Magnífico artículo, cuyo contenido es de rabiosa actualidad,  redactado por mi querido amigo de Soria D. José B. Boces Diago titulado «LAS ESPAÑAS» y publicado recientemente en el Diario de Soria.

   Al pie de la imagen del artículo y para su mejor lectura, reproducimos el texto en su integridad.

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LAS ESPAÑAS

José B. Boces Diago

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   En un artículo anterior apuntaba que el sentido de lo peculiar y de la diferencia han sido desde siempre uno de los rasgos más característicos de la personalidad de los españoles. Además los nacionalismos excluyentes vasco y catalán justifican su existencia como nación porque dicen, constituyen una entidad natural que por rigurosa ley histórica ha de transformarse necesariamente en una unidad política diferente de la española, y para ello se apoyan en tres principios: la cultura, los derechos históricos y la lengua; hasta hace unos años también incluían, sobre todo los vascos, el de superioridad de la raza pero hoy ya no se atreven a hacerlo, al menos en público.

   Por lo que respecta a la primera sostienen que ellos son el alma de la recuperación de una cultura ancestral sojuzgada por el decadente estado español; una cultura que estaba dormida esperando una señal nacionalista para renacer pura y limpia de la contaminación española. En realidad lo que han hecho es crear unas formas culturales de nuevo cuño que nada tienen que ver con la que fue y que hacen irreconocible el verdadero ser tradicional de las gentes de estas tierras; una cultura pensada para adoctrinar y narcotizar en los espectáculos de masas, en los medios de comunicación y en las escuelas. De lo que se trata es que, como en la famosa obra de Orwell, todos formen parte de un rebaño que nunca cuestionará las esencias y las órdenes del nacionalismo dirigente.

   En cuanto a la historia y por consiguiente los derechos históricos que de ella se derivan, han sido en su mayor parte convenientemente manipulados cuando no directamente inventados; muestra de ello son las páginas web oficiales en las que vemos en unos casos aparecer reinos que nunca han existido o reyes que tampoco lo fueron, y en otros desaparecer hechos, situaciones o personas que formaron parte de su historia pero que ahora no convienen a la doctrina. Donde surge la mayor, más absurda y grave contradicción es en sus planteamientos en torno al “derecho a decidir”. Para los nacionalistas este es un derecho que sólo puede ser ejercitado por las personas que cumplan los requisitos que ellos previamente han establecido. Pero es de sentido común que el “derecho a decidir” para que sea verdaderamente democrático, debe practicarse por todas aquellas personas que están afectadas por la cuestión “a decidir”, y dado que en el caso que nos ocupa lo que se plantea es la independencia de una parte integrada en un todo, que es el estado español, necesariamente habrán de decidir sobre esta cuestión la totalidad de las personas que viven y son parte del estado español, puesto que a todas, antes o después, va a afectar lo que ocurra. Esto que es un principio elemental de democracia y que está basado en algo tan fundamental como es la igualdad de los seres humanos, parece que no encaja con el planteamiento de los nacionalistas vascos y catalanes.

   La lengua es el motivo central de la reivindicación nacionalista y sobre ella, como todos sabemos, se han vertido muchos ríos de tinta por lo que tal vez sea mejor dejar el tema para una ocasión que permita un estudio más en detalle. No obstante quiero apuntar aquí unas ideas que creo pueden ser clarificadoras sobre el asunto: si admitiésemos sin más la doctrina de estos nacionalistas cualquier pueblo que tiene lengua propia debe crear su propia nación; así pues si en este planeta tenemos contabilizadas más de 8.000 lenguas diferentes habrían de existir 8.000 naciones, eso siempre que no contabilicemos también los dialectos y variantes locales. Evidentemente la mayoría de los seres humanos son mucho más racionales que estos iluminados, y en la actualidad el número de naciones está en torno a las doscientas y, según los últimos estudios de los científicos de la política la tendencia es a disminuir.

   A pesar de lo dicho allí donde surge este tipo de nacionalismo excluyente por desgracia suele imponerse con facilidad sobre el resto de las ideologías, y no precisamente porque sus fundamentos teóricos sean racionalmente los más sólidos, más bien su éxito radica precisamente en lo contrario, en la pobreza ideológica: su argumentario está sustentado en simplismos extraídos de una historia manipulada que, a su vez, ha creado una cultura de nuevo cuño con la lengua como razón de la diferencia, en una sociedad que se adora a sí misma y poco más. Una ideología simple pensada por y para la autocomplacencia, para el elogio de lo suyo frente a lo de fuera; si esto se conjuga con una educación en la que más que el conocimiento interesa el adoctrinamiento homogeneizador, con un sistema político controlado hasta el más mínimo detalle por el poder y con unos medios de comunicación convenientemente “engrasados” desde el régimen (una mentira repetida hasta la saciedad se convierte en una verdad), podremos entender la razón de su éxito. Por eso cuando desde dentro alguien se enfrenta a ellos, cuando a esas ideas simples y ramplonas se oponen argumentos serios y racionales, la respuesta es siempre la misma: la condena, el ostracismo, la expulsión de la tribu, si no algo peor, la coacción, la violencia e incluso el tiro en la nuca -como desgraciadamente hemos tenido que sufrir hasta no hace mucho en España.

   E. Gellner escribió que “…una sociedad de tipo moderno no puede tomar cuerpo sin satisfacer en buena medida el imperativo nacionalista…”, y es cierto, pero frente al nacionalismo excluyente e intolerante, el nacionalismo que “no quiere ser español”, el nacionalismo de  aldea,  el de los míos frente a los otros, está la idea de una España moderna que desde la unidad respeta la pluralidad; una nación española que cree en las personas, en la libertad individual, en la igualdad de todos sin privilegios por razón de lugar de residencia, idioma, raza o religión; un nación española integrada en Europa que mira al futuro con optimismo, dejando atrás los localismos, privilegios y fueros arcaicos de los nacionalistas excluyentes.

   “Un alto grado de autonomía territorial debe ir acompañado de un sometimiento absoluto al principio democrático de legalidad”. España necesita un estado fuerte en el que de una vez por todas queden fijadas las competencias de las comunidades autónomas, en igualdad y sin asimetrías; en el que las competencias estatales se ejerzan de manera efectiva y en el que esté garantizado el cumplimiento de la ley en todo el territorio. No hacerlo así puede convertir a España en un estado fallido.

   Esto viene a cuento porque días atrás hemos vuelto a oír declaraciones de algunos que consideran que pitar al himno nacional de España es “libertad de expresión”. ¿Dónde está la libertad de expresión de aquellos que por rotular en español tienen que pagar una multa?… Esperemos que el siguiente paso no sea poner una señal en la ropa a todos los que se expresen en español.