Artículo original que nos remite para su publicación en el Blog de la Casa Troncal, de D. Rafael Portell Pasamonte, Vicerrector de la Academia Alfonso XIII.

Armas de D. Rafael Portell, por D. Carlos Navarro

Armas de D. Rafael Portell, por D. Carlos Navarro

 

S. M. el Rey Carlos III

 con motivo del III centenario de su nacimiento

  (Desde Rey de Nápoles a Rey de España)

I Parte

 

  Rafael Portell Pasamonte

 Octubre de 2016

 

   Mientras el Infante Carlos, fue Rey, como Carlos VII de las Dos Sicilias, se puede decir  que su reinado fue muy beneficioso para este país, ya que logró su pacificación, saneó la administración  y las finanzas (que estaban arruinadas), embelleció la ciudad con muchos monumentos y descubrió ruinas romanas, entre ellas Pompeya y Herculano.

   Para fomentar el comerció permitió, por decreto publicado el 13 de Febrero de 1741, que los judíos volvieran nuevamente a Nápoles, garantizándoles la libre practica de su religión y el permiso para poder construir sinagogas. Esta medida suscitó el descontento de la iglesia, que hizo fijar pasquines en las calles con la inscripción «I.C.R.I. (Infans Carolus Rex Iudeorum)».

Carlos III siendo Rey de Nápoles (1)

Carlos III siendo Rey de Nápoles (1)

   Con el fin de menguar las enormes riquezas de la iglesia, no dudó en enfrentarse al Papa y revisar las exenciones de impuestos de que gozaba el clero. A los nobles que vivían fuera de Nápoles les obligó a que residiesen en el reino so pena de ser confiscados sus bienes. Para todas estas labores contó con su servidor incondicional  Bernardo Tanucci, con quien le una entrañable amistad desde hace años.

  El 20 de Mayo de 1742, una escuadra inglesa se presentó en Nápoles. El capitán Martion saltó a tierra y en vez, de conducirse en los términos de la habitual diplomacia, trató a Carlos con agresiva desconsideración. Intimó al rey a que se declara neutral en la guerra, o de lo contrario daría orden de bombardear la ciudad. Ante la violencia de la amenaza cedió Carlos, comprometiéndose a guardar la más estricta neutralidad. 

   Al año siguiente con el apoyo de España y Francia abrió una campaña contra Inglaterra y Austria, siendo sorprendido en Velletri y hecho prisionero. Regresó a Nápoles a finales de 1744 y desde entonces tomó una parte muy poco importante en la lucha.

   Al morir su hermano Fernando VI, fue proclamado rey de España el 11 de Septiembre de 1759, por don Ventura Osorio de Moscoso Fernández de Córdoba, alférez de la Villa de Madrid.

 La Ley “Nuevo Reglamento para la Sucesión de estos Reinos”, prohibía que un mismo Rey lo fuera de España y de Nápoles, por lo que el 6 de Octubre de 1759 renunció a la corona de Nápoles en favor de su hijo Fernando, dejando como regentes al marqués de Tanucci y al marqués de Arienzo.

Carlos III siendo Rey de Nápoles (2)

Carlos III siendo Rey de Nápoles (2)

   Tras ser proclamada en voz alta el acta de abdicación y de ser firmada por Carlos, este tomó una espada y le dijo a su hijo Fernando:

 «Esta es la espada que Luis XIV de Francia le  regaló a Felipe V, vuestro abuelo: de él la he   recibido yo, y yo os hago entrega de ella.

  No la desenvainéis jamás sino en defensa   de la religión y de vuestros súbditos».

   El domingo 7 de Octubre de 1759 la escuadra, compuesta de 16 navíos al mando de don Juan José Navarro, marqués de la Victoria se hacia a la mar con rumbo a Barcelona.

   A su despedida acudió un enorme gentío que no abandonó el muelle hasta que se perdieron en el horizonte las últimas embarcaciones que acompañaban al Rey.

   Los reyes viajarían en el navío insignia «Fénix», embarcación de tres puentes, armado con ochenta cañones y con unas medidas de 160 pies de eslora por 47 de manga. Los navíos «San Jenaro», «San Pascual» y «San Fernando», abrían la marcha, a continuación el «Fénix«, que enarbolaba en el palo mayor el estandarte real y el «Triunfante«, de setenta cañones, donde viajaban los infantes don Antonio Pascual y don Francisco Javier, a continuación marchaba el resto de la flota. 

  A bordo del «Fénix«, el ya Carlos III, Rey de España se alojó en un camarote fuera de la cámara, junto a la bitácora, dejando para doña María Amalia y las infantas dos camarotes que se habían preparado en la cámara. La cámara baja se destinó para el alojamiento del príncipe de Asturias y el infante don Gabriel. A la puerta de los camarotes prestaban servicio varios guardias de Corps.  En este navío también viajaban la duquesa de Castropignano, el duque de Losada, el marqués de Esquilache y don Américo Pini, ayuda de cámara del rey.

   El resto de la expedición se dispuso de la manera siguiente:

   En el «San Felipe» viajaba el confesor de la reina y los equipajes de los reyes;

  En el «Terrible» viajaban la familia y los equipajes de Esquilache.

  En el «Atlanta» viajaba el marqués de Ossun, embajador de Francia, con su familia.

  En el «Soberano» iba el embajador de Portugal y su familia.

  En el «El Guerrero» se embarcó el confesor del monarca, el padre Bolaños, acompañado del padre Eleta, quien había de suplirle en el ministerio.

  En el «Princesa»  iba la marquesa Dusmet.

  El resto de la servidumbre, hasta doscientas personas, viajaba en otros navíos.

  El 10 de Octubre subió a bordo del «Fénix» el marqués de Ossun para cumplimentar al rey.

   Cuando lo permitía el estado de la mar la vida a bordo del «Fénix» se desarrollaba de manera muy parecida todos los días. Por la mañana oían misa, que oficiaba el teniente vicario don Antonio Fanales. Además la reinas y las infantas oían otras dos misas más dichas por los capellanes del navío.

   En la mesa de los reyes comían el príncipe don Carlos, el infante don Gabriel y las infantas. Por regla general estaban presentes el duque de Losada, y los marqueses de Esquilache y Dusmet, el caballero Marescoti y diversos generales y altos empleados de la corte. Don Carlos solía conversar grandes ratos con el capitán de navío don Francisco de León y Guzmán.

   El 15 de Octubre de 1758 se avistaron las tierras de Cataluña, entre las nueve y diez de la mañana. Carlos III aprovechó esta ocasión en que se hallaba ante su nuevo reino para premiar al marqués de la Victoría con el grado de capitán general y a don Gutierre de Evia, el comandante del «Fénix» con el de jefe de escuadra. Así mismo entre los demás oficiales del resto de la escuadra distribuyó diversas mercedes, otorgando dos pagas a los tripulantes del «Fénix» y una a la marinería del resto de la flota.

  El día 16 se encontraban ya frente a Barcelona. A las cuatro y media de la tarde subieron a bordo del buque insignia, el marqués de la Mina, capitán general de Cataluña, los duques de Medinaceli y Medina Sidonia, el conde de Oñate, la princesa Jacci, dama de la reina y otros personajes para dar la bienvenida al nuevo soberano.

  Al día siguiente, al amanecer, se dispararon salvas de honor desde Montjuich y a las diez desembarcaron los reyes en una falúa, gobernada por el marqués de la Victoria, al tiempo que sonaba una triple descarga de veintiún cañonazos.  La ciudad de Barcelona dispensó a la familia real un gran recibimiento, agradeciéndolo el monarca dispensándoles de impuestos que debían y restableciendo alguno de los fueros de Cataluña. El día 20 visitó Carlos III las Reales Atarazanas no pudiendo subir a ver el castillo de Montjuich a causa de la fuerte lluvia que caía sobre Barcelona.

   El día 22 siguiente partió la comitiva real hacia Martorell, donde llegaron a eso de las cinco de la tarde y pernoctando en esta ciudad. El día 24 continuaron hacia Torrevieja y Tárrega. El 25 estaban en la ciudad de Lérida. Continuando camino llegaron a Zaragoza el día 28. En esta ciudad cayó enfermo, el príncipe de Asturias. El médico Manuel de la Raga le diagnosticó un simple catarro lo que luego resultó ser un sarampión benigno del que repuso prontamente, pero el día 5 de Noviembre contrajo la enfermedad del infante don Gabriel. El día 6 lo hizo la reina y a continuación las infantas María Josefa y María Luisa. Casi toda la familia real se puso enferma al mismo tiempo.

   Ya repuesta la familia real, el 1 de Diciembre, entre las diez y las once de la mañana, salieron de Zaragoza, para llegar a Cariñena el día 2. Siguieron después hasta Daroca y el día 4 se encontraban en Tortuera, donde nevaba muy intensamente.  Continuaron viaje por Algora y Torija hasta llegar a Guadalajara, donde les esperaba el infante-cardenal don Luis, hermano de Carlos III.  El día 8 llegaron a Alcalá de Henares, donde pernoctaron, en el palacio del arzobispo de Toledo. Como no pudieron llegar a tiempo las camas y los colchones debido al mal tiempo y en el palacio arzobispal no existían suficientes, los vecinos particulares de la ciudad facilitaron a la familia real algunos muebles, pero los infantes no tenían cama por lo que Carlos III les cedió sábanas y un colchón de los que le habían asignado.  

   Al día siguiente, en medio de una lluvia torrencial, salieron de Alcalá en dirección a Madrid, penetrando en esta ciudad por un portón del Buen Retiro, extramuros de la puerta de Alcalá.

   Llegados a palacio le salió al encuentro el conde de Fernán González y Carlos III se dirigió a ver a su madre, Isabel de Farnesio, que, medio ciega, le recibió apoyada en unas muletas abrazándose madre e hijo con emoción. La reina madre, que en estos momentos contaba con 66 años de edad regaló a Carlos III un espadín guarnecido de brillantes. A María Amalia le entregó un juego de tocador en una caja de charol y un abanico con varillas de brillantes. A las infantas sendos aderezos confeccionados con diamantes y rubíes.

   El viaje de la corte desde Barcelona a Madrid costó más de siete millones de reales.  La comitiva estuvo compuesta por 1.839 personas, de ellas 608 pertenecían a la casa real, 559 a caballerizas y 377 eran guardias de Corps.

   LA REINA MARÍA AMALIA DE SAJONIA

   Nació el 24 de Noviembre de 1724, en el Palacio Real de Dresde, siendo la segunda de los hijos de Federico Augusto II de Sajonia, príncipe elector del Imperio y Rey electo de Polonia como Augusto III y de la archiduquesa María Josefa de Austria, hija primogénita del emperador José I. 

   Su nombre completo era María Amalia Cristina Francisca Javiera Walburga. Se le puso el nombre de María Amalia en recuerdo de su abuela materna Guillermina Amalia de Brunswick y de su tía María Amalia.

   Su infancia transcurrió entre Dresde y Varsovia, siendo educada al estilo francés, poseyendo buena cultura, aprendiendo a hablar y a escribir en este idioma que llegó a dominar a la perfección.

  Al llegar a los trece años físicamente era alta, rubia y de tez muy blanca, con ojos castaños pequeños y saltones, poseyendo una voz chillona y desagradable. Le gustaba y tenía pasión por la caza. También era mujer de muy buen sentido del humor y de  gran inteligencia, gustándole poco las fiestas palatinas.

   Como don Carlos debía elegir esposa, el 27 de Agosto de 1737, se decidió por ella en lugar de otras princesas europeas, que  le habían sido escogidas por sus cualidades regias. Al existir un parentesco de cuarto grado entre los contrayentes, se solicitó dispensa papal, a través del cardenal Acquaviva, a lo que Clemente XII no puso ningún inconveniente en otorgarla, por lo que el acta de la promesa de matrimonio se firmó en Viena el 31 de Octubre y el día 16 de Diciembre, se firmó en la misma ciudad, el contrato matrimonial, por don Pedro Cebrián y Agustín, conde de Fuenclara, en nombre de Felipe V, quien le había concedido los poderes para el matrimonio, el 18 de Noviembre anterior y el embajador de Federico Augusto, monseñor Juan Bautista Bolza.

   La comunicación oficial se hizo, en Nápoles, el 1 de Enero de 1738. En Madrid el 5 de Febrero, y con tal motivo se celebró un besamanos en Palacio, que estuvo muy concurrido, y al que asistieron todo los embajadores a cumplimentar, incluido el de Francia, Vaulgremont. Además la Corte se vistió de gala durante tres días y se ordenaron luminarias por tres noches seguidas, para que el pueblo madrileño participara en el regocijo.

   Carlos mandó hacer un retrato suyo al pintor David para entregárselo a María Amalia, pero este murió sin haber podido acabarlo, por lo que se hizo ir a Nápoles a otro pintor llamado Molinerato, el cual, además hizo una copia del retrato que había enviado María Amalia para remitirlo a la Corte de Madrid.

María Amalia en 1738

María Amalia en 1738

   El contrato matrimonial fue ratificado el 11 de Abril de 1738, en el cual fue incluido un artículo secreto sobre las prerrogativas que debería gozar doña María Amalia en el caso de la corona española recayera en don Carlos o de que esta quedara viuda. Además en el contrato se estipulaba que la dote sería de 90.000 florines de Alemania y como garantía de su pago se acordó que serían las rentas reales. Los desposorios se celebrarían en Dresde, donde residía la princesa, el rey, su padre, la acompañaría hasta la primera ciudad italiana fronteriza. Para alfileres o gastos de cámara se abonarían cincuenta mil escudos de vellón al año. Como regalo nupcial, se estipuló en cincuenta mil ducados. En caso de quedarse viuda recibirá una pensión anual de ciento cincuenta mil escudos y podría elegir residencia, ser regente durante la minoría de sus hijos, desempeñar el gobierno y la tutela. En caso de que ella muriese, el rey conservaría el usufructo de la dote y si la reina muriese sin hijos, la herencia pasaría al padre de María Amalia.   

      El embajador español, conde de Sada, hizo su entrada en Dresde el 7 de Mayo de 1738. Al día siguiente tuvo lugar una solemne audiencia pública, en la que el embajador español entregó a doña María Amalia un precioso retrato de don Carlos. 

   La boda, por poderes, se celebró en Dresde el 9 de Mayo de 1738, a las cinco de la tarde. El novio estuvo representado por el  Príncipe de Sajonia, Federico Augusto. Como oficiante actuó el nuncio de Su Santidad, monseñor Pauluci, asistido de tres obispos polacos. Durante la ceremonia las damas lucieron vestidos de etiqueta, blanco y oro, y los caballeros los fraques color escarlata y chupas de oro.

  Los reyes de España la regalaron, como regalo de bodas, un aderezo de brillantes compuesto de collar, cruz y pendientes, construido por el joyero Francisco Sáez, y que costó 145.436 pesos y un lazo de piocha de las mismas piedras.

   Tras la ceremonia, se celebró una cena de gala y a continuación se dio un baile, también, de gala que abrió María Amalia con su padre, bailando un minuetto.

  Al día siguiente se celebraron torneos y se hicieron luminarias. 

   El lunes 12 de Mayo de 1738 partió doña María Amalia de Dresde, para llegar a Pilnitz, primera etapa del viaje, donde salieron a verla sus padres y al día siguiente se despidieron definitivamente de ella.  El día 24 se detuvo en San Pölten, hospedándose en el palacio del conde Colloredo, y en donde visitó a su abuela que la esperaba en un convento de carmelitas descalzas. El día 29 llegaron a Palma Nova, al sur de Udine, donde se le presentó una comitiva que enviaba don Carlos para acompañarla hasta su reino. Don Cayetano Buocompagni, duque de Sora, había sido nombrado por el rey Mayordomo Mayor de la reina, y en esta misma ciudad comenzó a ejercer sus funciones. 

   A continuación siguió la comitiva por Cadoipo, Perdenone, Treviso y Mestri, donde se embarcaron en falúas, atravesando la laguna de Venecia y pasando por el canal de Guidecca entró en el Gran Canal, rodeada de góndolas y barcas que salieron su encuentro.

  En Venecia cumplimentó a la reina el caballero Mocenigo, que había sido nombrado embajador extraordinario. Se le hicieron tantos festejos que deseó doña María Amalia conocer la ciudad, por lo cual, el día 2 de Junio se dispusieron fiestas y ceremonias. En góndola y acompañada del Príncipe Elector y su séquito paseó por el canal de la Giudecca, frente a la plaza de San Marcos y por el Gran Canal.

   Terminada su estancia en Venecia, continuaron viaje fluvial hasta Padua, donde se tomaron un pequeño descanso, siendo cumplimentada por el duque de Módena, Francisco III, asistiendo María Amalia a la representación de la ópera «Artajerjes».

    El 4 de Junio hizo noche en Rovigo, siendo cumplimentada por el cardenal Acquaviva, y al día siguiente, al entrar en los Estados Pontificios, recibió la salutación de monseñor Chigi, nuncio apostólico. El día 6 salió de Ferrara, y esa misma noche llegó a Faenza, recibiendo en esta ciudad a la duquesa viuda Dorotea de Parma, su abuela política. El día 7 pasó por Forli y por la noche llegaron al puerto Adriático de Rimini. Sin abandonar la costa continuaron por Pesaro, Senigallia, Ancona y Loreto. En cuya capilla hizo ofrenda de una sortija. A continuación dejando la ribera marina, se internaron por Recanati, Macerata y Tolentino, pasando la cordillera apenina por Camerino, Puente de la Trava y Serravalla, llegando a Foligno, llegando el 17 de Junio a Veletri. 

   El Rey don Carlos salió de Nápoles para recibir a su esposa en el límite de su reino. El 19 de Junio se encontraron en Portella, lugar fronterizo del reino de Nápoles, donde don Carlos había ordenado que se levantara un lujoso pabellón a modo de tienda de campaña. Este pabellón tenía dos entradas y dos escaleras, que miraban respectivamente a los Estados Pontificios y al reino de Nápoles, y que daban acceso a un gran salón donde se hallaba un dosel de raso blanco guarnecido de franjas de oro, con algunos festones alrededor.

  Allí se conocieron, y curiosamente, en contra de los que ocurre en matrimonios reales  de conveniencia, se enamoraron el uno del otro al instante, amor que duraría hasta la muerte de ambos.

Reyes de Nápoles

Reyes de Nápoles

Después de conocerse se celebró acto seguido la ceremonia de ratificación. Con tal motivo se celebraron grandes festejos en Nápoles. Después partieron hacia Gaeta donde consumaron el matrimonio. A la mañana siguiente, y desde esta ciudad, se despacharon correos a la Corte de Madrid y a la de Dresde dando cuenta de dicho suceso. El joven Rey escribió a sus padres los detalles de su noche nupcial en los siguientes términos:

 Nos acostamos a las nueve y temblábamos los dos pero empezamos a besarnos y enseguida estuve listo y empecé y al cabo de un cuarto de hora la rompí, y en esta ocasión no pudimos derramar ninguno de los dos; solo diré  que acerca de lo que  me decían de que como ella era joven y delicada no dudaban de que me haría sudar, diré que la primera vez me corría el sudor como una fuente pero que desde entonces ya no he sudado.         Más tarde, a las tres de la mañana, volví a empezar y derramamos los dos al mismo tiempo y desde entonces hemos seguido así, dos veces por noche, excepto aquella noche en que debíamos venir aquí, que como tuvimos que levantarnos a las cuatro de la mañana sólo pude hacerlo una vez y les aseguro que hubiese podido hacerlo muchas más veces pero que me aguanto por las razones que VV.MM. me dieron.         Diré también  que siempre derramamos al mismo tiempo porque el uno espera al otro y también que es la chica más guapa del mundo y que tiene el espíritu de un ángel y el mejor talante y que soy el hombre más feliz del mundo teniendo a esta mujer que tiene que ser mi compañera el resto de mi vida.

   El 29 de Junio de 1738 regresaron de incógnito a Nápoles, donde el 2 de Julio hicieron la entrada triunfal, desde el burgo de San Antonio Abad, en una carroza nueva tirada por ocho caballos.  

   Como Camarera Mayor de la reina se designó a la princesa viuda de Columbrano; como dama a la marquesa de Solera y como aya de los futuros infantes se designó a la marquesa de San Marcos Cavaniglia.

   Poco después de la boda, en el mes de Agosto, María Amalia caía enferma de viruelas, debiendo de guardar cama durante once días, de las que pudo recuperarse, pero prolongándose su dolencia hasta bien avanzado el mes de Septiembre. Para convalecerse de la enfermedad se trasladó a al Palacio Real de Portici.  En el invierno de 1739 sufrió un fuerte catarro que la obligó a permanecer en cama, y, nuevamente,  se trasladó a Portici a recuperarse.

   Por fin el 9 de Marzo de 1740 se anunció oficialmente el primer embarazo de la reina. La gestación no fue normal del todo, prohibiéndosele el ejercicio físico y aconsejándola los médicos que guardase reposo. El 6 de Noviembre de 1740, dio a luz a su primer hijo que fue una niña a la que se le impuso el nombre de María Isabel. Tras este parto la recuperación de la reina fue lenta, pues se quejaba de catarro y de un pertinaz dolor de estomago. Por tal feliz nacimiento el 24 de Noviembre, el Papa Benedicto XIV le otorgó la «Rosa de Oro».

   A raíz de la muerte el 27 de Octubre de 1740 del Emperador Carlos VI del Sacro Imperio Románico Germánico y por motivos de seguridad, la reina se trasladó a vivir a la plaza fuerte de Gaeta, cerca de Nápoles.

   El 10 de Noviembre de 1744 regresó a Nápoles en compañía del rey; cuatro días después lo hicieron las infantas María Isabel y María Josefa.

   Durante su estancia en Nápoles, apoyó las medidas reformistas del ministro Tanucci.

  Al llegar a España se reorganizó la Casa de la Reina, siendo nombrado Mayordomo Mayor el marqués de Montealegre. Entre otros cargos de la citada Casa se nombró al padre Hildebrand, como Confesor de la Reina. La lista de Damas que componían la Corte de María Amalia era: Camarera Mayor, condesa de Lemus y como; Damas: la duquesa de Castropiñano, la duquesa de Masserano, la duquesa de Sexto, la duquesa de Medinasidonia, la duquesa de Bournonville, la marquesa de Ariza, la marquesa viuda de Valderrabáno, la duquesa de Veragua, la condesa de Ablitas, la duquesa de Arcos, la condesa de Fuentes, la condesa de Benavente, la duquesa de Uceda, la princesa de Pío, la marquesa de la Mina. Como Guarda Mayor fue designada la marquesa de Surco. Como Dueñas de Honor: doña María Averville, la marquesa viuda de Montealto, la marquesa de Torrecilla, la marquesa de Villacasta. Además para completar la Casa de la reina fueron nombradas azafatas, dueñas de retrete, criadas de la Real Cámara, barrenderas de planta, barrenderas de galería etc. 

   En España sus relaciones, con su suegra, con Isabel de Farnesio, la reina madre fueron muy tensas, y nunca la agradó España, ni sus costumbres, sintiendo una gran añoranza de su amada Nápoles. Sin embargo, una de las pocas cosas de España que la agradaron, y mucho, fueron las corridas de toros.

María Amalia en 1761

María Amalia en 1761

   El 26 de Julio de 1760, a las seis de la mañana, salió la Corte para La Granja. La reina estaba enferma de cuerpo y espíritu. Su medico de cabecera, Mucio Zona, dijo que la soberana era una naturaleza agotada por los trece partos y los catarros mal curados que padeció en Caserta. La gravedad de doña María Amalia debió de presentarse de forma súbita. La orden de regreso a Madrid fue dada de forma terminante por Carlos III.

   Se decidió que para el transporte de la regia comitiva se alquilaran ciento sesenta y cuatro calesas, y además se le sumaron catorce de Valladolid, viniendo, además, de la misma ciudad siete coches de mulas; cinco de Salamanca; seis de Toledo; siete de Alcalá. En Bargas se alquilaron 110 acémilas.

   El  jueves día 11 de Septiembre, a las ocho y media de la mañana, los Reyes, el Príncipe de Asturias e Infantes, salieron del Real Sitio con destino a Madrid. La Reina Madre no acompañó a los Reyes en su precipitado viaje de regreso, saliendo de La Granja el martes siguiente. Al día siguiente llegaron Sus Majestades a Madrid. Doña María Amalia llegó a la Corte muy débil y cansada, casi postrada.  

   Ya en la capital, se reconoció que la gravedad de la Reina era mayor de lo que se pensaba, por lo que se celebró consejo médico, presidido por el marqués de Montealegre, y al que asistieron además del médico del Rey, don Anora Piquer, y don Marsilio Ventura.

   La noche del día 18 de Septiembre la pasó muy mal doña María Amalia, por lo que otorgó testamento, escrito en italiano, autorizado y leído por el marqués de Esquilache, su Secretario y el Secretario de Despacho Universal.  En él manifestaba su afecto y confianza para con el Rey, su preferencia para su hijo don Fernando, rey de Nápoles, el agradecimiento a sus criados y su caridad para los pobres, dejando a la voluntad de don Carlos III los sufragios y limosnas por su alma. Esta misma noche trasladaron a su dormitorio el cuerpo de San Isidro. También estaba previsto introducir en la regia cámara el cuerpo de San Diego, que había sido traído de Alcalá de Henares, pero debido al mal olor que arrojaba el santo, se desistió de ello.

   Falleció en el Palacio del Buen Retiro de Madrid, el 27 de Septiembre de 1760, a las tres y media de la tarde. En sus últimos momentos fue asistida por el cura de Palacio, Francisco Barcena, y su confesor el padre Soldebran.  Carlos III al tener conocimiento de la muerte de su esposa comento «Es el primer disgusto que me ha dado en nuestro matrimonio».

    El parte médico que dio el citado médico, Mucio Zona, la reina había muerto de un «empiema espúreo, efecto de un catarro antiguo de pecho, al que se unió una gran excrecencia del hígado». Según un moderno diagnostico se trataba de un proceso crónico pleuropulmonar, con éxtasis hepático consecutivo.

   Una vez muerta la Reina se dio aviso al Sumiller de Corps, duque de Losada, que llegó inmediatamente, dando públicamente la oportuna comunicación del triste suceso. Con el cadáver de la difunta Reina se quedaron una Dueña de Honor y las Camaristas. En las esquinas de la cama se pusieron velas de cera, velando el cadáver las citadas damas y 12 religiosos del convento de San Gil.  A las ocho de la noche se abrió el testamento en público, que leyó el marqués de Esquilache y a las diez se llevaron a la Reina Madre a sus habitaciones.   

   Su cuerpo fue expuesto al público en el salón de actos denominado «El Casón» del palacio del Buen Retiro, rodeada de siete altares, en uno de los cuales oficiaba el obispo de Cartagena, gobernador del Consejo de Castilla.

   El día 29 se dispuso la comitiva del entierro, siendo los Monteros de Espinosa los que se hicieron cargo del cadáver para conducirlo al Monasterio de El Escorial. La ceremonia del entierro tuvo lugar a las ocho y media de la mañana del día 30.

  Actualmente sus restos descansan en la urna número 26 del Panteón Real de El Escorial. 

Túmulo exequias María Amalia

Túmulo exequias María Amalia

  Estuvo consagrada por entero a los cuidados de su numerosa descendencia, interviniendo muy poco en los asuntos de Estado, aunque no por ello dejaba, Carlos III, de pedirla frecuentemente consejo.