POR EL DR. JOSÉ MARÍA DE MONTELLS.

Se asegura que el avión malayo desaparecido, al que me referí hace unos días, pudiera estar al oeste de Australia y en encontrarlo, se afana ahora el submarino nuclear británico Tyreless, aquél que estuvo reparándose en las aguas españolas de Gibraltar. El objetivo de la armada de Su Graciosa Majestad es usar su radar para tratar de rastrear el lugar en el que supuestamente cayó el avión. Si me consultaran a mí, les diría que se debería considerar seriamente la posibilidad de una intervención prodigiosa, más allá de nuestro entendimiento. No es usual que en una época de adelantos técnicos tan avanzados como la nuestra, la señal de la navegación aérea del aparato desaparezca en un abracadabra de las pantallas de los controladores. Lo tremendo de todo esto es que en el avión viajaban 239 personas de las que nada sabemos. 
Tyreless.
Según el zoólogo, Bernard Heuvelmans, el mundo, para mi gozo, está lleno de criaturas aún no descubiertas. En otro tiempo, seguramente culparíamos al kraken de este misterio, o sea culparíamos al pulpo gigantesco que emergiendo de las profundidades, atacaba barcos y devoraba a los marinos. Desde finales del siglo XVIII, el Kraken se ha representado en varias formas, principalmente como una gran criatura similar a una ballena o a un pulpo. En 1802, el francés Montfort   reconoce la existencia de dos tipos de pulpos gigantes en su Histoire Naturelle Générale et Particulière des Mollusques. Montfort afirma que el primer tipo, el pulpo kraken, ha sido descrito por los marineros noruegos y balleneros de América, así como antiguos escritores como Plinio. Sobre una segunda categoría más grande, el pulpo colosal, el autor informa acerca de un ataque a un buque velero del puerto de Saint-Malo, frente a las costas de Angola.
La enorme ballena de las leyendas o isla de San Barandán, también Jasconius, es un monstruo que la tradición ha centrado en la isla, completamente desprovista de vegetación, que aparece y desaparece. En ella San Barandán y sus compañeros celebraron la misa de Pascua, pero al encender el fuego para asar un cordero la isla despertó, dándose cuenta entonces de que en realidad se trataba del pez gigante Jasconius, que más adelante, obediente a Barandán, le conducirá hasta las proximidades del Paraíso. Una isla que como el pez Jasconius aparece y desaparece, ocultándose a los ojos de quienes la buscan.
Es una lástima que en mí ya larga trayectoria como heraldista no tenga vistos muchos escudos con pulpos como figura principal. Que yo recuerde en un escudo de una familia británica, pero el dato no lo tengo a mano que escribo de memoria. La ballena, sea descomunal o de menor tamaño, es otra cosa. Suele ser representada en emblemas municipales costeros, pero tampoco está ausente de la heráldica gentilicia. No me extrañaría nada que alguno de estos monstruos tuviese algo que ver con la desaparición del avión. 

Todo esto coincide con la noticia (que acaba de darme el traumatólogo) que muy probablemente tendré que operarme de la mano, porque el dedo pulgar se me queda engatillado, por no sé qué garambainas del tendón flexor. Si yo fuera de la raza de los centimanos o hecatónquiros, no tendría que operarme.
En la mitología griega eran gigantes con cien brazos y cincuenta cabezas, hijos de Gea y Urano. Su padre, nada cariñoso, les arrojó al Tártaro, pero fueron rescatados por Cronos, al que ayudaron a castrar y derrocar a Urano. Estos fueron los que durante la guerra de los titanes, arrojaban rocas de cien en cien como corresponde a seres tan dotados de manos.
Al terminar la guerra, los Hecatónquiros se establecieron en palacios en el río Océano, convirtiéndose en los guardianes de las puertas del Tártaro, donde Zeus había encerrado a los Titanes. A veces se les considera como deidades del mar, por eso los traigo a colación. Si el Tyreless, en su búsqueda del avión, los encontrase, habría que interrogarles, por si supieran algo relativo al kraken o a Jasconius, la gran ballena.