Artículo remitido para su publicación en el blog de la Casa Troncal de Los Doce Linajes de Soria por el escritor e investigador granadino, afincado en la Ciudad Condal D. Jesús Ávila Granados

   La Comunidad Foral de Navarra, gracias a su estratégica ubicación entre el Pirineo central y el Valle del Ebro, y gracias también a su influencia en el mundo de las peregrinaciones desde tiempos medievales, ha sido una tierra de mucho trasiego humano a lo largo de los tiempos, variada y de notables recursos naturales. En su accidentada geografía los templarios levantaron construcciones que hoy, ocho siglos después, siguen asombrándonos por su gran riqueza decorativa y la belleza de unos símbolos que retan al viajero a ser descubiertos y analizados, sin prisas. Por ello, queremos invitar al lector a emprender este fascinante viaje por la geografía navarra, siguiendo las huellas de los caballeros templarios. Gran parte de este modesto trabajo condensa capítulos de mi libro: “La mitología templaria” (La obra más completa de la Orden del Temple), editada por Diversa, que, además, dedica su portada a Eunate.

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   La Comunidad Foral de Navarra se abre a los extasiados ojos de los peregrinos que atraviesan los altos puertos pirenaicos por dos enclaves: viniendo de Saint-Jean-Pie-de-Port, antes de llegar a Roncesvalles, o bien, tras descender por el Somport y Canfranch y atravesar la Jacetania, llegar al pantano de Yesa y admirar la grandiosidad espiritual de Leyre, el monasterio de los milagros y de los licores artesnales. Y es a partir de aquí, cuando ambos caminos están llamados a unirse en la localidad de Puente la Reina (Gares), después de haber pasado por Eunate, cuando el peregrino que busca la fe y el misticismo jacobeo en su anhelado afán por alcanzar Compostela, se encuentra con unas iglesias sorprendentes, donde el esoterismo templario está esperando ser identificado. Pero recordar siempre que lo sagrado no es el edificio, sino la tierra sobre la que se alza la construcción. Estas iglesias están vinculadas con los magos del Temple, quienes concibieron estas singulares construcciones pensando en el último viaje, en el cual los símbolos cobran una dimensión todavía más notable, como veremos a continuación.

La iglesia octogonal de Eunate, con la linterna de los muertos  (foto: Maurici Arderiu)

La iglesia octogonal de Eunate, con la linterna de los muertos (foto: Maurici Arderiu)

Eunate bajo las estrellas (foto: Jesús García y Jiménez)

Eunate bajo las estrellas (foto: Jesús García y Jiménez)

   Enterrar a sus caballeros con el rostro vuelto hacia abajo, era tradicional en la Orden del Temple; con ello se procuraba un más estrecho contacto del difunto con la Madre Tierra, porque es en el Más Allá, al traspasar los límites de su existencia mundana, donde se encontrarían para rendir cuentas al Altísimo. Con ello, no sólo se rendía un justo homenaje a la Madre Tierra, sino que se hacía patente la proclama cristiana de Pulvus eris et in pulvis reverteris, según la expresión original Terra eris et in terra reverteris. De este modo, los templarios -la Orden más esotérica que haya conocido el mundo medieval, tanto de oriente como de occidente-, recuperaron para la figura de la Madre un papel importante que, con el patriarcalismo hebreo, adoptado por el cristianismo, la Virgen María había perdido; y la Madre está relacionada con la tierra, con la fertilidad, engendradoras, ambas, de vida. García Atienza nos lo recuerda muy bien: “El rostro del muerto vuelto a la tierra es expresión de un regreso a la sacralidad primitiva, con todas sus consecuencias”. Ésta es, por lo tanto, otra de las ancestrales tradiciones que el cristianismo, de corte machista, había arrinconado, pero que los templarios supieron muy bien recuperar. En la iglesia parroquial de Castromembibre (Valladolid), dedicada a Nuestra Señora del Templo (del Temple), se puede ver a Santa Ana, la madre de la Madre, en un reconocimiento religioso que se remonta a varios siglos antes de que la Iglesia de Roma instaurara el culto a Santa Ana.