Tras unos breves apuntes biográficos y literarios de este caballero poeta, gloria de las Armas y gloria de las Letras se analiza el patriotismo que muestran sus escritos. Premonitoria su crítica del «cosmopolitismo», hoy convertido en «globalización» o «mundialización». Este artículo (del cual por su interés reproducimos un extracto) vio su publicación en la:

Revista ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica

José Cadalso, soldado y escritor, caído en el Gran Sitio de Gibraltar

José Cadalso, soldado y escritor, caído en el Gran Sitio de Gibraltar

La espada y la pluma.

Cádiz es cuna de grandes hombres que marcaron el siglo XVIII. El 8 de octubre de 1742 nacía José Cadalso y Vázquez en la Tacita de Plata. 

Por su costado paterno, José Cadalso tenía sangre vizcaína en sus venas.

Cadalso ingresa en el Real Seminario de Nobles de Madrid, donde empieza a sentir la vocación militar. 

Cadalso se alista como voluntario en el Regimiento de Caballería de Borbón. Interviene en 1762 en la campaña de Portugal. En 1764 asciende a capitán. Y dos años después, en 1766, conoce en Alcalá de Henares a Jovellanos. En este mismo año es armado caballero de la Orden de Santiago.

En Zaragoza estrecha lazos de amistad con Nicolás Fernández de Moratín.

Regresa en 1770 a la corte y villa de Madrid, con el cargo de secretario del Consejo de guerra.

Su obra más emblemática -«Cartas marruecas»-, la escribe durante una breve estancia en Salamanca (1773-1774). Esta obra, considerada la más importante de su producción, será publicada póstumamente.

Las Cartas Marruecas.

Las «Cartas marruecas» es el epistolario fingido de tres personajes que se envían y cruzan cartas: dos marroquíes -Gazel (que está en España) y Ben-Beley (su padre adoptivo, que está en Marruecos)-, interviniendo puntualmente también un español, guía de Gazel, cuyo nombre literario es Nuño Nuñez y que es «alter ego» del mismo Cadalso. El género epistolar revivía así en la literatura hispánica, inspirándose en las «Lettres Persanes» (Cartas persas, 1721) del barón de Montesquieu.

Esta desconfianza por los proyectos mundialistas de la Ilustración se basa en la repulsión que le causa a Cadalso la crítica feroz que los países ilustrados de toda Europa habían desarrollado en contra de la labor conquistadora, colonizadora, evangelizadora y civilizatoria de España en América. Lo que llamamos «Leyenda Negra».

Cadalso conocía perfectamente las patrañas propagandísticas que las potencias adversarias y envidiosas de España habían promovido desde los tiempos de Felipe II. Su contestación, que es la de un patriota español, puede servir a cualquier español de nuestros días como antídoto de todas las exageraciones del padre Las Casas, en modo alguno un modelo de religioso desinteresado (es conocida su pervertida afición sodomítica por los mancebos indios). En las denuncias del padre Las Casas se fundó buenamente esa «Leyenda Negra» a la que incluso hoy en día conceden crédito los españoles menos avisados. Apunta Cadalso: «…los pueblos que tanto vocean la crueldad de los españoles en América son precisamente los mismos que van a las costas de África a comprar animales racionales de ambos sexos a sus padres, hermanos, amigos, guerreros victoriosos, sin más derecho que ser los compradores blancos y los comprados negros; los embarcan como brutos; los llevan millares de leguas desnudos, hambrientos y sedientos; los desembarcan en América; los venden en público mercado como jumentos, a más precio los mozos sanos y robustos, y a mucho más las infelices mujeres que se hallan con otro fruto de miseria dentro de sí mismas; toman el dinero; se lo llevan a sus humanísimos países, y con el producto de esta venta imprimen libros llenos de elegantes inventivas, retóricos insultos y elocuentes injurias contra Hernán Cortés por lo que hizo.» (carta IX) Recordemos que, por la parte española, uno de los que sugería el comercio de esclavos africanos, eufemísticamente llamado «mercado de ébano», era el Las Casas. Son esos mismos pueblos que tanto abominan de España (británicos, franceses y holandeses) los más aventajados mercaderes de esclavos en contra de las producciones -¿de qué género: «histórico» o «histórico ficticio»?- Steven Spielberg). Son ellos también los que promueven el cosmopolitismo, cuyo razonamiento es el mismo en todas las épocas: Que nadie se sienta patriota, hay que ser patriota universal, ciudadano del mundo. Lógicamente, Cadalso hace bien en recelar y justifica así sus resquemores por todo ese demagógico internacionalismo. 

Cuando Cadalso se refiere a esos vicios que «…pueden apenas llamarse tales si producen en la realidad algunos buenos efectos» (carta XXIX) no podemos interpretar una cínica interpretación maquiavélica. Más bien se trata de un reconocimiento empírico de lo que de sí dan esos «vicios», considerados como vicios abstractamente, pero que pueden convertirse en virtualidades puestos en el juego de la realidad práctica. Así, en la carta XXVI, después de hacer un sucinto repaso de los rasgos caracterológicos que definen a los pueblos de España (cántabros, vascos, asturianos, gallegos, castellanos, extremeños, andaluces, levantinos, catalanes y aragoneses…), Cadalso termina concluyendo: «Por causa de los muchos siglos que todos estos pueblos estuvieron divididos, guerrearon unos con otros, hablaron distintas lenguas, se gobernaron por diferentes leyes, llevaron diversos trajes y, en fin, fueron naciones separadas, se mantuvieron entre ellos ciertos odios que, sin duda, han minorado y aun llegado a aniquilarse, pero aún se mantiene cierto desapego entre los de provincias lejanas; y si éste puede dañar (aquí vicio al que aludíamos más arriba) en tiempo de paz, porque es obstáculo considerable para la perfecta unión, puede ser muy ventajoso en tiempo de guerra (aquí el vicio se convierte en virtud puesto en juego práctico) por la mutua emulación de unos con otros. Un regimiento todo aragonés no miraría con frialdad la gloria adquirida por una tropa toda castellana, y un navío tripulado de vizcaínos no se rendiría al enemigo mientras se defienda uno lleno de catalanes.» (carta XXVII) 

He aquí esos «vicios» que «pueden apenas llamarse tales si producen en la realidad algunos buenos efectos;» (carta XXIX) Para Cadalso queda clara la identidad de los pueblos que componen eso que llamamos España. España es un conjunto de pueblos con sus propias identidades, podemos llamarlos «naciones», subsumidos por voluntad propia bajo una unidad superior.

Si algunas características -buenas y malas- definen el genuino carácter español, estas son, positivamente: la religión, la valentía y la lealtad monárquica, siendo defectos nacionales: la vanidad, el desprecio del trabajo y el enamoriscamiento fácil. «Si el carácter español, en general, se compone de religión, valor y amor a su soberano por una parte, y por otra de vanidad, desprecio a la industria (que los extranjeros llaman pereza) y demasiada propensión al amor; si este conjunto de buenas y malas calidades componían el corazón nacional de los españoles cinco siglos ha, el mismo compone el de los actuales» (carta XXI) 

Las virtudes y vicios nacionales no han cambiado desde el siglo de Cadalso, esto no quiere decir que, aunque duraderos, estos valores sean inmutables.  Cadalso condensa en sus «Cartas marruecas» el afán más noble por equilibrar los opuestos extremistas que siempre han dividido a los españoles en miopías partidistas. Su obra todavía nos interpela, desde doscientos años ha, a cuantos vivimos en esta piel de toro, en esta España, mezcla de realidad histórica y ficción delirante.