Por el Ilmo. Sr.D.Manuel Ruíz de Bucesta y Álvarez, Canciller-Secretario del Cuerpo de la Nobleza del Principado de Asturias, Caballero de la Casa Troncal de los Doce Linajes de Soria y Maestrante de la Real de Zaragoza.

No hace mucho, en un acto celebrado en homenaje a Joaquín Manzanares, a la sazón Cronista Oficial de Asturias, decía que el culto de los grandes hombres es ejemplo de estímulo a las generaciones futuras, porque en realidad era la página que se abría para fijarnos con más fuerza en la historia de nuestras generaciones pasadas y futuras. Don Gonzalo Anes supo poner de relieve esas características, derivadas de un serio compromiso que supo marcar dada su vasta cultura y que nos ha entregado a través de una magnífica obra. Su percepción de la cultura y de la tierra, de la historia en general, en realidad no pudo ser más contemporánea. Con mucho sacrificio y gran agudeza, nuestro notable Director supo articular las piezas para que el Diccionario Biográfico Español, la gran obra de la Real Academia de la Historia, viese la luz. 
Pero como las leyes de la naturaleza son inquebrantables, en pleno meridiano de su inteligencia y capacidad la muerte llegó al Excmo. Sr. D. Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón, marqués de Castrillón, el pasado día 31 de marzo de 2014 en Madrid. Hijo de D. Alejandro Anes y Pérez del Pato y de Dª Magdalena Álvarez de Castrillón y Fernández-Labandera, había nacido en Trelles-Coaña  (Principado de Asturias) el 1 de diciembre de 1931. 
D. Gonzalo Anes y D. Jesús Martínez Fernández.
Fue Académico de Numero de la Real Academia de la Historia, elegido el 2 de junio de 1978, y tomando posesión el 14 de diciembre de 1980. Doctor en Ciencias Económicas; Catedrático de Historia e Instituciones Económicas, de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense; Miembro del Real Patronato del Museo del Prado; Vocal de la Junta de Gobierno de la Fundación Príncipe de Asturias; Vicepresidente de la Fundación Duques de Soria; Vocal de la Junta de Gobierno de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País; Doctor Honoris Causa por las Universidades de Oviedo y Alicante. Director de la Real Academia de la Historia. 
Premio Nacional de Historia en 1995. Premio Rey Jaime I en Economía. Premio de Economía Rey Juan Carlos 2006. Premio Taurus. Disfrutaba de las Grandes Cruces de la Orden de Isabel la Católica y de la Orden de Alfonso X el Sabio.
Por Real Decreto, S.M. el Rey Juan Carlos, le concedió el título de marqués en reconocimiento a su labor y servicios a la Corona, relataba entre otros: «La extensa y brillante labor académica, investigadora y docente de don Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón, al servicio de España y de la Corona, merece ser reconocida de manera especial, por lo que, queriendo demostrarle mi Real aprecio vengo en otorgarle el título de Marqués de Castrillón, para sí y sus sucesores, de acuerdo con la legislación nobiliaria española».
Fue también miembro de distintas Órdenes y Corporaciones nobiliarias, entre otras: Caballero de Honor y Devoción de la Soberana Orden Militar de Malta, Caballero y trece de la Orden de Santiago, Caballero Gran Cruz de Justicia de la Sagrada Orden Militar Constantiniana de San Jorge, de Hidalgos de España, Caballero de la Real Hermandad de Caballeros de San Fernando y muchas más.
D. Gonzalo Anes, Marqués de Castrillón.
Sirva ahora un artículo del Ilmo. Sr. Venancio Martínez, Académico del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA) con unas líneas que dicta con tristeza por la pérdida de un amigo que fue modelo, de quien en realidad a todos los que le conocimos nos dejó marcados. Valgan para honrar la memoria de nuestro Director y paisano en este acto de justicia que la tradición nos marca como solemne para con ese sentido misterioso de la muerte y la grandeza del homenajeado. 

PERFIL HUMANO DEL PROFESOR GONZALO ANES

Por el Ilmo. Sr. D. Venancio Martínez Suárez, Miembro del Real Instituto de Estudios Asturianos y Presidente de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (SEPEAP).
La muerte del Profesor Gonzalo Anes es para mí particularmente emotiva. Sabía hace tiempo que la hora inevitable le rondaba, aunque confiaba en su naturaleza de hombre longevo, como se confía en esos árboles históricos y centenarios a los que él tanto amaba. 
Conmovido por la noticia, la memoria me lleva a los primeros tiempos de mi niñez en casa de mis padres, donde el Profesor Anes comía frecuentemente durante sus permanencias en Navia. Fueron muchas horas antes, durante y después de aquellos encuentros las que mis hermanos y yo compartimos con él, además de las tertulias de la mañana en el parque a las que cuando fuimos creciendo nos sumábamos viendo y oyendo, recibiendo en ellas un poderoso aprendizaje de educación sentimental, un regalo de libertad y de sentido común, de ensayo para la vida. 
Allí le escuchamos relatar su experiencia universitaria americana, comentar las interioridades de aquel cenáculo de personajes populares e influyentes de la transición que eran las lentejas de Mona Jiménez, sus encuentros con cortesanos y con gente famosa, y le oímos hablar por vez primera del extraordinario Manuel Jesús González, al que animó a instalarse en Navia. Y allí compartía con sus contertulios los detalles de su última subida a la fiesta de Oneta cada nueve de septiembre con sus amigos de Andés, partiendo de madrugada para emprender montaña arriba, por pistas y entre riscos y breñas, una caminata de casi veinte kilómetros.
Conocía como nadie su tierra, la amaba sin alharacas ni ruidos y la defendía siempre con razón y con pasión. Argumentaba la pobreza que había supuesto la llegada de la industria papelera a la cuenca del Navia y la devastadora acción del eucalipto en sus terrenos. Cuidaba sus árboles, de los que vivía preocupado casi como un padre de sus hijos. Y hablando con él daba la impresión de que hacía a estos seres portadores de un valor superior; parecía convencido de que plantarlos era como crear un ejército que podría llegar a poner límite a los estropicios de la inculturación perversa y antinatural del mundo que tenemos delante. Las últimas veces que lo vi estaba con sus botas de goma, un viejo sombrero de paja y unas tijeras de podar; o quizá con un calzado deportivo escardando entre los arbustos o las flores de su jardín, allá en el viejo albergue. 
Siendo yo adolescente, lo encontré una mañana en Madrid, en la cuesta de Moyano, acompañado de Caro Baroja. Tras un cariñoso saludo me presentó al eminente vasco como “un amigo de Asturias” y me preguntó por mis planes para esos días, aconsejándome que visitara el Museo Romántico. No hace mucho le recordaba el día –creo que en el verano que yo tenía dieciocho años- en que le pedí que me recomendara alguna lectura; le subí hasta su casa, hablamos de mis estudios y al bajarse del coche me entregó quinientas pesetas de aquellas. Lo recuerdo al releer su introducción al libro sobre los 25 años de reinado de don Juan Carlos, que me hizo llegar con una preciosa dedicatoria, y en el que hace referencia a los Episodios Nacionales de Galdós con los que tanto disfruté y en los que tantas expectativas se me abrieron gracias a su consejo. 
Aunque era y se sentía orgullosamente coañés de Trelles, estudió su bachiller en el Liceo de Navia, al que bajaba a diario en bicicleta para recibir sus clases, y en Navia decidió instalar su residencia en Asturias. Era andarín y al atardecer se le podía ver caminado por cualquier camino de Andés; como hace ya años lo he encontrado en los días de verano disfrutando del baño y de la naturaleza en ese recogido santuario de paz y belleza que es la pequeña playa de Fabal. Sus vecinos eran sus amigos y a ellos se ofrecía con naturalidad, probablemente como reconocimiento de su origen aldeano y campesino.
Gonzalo Anes era un gran hombre, dotado de una poderosa inteligencia, de verbo sereno y preciso, de apostura educada y de un extraordinario sentido del humor. Cualquier seriedad formal se disolvía en el trato próximo, y su conversación se convertía fácilmente en un anecdotario regocijante, risueño y sin maldad. El más mínimo suceso era recreado de forma deliciosa, recuperando el rasgo, el retintín de cualquier diálogo. Fue humilde con los humildes, distante y duro con los soberbios. Al oír hablar de él yo siempre establecí una distinción entre los que le conocían de referencias o en la distancia, y los que habían tenido la fortuna de tratarlo de cerca. 
Su portentosa capacidad de trabajo queda bien reflejada en su inmensa y compacta obra, de la que debe destacarse su llamativa pluralidad, además de su valor esencial, facetas ambas que definen y perfilan una prolija y dispersa producción. Por todo ello es reconocido como una de las personas que mayor luz ha arrojado sobre el espíritu diverso y maravilloso de la Ilustración española, a cuyos aspectos económicos dedicó casi una veintena de libros y multitud de textos. 
Quisiera destacar en esta nota de urgencia, su sentido crítico beligerante. Me gustaron mucho algunos de sus escritos sobre el valor de la historia y la necesidad de conocerla y estudiarla, y en los que defendía siempre y de forma decidida lo razonable y lo bueno. Desde su puesto como Director de la Academia de la Historia en el que permaneció reelegido desde 1998, se enfrentó a la perversión de su enseñanza y de la realidad de las cosas –de la que se realiza desde cierta ideología nacionalista-, lo que le supuso vivir en una continua amenaza, que llevaba con absoluta dignidad y templanza, seguro de su responsabilidad. Y estamos convencidos de que del Diccionario Biográfico Español quedará el nombre de su principal impulsor, junto al reconocimiento a un magno esfuerzo editorial y el resultado de una inigualable fuente de información historiográfica que no se podrá reducir a unas pocas biografías controvertidas de personajes recientes. También hay que señalar que él ha sido quien inició y gestionó de forma eficaz un intenso programa de modernización y apertura de la Academia y de la historia más rigurosa a la sociedad.   
Hasta hoy los años no han modificado el recuerdo que aquella experiencia inicial y ya lejana han dejado en mí. Es más, el correr del tiempo me fue dando otras perspectivas de su persona, pero todas acrecentaron sin reservas mi devoción por el hombre y la nostalgia de aquellos momentos de sobremesa distendida y plácida, plena de interpretaciones sensatas, de diálogos jocosos y felices. 
Evocar hoy su conversación supone una palmaria manera de conjeturar su significado, la interpretación de sus acciones y de su ejemplo. En su alma –parafraseando al poeta- fuimos muchos los que encontramos siempre luz de fondo, la claridad de la hoguera central; esa luz que nos alumbra y que hace nuestro mundo transparente y claramente comprensible. Aunque nuestro sentimiento de ahora lo expresó vigorosamente el poeta Ángel González: “Ha llegado el momento/ de la nostalgia. /¿Recuerdas…? / … Inefable perfume el de esas horas/ tan felices, que todos conocimos.”
El Marqués de Castrillón con un grupo de amigos.