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Un lugar de la Historia… el Panteón de Reyes de El Escorial
Publicado por franciscojaviertostado el 12/05/2014
“Eran reyes tan grandes en el mundo que para enterrarse querían un sitio pequeño” (padre Santos, lector de Escrituras Sagradas de El Escorial, siglo XVII).
Hoy nos adentraremos en una sala que aunque diminuta, es muy “Real”, el Panteón de Reyes de El Escorial. Allí están enterrados todos los Reyes de España desde Carlos I con la excepción de Felipe V y su hijo Fernando VI.
La Cripta Real fue construida por Juan Gómez de Mora y consta de 26 sepulcros de mármol donde reposan los restos de los reyes y reinas de España de las casas de Austria y Borbón, dispuestas en siete columnatas a ambos lados del altar. Quedan dos sepulturas vacías asignadas a los abuelos del actual Rey de España, Felipe VI, que se encuentran en una sala contigua conocida como el pudridero tras ubicar en el Panteón en octubre de 2011 a su bisabuela Victoria Eugenia, que comparte estancia con su esposo, Alfonso XIII.
El pudridero:
Un pasadizo cerrado por una puerta de madera antes de llegar al Panteón Real conduce a un pequeño recinto de piedra, suelo de granito y techo abovedado, en el que sólo pueden acceder los miembros de la comunidad agustina que custodia el Monasterio desde 1885. Es el pudridero real, donde los reyes permanecen entre 20 y 30 años para culminar el proceso biológico de descomposición y reducción natural que deben pasar antes de ser colocados en el Panteón. Dicen que el olor que se desprende en esta sala hace realmente honor a su tétrico nombre.
La Familia Real entrega los restos de sus fallecidos en una ceremonia que se repite desde hace siglos con estas palabras:
“Padre prior y padres diputados, reconozcan vuestras paternidades el cuerpo de (…) que conforme al estilo y la orden de su majestad que os ha sido dada voy a entregar para que lo tengáis en vuestra guarda y custodia”.
No se sabe cuando se construyó, aunque debió ser una fecha próxima a la del Panteón Real (1654), siendo dos siglos después cuando encontramos el primer testimonio de los padres Santos y Ximénez.
Dentro de los nichos se coloca cal viva y fuera, una lápida de mármol negro con el nombre correspondiente. Los cuerpos se reducen de tamaño para poder introducirlos en los minúsculos cofres de plomo de un metro de largo y 40 cm de ancho de la Cripta. Ese día asisten a la real ceremonia un miembro de la comunidad agustiniana, otro de Patrimonio Nacional, un arquitecto y dos operarios. Aunque podría parecer extraño, también está presente un médico, no tanto para certificar la muerte del soberano, claro, sino para testimoniar que el proceso de descomposición ha finalizado.
El monasterio de San Lorenzo de El Escorial
Este singular Panteón no es más que una sala del magnífico centro que la alberga, el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, un complejo que incluye también un palacio real, una basílica, un panteón, una biblioteca y el monasterio propiamente dicho.
Aunque fundado por monjes jerónimos (Orden tradicionalmente próxima a la monarquía hispánica), actualmente es la de San Agustín la que lo ocupa desde que el rey Alfonso XII les hiciera entrega del mismo.
Cuando el emperador Carlos I murió (1558), pidió a su hijo Felipe II construir un nuevo edificio para su tumba y la de su dinastía para así alejarse del habitual lugar de entierro de los Trastámara. El emplazamiento asignado fue en la Sierra de Guadarrama, centro geográfico de la Península Ibérica. Construido entre 1563 y 1584 en estilo renacentista, uno de los motivos para construirlo fue la conmemoración de la batalla de San Quintín (1557), y su arquitectura marcó la transformación entre una España medieval y otra moderna.
La grandiosidad del monasterio se compara con la del Templo de Salomón (hecho que no comparto) flanqueando la entrada a la basílica las estatuas de David y Salomón a modo de paralelismo con el guerrero Carlos I y el “prudente” Felipe II, si bien esto se deba simplemente al hecho de querer subrayar la presencia real de Dios en la Eucaristía, idea negada por los protestantes y defendida en el Concilio de Trento.
Actualmente está gestionado por Patrimonio Nacional. Tanto por su tamaño como por su gran valor simbólico, fue considerado como la Octava Maravilla del Mundo, desde finales del siglo XVI y desde el 2 de noviembre de 1984 está en la Lista del Patrimonio de la Humanidad.