POR EL DR. JOSÉ MARÍA DE MONTELLS Y GALÁN.

Escribo hoy unas líneas desde la decepción. En esta sociedad que desprecia la vida hasta límites insospechados, en esta sociedad nuestra que traiciona los ideales por votos, en esta sociedad acosada por el terrorismo y la desidia, los valores permanentes de la caballería han quedado arrumbados y se han sustituido por un vago sentimiento que puede definirse como caballerosidad, que es la apariencia de lo caballeresco. Actuar con educación, con respeto a las normas sociales, equivale hoy para el común, a caballerosidad.
Sin embargo, tengo para mí, que el caballero debe seguir siendo el prototipo de hombre medieval; un caballero, aún en nuestro tiempo tan descreído, debe representar una persona con profundas convicciones religiosas, morales y éticas, que se encuentra siempre dispuesto a sacrificar su vida por los principios que defiende. En España, lo cabalmente caballeresco se esquematiza en la figura de Don Quijote, nuestro caballero más universal, paradigma del hombre animoso, que abandona todo por seguir un ideal, personificado en Dulcinea, su dama desvalida. Convendría tomar ejemplo.

Escudo de las Ordenes Militares por Carlos Navarro.

Escudo de las Ordenes Militares por Carlos Navarro.

Pese a todo, soy optimista de natural. Hay muchas ejecutorias dignas de elogio. En nuestro país proliferan las organizaciones caballerescas que promueven, con mayor o menor éxito, la vuelta a los ideales tradicionales.Sería menester ensanchar con generosidad la entrada en las corporaciones nobiliarias del simple ciudadano que, en estas adversas circunstancias, se ha distinguido honestamente en su vida profesional y personal, abrazando el ideal caballeresco para finalmente hacerlo su modelo de vida. Sin embargo, las corporaciones nobiliarias se aferran a un pasado cada vez más lejano, agrupando a muy pocos y dando la espalda a verdaderos caballeros con nobleza personal suficiente. Un noble, aún en este tiempo que vivimos, debe caracterizarse permanentemente por su religiosidad, patriotismo, lealtad y ejemplaridad. Ser noble, ser caballero es, sobretodo, un modo de vida, que no siempre se respeta desde las propias organizaciones nobiliarias, con grave hipocresía cómplice o culpable. Llegados a este punto, las órdenes caballerescas tienen que rehacer todo el ideario patriótico, devolver a Dios, a la Patria y a la Corona lo que es suyo. Es una tarea gigantesca, pero una tarea nobilísima. La Patria como el conjunto de generaciones presentes, pasadas y futuras. La Patria que se expresa y perdura en la lengua, en el arte y en la historia. Si esto no se hace, si no se recupera la disciplina, si se duda, si se mantiene el actual estado de cosas, llegaremos inexorablemente al desgobierno de la chusma coletuda. La tan cacareada regeneración pasa por recuperar las conductas ejemplarizantes y también, sin duda, la devoción religiosa, los buenos modos, el cuidado solícito de los ancianos, las costumbres familiares, la defensa de la mujer y de la vida, etc.

SM el Rey padre con el hábito del Capítulo de la Merced

SM el Rey D.Juan Carlos con el hábito del Capítulo de la Merced.

Una de las actuaciones sociales que justifica la vigencia de las instituciones nobiliarias es precisamente esa vocación (que debiera ser irrenunciable) de aristocratizar la vida cotidiana, haciéndola mejor, más asequible a las dimensiones de lo humano, sin la adherencia pérfida del antropocentrismo que nos invade e infecta. Si desde las propias organizaciones nobiliarias, no se promueve la gran apertura a la nobleza de espíritu, si no se refuerzan con la incorporación de la nobleza de mérito, se condenan a sí mismas a languidecer como asociaciones fantasmagóricas de un pueril culto al pasado que no merecería sobrevivir. La tradición es una manera de cambiar. Que sepamos hacerlo con imaginación e inteligencia es vital. A la hidalguía de sangre, heredada de generación en generación, sin merma de un ápice de su significado y que ha marcado con sello indeleble nuestros anales como nación, que ha esculpido nuestro carácter, que ha influido de manera trascendental en nuestra literatura y en nuestra conducta colectiva, se le debe añadir, la hidalguía de la excelencia, muchas veces obtenida con el esfuerzo y el sacrificio personal, a costa de renuncias y entregas, que van más allá de lo exigible.

El Cronista Rey de Armas, don Gonzalo Lavín del Noval con el hábito lazarista (1943)

El Cronista Rey de Armas, don Gonzalo Lavín del Noval con el hábito lazarista (1943).

Ese hueco está cubierto, por ahora, por estas organizaciones que algún erudito de pega denominó para-nobiliarias y que exaltan los valores de la caballería con admirable tenacidad y mimo. Pero no basta, se me antoja que las corporaciones caballerescas, todas ellas, deben iniciar la recuperación de una sociedad cada vez más zafia, acercándose al hombre común y predicando la creación de una nueva sociedad, más justa y más próxima a Dios. 

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