POR EL DR. JOSÉ MARÍA DE MONTELLS Y GALÁN.

Cuando un buen día llaman a tu puerta y te traen tu último libro publicado, no sabes si saltar de alegría o besar, agradecido, al mensajero. No hice ninguna de las dos cosas, pero a punto estuve. Se trata de una antología de mis cuentos más crueles, por decirlo de alguna forma, unos publicados y otros inéditos, que la sabiduría de mi querido Medardo Fraile me impulsó a publicar. Edita Buenanueva que hizo lo propio con mi Diccionario del Diablo y la portada se debe a la autoría de mi hija Berta. Para mi gusto ha quedado entre inquietante y la mar de bien, o sea: fantástica. En este Todos los cuentos infames, van algunos relatos en los que se adivina una aparición insondable. Como no soy Pilar Urbano diré que las conversaciones que se publican, son pura ficción, producto de mi calenturienta imaginación. Siempre he pensado que la fantasía nos hace más ricos y más humanos. Para mí que la suprema facultad del hombre no es la razón sino la imaginación. 
Portada de «Todos los cuentos infames».
En el prólogo, digo que el cuento está en un terreno intermedio entre la novela y la poesía, por eso es breve, condesado y emotivo. Es la emoción que no puede ser expresada por la poesía. Creo que no puede definirse exactamente, porque si se define, se le encorseta. Tiende a la tensión y la intensidad. Es la fábula en estado puro. Evidentemente, en mi último libro hay realidad e invención a partes iguales. Uno escribe siempre de lo que ha vivido o ha soñado, tamizado por la tela de araña que teje el tiempo. Unos relatos que son en parte, autobiográficos y en parte, ensoñados. Por explicar esta dualidad, escribí en la introducción:
Me di cuenta entonces que en mis ficciones hay siempre una presencia oscura, infame, quizá diabólica, que me había pasado desapercibida. O tal vez que escribo siempre el mismo cuento. Así que, siguiendo el consejo de Medardo Fraile he reunido en este volumen algunos relatos que me malicio tienen en común su carácter sombrío, la intervención de algo o de alguien ajeno a los protagonistas, que finalmente adquiere una dimensión fundamental. Si se leen de seguido se llega a la conclusión de que el mundo es un pañuelo o mejor que el mundo cabe en un pañuelo. 
Es, quizá, mi libro más intenso y por eso, menos cavilado. No es una obra premeditada y sin embargo, todos los cuentos tienen algo en común, son parte de una misma historia, Si yo fuese menos apasionado, probablemente me hubiera salido una novela. No ha sido así y me alegro. Cosa extraña es que esté satisfecho del resultado. Y resulta que lo estoy y mucho.
Como no hay alegría sin dolor, casi coincidiendo con la llegada del libro, me llama mi amigo Alfredo Escudero, con la tristísima noticia del fallecimiento el día 4 de Abril en Valencia de mi admirado Pascual Martín-Villalba y Medina, un gigante. 
No recuerdo ya cuando le conocí, porque era de esas personas que al momento de tratarlo, parecía que le frecuentabas de toda la vida. Pascual era un tipo genial, amable, afectuoso y culto. Dominaba el arte de la conversación, hablar con él era adentrarte en un mundo pleno de referencias históricas y literarias y vividas anécdotas. La última vez que me llamó, fue el 19 de marzo, como hacía siempre, para felicitarme por mi santo.
Pascual Martín-Villaba (en medio) en una investidura del Centenar de la Ploma.
Ejercía de Lugarteniente General del Capítulo de la Limosna de San Jorge del Centenar de la Ploma con enorme sencillez, no exenta de solemnidad. Hombre de múltiples saberes, amigo de sus amigos, católico ferviente y leal tradicionalista, fue en vida, un auténtico caballero en toda la extensión de la palabra. Lo que se dice un gran señor. Su valencianismo militante, al que añadía una patriótica españolidad, le hizo enfrentarse al pancatalanismo y luchar para el reconocimiento de los símbolos genuinamente valencianos como la Real Senyera coronada y el idioma, la lengua propia del Reino medieval. Pertenecía a sociedades culturales valencianas como Lo Rat Penat, el Círculo Cultural Aparisi y Guijarro y el Grup d’Acció Valencianista. Por esa pasión por su tierra, rescató del olvido la técnica de la cerámica socarrat, de la que fue hábil virtuoso. Generoso como era, me regaló un San Miguel, siguiendo esa técnica, que preside mi despacho y al que, en mis horas más frágiles, me encomiendo. Para aquel que no lo sepa fue también un caballero lazarista de pro, estando además en posesión de la Gran Cruz de la Orden del Águila de Georgia y la Túnica Inconsútil de Nuestro Señor Jesucristo,  del Gran Cordón de la Orden del Dragón de Anam, así como del Gran Cordón de la Orden de la Corona de Egipto, de la Gran Cruz de la Divisa de San Miguel el Milagroso y otras muchas distinciones que harían muy larga la lista. Pascual Martín-Villalba se nos ha ido, pero permanece en el recuerdo de todos los que le conocimos. Siento mucho no poder enviarle un ejemplar de mi nuevo libro, él era un lector agradecido que siempre tenía una palabra de elogio. Ahora estará en las puertas del Paraíso, dando conversación a San Pedro, esperando la resurrección de la carne. En la hora de su muerte he rezado por su alma con la convicción de que no necesita de mis oraciones. Era también y por encima de todo, un hombre bueno.