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UN CUENTO PARA MIS NIETOS O NO……..

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Que Simbad el Marino gustaba de navegar más allá de Trapobana, es cosa sabida que está escrita en Cunqueiro y, eso que es ínsula que posee el don de la ubicuidad y lo mismo está varada cerca del Imperio de la India que aquieta las aguas del Golfo de Guinea.

Hay gente moderna, por tanto, poco dada a la consideración de los portentos, que cree que esta isla es la de Ceilán, pero me da a mí que nada tienen que ver. Es un reino lejano y misterioso, muy venteado, con un castillo roquero cerca del mar, donde vive su señor Rey, que allí llaman por sobrenombre el poderoso.

Poblada por hombres altivos y orgullosos, de tez morena, pelo lacio y ojos azules, allí viven también, naciones de seres híbridos como los cinocéfalos, que son aquellos hombres con cabeza de perro como San Cristóbal caminante, que predicó el Evangelio de San Marcos, en las tierras del Preste Juan y la antigua raza de los hieracocéfalos, de la estirpe de Horus, que tienen la cabeza del halcón.

Un reino navegante, que está en el mapamundi y, de súbito, no está. Ya dijo Plinio el Viejo que la isla es un país remoto y arcaico, con grandes bosques de laurel y madreselva, donde canta el mirlo. Más allá de Trapobana, finismaris. El Estrellero Mayor supo que el poderoso Rey tenía urgencias de amor por la posición de las Pléyades y aconsejó que hubiere coyunda con moza garrida por alejar ansiedades a Su Majestad.

Los cinocéfalos pusieron el grito en el cielo y propusieron un rápido matrimonio, antes que favorecer el pecado. Pero ni el Estrellero ni los híbridos sabían que el señor de la isla, ya había dado instrucciones. Nadie sabe cómo el Conejo Blanco llegó a la ínsula a bordo del Nautilus, el submarino del capitán Nemo. Fue después de muchos meses de navegación, pues el marino no acertaba con la situación de la isla, que se borraba de los mapas, una vez que Nemo establecía el rumbo. Cuando creía avistar la Trapobana, desaparecía por arte de birlibirloque.

El capitán pensó que se diluía en el aire como la sonrisa del gato de Cheshire. Solo cuando siguió el alisio, un viento enfurruñado, Trapobana apareció en horizonte. Todo se explica por la influencia de Eolo, Señor de los Vientos homéricos, que favoreció a Ulises.

En ese tiempo, el señor Conejo conoció las corrientes marinas que rigen las profundidades abisales y saludó desde lo lejos al kraken, la bestia, el pulpo gigantesco, que Nemo evitaba. Fondeado el submarino en la bahía de Valverde de Trapobana, que es la puebla que hace de capital del reino todo, el barbado Nemo, parco en palabras, le dijo al señor Conejo Blanco, que el Rey de la isla deseaba encargarle sus armas.

Conejo Blanco Rey de Armas se atusó el bigote, miró su reloj de bolsillo con leontina de plata y suspiró muy hondo. Nadie hubiera dicho que las palabras del capitán le habían puesto nervioso, aunque algo se notó por el temblor de la pata derecha. Fue cosa de poco y enseguida se repuso. Llega tarde, llega tarde, se dijo.

Esperaba que la señorita Liddell diera su beneplácito a las armas que le había diseñado por encargo del Rey. Un escudo de oro, sembrado de gotas de gules, resaltado de un alcotán de sable. El Primer Ministro, el hierático hieracocéfalo, don Ifigenio, había dado su aquiescencia con un leve movimiento de su cabeza de halcón. Los hieracocéfalos eran muy suyos. Que asintieran con el alcotán, un falcónido, al fin y al cabo, significaba que aceptaban. Y no era baladí el asunto, ya que la raza de Horus tenía mucho predicamento en el ánimo del monarca.

El Conejo Blanco conocía bien a Alicia Liddell. La quería mucho. llevó consigo un álbum de fotos de cuando era niña y el poderoso Rey Decimotercero quedó prendado al momento. Sabiendo que doña Alicia había cumplido los dieciocho, quiso hacerla su Reina y el Rey de Armas Conejo Blanco mandó un emisario a la Corte de los reyes de corazones, con el encargo de traerla a la isla.

A doña Alicia no le gustó la proposición, no habían contado con ella y dijo que no iría a la ínsula, que no sabía en qué mar se encontraba y que no le apetecía casarse con un vejestorio por muy Rey de Trapobana que fuese. El poderoso monarca recibió la noticia con entereza.

Total, Alicia Liddell era una joven caprichosa que no tenía noción de su grandeza y por contestar la osadía de la niña, dio instrucciones al señor Conejo Blanco para que sondease a una cinocéfala, una cabeza de galgo en un cuerpo de venus, de nombre doña Nube, para casarse con ella. La cinocéfala dijo que sería un honor compartir el trono de Trapobana con un Rey poderoso.

El Rey consultó con los estrelleros la condición de los hijos de tan singular matrimonio y los adivinos evacuaron que serían humanos, casi seguro. A todo esto, doña Alicia, quizá por despecho, maldijo a la extraña pareja. Unos negros nubarrones se pasearon por los cielos insulares. Después del bodorrio, a los nueve meses exactos, los reyes de Trapobana, tuvieron un hijo con cabeza de perro, al que llamaron el príncipe Segismundo.

De resultas de todo esto, Alicia Liddell hizo fama de bruja y a lo que parece, se retiró a Manchester donde conoció a un tal Lewis Carrol, un tipo raro del que enamoró locamente.

Doña Alicia nunca volvió a pensar en el señor Conejo Blanco.