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MISTERIOS DE LA SAL DE VICHY

 Que la sal de Vichy o más vulgarmente, el bicarbonato sódico fue en tiempos de Mari Castaña, preciado condimento en la cocina otomana del sultán Mehmet, el conquistador de Constantinopla, no lo recuerda casi nadie. Aquello cayó en el olvido, tanto, que volvió a descubrirse para la ciencia a mediados del XIX. En España, lo explotó comercialmente la familia Torres-Muñoz, que se hizo de oro. No es la única relación del bicarbonato con el preciado metal. Ahora, se ignora totalmente que la composición de la sal de Vichy sirvió en la antigüedad para obtener oro.

 O sea, que, según las obras más acreditadas, fue un arcaico bicarbonato sódico fosilizado, probable componente de la piedra filosofal. No lo digo yo, es que está en Jung, que es autoridad contrastada en materia alquímica.

 La alquimia, como se sabe, utilizó mucho las sales. Siguiendo secretamente las enseñanzas de Lulio, el Papa Luna, en su castillo de Peñíscola, favoreció el arte de la transmutación. Así, se consiguió, merced a esa ciencia oculta, la obtención del radiante metal, partiendo de un trozo de madera.

 Algunas noticias tengo sobre don Gonzalo de la Cueva, que el 12 de marzo de 1505 fue asentado en Valladolid, como León Rey de Armas, por la Católica. Su rastro documental se pierde en 1508. Se ha procurado silenciar que se enredó de amores con una bella dama de Segovia, de nombre doña Rita, seguidora de la secta de los iluminados. Estos rociaban su cuerpo con bicarbonato sódico para algunas prácticas eróticas, pues entre ellos, era fama que las dichas sales animaban de tal modo la coyunda, que podían alcanzar el éxtasis con la naturaleza, sin otra intervención que la humana. Es decir, que la sal de Vichy tenía por sí misma propiedades afrodisíacas, desconocidas en nuestro tiempo.

 Por no hablar de su excelencia como antiácido, uso que le dieron los marineros que acompañaron a don Ulises el Navegante, cuando el episodio de las sirenas. Es falso que tapasen sus oídos con cera, por no oír el canto de las ninfas marinas. En aquella memorable ocasión, Ulises recomendó a los suyos ingerir grandes dosis de bicarbonato, lo que produjo un enorme alboroto de flatulencias o ventosidades en cubierta, que acalló la cantinela de las rápidas, terribles criaturas de los abismos marinos.

 Más recientemente, me cuentan que el mariscal Petain regaló a Hitler, una elaborada caja de plata, con la cruz gamada y la francisca entrelazadas, por señalar la amistad franco-germana, que contenía genuinas sales de Vichy.

 El Fürher creyó que se trataba de heroína y por poco, no se la inyectó en vena, disuelta en limonada, por aliviarse de los dolores de espalda. Fue Eva Braun quien le avisase a tiempo. La novia del loco había picado y el regoldo pasó a la historia. Les confundió a ambos la extrema blancura del polvo de sal. Lo que a mí me interesa es resaltar aquí la fuerza antidemoníaca del bicarbonato de Vichy. No se sabe porqué Satán huye de sus proximidades. Es sabido comúnmente que el ajo ahuyenta a los diablos antiguos que toman forma de vampiro. El cine se ha encargado de divulgarlo. Pero hasta ahora, nada se ha dicho sobre la sal de Vichy.

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 Petain sabía ese misterio, por eso se mudó allí con su Gobierno, para que el diablo se mantuviera lejos. Y así fue, mientras los alemanes ocuparon Francia. Claro que Lucifer, tenía sus propios planes y al final, el Mariscal fue juzgado y ejecutado por traición. De los escritos especulativos del cornudo de Portadei se infiere que el general De Gaulle pactó con el demonio, la perdición del héroe de Verdún. No es que Portadei sea el non plus ultra de la investigación, aunque hay veces que acierta.

 He estado cotilleando sus papeles. La semana pasada me invitó a su finca y aquí estoy. Él se ha ido. Le ha llamado la loca de su mujer y me ha dejado aquí, en el culo del mundo, con unos sirvientes pintorescos. Sobre todo, Lucía que es una sabelotodo. Es quien me dijo que el vizconde le daba a la pluma y me señaló las carpetas de sus inéditos. Gracias a su lectura, van pasando los días. Así, he descubierto que Portadei tiene mucha querencia al tema del diablo y le ha dedicado un tratado manuscrito de su puño y letra. La caligrafía, primorosa como corresponde a un título del reino. Claro que sus papeles son un totum revolutum y puedes encontrar desde el original de las Confesiones de San Agustín hasta la genealogía de los Sueyras, desde la sirena doña Eloísa, que pasa por ser la fundadora de la estirpe, hasta otra del mismo Belcebú. Tiene algún escrito sobre don Juan de Borbón que raya con el mal gusto, pues revelan unos amores extraconyugales, que deberían permanecer en el limbo de los íntimos.

 El asunto de la existencia del diablo me parece bastante infantil, muy en consonancia con la simpleza del dueño de la casa. Cualquiera con dos dedos de frente y algo de lógica, llega a la conclusión que esto del demonio es una leyenda para asustar almas cándidas, pero Portadei se lo ha tomado en serio. Será su formación en el carlismo más rancio, porque el pobre es un reaccionario de tomo y lomo. Culpa a un demonio de nombre Belial, de los amoríos de su mujer con un anticuario, seguro que por salvar su reputación. Si no fuera patético, sería hasta gracioso.

 Según el vizconde, la sal de Vichy nos tiene reservadas muchas sorpresas. Como es un hipocondríaco, atesora cientos de botes en la finca. En contra de lo que pudiera pensarse, a la vista de tanto bicarbonato, no utiliza el contenido como antiácido, sino como revulsivo para luciferes. Y parece que le da resultado. No he visto en Comarza todavía, a nadie con trazas de Satán.