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LA CABALLERÍA DE SAN LÁZARO EN NUESTROS DÍAS

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No me parece demasiado inoportuno preguntar a estas alturas del devenir histórico, por el significado de las órdenes ecuestres y su supervivencia en este siglo XXI, tan propenso a seguir modelos muy alejados del ideario de la tradición que la caballería mantiene todavía. Tengo por cierto que las órdenes en general y nuestro Hospital en particular, sostienen su actividad en el cumplimiento de tres grandes objetivos, como muy bien ha señalado el marqués de Almazán a lo largo de su Gran Maestrazgo.

Estos son, una finalidad religiosa en orden a la salvación de las almas de las damas y caballeros de la institución y a las de nuestro prójimo; en definitiva, una acción espiritual por amor a Dios; un objetivo cultural, que debe expresarse en la doctrina aristocrática de una nueva nobleza, pese a la zafiedad imperante en la sociedad y en la divulgación de los ideales caballerescos todavía vigentes, y por último, un propósito caritativo en el cumplimiento de los ideales hospitalarios que conforman nuestra forma de ser y de estar.

Aunque estos tres objetivos sean iguales en importancia, al menos teóricamente, se me antoja a mí que el fomento del espíritu religioso debe ser la primera ocupación de un caballero de nuestros días. Siendo nuestra orden una institución ecuménica, deseamos y perseguimos la unidad de las iglesias cristianas, en la inteligencia de que la Iglesia Católica considera la separación de ortodoxos y protestantes como una herida profunda infligida a la Iglesia de Cristo.

La preocupación por el paulatino alejamiento de nuestra sociedad del mensaje evangélico ha cristalizado en algunas iniciativas dignas de mención en el ámbito del Gran Priorato de España, así la publicación del Libro de Horas de la propia Orden que, bendecido por el actual Cardenal don Carlos Osoro, en ese momento Arzobispo de Valencia, ha marcado así un importante camino a seguir, el de la oración y su milagroso poder de transformación en bien de lo que era perverso.

También las peregrinaciones marianas bianuales, impulsadas por el propio Gran Maestre, han supuesto un paso adelante en la consecución de nuestras finalidades trascendentes. Así en el prólogo de dicho libro, el Gran Maestre escribió: “…… la publicación de un Libro de Horas, a la manera medieval, con las principales oraciones que al día deben rezar los caballeros del Hospital y la Milicia de San Lázaro de Jerusalén. Era y es un libro necesario. La religiosidad de nuestros hermanos de hábito lo demandaba desde hace tiempo. Naturalmente esa religiosidad es expresión de nuestra fe católica que, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia, aboga por la unión de las iglesias cristianas mediante el amor fraterno y el ejercicio de la caridad al servicio de la humanidad toda.”

Con respecto a las peregrinaciones de carácter internacional que comenzaron en Santiago de Compostela en 2010 con la presencia de las primeras autoridades de la orden y del Protector Espiritual, SB el Patriarca de Alejandría, de Antioquía, de Jerusalén y de todo el Oriente, Gregorios III Latham, señalar la enorme significación que ha tenido para el Hospital de los pobres leprosos, la del año 2012 al Santuario de Kevelaer. La declaración firmada por el Gran Maestre y por el Patriarca establece inequívocamente que la protección espiritual que ejercen los Patriarcas greco-melquitas sobre la Orden se data en 1841 por el Patriarca Maximos III Mazloum, lo que contradice el aserto tan extendido entre algunos historiadores, poco informados o declaradamente adversos, de que la corporación se extinguió en 1831, reconstituyéndose en 1910, negando así la obligada continuidad histórica que garantizó con su protección el dicho Patriarca.

El profesor don Daniel García Riol, en el nº29 de Atavis et Armis, que ha reflexionado sobre el tema, publicaba un documentado artículo sobre Kevelaer, en el que se afirmaba: ……se produjo la declaración ministerial de 12 de marzo de 1825, mediante la cual se afirmaba que las Órdenes de San Lázaro de Jerusalén y la de Nuestra Señora del Monte Carmelo se considerarían extinguidas canónicamente tras pasar cien años desde la muerte del último caballero recibido, siempre que la Orden no hubiese sido antes reorganizada. El último caballero admitido legítimamente falleció en 1856, por lo que se abría una cuenta atrás para la reorganización que expiraría en 1956.

Caballero

Todos los lazaristas sabemos que esa reorganización se llevó a cabo mucho antes de la finalización de ese plazo. Y lo fue, en tiempo y forma, bajo la protección del Patriarca de Antioquia, Su Beatitud Cirilo VIII, quien restableció la Cancillería de la Orden en 1910 y admitió nuevos caballeros. La elevación al Gran Magisterio de un “Hijo de la Sangre de Francia”, Don Francisco de Borbón y de la Torre, Duque de Sevilla, en 1930, certificaba el camino de la normalidad y la recuperación de la Orden de San Lázaro de Jerusalén como orden capitular, independiente por tanto de todo poder temporal.

No se le escapa a nadie que esta declaración firmada por el Protector Espiritual y un Borbón de España, representa un primer paso importantísimo en la lucha contra aquellos que han negado la legitimidad histórica de nuestra corporación, por ocultos intereses coyunturales que nada tienen que ver con el rigor y la veracidad que se les supone a los historiadores solventes.

Como señala muy bien el mismo García Riol: ……quienes nos combaten con más ahínco lo hacen sin tener en cuenta que, una revisión serena y contrastada de sus argumentos y de los nuestros conduciría, sin duda, al expreso y universal reconocimiento de la Orden de San Lázaro como una realidad multisecular y continuada a lo largo de los tiempos.

No deja de ser curioso que aquellos que señalan al Hospital como alejado del Vaticano, no den crédito a lo declarado por una alta jerarquía católica (Su Beatitud Gregorios III) respaldando las tesis de la continuidad ininterrumpida de la caballería lazarista, al mismo tiempo que se veneraba por las distintas confesiones cristianas presentes en Kevelaer a Nuestra Señora, en una peregrinación oficial. A Kevelaer, le han sucedido otras peregrinaciones marianas (Walsingham, la próxima de Monreale) que han refrendan la profunda religiosidad de nuestra corporación. Si a todo esto se le añade la creación de un Consejo Asesor Espiritual bajo la presidencia del Gran Prior Eclesiástico del Hospital de la Cruz Verde, Monseñor Pennisi; la misa anual de la festividad de San Lázaro por el alma de los caballeros y damas fallecidos durante el año, la oración de los caballeros y damas por las Iglesias perseguidas de Oriente, la reciente cesión de la Iglesia de San Francisco de Braga como sede del Hospital en Portugal, se llega a la conclusión de que la Orden ha escogido el camino de la perfección, encomendándose a la acción benefactora de la Virgen María y de San Lázaro, como intercesores ante Nuestro Señor Jesucristo.

En lo que respecta a ese objetivo cultural que debe presidir las actuaciones de una orden de caballería en nuestro tiempo, el Hospital y la Milicia de San Lázaro de Jerusalén ha impulsado una política de divulgación de los ideales caballerescos desde sus propias instituciones. En nuestros días, no hay un ápice de hidalguía, si no viene revalidado por una actitud noble, intransigente con la zafiedad y el materialismo que ha transformado la sociedad, haciéndola irreconocible.

No hay caballería, si no hay caballeros. La nobleza hereditaria se ha de revalidar día a día. Hoy, las órdenes de caballería deben ser organizaciones que faciliten esa ingrata tarea, en una sociedad como la nuestra que estima injusta, ofensiva e inútil, la permanencia en el tiempo del antiguo estamento nobiliario. En la corporación caballeresca, y en la persona misma del caballero, deben fundirse la virtud, la nobleza y la cortesía. En nuestra sociedad, la defensa apasionada de la fe, la ayuda a la dama desvalida, el valor, la virtud, el sacrificio, el espíritu de servicio y el amor al semejante, han pasado al olvido y tales sentimientos han sido sustituidos por la mala educación, la grosería, la ideología de género, la búsqueda del dinero fácil y su obtención que se han constituido en objetivos sociales merecedores de enaltecimiento y admiración.

En esta coyuntura, tan lejana de la caballería, intuimos un resurgir, de unas instituciones que no pueden explicarse, si no es con la convicción de que la sociedad vislumbra en lo profundo de su ser, un cambio hacia los valores tradicionales que nos han conformado a lo largo del tiempo. La caballería ha de ser, punto por punto y por decirlo con la palabra insuperable de Raimundo Lulio, lo siguiente:

1. Antes de entrar en el orden de caballería debe el escudero confesarse de los pecados cometidos contra los mandamientos de Dios, al cual quiere servir en el orden de caballería; y cuando se halle sin pecado, debe recibir el precioso Cuerpo de Jesucristo, como es conveniente.

2. Conviene armar caballero en una de las fiestas más honradas del año; puesto que por el honor de la fiesta se junten aquel día muchos hombres en el lugar donde el escudero ha de ser armado caballero; y todos deben rogar a Dios por el escudero, a fin de que Dios le conceda su gracia y bendición para que sea leal al orden de caballería.

3. En la vigilia de la fiesta, el escudero debe ayunar en honor del santo cuya fiesta se celebre. La noche anterior al día en que debe ser hecho caballero, debe acudir a la iglesia para rogar a Dios; y debe velar; y estar en oración y contemplación, y oír las palabras de Dios y del orden de caballería. Si escucha a juglares que cantan o hablan de cosas descompuestas, indecencias o pecado, ya en el principio y en el primer momento en que ingresa en caballería comienza a deshonrarla y a menospreciar este orden.

4. A la mañana siguiente conviene que se cante misa solemne; y el escudero debe llegarse hasta el pie del altar, ofreciéndose al presbítero, que tiene lugar de Dios, y al orden de caballería, para que sea buen servidor del Altísimo. Y conviene que se obligue y someta a honrar y mantener el dicho orden con todo su poder. En aquel día conviene haya sermón, en el cual sean recordados los trece artículos que son el fundamento de la Fe; los diez mandamientos de Dios; los siete sacramentos de la Santa Iglesia; y demás cosas tocantes a la Fe. El escudero debe recordar muy bien estas cosas, a fin de que pueda cumplir con acierto el oficio de caballería, que concuerda con el ejercicio de las cosas pertenecientes a la santa Fe católica.

5. Los trece artículos son éstos: Creer en un Dios, es el primer artículo. Creer en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, son tres artículos. El hombre ha de creer que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son eternamente un Dios, sin fin, ni principio. Creer que Dios es el creador de cuanto es, es quinto.

El sexto es creer que Dios es recreador; esto es, que ha redimido el humano linaje del pecado que cometieron Adán y Eva.

El séptimo es creer que Dios da la gloria a los que están en el paraíso. Estos siete artículos pertenecen a la deidad. Los siete que siguen pertenecen a la humanidad que el Hijo de Dios tomó en nuestra Señora Santa María; los cuales siete son éstos: Creer que Jesucristo fue concebido del Espíritu Santo, cuando San Gabriel saludó a nuestra Señora San María; y es el primero.

El segundo es creer que Jesucristo nació. El tercero, que fue crucificado y muerto para salvarnos. El cuarto es que su alma bajó al infierno para liberar a Adán, Abrahán y demás profetas que creyeron antes de morir en su advenimiento.

El quinto es creer que Jesucristo resucitó. El sexto es creer que subió a los cielos, el día de la Ascensión; el séptimo creer que vendrá el día del juicio cuando todos habremos resucitado, y juzgará a buenos y malos. Todos los hombres vienen obligados a creer estos catorce artículos, que son testimonios de Dios y de sus obras; y sin estos artículos no puede salvarse ningún hombre. 6. Los diez mandamientos que dio Dios a Moisés en el monte Sinaí, son éstos: Un Dios tan solamente servirás y adorarás. No seas perjuro. Guardarás el sábado. Honrarás a tu padre y a tu madre. No cometerás homicidio. No fornicarás. No harás latrocinio. No darás falso testimonio. No envidiarás la mujer de tu prójimo. Todo caballero debe saber estos diez mandamientos porque son orden, a fin de no ser desobediente a los mandatos de Dios.

7. Los siete sacramentos de la Santa Iglesia son éstos: bautismo, confirmación, sacrificio del altar, penitencia de los pecados, órdenes que el obispo confiere al que hace presbítero, diácono y subdiácono, matrimonio, unción. Por estos siete sacramentos nos hemos de salvar y por sacramento propio la caballería es obligada a honrar y cumplir estos siete sacramentos. Por todo lo dicho corresponde al caballero que sepa su oficio y las cosas a que viene obligado.

8. De todas las cosas susodichas debe predicar el presbítero, y también de las otras que pertenecen a caballería; y el escudero que quiere ser caballero debe rogar a Dios que le dé gracia y bendición, a fin de que pueda ser su servidor en todo el tiempo de su vida.

9. Cuando el presbítero ha cumplido cuanto a su oficio pertenece, entonces conviene que el príncipe o alto barón que quiere armar caballero al escudero que pide caballería, tenga en sí mismo las virtudes y el orden de caballería, para que, por la gracia de Dios, pueda comunicar virtud y orden de caballería al escudero, que virtud y orden de caballería demanda.

10. El malvado caballero que desordenadamente quiere hacer caballeros y multiplicar orden, hace injuria a caballería y al escudero; precisamente de lo que se le debería desligar, quiere hacer lo que no es conveniente se haga. Por la culpa de tal caballero sucede con frecuencia que el escudero que toma caballería no es tan ayudado por la gracia de Dios, ni por la virtud de la caballería, como fuera conveniente; y así es necio el escudero que desea ser armado caballero por un caballero semejante al de quien hemos hablado.

11. El escudero se debe arrodillar ante el altar, levantando a Dios sus ojos corporales y espirituales y extender sus manos a Él. El caballero le debe ceñir la espada, significando castidad y justicia. Y en significación de caridad, ha de besar al escudero y darle la mejilla, para que recuerde siempre lo que promete y el gran cargo a que se obliga, y del gran honor que el orden de caballería le proporciona.

12. Después que el caballero espiritual y el caballero terrenal han cumplido sus oficios respectivos, el caballero novel debe montar a caballo y mostrarse a la gente, a fin de que todos sepan que es caballero, y que se ha obligado a mantener y defender el honor de caballería; porque cuanta más gente sepa que es caballero, mayor freno habrá el novel caballero, y más difícil le será faltar en las cosas de la vida con el orden de caballería.

13. Aquel día se debe celebrar una gran fiesta, dar convites, celebrar justas y otras cosas convenientes a una fiesta de la caballería. El señor que ha armado caballero, debe hacer regalos al nuevo caballero y a otros caballeros; y el caballero novel también debe hacer regalos aquel día; porque quien recibe un tan grande galardón como es el orden de caballería, desmiente el espíritu caballeresco si no es generoso como conviene que sea.

El marqués de Almazán,  Gran Maestre de la Orden de San Lázaro

El marqués de Almazán, Gran Maestre de la Orden de San Lázaro

Para defender todos estos extremos y extender en la sociedad actual el mensaje de la caballería, se creó, en tiempos del Gran Maestrazgo del duque de Sevilla, la revista Atavis et Armis del Gran Priorato de España, se constituyó la Academia Internacional de Nuestra Señora del Monte Carmelo para el estudio de las ordenes de caballería, bajo la dirección del conde de Latores, se promovió la celebración del I Congreso de Estudios Históricos de la Orden, se fundó el Aula Lavín del Noval para fomentar ciclos de conferencias y cursos y, se apoyó la edición de numerosas publicaciones. Por referirme tan sólo a la acción cultural desarrollada en España, pues nada digo de lo realizado en otras jurisdicciones.

De todas formas, el período de la jefatura del duque de Sevilla, por su importancia, merece estudiarse con más detenimiento y rigurosidad. Más tarde y ya durante el Gran Maestrazgo del marqués de Almazán, se ha consolidado la publicación de la revista, haciéndola más atractiva al contar con un plantel de colaboradores de primer orden, que ha contribuido grandemente a paralizar los ataques a la Orden que se habían hecho cotidianos en nuestro país. Pese a que la Academia de Nuestra Señora del Monte Carmelo ha publicado recientemente un libro sobre el teniente general don Francisco de Borbón y Castellví, se ha constituido otra Academia Internacional de la Orden, que ha iniciado algunos encuentros entre historiadores, de los que esperamos resultados importantes.

Este aspecto cultural del Hospital lazarista se inscribe en el cumplimiento de un objetivo de gran trascendencia: No debemos olvidar que las corporaciones ecuestres deben contribuir a la lucha contra las nuevas formas del terrorismo, inoculando en la sociedad, la devoción por la disciplina, la obediencia y la lealtad. Las organizaciones caballerescas deben desarrollar políticas de recuperación de la tradición en el mundo de la educación y la divulgación entre los jóvenes del mensaje de Jesucristo, sin interpretaciones interesadas ni burdas manipulaciones. Decía el ilustre pensador católico don Rafael Gambra que todo lo que no es tradición, es mimetismo. Ante la brutalidad de los mensajes de una sociedad entregada, con suicida ceguera, al materialismo, al hedonismo, al aborto o a la llamada transexualidad, solo el respeto de la tradición y la fe nos puede hacer más fuertes.

Como consecuencia lógica del cumplimiento de los dos objetivos anteriores aparece le tercera gran finalidad de la caballería actual: La creación de una nueva conciencia social volcada en la ayuda al prójimo, derivada del ejercicio de la caridad. El viejo objetivo benéfico y hospitalario que ha caracterizado desde siempre a las instituciones caballerescas. La caridad, ya se sabe, es aquella virtud teologal por la cual se ama a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y al prójimo como a nosotros mismos, por amor de Dios. La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión.

La caridad es más que el amor. El amor es natural. La caridad es sobrenatural, algo del mundo divino. La caridad es poseer en nosotros el amor de Dios. Es amar como Dios ama, con su intensidad y con sus características. Nada tiene que ver con la solidaridad, sentimiento encomiable pero carente del componente religioso que nos anima. Fue la caridad la virtud que movió a nuestros primeros hermanos a cuidar de aquellos caballeros que habían contraído la lepra en el transcurso de las cruzadas. Siguiendo el mandato divino, la Orden ha perseverado en el servicio a los demás. Durante la autoridad del duque de Sevilla, se retomó nuestro antiguo compromiso histórico de lucha contra la lepra, desarrollando un nuevo programa de becas anuales de especialización para médicos y personal sanitario en el Sanatorio de Fontilles (Valencia) que ha llegado hasta nuestros días. También se han impulsado innumerables campañas humanitarias de ayuda a los más necesitados en los peores períodos de la crisis. Así nuestra campaña Toda ayuda es poca de apoyo a instituciones religiosas con programas sociales, batió récords y se convirtió en un referente para corporaciones como la nuestra, con recursos limitados.

Sin mencionar las campañas hospitalarias de la Orden en su totalidad, en los más variados escenarios del mundo que van desde la India con un Centro de Cirugía en Bhubasneswa hasta el Hospital de San Luis en Jerusalén, por no hablar de otros proyectos felizmente en marcha en Luxemburgo, Malta o Alemania, por poner solo tres ejemplos cercanos. Para finalizar, creo yo, que la corporación afronta en este siglo XXI, los retos que plantea una sociedad sin creencias, que ha abandonado el respeto por la tradición y desprecia los valores del pasado.

La actividad de nuestra hermandad debe ir encaminada a recobrar el espíritu de antaño, la ejemplaridad y el sacrificio. Solo así justificaremos nuestra propia existencia y el debido servicio al prójimo.

Erradicar la lepra satánica del nihilismo y el relativismo que amenazan al mundo y a nosotros mismos.

atvip