Artículo original que nos remite para su publicación en el Blog de la Casa Troncal, de D. Rafael Portell Pasamonte, Vicerrector de la Academia Alfonso XIII.
Armas de D. Rafael Portell por D. Carlos Navarro
Locura, muerte y enterramiento de S.M. El Rey Don FERNANDO VI
Rafael Portell Pasamonte
Enero de 2017
“A mi gran amigo José María Montells,
parroquiano de la Iglesia de Santa Bárbara”
Era hijo de Felipe V y de María Luisa Gabriela de Saboya. Nació en Madrid el 23 de Septiembre de 1712. En principio no estaba destinado a reinar, pero la prematura muerte de su hermano mayor, que reinaba con el nombre de Luis I, y la toma, nuevamente, de las riendas del poder por Felipe V, pasaba a ser el heredero de la Corona.
En una solemne ceremonia celebraba en la Iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid el sábado 25 de Noviembre de 1724, juró como Príncipe de Asturias, Príncipe de Gerona, Príncipe de Viena, Duque de Montblanch, Conde de Cervera y Señor de Balaguer.
Siendo Príncipe de Asturias de comprometió su casamiento con la Infanta de Portugal, Bárbara de Braganza, hija de Juan V. El 10 de Enero de 1728 se firmaron en Lisboa las capitulaciones matrimoniales, celebrándose el matrimonio, por poderes, el día siguiente representando al Príncipe de Asturias el rey de Portugal.
Se conocieron personalmente el día 19 en la frontera luso-española. Desde el primer momento se sintieron tan atraídos uno del otro que culminó en un intenso amor. Enamoramiento que fue aumentado con el paso de los años.
Fernando comenzó a reinar a la muerte de su padre en 1746, con el nombre de Fernando VI.
Cuando falleció Bárbara de Braganza, el 27 de Agosto de 1758, Fernando VI experimento tal dolor y tristeza que se retiró de la Corte y se trasladó al castillo de Villaviciosa de Odón, acompañado únicamente de aquellas personas por las que sentía particular estima. Su Corte se reducía a tan sólo al duque de Béjar, como Sumiller de Corps; al padre Quintana, como confesor del rey y dos secretarios de Estado.
La Gaceta de Madrid en Julio de 1758 publicó:
«Penetrado el corazón del Rey de la más amarga pena, se retiró, con el Señor infante Don Luis su Hermano y muy poca Comitiva, el mismo día en que expiró su esposa amada, al Palacio de Villaviciosa perteneciente al Señor, Infante Duque de Parma, su Hermano, que dista tres leguas de esta Corte, y allí gozan muy buena salud S. M. y su Alteza».
Este hecho hizo que el castillo de Villaviciosa, construido en el siglo XIV, aunque su estado en aquella época databa de la reconstrucción iniciada en 1583 y supervisada por Juan de Herrera, se convirtiera en Real Sitio, considerándose que esta localidad cercana a Madrid, era el lugar idóneo para el rey, ya que nunca había estado allí con anterioridad y así era imposible que nada le recordara a su esposa Doña Bárbara y avivará así su dolor por tan lamentable pérdida.
Los primeros días parecieron beneficiar al rey y la sonrisa le volvió al rostro, pero fue algo tan pasajero que, en apenas diez días, se empezaron a notar los iniciales síntomas de su enfermedad, dejando de lado los asuntos de gobierno y sólo hablando de cosas relacionadas con el recuerdo de la soberana muerta.
A fines de Septiembre se produjo en el rey una desmesurada melancolía, con rarezas y malos modos, pérdida de apetito y alimentados tan solo de líquidos, que pronto desembocó en trastorno mental.
En el mes de Noviembre la Gaceta de Madrid publicaba:
«En vista de haberse llamado de Villaviciosa a los Médicos del Rey, que estaban en esta villa desde la muerte de la Reyna nuestra Señora, a tener junta con los que asisten a S. M. sobre el estado de su preciosa salud, se han asustado, y puesto en cuidado la fidelidad, y amor de sus vasallos; pero asegurando más recientes avisos, que el mayor mal de S. M. es la debilidad, a que le han reducido las incomodidades de su melancolía, esperamos muy confiados su restablecimiento. Con tan poderoso motivo volvió el señor Infante D. Luis a Villaviciosa el jueves 23 desde San Ildefonso, a donde había ido para celebrar el santo de la reina viuda».
La salud del rey no mejoraba en lo más mínimo, y llevado por sus impulsos, llegó a pedir veneno a los médicos, a intentar matarse con unas tijeras y hasta a pedir, en varias ocasiones, al duque de Baños, capitán de guardias, un arma de fuego con que matarse, petición a la que el duque respondió que las armas de guardia estaban para protegerle y no para hacerle daño.
Un día que se creyó morir, hizo que se avisara a un sacerdote, por lo que se avisó al obispo de Palencia, pero al aparecer esta en la habitación, Fernando lo despidió de una forma bochornosa.
El rey lloraba sin cesar y adelgazó tanto que parecía un esqueleto viviente, todos los cortesanos consideraban un hecho milagroso que aún viviera. El día 30 de Noviembre empezaron rogativas públicas en las Iglesias de la villa de Madrid y en otros muchos lugares.
En un momento de lucidez que tuvo el 10 de Diciembre de 1758, se logró que el rey otorgase testamento, autorizando a que lo firmase por el monarca el duque de Béjar, siendo testigos el Padre Rábago (nuevo confesor del Rey), el conde de Valparaiso y el marqués de Villafranca. Por este testamento nombraba heredero a su hermano Carlos, a la sazón Rey de las Dos Sicilias y Nápoles.
Para distraerle se llevó al castillo al famoso cantante castrato Farinelli, pero este tampoco logró, en contra de lo que había ocurrido siempre, distraerlo de su melancolía.
En la primavera de 1759, ya no cabía duda de que se había vuelto completamente demente, estado en el que siguió hasta su muerte. Su locura le llevaba hasta el extremo de hacer sus necesidades en el lecho, revolcándose a continuación entre sus propios excrementos, sin que el conjunto de los médicos regios, al frente de los cuales se encontraba el famoso don Andrés Piquer, médico de Cámara de la Corte, secundado por uno de los facultativos más distinguidos del momento, el irlandés doctor Purcell pudiesen remediarlo. Poco después se encerró en una habitación de la primera planta, en la que había sitio escaso para una cama y donde pasó encerrado y sin salir de ella sus últimos meses de vida.
Falleció el castillo de Villaviciosa de Odón, el 10 de Agosto de 1759, coincidiendo con el decimotercero aniversario de su proclamación al trono, sin haber recibido los auxilios espirituales. Su médico escribió “Privado de los consuelos de la religión, y entre sus propios excrementos, ha fallecido Fernando VI, el más pulcro y religioso de los hombres”.
En la habitación donde murió se colocó tiempo, más tarde, una placa de cobre con la siguiente inscripción:
«Aquí murió el señor rey don Fernando el Xesto en 10 de agosto de 1759».
La Gaceta de Madrid publicó la noticia de la siguiente manera:
“El viernes diez de este mes, a las cuatro y cuarto de la mañana, tuvieron su indispensable término los males de nuestro amado Rey Don Fernando el Sexto, y lograron eterno premio sus notorias virtudes. Después de haber aprovechado un feliz intervalo de sosiego, que le concedió la Divina Clemencia, confesándole muy a satisfacción del Cura del Palacio Don Joseph de Rada que le administró este Sacramento, y ya en mayor riesgo el de la Extrema-Unción, así como la víspera de su fallecimiento la absolución y bendición papal el Sr. Arzobispo de Laodicea, Nuncio de su Beatitud, murió este piadosísimo Monarca, entre las manos y auxilios espirituales del Sr. Arzobispo, Inquisidor General, del Señor Obispo de Palencia, del Citado Cura Don Joseph de Rada, y de Don Francisco de la Barcena, Capellán de Honor de S. M. en el Palacio de Villaviciosa, perteneciente al Serenísimo Sr. Infante, Duque de Parma, Su Hermano, como Conde de Chinchón, a los cuarenta y cinco años, diez meses, y diez y nueve días de su edad, a los trece años, un mes y un día de su Reinado, y el mismo en que fue proclamado el año de mil setecientos cuarenta y seis».
Apenas fallecido el Rey se despacharon correos con esta noticia a su hermano Carlos de Nápoles, ya Carlos III de España y la Reina madre Isabel de Farnesio, quien nada más conocer la noticia dispuso un luto riguroso de toda la Corte durante seis meses. Al duque de Alba, que era el Mayordomo Mayor, le ordenó que continuase en las mismas funciones y dispusiese, que presidiendo todos los actos, que el fallecido Rey fuese expuesto de cuerpo presente y después conducirlo al convento de la Visitación de Madrid para su sepultura en el mismo. Todo ello ejecutado con la formalidad, pompa y decoro debidos a Su Majestad.
El duque de Béjar, como le correspondía, encargó la guardia del real cadáver a los Gentileshombres de Cámara con ejercicio, que lo hicieron alternándose de dos en dos, juntamente con dos Ayudas de Cámara. Además dispuso que le velasen sin intermisión dos Religiosos de San Pedro de Alcántara, y dos Médicos de Cámara de S. M. y mandando poner tres Altares, en los cuales se dijeron misas incesantemente en la mañana de aquel día y del inmediato. El cuerpo de fallecido rey fue lavado, aseado y vestido por el Sumiller, los Gentileshombres y Ayudas de Cámara. Hecho esto se le colocó en una caja de plomo, puesta dentro de otra de madera cubierta de tisú y galoneada de oro que se cerró con tres llaves.
El párroco de la villa de Villaviciosa, Francisco Cebrián, inscribió la muerte del rey en libro registro de defunciones parroquial y acompañado de las autoridades del Concejo acudió al castillo para rezarle un responso.
El sábado once, a mediodía fue conducido por los Grandes, gentileshombres de cámara, y mayordomos de semana desde su dormitorio hasta el Salón grande de aquel Palacio, preparado para exponerle de cuerpo presente en su cama situada sobre un tablado levantado en el suelo, y debajo de un magnífico dosel, y allí le entregaron, sucesivamente, con las formalidades acostumbradas: primero el Sumiller al Mayordomo Mayor y este, después, a la Guardia de los Monteros de Espinosa, que ocuparon los ángulos de la cama poniéndose dos a la cabecera con las insignias del Cetro y Corona, y otros dos a los pies; y además le guardaron desde entonces dos Mayordomos de Semana alternativamente.
Más tarde en este mismo salón se cantó la vigilia, y celebró el obispo de Palencia misa de Pontifical ayudado de la Real Capilla, y con asistencia del Cuerpo de Grandes, Gentileshombres de la Boca y Casa, Caballeros Pajes, y demás Individuos correspondientes.
A las seis y media de la tarde de este mismo día once, el conde de Montijo, el duque de Alba, el príncipe de Mazerano, el duque de Bournouville, el duque de Medina Sidonia y el conde de Aranda; Caballeros todos de la Insigne Orden del Toisón, formaron Capítulo y se acercándose donde estaba el féretro con el real cadáver se le desnudó del Collar de la Orden, acto que efectuó el conde de Montijo, caballero más antiguo en preferencia de los demás, y en presencia del Grefier, conde de Canillas se lo entregó al Guardajoyas de Su Majestad.
A día siguiente, una vez reconocido de nuevo el cadáver a través del cristal, que tenía el ataúd de plomo, le bajaron hasta el pie de la escalera de castillo y allí le tomaron los Gentileshombres de Boca y Casa, que le llevaron y colocaron en la estufa que estaba preparada para conducirle a su entierro en el convento de la Visitación de Madrid.
Partió el cortejo desde Villaviciosa a las cuatro y media de la mañana, haciendo por el camino algunos descansos, en los que se cantaron responsos por el obispo de Palencia, llegando a Madrid antes de las diez, haciendo su entrada en la Villa y Corte por la puerta de Recoletos. (Esta puerta estaba situada en lo que es hoy la calle Génova en su confluencia con la plaza de Colón. Fue levantada en el año 1756 al mismo tiempo que la valla que rodeaba las Salesas Reales. Tenía una inscripción que decía “A Dios omnipotente, misericordioso. Reinando Fernando VI, a la sombra del contiguo edificio de las Salesas, por la autoridad real se construyó esta puerta. Año 1756”)
Pasada la puerta, la comitiva, fue recibida por el cuerpo de Inválidos, formados, al mando del coronel Félix Teraz, desde donde se dirigió al convento de la Visitación, por la calle de San José (Hoy inexistente) donde el finado rey había mandado que lo enterrasen. Durante el trayecto estaban formados los batallones de Guardias Española y Walonas, con sus coroneles, el marques de Sarriá y el conde de Priego respectivamente. Un gran gentío se agrupaba para ver pasar el cortejo y como siempre sucede, unos por curiosidad y otros, los menos, por sentimientos.
Dentro del pórtico del convento se encontraba otro cuerpo de Guardias de Corps y en la puerta de la iglesia, el cuerpo de Alabarderos. Llegados a este lugar, bajaron del coche estufa el sarcófago que contenía el regio cadáver los Caballerizos de Campo y tomándolo los Gentileshombres de Boca y Casa lo llevaron hasta la puerta de la iglesia donde lo entregaron a los Grandes de España que lo condujeron hasta el túmulo donde lo colocaron. A continuación el obispo de Santander cantó una misa de pontifical, cantada por el coro de la Real Capilla. Mientras tanto, afuera, las tropas efectuaban una descarga general.
Terminados los oficios religiosos, el duque de Alba, cumpliendo las formalidades debidas entregó el cadáver a la Madre Priora. La caja fue nuevamente abierta para reconocer al rey y nuevamente cerrada, todo ello en presencia de toda la comunidad religiosa. El Secretario de Estado y de Gracia y Justicia, marques de Campo de Villar, como Notario mayor del Reino daba fe de todo lo acontecido dándose por terminadas las honras fúnebres.
Posteriormente su hermano Carlos III mandó construir un magnifico sepulcro en la Iglesia del convento, encargándole la dirección del proyecto a Francisco Sabatini.
En su epitafio se puede leer:
«Hic yacet hujus coenobii conditor
Ferdinandus VI Hispaniarum Rex,
optimus princeps, qui sine liberis,
at numerosa virtutum sobole patriae
obiit IV. id. Aug. An. MDCCLIX.
Carolus III, frati dilectissimo,
cujus vitam regno praeoptasset
hoc moeroris et pietatis monumentum.
Que traducido dice:
«Aquí yace el Rey de las Españas
Fernando VI, óptimo príncipe, que
murió sin hijos, con una numerosa
prole de virtudes patrias».
Muerto el 4 de Agosto de 1759
Carlos III dilectísimo hermano
Dedicó este monumento
de tristeza y de piedad
a su queridísimo hermano
cuya vida hubiera preferido al Reino.