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LA CASA REAL DE BORBÓN Y LA ORDEN DE SAN LÁZARO DE JERUSALÉN

Un episodio muy poco conocido, por silenciado y oculto, es el de la intervención de S.M. el Rey don Alfonso XIII en la elección como primer Gran Maestre de la Orden del siglo XX, de su pariente el Duque de Sevilla. Es, si se quiere, una anécdota, pero una anécdota muy reveladora que contradice totalmente la teoría de la desaparición de la milicia lazarista en 1830.

D. ALFONSO XIII

D. ALFONSO XIII

En los albores del pasado siglo, el Hospital de San Lázaro de Jerusalén, acosado por sus enemigos, dividido en facciones y casi sin recursos, reconsideró seriamente la posibilidad de rehabilitar al Gran Magisterio, vacante desde que Luis XVIII abandonase el cargo y se proclamara Protector. No es de extrañar entonces que el Consejo de la Orden, con la anuencia de los comendadores hereditarios, recabase de un Príncipe de la Sangre de Francia la aceptación de la jefatura de San Lázaro como en sus mejores tiempos.

Desempeñaba las tareas de Gran Bailío de España, el teniente coronel don Francisco de Borbón y de la Torre, descendiente directo y agnado de Luis XIV, que nacido en 1882, había cursado la carrera militar en la Academia de Infantería, en la que ingresó en 1895. Ascendido por méritos de guerra a comandante en 1914, durante el conflicto bélico en Marruecos, al advenimiento de la República, fue deportado al Sahara.

Exiliado en París posteriormente, había entrado en contacto con los problemas de la Orden, al aceptar primero, en 1929, la dignidad de Gran Bailío para España y al año siguiente, la Lugartenencia General del Gran Magisterio. Cabeza de la segunda varonía de la Casa de Borbón, el duque de Sevilla consorte, por su matrimonio con su prima doña Enriqueta de Borbón y Paradé, era el candidato ideal para desempeñar el Magisterio de una Orden tan vinculada a los príncipes de Borbón como la Religión de San Lázaro de Jerusalén. Si los lazaristas del XIX, aseguraron la plena independencia de la orden, recuperando su autonomía de la Corona de Francia, como en los tiempos heroicos de las cruzadas, el Grefier y más tarde Superintendente de la Orden, Otzenberger, en quien recae su moderna organización y existencia, sabe que el futuro de la Cruz Verde está en los Borbones. Según sus reglamentos y normas medievales cualquier caballero puede ser elegido Gran Maestre. Así fue en el pasado más remoto. Pero el período de predominio de príncipes vinculados a la Casa Real de Francia está demasiado cercano. 

Si en algún momento pensó en una solución con los Orléans a la cabeza del hospital, la atenta lectura de Watrin, otro caballero de la Orden, le ha disuadido. La orden de San Lázaro de Jerusalén, Belén y Nazareth no puede acudir al abrigo de una estirpe de perjuros y usurpadores, descendientes todos ellos de un regicida. Desvinculada por la fuerza de las circunstancias de los reyes de Francia, con una vida independiente que dura casi un siglo, será la propia orden la que busque su protección. En los Borbones de España, está la continuidad legítima del Trono francés y, por tanto, el hospital debe encaminarse, sin más dilaciones, a conseguir alguna clase de tutela que garantice su futuro, puesto en solfa, por sus enemigos. 

Conviene recordar que el Rey Sol, tronco de las dinastías reales de la Casa de Borbón por sus Cartas Patentes de 3 de febrero de 1701 y sobre todo en su Reglamento de 12 de Mayo de 1710, reconocía la denominación de Hijo de Francia y de Príncipe de la Sangre, no sólo a los hijos del Rey, sino también a aquellos que pertenecían a las líneas directas y agnadas, presuntas herederas de la Corona. Para disfrute de esta calidad no se exigía, ni lógicamente puede exigirse nunca, la nacionalidad francesa ni otro requisito que la legitimidad civil y canónica, por lo que el duque de Sevilla apareció ante los ojos de los lazaristas como un Hijo de Francia, predestinado a la salvación del Hospital.

 

EL DUQUE DE SEVILLA

EL DUQUE DE SEVILLA

Dice Stephen Friar en su muy documentado Nuevo Diccionario de Heráldica que fue la Católica Majestad de Alfonso XIII, quien concediera permiso al duque de Sevilla, su cercano pariente, para aceptar en 1935 el Magisterio lazarista. Otzenberger, ayudado por Paul Bertrand, comienza, desde la aceptación de don Francisco de Borbón de la Lugartenencia General, una intensa relación con el príncipe español, desplegando todos los recursos a su alcance que culminan en una cena, dada en honor de los Duques de Sevilla y sus hijos, en el Hotel Jena de París, en 1933, de gran trascendencia para los acontecimientos que seguidamente se iban a producir. Es allí donde se establece una primera estrategia para proveer en persona de sangre real la vacante del Gran Magisterio.

 

Es allí donde don Francisco de Borbón se compromete a gestionar ante don Alfonso XIII, su primo y rey, en un Consejo de Familia, el unánime deseo de los caballeros de restaurar el Gran Magisterio y como en otras épocas, que la jefatura suprema de la religión recaiga en un Borbón. Preocupado por las críticas a la vigencia de la orden que se hacen desde algunos círculos, Otzenberger incorpora a las conversaciones con el Duque de Sevilla, a Jean des Courtils de Bessy, séptimo comendador hereditario de la Encomienda de la Motte des Courtils, establecida el 14 de diciembre de 1702, para asegurar precisamente en todo tiempo la continuidad fidedigna de la religión. Nacido en 1871, el comendador formará parte del Capítulo General que restablecerá el Gran Maestrazgo el 15 de diciembre de 1935.

A él se debe una más que rotunda afirmación: Nuestra Encomienda Hereditaria es una de las instituciones históricas de la Orden que han contribuido a su continuidad hasta nuestros días … ya que su existencia y testimonio contradicen a los adversarios de la milagrosa permanencia en el tiempo de la orden. Debe recordarse a este respecto, como ya se escribió en su momento que, en caso de dispersión o disolución del hospital, cualquier comendador hereditario tiene el derecho y la obligación jurídica de salvaguardar la milicia de los pobres leprosos, para siempre jamás, esto es a perpetuidad, tal como se especifica en las cartas de creación de las antiguas Encomiendas, suprimidas por Luis XIV (contraviniendo las constituciones) y restablecidas por Luis XVIII, en su exilio de Mitau.

En consecuencia, la sola presencia del comendador des Courtils (demostrando la transmisión hereditaria de la encomienda lazarista de agnado en agnado) acallaba las críticas de quienes se empeñaban en las tesis de la desaparición de la orden en 1831 y representaba un indudable marchamo de autenticidad ante el príncipe español.

Muy poco difundida resulta la circunstancia, revelada por Zeininger de Borja, por la cual, el Lugarteniente General de San Lázaro, el duque de Sevilla, poco antes de aceptar el Gran Magisterio, quiso con el respaldo del Consejo, ofrecerle tan alta dignidad al Príncipe de Asturias , rehusando éste, por orden de su padre el Rey don Alfonso XIII, que no deseaba por aquel entonces enfrentamiento alguno con la Santa Sede.

Tampoco prosperó la candidatura del Infante don Jaime, duque de Segovia, quizá por las mismas razones o por otras asociadas a su minusvalía, lo que no impidió a su augusto padre conceder real licencia para que fuera don Francisco, quien finalmente accediese a la jefatura lazarista.

Y es que, para el Rey, conocedor como pocos de la historia de su familia, los Borbones tenían un compromiso histórico con el Hospital de los leprosos, que solucionaría a la postre, el propio duque de Sevilla.

Piénsese que, para ese año, la República Española había abolido todas las órdenes nobiliarias y que un súbdito español, como el duque de Sevilla, no podía ejercer legalmente el Gran Magisterio de San Lázaro de Jerusalén sin inscribir a la institución como asociación civil al amparo de la ley de asociaciones republicana. 

Para un hombre de vigorosas convicciones monárquicas como el nuevo Gran Maestre, a cuyo natural repugnaba la práctica de tales triquiñuelas legalistas, no había más legitimidad que la emanada directamente del Rey, aunque éste se encontrase en el exilio. Por ello y pese a legalizar la Orden en España el 17 de junio de 1935, pidió la aprobación de don Alfonso XIII para su elección como Gran Maestre de San Lázaro, que finalmente se produjo el 15 de diciembre de aquel mismo año. Debe repararse que al poco de la elección, don Alfonso XIII heredó de su tío don Alfonso Carlos, la Jefatura de toda la Casa Real de Borbón esto es la de la Casa de Francia, por lo que su permiso al Duque de Sevilla para aceptar el Gran Maestrazgo de San Lázaro devuelve la Orden a la protección tradicional ejercida por los reyes legítimos de Francia. 

Un autor de gran crédito y autoridad, don Manuel Rodríguez de Maribona, en la ponencia que presentó al Congreso de Estudios Históricos de la Orden, se decanta por considerar la aquiescencia de don Alfonso, como un marchamo de incuestionable legitimidad: No es baladí esta real licencia de quién se consideraría (a la muerte de don Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este) Jefe de las Casas Reales de España y de Francia, titulándose Jefe de Familia, esto es, de toda la Casa de Borbón. Con don Francisco, encontraría el Hospital de los pobres leprosos de San Lázaro, el Borbón providencial que le apartaría del ostracismo, al que había sido condenado por los excesos de la Revolución francesa y el papanatismo de la monarquía burguesa de Luis Felipe de Orleans.
En definitiva, lo que interesa resaltar aquí es que la Casa de Borbón, representada por Alphonse I de Francia (S.M. el rey Alfonso XIII de España) no abandonó a su suerte a la antiquísima orden cruzada de San Lázaro y que, de acuerdo con quienes querían restaurar la estrecha vinculación de la gloriosa Cruz Verde con los príncipes de su Casa, otorgó su aquiescencia para que fuera un genuino Hijo de Francia quien tomase en sus manos la jefatura de la Orden.

¿Debemos inferir de este episodio una cierta simpatía secreta de Alfonso XIII por la insigne Orden lazarista? La realidad es que no consta en ningún documento que la supervivencia del Hospital preocupase mínimamente al rey. Sabemos que don Alfonso durante su reinado, tuvo en alta consideración a las cuatro órdenes militares españolas, pero no tenemos ningún indicio sobre su interés por las órdenes reales francesas, a las que ignoró olímpicamente, ya que cualquier manifestación en este sentido, hubiera sido interpretada como una concesión a los pretendientes carlistas.

Lo que es evidente es que, una vez en el exilio, don Alfonso se interesó cada vez más por los asuntos de Francia y que en ese contexto, contribuyó personalmente a rehabilitar el Gran Maestrazgo (en una persona de su confianza y familia) de una orden que por avatares históricos muy concretos había devenido en una caballería del antiguo patrimonio ecuestre de la Casa de Borbón, de la cual se había proclamado Jefe. El conocimiento cabal de este asunto demostraría, una vez más, lo poco documentado de las tesis anti-lazaristas que la sinrazón interesada y la ignorancia han hecho circular como verdad absoluta.