Santiago Matamoros
Estuve peregrino en Santiago de Compostela este mes de mayo, por visitar la Tumba y ganar la gran perdonanza, pues sabido es que este año de gracia de 2010, toca Año Santo. No fui palmero por el Camino, como fue mi requeteabuelo Bertomeu de Montells en 1535, que hay compostelana que lo atestigua y eso que me hubiese gustado hacer el Camino con calma. Todos los que lo hacen dicen que es una cura contra las prisas de nuestro tiempo. Me conformo con haber ido en coche, porque el Camino es esencialmente un camino espiritual, un rencuentro con uno mismo y con la Fe. Un milagro.
Que soy muy adicto a los portentos, lo sabe cualquiera que me haya leído. Hay para todos los gustos, a mi me llega al corazón el que se cuenta que se obró por la oración de San Víctor de Plancy, un ermitaño que vivía cercano a Saturniac, en Troyes de Francia. Su Rey atraído por lo que en la Corte se contaba del santo, decidió visitarle. No recuerdo el nombre de la Cristianísima porque escribo de memoria y a veces me traiciona, así que prefiero silenciarlo. El santo recibió al Rey con un gran abrazo y le invitó a tomar algo, ya que le vio exhausto y algo acalorado. Como no tenía nada más que el agua del cántaro, le pidió a Nuestro Señor que llenase la vasija con rocío celestial. Hecha la señal de la cruz, el agua se convirtió en el más exquisito Borgoña que uno pueda imaginarse y el señor rey vióse reconfortado al primer sorbo. Otro prodigio a reseñar casi olvidado, es el que obrase San Isidoro de Sevilla en guerra contra moros. Estando Don Alfonso, Rey de Castilla, pronto a la batalla, cerca del desfiladero de Las Navas de Tolosa y queriendo sorprender a la morisma, fue San Isidoro quien le señaló un atajo, gracias al cual la lucha se decidió para los fieles a Cristo.
Otro ejemplo poco conocido es el de Nuestro Señor Santiago, montado en su caballo blanco, que dio la victoria a las huestes cristianas, no solo en Clavijo, sino también en Jerez, en la batalla contra el moro Ibn Hud, según nos refiere el abad Caillet, en su Vida de los Santos. Podría escribir muchos más, aunque tengo para mí, que un milagro colosal, formidable, es el cotidiano de la Santa Misa.
La Misa no es una mera rememoración, es verdaderamente la misma Pasión de Cristo. Según nuestra fe, Nuestro Señor está físicamente, sustancial y personalmente presente sobre el Altar por la transubstanciación, cambiando el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre. Desde el momento en que la víctima está presente, hay sacrificio. El mismo sacrificio, la inmolación de la víctima. En el Monte Calvario, Cristo, al precio de su sangre, libró al género humano de la esclavitud del pecado y le reconcilió con Dios. La cruz abrió el inmenso tesoro de la gracia y la Santa Misa distribuye el uso práctico de ese tesoro, del que no somos muy conscientes en nuestra torpe insensatez.
Así que, cuando por fin llegué a la Plaza del Obradoiro, sentí una alegría muy honda que me recordó mi mocedad, cuando me creía el rey del mundo. Año Jubilar, año de júbilo. La vida me ha ido enseñando que no somos los reyes del mundo y que solo Dios es el rey del mundo, de éste y del otro, del que nos espera. Esta vez, Compostela me recibió con la imponente luz de una atardecida acantilada y verde, que sería la misma, digo yo, que recibiese la barca de piedra con los restos del Señor Santiago. Según doctos autores, Santiago Matamoros vino a España a predicar el Evangelio en el año 33 después de Cristo, visitando desde la Bética hasta Coruña y el valle del Ebro hasta Tarragona. Luego, regresaría a Jerusalén.
En cualquier caso, la tradición de la evangelización del Apóstol Santiago indica que éste hizo algunos discípulos, y siete de ellos fueron los que continuaron la tarea evangelizadora, una vez que Santiago regresara a Jerusalén, la ciudad tres veces santa. Para ello fueron a Roma, siendo ordenados obispos por San Pedro. Son los siete Varones Apostólicos. La tradición de los Varones Apostólicos los sitúa junto a Santiago en Zaragoza cuando la Virgen María se mostró en un pilar. De acuerdo a la tradición cristiana, hacia el año 40 la Virgen María se apareció a Santiago el Mayor en Cesaraugusta. María llegó a Zaragoza en carne mortal —mucho antes de su asunción— y como testimonio de su visita habría dejado una columna de jaspe conocida popularmente como «el Pilar». Se cuenta que Santiago y los siete primeros convertidos de la ciudad edificaron una primitiva capilla de adobe en la vera del Ebro, origen de la basílica del Pilar.
Fuera de los Evangelios, nuestro Señor Santiago sólo aparece nombrado en los Hechos de los Apóstoles, cuando, tras una prédica, es martirizado en Jerusalén (es uno de los primeros mártires cristianos) hacia el año 44, muerto a filo de espada por orden de Herodes Agripa I, rey de Judea. Dice la tradición que sus discípulos habrían llevado su cuerpo por el Mediterráneo en una embarcación de piedra, hasta el Oceáno y costeando el Atlántico, le traerían a Galicia, donde lo habrían enterrado en Iria Flavia, donde el Obispo Teodomiro le halló en el siglo VII. Fue en tiempos del Rey Alfonso II el Casto, cuando un ermitaño cristiano llamado Paio le dijo a su Obispo, que había visto unas luces merodeando sobre un monte deshabitado. Hallaron una tumba donde se encontró un cuerpo degollado con la cabeza bajo el brazo.
El Rey Casto ordenó construir una iglesia encima del osario, origen de la Catedral de Santiago de Compostela, la más bella Catedral que han hecho los hombres. De ahí que la palabra Compostela provenga de campus stellae: «campo de las estrellas», debido a las luces que bailoteaban sobre el montículo.
Visitar la Tumba, fue pues el primer impulso de miles de cristianos europeos, naciendo así el Camino. La nota incorrecta políticamente se añade en el año 859, ya que Ordoño I obtuvo la victoria sobre la morisma en la Batalla de Clavijo porque se le apareció el Apóstol Santiago, tras oírse el trueno, ayudando a los cristianos.
Ya en el año 1122, el papa Calixto II instituyó y proclamó que en adelante tuvieran la consideración y privilegios de Año Santo Jacobeo, redimiendo la pena de los pecados cometidos, todos los años en los que la fiesta litúrgica de Santiago, el 25 de julio, coincidiera con el domingo. El próximo año jacobeo tendrá lugar en 2021 y a saber qué será de mí. Por eso fui este año. El Apóstol ya es Santiago Matamoros, aunque les pese a los políticos de turno. Un idiota que se las da de intelectual me ha recomendado no creer en estas cosas. Nuestro mundo es descreído y nadie espera el milagro. Pero el milagro existe.
He visto por TV, un programa que entrevistaba a algunos peregrinos que hacían el Camino de Santiago a pie y me apenó que ninguno de ellos exhibiese una motivación religiosa. Estamos en una sociedad enferma, en un mundo desprovisto de referentes que tengan algo que ver con Dios. Se oculta a Dios, Todos aquellos presuntos peregrinos coincidían en repetir lugares comunes, que tenían más que ver con razones turísticas, gastronómicas o culturales que con el impulso medieval de visitar la Tumba y ganar la indulgencia plenaria.
De seguro, que estas buenas gentes que han dejado de creer, llegarán a Santiago y le darán el abrazo al Apóstol y algo muy dentro de su corazón, proclamará la alegría del perdón y sentirán una fuerza renovada que no sabrán explicarse. Ese será el milagro. Deo gratia!!