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sábado, 23 de julio de 2016
FRANCISCO FERNÁNDEZ DE BETHENCOURT, FORMACIÓN Y METODOLOGÍA
RAFAEL RODRÍGUEZ DE CASTRO
Ponencia en el Homenaje a Francisco Fernández de Bethencourt en su Año Genealógico, celebrado el 7 de abril de 2016 en la Real Sociedad Económica del País de Gran Can Canaria
Previenen los historiadores como enseñanza básica que, quien contemple hechos del pasado debe considerar que está ubicándose en unos parámetros espacio temporales distintos a los del presente. Todos los rasgos característicos de una determinada época son propios de ella, algunos en grado de rigurosa exclusividad. Por eso, para conocer y profundizar correcta y eficazmente en un hecho del pasado histórico no debemos acudir a juicios, análisis o estudios que proyecten sobre éstos valores, principios, criterios, ideas o normas de la modernidad en la que nos hallamos. De obrar así descontextualizamos el momento pasado para traerlo de forma estridente a nuestra contemporaneidad.
Francisco Fernández de Bethencourt vivió en un momento convulso, paradójico y decadente de España. Tal fue la transición entre los siglos XIX y XX. El mismo año de su nacimiento, 1850, la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria sufría el trágico episodio del cólera morbo. A lo largo de su vida se sucederán las revueltas populares, guerras carlistas, la primera república, la pérdida de los últimos territorios del Imperio, los movimientos de reivindicación social. Militará en las filas del partido conservador participando en aquél curioso juego de democracia de resultado pactado previamente. Brillará académicamente en un contexto de completa ruina de la enseñanza española. Y socialmente hará valer el peso que en la historia pasada tuvieron sus ancestros, muchos de ellos componentes de aquella clase privilegiada propia del Antiguo Régimen, la Nobleza.
Para la posteridad han quedado una serie de publicaciones que le caracterizan como un eminente y preclaro genealogista. Se dejó empapar como por ósmosis de la renovación de la ciencia histórica para aplicarla a la genealogía. Ya lo habían hecho otros autores algo antes que él en Francia e Inglaterra. Pero aunque sí se puede reconocer más claramente en estos las novedades introducidas por los métodos histórico-críticos, en Francisco Fernández de Bethencourt alcanzan una dimensión enciclopédica. Sin embargo, todavía en su caso, y difícilmente podría ser de otro modo, su genealogía es exclusivamente nobiliaria.
No es autor prolífico en obras monográficas extensas. Sí lo fue en creaciones menores: artículos, discursos. Todas ellas traslucen el esquema mental que su autor formó en su proceso educativo y el que recibió del momento que le tocó vivir. Este esquema mental proyectado en el resultado físico de su producción bibliográfica define su forma de trabajar, su método. Y en su caso no es un simple método genérico, como forma abierta y definida discrecionalmente por nuestro personaje, sino un proceso sistemático que recoge de forma inédita lo que se deriva de los progresos de la ciencia histórica aplicados a la genealogía.
El texto que escoge en la Introducción del Volumen I de su magna obra Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía Española, Casa Real y Grandezas de España, procedente de la Obra Generaciones y Semblanzas de los Reyes y Claros Varones de España, de Fernando Pérez de Guzmán, es todo un resumen de las características de su investigación. Vale la pena traerlo a colación: “Porque algunos se entremeten de escribir é notar las antigüedades, son hombres de poca vergüenza, é más les place relatar cosas extrañas y maravillosas, que verdaderas é ciertas. Creyendo que no será habida por notable la historia que no contare cosas muy grandes y graves de creer, ansí que sen más dignas de maravilla que de Fé”.
En primer lugar, aludiendo a lo formal, refleja su gran formación y preocupación por la corrección en el discurso según la retórica clásica. La alusión a un texto pasado de estas características aparece como una auténtica captatio benevolentiae del lector. Y de acuerdo a la elegantia retórica, con dicho texto medieval realiza un movimiento de apertura y cierre: la introducción compuesta de seis partes equilibradas en tamaño se abre con la alusión de la obra de Fernando Pérez de Guzmán, la primera parte de la introducción se cierra con un elogio del espíritu de veracidad de dicho autor medieval, y al finalizar la sexta parte recoge el espíritu de certeza frente a la falsificación como norma básica.
Pongo en primer lugar esta característica de su discurso, porque es lo primero que aprende. Lo hace en el seminario Conciliar de la Purísima Concepción de Las Palmas de Gran Canaria, donde estuvo cursando Latinidad y Humanidades, un ciclo previo equivalente a la actual secundaria que permitía posteriormente acceder a los estudios superiores de Filosofía y Teología en lo eclesiástico, o a cualquier otra carrera universitaria en lo civil. En ese ciclo estuvo desde octubre de 1863 hasta junio de 1865. Tuvo las asignaturas de Retórica Teorética en tercero y Retórica Práctica en cuarto impartidas por su profesor, el señor Carlos Pinto. Sobra decir que obtuvo la máxima calificación por curso de meritissimus.
Pedro Marcelino Quintana, en su libro Historia del Seminario Conciliar de Canarias, dice sobre Francisco Fernández de Bethencourt que entonces llamó su atención por su aplicación, su memoria y, de forma muy particular, por sus corteses modales. Hasta el punto que recibió el sobrenombre de “sangre azul”.
Si bien no era extraño en los estudios la inclusión de una asignatura de retórica, sí
En segundo lugar, cabe resaltar del texto de Claro Varones de Fernando Pérez del Pulgar, una constante fija en la obra de Francisco Fernández de Bethencourt: mantener la certeza histórica. Buscar una historia dotada de la fuerza que dan los hechos ciertos y documentados, frente la mitología o fabulación con la que tantos la habían mezclado. En esta certeza histórica habían destacado autores como André Borel d’Hauterive en Francia, o John Bucke en Gran Bretaña. Sin embargo, en la producción de estos no hay un estudio sistemático de toda la nobleza o aristocracia con aspiración de totalidad. Hacen bien monografías, bien artículos. Pero si se percibe un primer análisis sobre los grados de certeza de las fuentes documentales para recoger en forma de genealogía la Historia de aquellos que ocuparon un puesto relevante en la historia de dichos países. Fue un movimiento que a lo largo del siglo XIX se extiende por toda Europa: además de los países citados, aparece en los nuevos reinos unificados de Italia o Alemania, Bélgica, Holanda, Austria, Dinamarca, Rusia. Francisco Fernández de Bethencourt fue conocedor de todos ellos. Admiró en mayor medida el trabajo inglés, pero incorporó la metodología francesa mucho más estructurada.
La expresión repetida por Francisco Fernández Bethencourt que muy bien puede resumir este propósito científico es el mostrar interés por el “solo conocimiento de la verdad genealógica”. Este propósito guarda en cierta medida la misma finalidad de lo que debió aprender en la facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna, donde continuó su formación. El discernimiento se aproxima mucho al espíritu de las nuevas concepciones sobre el derecho de recoger de forma más apropiada y auténtica la regulación de los diversos intereses de aquella época. Es el momento en el que en España se procede a la labor de codificar sistemáticamente las leyes, y regular nuevos campos inéditos hasta entonces como el administrativo. Su escudriñamiento genealógico tiene mucho de la comprobación probatoria judicial. El dato es histórico, pero la formación de quien lo recibe, aunque conoce la obra de quienes han usado estrictamente el método histórico, lo hace profesional del derecho. Esto a la postre se convierte en una ventaja, pues su labor no quedó atrapada en lo primario que los métodos históricos de entonces poseían, es decir, escapó a una metodología científica que entonces empezaba a despuntar, pero que ha sido superada con creces en la actualidad. Al contrario, al quedarse en una rápida selección de fuentes históricas, a discriminar de las fabuladas o inventadas, su síntesis se hace válida aún hoy como elenco de datos sobre los poder actuar con el detenimiento y minuciosidad que el método histórico actualmente exige.
Su buena fe a este respecto lo muestra en la parte VI de su introducción del Volumen I de la Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía española, repetidas veces nombrado, de forma positiva y negativa. De forma positiva al proponerse como objetivo de su obra enciclopédica que arrancaba con dicho primer volumen que tuviera “por inspiración la verdad, por norte la rectitud, la imparcialidad y la justicia”. De forma negativa, al traer entonces a colación sus Anales de la Nobleza Española que publica entre 1880 y 1890, sobre los que hace una auténtica confesión pública de haber faltado a aquéllos objetivos que ahora quiere afirmar. Califica estos escritos suyos como continuación y consecuencia de otros que con mismo estilo se estaban publicando en diversas ciudades europeas, París, Londres, Roma, Viena…. Reconoce que entonces se vio presionado en contra de su voluntad a introducir “errores y confusiones de importancia, a pesar de su mucho amor a las verdades genealógicas y su profunda repugnancia a las noblezas inventadas y a los abuelos de alquiler.
En tercer lugar, aludir a un texto medieval es reflejo de su consideración, respeto y asunción del pasado como fundamento del presente. Contemplar y comprender el presente, pasa por contemplar e investigar el pasado. Sin negarlo, ni suprimirlo. En esto se podría caer en lo diacrónico, pidiendo a Francisco Fernández de Bethencourt que tenga cualidades en su obra que pertenecen a la ciencia de la Historia contemporánea, que por entonces ni siquiera se imaginaban. Hacer Historia es relatar hechos en el tiempo protagonizados por seres humanos. Y éstos solo quedaron individualizados cuando ellos mismos no sólo los protagonizaron, sino que constituyeron en su entorno una institucionalización del protagonismo vinculado con el patrimonio y la sucesión. Es decir, si se hace Historia del Antiguo Régimen y se quiere aludir a los individuos que la protagonizaron hay que acudir en mayor medida a esa clase privilegiada denominada nobleza. Francisco Fernández de Bethencourt no hace genealogía nobiliaria como una elección entre otras posibilidades. Sino que al hacer Historia se encuentra que falta una auténtica referencia sistemática y completa de sus protagonistas, en el mayor número de casos prolongados en la descendencia, formando un esquema genealógico, que no pueden ser otros sino los nobles.
Con respecto a la consideración y respeto por el pasado, llama la atención en el Volumen II de la Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía Española, la andanada que lanza a una nación nueva como los Estados Unidos de Norteamérica. Es el año 1900 y están muy recientes las heridas de haber sido cómplices en la independencia y derrota de las tropas españolas en los territorios de Asia y América. De dicha nación dirá que tiene “una sola aristocracia, la aristocracia de los ricos, aristocracia de un día, o de una sola generación, la más antipática, la menos autorizada, la más insoportable de todas las aristocracias posibles”. Y también que es un “país nuevo, sin historia, sin documentación ni antecedentes; país de aluvión formado ayer y hoy mismo de la gente que llega de todos los ámbitos del mundo”.
Para finalizar, hay un resurgimiento de la genealogía como disciplina de la Historia en los últimos veinte años. En esta evolución ha sido clave el volver a situar al individuo como sujeto histórico. La actividad genealógica fundamentalmente nobiliaria no había cesado en ningún momento, pero no tuvo una presencia continua en las facultades universitarias. A este cambio ha contribuido que se demostrara que la opción de hacer exclusivos los paradigmas historiográficos de tipo analítico limitaban enormemente las posibilidades de la ciencia histórica, que se abandonaran ciertos intereses académicos a favor de nuevas corrientes científicas procedentes sobre todo del giro lingüístico y de la mayor autonomía de las humanidades, a un reconocimiento de las posibilidades que tiene la relación sujeto realidad de generar diversos grados de auténtica certeza.
Sigue válida la investigación de la nobleza como principal componente de la ligazón genealógica para la Edad Media. Pero las transformaciones socio políticas de la edad contemporánea en sociedades democráticas, dotadas de derechos y libertades han ampliado el horizonte y contenido de la genealogía. Prácticamente desde el siglo XVI se puede hacer más o menos un estudio genealógico con carácter universal, dependiendo solamente de que se conserve en la actualidad la documentación que con este carácter se generó. Ésta última procede principalmente de los registros sacramentales en el ámbito religioso desde mitad del siglo XVI (aunque algunos lugares como Canarias los tienen desde principios de dicho siglo), o el incremento de la capacidad de obrar de grandes masas sociales que acuden a las escribanías o notarías para formalizar sus negocios (incrementados progresivamente desde el Renacimiento a medida que el progreso económico y social aumenta la cantidad de derechos y obligaciones, negocios y transacciones).
Francisco Fernández de Bethencourt dio un paso importante al hacer la gran recopilación de la nobleza con un espíritu crítico, donde buscó en todo momento una certeza que solo podía proceder del testigo documental. Recogió el testigo de aquellos otros pocos que esporádicamente habían volcado su bien hacer para desterrar la fabulación y la falsedad en la Historia. Su obra monumental sobre la Casa Real Española y su Nobleza ha marcado un hito que todavía no se ha superado en ningún otro lugar del mundo. Su mismo espíritu busca permanecer hoy, pero no de una forma inalterable y pétrea, sino tal como él hizo, adaptándose a los progresos válidos que una época tiene con respecto a la anterior, sin olvidar que ésta existió y existe asumida en la posterior, sin que se pueda olvidar ni suprimir. Hoy en día, a la luz del ejemplo de Francisco Fernández de Bethencourt puede hacerse una genealogía de cualquier familia de la que se posea suficiente documentación. Sobre todo cuando también el ámbito de las ciencias humanísticas se ha ampliado al contemplar diversos ámbitos de la sociedad sin atender a una determinada clase social según la división de la antigüedad. Por todo esto, Francisco Fernández de Bethencourt es justamente considerado como el padre de la genealogía moderna como autor de un punto álgido en la producción genealógica que hasta el día de hoy no ha sido superada. Su camino alcanzó una cima muy alta y lo recorrió muy cerca de nosotros; un itinerario que al cabo de los años hemos olvidado sin considerar el beneficio y provecho del legado que nos ha dejado. La escasa implicación institucional es prueba de ello; la falta de lugares públicos que sean honrados con su nombre es vergonzosa. Por nuestra parte, nobleza obliga y por bien nacidos agradecemos y reconocemos a Francisco Fernández de Bethencourt su trabajo, dedicación y aportación a la genealogía.
Lanzarote le dio vida;
Gran Canaria la palabra;
Tenerife puso ciencia;
y España aportó la trama.
Los premios, por sus méritos;
nuestra deuda, darle fama.