Artículo original sobre su ponencia en el seminario de Santoña; que nos remite para su publicación en el Blog de la Casa Troncal, de D. Rafael Portell Pasamonte, Vicerrector de la Academia Alfonso XIII.

Armas de D. Rafael Portell, por D. Carlos Navarro

Armas de D. Rafael Portell, por D. Carlos Navarro

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Muerte, traslado y entierro de Don Juan de Austria

 

Rafael Portell Pasamonte

 

 Septiembre de 2017

Excelentísimos e Ilustrísimos señores y señoras:

 

 Cuando tuvo noticias Juan de Austria del asesinato de su secretario Escobedo, el 31 de Marzo de 1578, cuando se disponía a regresar a Flandes y las circunstancias en las que se había producido, mientras negociaba el envío de más tropas y dinero a los Países Bajos, (crimen planeado por con toda seguridad por Antonio Pérez, con la aprobación del Rey y que tenía como trasfondo la desconfianza que existía en la Real Persona hacia su medio hermano desde que el maquinador Antonio Pérez, había convencido a Felipe II de que su hermano tramaba a espaldas suyas atacar Inglaterra  y casarse con María Estuardo), cayó en un estado profundo de depresión, al tiempo que progresaba la enfermedad que padecía desde hacia algún tiempo: el tabardillo, que es como se denominaba en aquella época al tifus. Algunos días debía incluso guardar cama.

 A finales de Abril trasladó su cuartel general a Namur, pero al llegar el mes de Septiembre se hizo trasladar, para estar más cerca de sus soldados, al campamento instalado a 3 Kms de Namur y a 6 kms. de Tirlemont, sobre las colinas fortificadas de Bouges, desde donde se dominaba la confluencia del Sambre y el Mosa y no teniendo mejor sitio para instalar su puesto de mando, se eligió el palomar de una granja, que servía de alojamiento al capitán de Infantería, Bernardino de Zuñiga. El palomar que se hallaba destrozado por los cañonazos recibidos, fue limpiado a toda prisa y para hacerlo algo más agradable fue decorado con tapices, alfombras, damasquillos y cortinas, rociando toda la estancia con agua de olor.

Escudo Juan Austria

Escudo Juan Austria

 A mediados del mes de Septiembre, en concreto al anochecer del martes 16, se sintió repentinamente enfermo, con gran calentura y desazón en todos sus miembros, que duraron todas la noche. Al día siguiente, aún con fiebre y dolorida la cabeza, se levantó a la hora acostumbrada, desayunó, oyó misa, despacho unos cuantos asuntos ordinarios y a continuación celebró Consejo, y terminado este, visitó los cuarteles de la tropa en Tirlemont, pero al volver al inmundo cuchitril que le servía de residencia, tuvo que acostarse debido a la fiebre que le consumía.

 El día 28 mandó llamar a sus Maestres de Campo, a los Consejeros de Estado y demás altas autoridades del ejército y ante ellos, como testigos, resignó el mando, entregándole el bastón de mando, a Alejandro de Farnesio, Príncipe de Parma, que estaba postrado de rodillas a los pies de su cama, tan afligido que el Conde de Mansfeld tuvo que levantarle y consolarle. Don Juan, a continuación, se dirigió a su confesor Fray Francisco de Orantes, diciéndole en la voz más alta que pudo pronunciar para que todos le oyesen:

 “Que no dejaba testamento porque nada poseía en el mundo que no fuese de su hermano y Señor el Rey, y que a este, por lo tanto, le tocaba disponer de todo”

“Que encomendaba al Rey su alma y su cuerpo; su alma, para que le mandase hacer sufragios y su cuerpo, para que lo hiciese enterrar junto a su padre”

“Que respetara su hermano el nombramiento que había hecho a su sobrino Alejandro Farnesio”

Final de la carta autógrafa de don Juan de Austria a Felipe II

Final de la carta autógrafa de don Juan de Austria a Felipe II

 Dio después algunas recomendaciones y consejos a Alejandro de Farnesio y al resto de los presentes, para poco después caer un profundo sopor y sufrir constantes delirios, que le duraron dos días.

 Al amanecer del día 1 de Octubre recobró la lucidez por un breve periodo, en el cual, postrado en el lecho, oyó misa, quitándose un bonetillo que le habían puesto en la cabeza, en el momento del alzamiento del Santísimo Sacramento. Terminado el Santo Sacrificio, recibió la extremaunción, pero poco después le acometió con extrema fuerza, un nuevo delirio, en el cual, creyendo que estaba mandando una batalla, arengó a sus hombres, ordenó militarmente a sus batallones, llamó por sus nombres a sus Capitanes para reprenderles por dejarse cortar el paso por sus enemigos. Mientras todo esto acontecía no dejaba de clamar por el Marqués de Santa Cruz, a quien llamaba “Don Álvaro amigo”.

 Poco a poco se fue sosegando hasta quedar sumido en muy profundo sopor, sin duda precursor de la inmediata muerte. A eso de las once, don Juan, dio un profundo suspiro mientras, con voz muy débil, articulaba “¡Tia!…¡Tia!…¡Señora tía!.” Fueron sus últimas palabras y a la una y media, placenteramente, fallecía el vencedor de Lepanto. Era el 1 de Octubre de 1578 a los 38 años de edad. Sobre su pecho descansaba el Cristo de los moriscos.

 Ahora bien, ¿Don Juan de Austria murió realmente de tabardillo como nos hace creer la historiografía. Pues no. La realidad es más prosaica y vulgar. Don Juan, efectivamente, padecía el tifús, como la mayoría de sus capitanes, pero la causa inmediata y real fueron unas hemorroides mal tratadas, pero resultaba más honorable y solemne decir que falleció de “fiebres”.

 El hijo natural del Emperador padecía al igual que su padre de la misma dolencia, dolorosa en extremo al montar a caballo. Según el testimonio de su médico en la Batalla de Lepanto, Dario Daza, una fallida operación de hemorroides y el debilitamiento causado por el tifus acabaron con su vida.

 Este médico nos narra:

 “El remedio de tratar las almorranas con sanguijuelas es más seguro que el rajarlas o abrirlas con lanceta, porque de rajarlas algunas veces se vienen a hacer llagas muy corrosivas, y de abrirlas con lanceta lo más común es quedar con fístula y alguna vez es causa de repentina muerte; como acaeció al serenísimo Don Juan de Austria, el cual, después de tantas victorias vino a morir miserablemente a manos de médicos y cirujanos, porque consultaron y muy mal darle una lancetada en una almorrana que provocó una fuerte hemorragia en el cuerpo del general, desangrándole en cuestión de horas

 Las órdenes recibidas de Felipe II eran que se oficiasen sus funerales y se depositase su cuerpo en la catedral de Namur.

 Para poder trasladarlo, su cuerpo fue embalsamado en la cercana aldea de Bouges y sus entrañas colocadas dentro de una vasija. Pocos días después en cortejo solemne fue llevado a Namur. El cadáver, al que se vistió con un jubón holandés con pasamaneria de plata y oro, su armadura con el collar del toisón de oro al pecho y en la cabeza, un bonete de raso carmesí (Ya que había sido rapado completamente) y sobre este, una corona ducal de tela de oro adornada con piedras preciosas (en recuerdo de las coronas que nunca ciñó), a los pies, la celada y manoplas, fue colocado en un féretro de ceremonias ricamente adornado con brocados negros.

 Todos querían tener el honor de llevarlo; los españoles porque era hermano de su Rey; los alemanes porque había nacido en Alemania y los flamencos porque era su gobernador, tal es así que se hubieron de formar turnos y seleccionar soldados de cada unidad para que todas ellas pudieran participar en la comitiva, que roncos los pifanos, destampladas las cajas, banderas y picas arrastrando, los arcabuces puestos al revés conducían los restos del joven general. Tropas españolas y walonas, en doble hilera, cubrían la carrera desde Bouges hasta Namur. Primeramente fue llevado a hombros por gentileshombres de su confianza, luego por maestres de campo, a los que acompañaban el conde de Mansfeld, Octavio Gonzaga, Pedro de Toledo y el Marqués de Villafranca y detrás de ellos, a cierta distancia, Alejandro de Farnesio acompañado del obispo de Arrás, y finalmente, seguían a continuación los oficiales y soldados elegidos.

Soldados a caballo

Soldados a caballo

 El triste cortejo cruzó toda la ciudad de Namur hasta la Catedral de Saint-Aubain, de estilo gótico y de la que solo se conserva en la actualidad la torre. El cuerpo de don Juan de Austria fue allí depositado, en la nave central rodeado de un bosque de cirios encendidos, comenzándose los funerales, presididos por el obispo de Namur, que duraron desde las diez de la mañana hasta el anochecer. Terminadas las honras fúnebres el féretro fue inhumado.

 A los cinco meses, Felipe II ordenó que fuese trasladado a El Escorial, pero con la máxima discreción y secretismo que fuera posible. Se pidió permiso a Francia para poder cruzar su territorio sin ser molestados y ocultando en la petición el motivo real. Se quería evitar un traslado oficial porque significaba un cortejo solemne que tendría numerosas paradas que retrasarían el viaje y lo exponían a dudosas cortesías, recibimientos fríos y posibles fricciones en un momento en que las relaciones entre ambos vecinos era, como en tantas ocasiones, tensas.

 El cuerpo embalsamado de don Juan, fue desenterrado, desnudado y convenientemente perfumado, verificándose que tenia la nariz «un poco desgastada«. Para no tener que responder a preguntas embarazosas, se decidió que el cadáver fuera cortado. Se seccionó la momia por dos sitios, una por el «cabo de la espina» (la base del cuello) y otra por la coyuntura de las rodillas, de tal forma que en el momento del entierro definitivo el cuerpo estuviera otra vez entero. Se metieron las tres partes en sendas bolsas de cuero, que fueron aromatizadas con hierbas olorosas y mirra, que a su vez se introdujeron en un cofre cerrado, forrado de terciopelo negro, que sería llevado a lomos de caballos de los soldados como bagaje personal.

 Un mes después de haberlo sacado de la tumba, el 18 de Marzo de 1579, una comitiva de un centenar de soldados inició, a pie el retorno hacia España, sin ningún tipo de estandarte ni bandera.

 En cuanto a sus entrañas, que como ya se ha dicho estaban depositadas en una vasija, quedaron en Namur, Alejandro Farnesio dispuso que se retirara el corazón y  lo depositaran en una urna para que fuese guardado en la Catedral de Namur. Cuando se hizo la nueva Catedral el corazón del príncipe fue depositado tras el altar mayor, bajo su lápida original, la que mandara hacer Farnesio.

 “El Serenísimo Príncipe don Juan de Austria, hijo del Emperador Carlos V, después de haber reducido en la Bética a lo moros rebeldes, puesto en fuga y destruido por entero la inmensa flota turca en Patras, murió en la flor de la edad en Bouges, siendo Virrey en Bélgica, en recuerdo suyo, su amado tío Alejandro Farnesio, Príncipe de Parma y de Placencia, sucesor en el Imperio por orden de Felipe, rey poderoso de España, mandó colocar esta lápida sobre su cenotafio. 1578”

 Pero volvamos a la comitiva fúnebre. Como ya se ha dicho el 18 de Marzo de 1579, partió de la ciudad de Namur dirigiéndose a la ciudad francesa de Nantes, en donde embarcaron con rumbo a Santander, sin haber tenido sin ningún contratiempo digno de mencionar.

 Ya en tierra firme, se formó, nuevamente, la gris y silenciosa comitiva hasta llegar a la provincia de Segovia, donde se encaminaron directamente a la Abadía de Parraces, que alcanzaron el 21 de Mayo de 1579.

 En la Abadía se recompuso el cuerpo de Don Juan e introducido en un lujoso ataúd de dos puertas, forrado de negro, para seguidamente exponerlo al publico parta anular los rumores que circulaban de que el cadáver no había llegado entero a España. Durante toda la noche fue velado y por la mañana, con gran ceremonial, se formó el cortejo fúnebre, con una escolta de cuatrocientos hombres a caballo, abandonada ya toda la discreción tomada durante el viaje por tierras extrañas, para recorrer los 60 kms. que separan la abadía del Monasterio de El Escorial. Alcaldes, capellanes, frailes, caballeros e incluso Mateo Vázquez de Leca, secretario del Rey y el Obispo de Ávila con su séquito, formaban el acompañamiento.

 En cada pueblo en que pernoctaba el séquito, se rezaban responsos y misas durante toda la noche. Cada vez se iba añadiendo más gente al cortejo fúnebre.  

Llegaron a San Lorenzo el 24 de Mayo a las siete de la tarde donde salieron a recibirle todos los clérigos encabezados por el Vicario. Allí estaban a esperarle

todos lo prohombres del reino. Incluido Don Juan de Tarsis, el correo de Su Majestad. Al día siguiente el Obispo dijo la misa de pontifical, en presencia de Felipe II y de la corte, con todo el boato y ceremonial que reclamaba la ocasión, es decir, el tratamiento reservado a los miembros de la familia real. Al terminar la ceremonia se leyó una cédula del Rey en la que mandaba: “que se dejase allí en depósito el cuerpo de su “muy amado hermano” donde están los demás cuerpos reales hasta que se le lleve a enterrar en Iglesia principal”

Sus restos descansan actualmente en el Panteón de Infantes de San Lorenzo de El Escorial en la 5ª cámara.

 El sepulcro, realizado en mármol blanco de Carrara, está colocado en el centro de la cámara. Sobre él, cubierta con un paño mortuorio, hecho del mismo mármol, yace la estatua del héroe, de tamaño natural. Viste un completo arnés de guerra, ostenta el collar del Toisón de oro, tiene la espada cogida con ambas manos, en las que luce diez y seis anillos, y descansa la descubierta cabeza en dos cojines. A un lado y otro de los pies se ven los guanteletes, y en el centro un león. Esta preciosa estatua.

Estatua yacente de Juan de Austria

Estatua yacente de Juan de Austria

Detalle tumba - Manos

Detalle tumba – Manos

Detalle tumba - Guanteletes

Detalle tumba – Guanteletes

 En el tablero que mira al altar se lee la inscripción siguiente:

      JOHANNES AVSTRIACVS

     CAROLI V FIL. NATVRALIS

(Juan de Austria — Hijo natural de Carlos V.)

 Como curiosidad hay que apuntar que por no morir en combate, está representado con los guanteletes quitados. Se trata sin duda de una tumba de extraordinaria importancia, no sólo por el personaje de que se trata sino por la maestría de la talla. La delicadeza de la talla y los detalles son verdaderamente asombrosos. La obra está tallada por el escultor italiano, Giuseppe Galleoti, según dibujos de Ponciano Ponzano. 

 “Hizome eterno Lepanto,

mozo he muerto viejo fui;

que al mundo en un tiempo di,

lástima, envidia, espanto”

 

Lope de Vega

 

Muchas gracias por la atención prestada.

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