«A pesar de este proceso de verdadera decadencia, el ideal de la Caballería siguió latiendo durante varios siglos en el corazón de miles de almas. Especialmente España, a pesar de aquellas tendencias a que antes aludimos hacia una espiritualidad un tanto desencarnada que se manifestaban en algunos sectores de la sociedad, fue tenacísima en conservar dicho ideal.

  A fines del siglo XV, el espíritu caballeresco, fuertemente diluido en los demás reinos de Europa, se hallaba en España más vigoroso que nunca. En Francia, que de algún modo había sido la cuna de la Caballería, sólo restaban maneras cortesanas. En Inglaterra, la política y la disciplina sustituían el estilo caballeresco. En Italia, Maquiavelo se burlaba de las proezas de los antiguos paladines.

   Sólo España conservaba el ideal en toda su fuerza. Al fin y al cabo la conquista de América en su conjunto no fue sino una gran hazaña caballeresca.

Carlos V

 

 

El Emperador Carlos I de España y V de Alemania

   Carlos V fue un auténtico caballero, como lo demostró al llevar sus armas victoriosas a varios puntos de Europa y África; al proponer a Francisco I un duelo a la antigua usanza, entregando los destinos de una nación entera a las eventualidades de un combate personal; al liberar a España y a Europa de los ataques de los turcos; y frenar los avances del luteranismo.

   Los patrióticos sentimientos del pueblo español hallaban deleite en las admirables hazañas de Bernardo del Carpio, en las gloriosas gestas del Cid y otros héroes nacionales. San Ignacio de Loyola, espíritu caballeresco y asiduo lector de novelas de caballería, soñó en una orden de Caballería espiritual. Así pues, y a pesar de todo, España fue la que mantuvo en alto por más largo tiempo el ideal de la Caballería. Lástima que, luego, el influjo de los ‘moralistas’ contribuyó a la aminoración de ese ideal.»

– Alfredo Sáenz, La caballería: la fuerza armada al servicio de la verdad desarmada, Editorial Gladius, Buenos Aires, 2009, pp. 55-56.