D. José María Montells y Galán

D. José María Montells

  Reflexiones sobre un pasado reciente, que nos deja en un magnífico artículo del Excmo. Sr. D. José María de Montells y Galan, Juez de Armas de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén y Vizconde de Portadei, que reproducimos a continuación:

 EL SABOR DE LA NOSTALGIA

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   Contrariamente a lo que se diga, la nostalgia no es sentimiento que nos deba avergonzar. Ahora, es muy socorrido denostar la añoranza. Se pretende, so pretexto de la modernidad, que no tengamos recuerdos. Y mucho menos que los evoquemos. Se promueve el alzhéimer colectivo para que tengamos la memoria correcta, la que conviene al poder de turno. Creo que tener morriña de los tiempos idos es emoción que engrandece al hombre y le hace próximo a los demás. Uno tiene nostalgia de algunos sabores y haciendo recuento, casi sin querer, les asocio a los pocos restaurantes que han dejado huella en el paladar del corazón. Diré porqué. 

   Yo soy de comer mucho fuera de casa. Durante años, almorcé en el Mesón O´Xugo, en la calle Valverde, frente por frente a la editorial que dirigía. Un palacio, un pazo en realidad, que presidía un retrato de Valle-Inclán. Nada mejor para sentirme a gusto. Atendía la barra del bar y servía las mesas del restaurante, mi amigo don Eloy Losada, gallego con retranca, orondo y feliz, y cocinaba su santa, Margarita de nombre, que era un Arguiñano, sin propaganda y con mejor mano en los fogones. Ayudaban los padres de Margarita y las hijas del matrimonio que eran dos mozas guapas, risueñas y vivarachas.

   O´Xugo (El yugo, en lengua galaica) fue un continuo festejo de suntuoso marisco, de elegantes ostras, de xoubas, sabrosas y brillantes, de lujosas brecas, las mejores brecas de Madrid sin duda alguna, de señoriales pollos, esos que pican a merda, recién traídos del corral de un pariente, de fascinantes picantones, de una ternera de vaca marela como no hay otra, de mágicas merluzas, de hermosos huevos fritos con su yema dorada, que vagamente recordaban un lienzo de Chicharro, de entrecotes soberbios, de rotundos y perfectos rodaballos, de pulpos nigromantes y un sinfín de auténticas joyas culinarias que hubieran dejado sin habla al mismo Néstor Luján. La ensalada de rizada escarola con su toque ligeramente amargo, siempre me turbaba, que verla y escuchar a Vivaldi, era todo uno. Quizá Las cuatro estaciones. Cosas de meigas y trasgos, de seguro. 

   Pero donde O´Xugo alcanzaba cotas insuperables era en la tortilla de pulpo. No he comido otra igual. Majestuosa y solemne. Digna de un emperador con derecho a llevar palio y cuatro parasoles. Solo por ello, el restaurante hubiera merecido figurar en una guía superferolítica. 

   José Luis Abad que me acompañaba siempre en las comilonas de O´Xugo, decía ¡Qué exquisitez!, por señalar la excelencia de las viandas y luego, no dejaba ni las raspas. Comía con religiosa unción. En aquél local, tuve yo los primeros síntomas de un crecimiento desmesurado del estomago, que luego he sido incapaz de frenar. De pronto, los cinturones se achicaron. Fue una transformación hacia el ideal de belleza masculina de mis años mozos: Orson Welles. Entré como Quijote y salí Sancho Panza (nunca mejor dicho). 

   Allí nació la Sociedad Heráldica Española, del mucho desfilar de grandes amigos como Conrado García de la Pedrosa, Manuel Maribona, Alfonso Ceballos-Escalera, Ernesto Fernández-Xesta, Bernardo Ungría, Guillermo Torres-Muñoz, Juan Van Halen, Manuel Tourón o Luis Valero y las tertulias consiguientes. Hubo mucha y amena conversación en torno a la mesa y sueños que después se hicieron realidad. 

Sociedad heraldica española

   También lo frecuentaron otros escritores como Medardo Fraile, Heleno Saña o Antonio Fernández Molina, con quienes comer era una fiesta. Allí aparecía Alexis de Anjou, que algunos nombran Alexis Briemeyer, cuando no tenía un duro, para que le invitásemos a comer. Una vez, se trajinó una comida pantagruélica con verdadera impaciencia y delectación; a los postres, pidió un café con leche. Eloy le preguntó muy serio, si quería un donuts para mojar. Gracias a Dios, Alexis no entendió la chufla. 

   Allí recalaba quien quería y Abad y yo hacíamos los honores pertinentes. Tanta y tan buena gente, que a veces me asalta la impresión que fue en O´Xugo donde compartiera mantel y una copa de albariño muy frio, con don Ruy González de Clavijo, embajador que fuera ante la corte del Señor Rey don Tamerlán de Samarkanda. 

   Matritense de nación, don Ruy resultaba un fidalgo muy cumplido de gestos, pausado en sus decires y algo tartaja, que se explicaba muy bien. Con solo mirarte, Samarkanda florecía de cúpulas y torres de mil colores y sus caminos trazados en un mapa eran tan tuyos que pareciera que hubieras vivido allá toda la vida. Y si alguien preguntase por una dirección, te salía de corrido que doña Fátima, la del lunar en la espalda, moraba en la calle del Espejo, cabe la Puerta de los Tres Cerrojos, en la Muralla Vieja. 

   El mismo Don Ruy que me regaló con una receta de dragón, de la que di noticia en otro libro mío. Era la manera de prepararlo en la corte timúrida (de Timur o Tamerlán). 

   Cuando se la cedí generoso a Eloy, me contestó que el dragón como estaba bueno era a la gallega y que lo hacía con patata nueva y su pizca de pimentón o no lo hacía. Con dos cataplines.