz es la adaptación al español del término inglés, cocktrice, palabra caída en desuso por la falta de este animal fabuloso en la heraldería española. No conozco otro ejemplo y eso que me he leído de cabo a rabo la obra de mi querido amigo y hermano en tantas cosas, Luis Valero de Bernabé, que ha hecho un exhaustivo recurrido por los muebles más comunes en la Ciencia Heroica de nuestro país. 

España, tan imaginativa y fabuladora, no ha gustado en general, de muchos de los animales fantásticos que viven en otras heráldicas. Debe ser que a nuestros compatriotas tanta irrealidad en sus armerías les da repelús. Hace poco le propuse a una bella dama que pintase sus armas propias con un bucentauro (el centauro que tiene cuerpo de toro) pero prefirió un abanico. Decididamente la calcatriz de mi escudo es una bestia desterrada de nuestros lares. 

La gente no debe saber que, una vez en confianza, la calcatriz te regala muchas satisfacciones. Gusta del morapio, burdeos o rioja y estudia antropología porque le intrigan los seres humanos. Cuando se embeoda, hipa de súbito, ya que padece flatulencia. En tocante al futbol, sigue muy de cerca las actuaciones del Real Madrid y se disgusta un tanto cuando pierde. De pascuas a higos saca el mal carácter. Cuando se le nubla el entendimiento, por una falta de respeto o una excesiva familiaridad, se tira al cuello del interfecto, sin contemplaciones. Pero es de justicia, reconocerle que, en ciertas ocasiones, se muestra cariñosa y nostálgica.

 Una bestia muy contradictoria, como se ha visto.