POR EL DR. JOSÉ MARÍA DE MONTELLS.

Estoy por asegurar que los primeros caracoles que comí en mi vida fueron unos escargots a la bourguignone, caracoles a la moda de Borgoña, en Namur, la capital de Valonia, en Bélgica. Les acompañé con un Riesling muy frío, afrutado con un algo de príncipe alemán. Quedé prendado. Antes de eso, me habían dado repelús. Después me he convertido en aficionado y me los zampo de vez en vez. En Namur, amén de este descubrimiento gastronómico (de esto que escribo hará unos veinte años), tuve yo la sorpresa de encontrarme en su Catedral, con el corazón de nuestro don Juan de Austria, enterrado allí, tras el altar mayor, esperando la resurrección del cuerpo que yace en El Escorial, para el encuentro con San Miguel, en el Juicio Final. Vendrá el Arcángel con su balanza, donde se pesarán las buenas acciones y los pecados de cada cual, también los de mi señor don Juan de Austria y será la misericordia divina la que nos salve del fuego eterno. 
Scargots a la bourguignone.
El vencedor de Lepanto, murió de tifus, el 1 de Octubre de 1578. Tenía dicho que quería ser enterrado junto a Carlos V. Su cuerpo fue embalsamado y sus entrañas depositadas en una urna. Tras colocar su cadáver en la Catedral de Namur, donde se celebraron las honras fúnebres, llegó la autorización de su medio hermano Felipe II, para ser trasladado al Escorial. Para evitar un largo viaje oficial a través de Francia, con la que no se mantenían buenas relaciones, se seccionó el cuerpo en tres partes que fueron guardadas en sacos de cuero y transportadas por unos soldados como equipaje personal. A su llegada, se recompuso el cadáver y se le hicieron las honras propias de quien fuese comandante de la Liga Santa. Desde aquella sus restos reposan en el Panteón de Infantes de El Escorial.
Sus entrañas quedaron en Namur. Alejandro Farnesio dispuso que el corazón quedase guardado en la Catedral. La lápida en latín dice así:
El serenísimo Príncipe don Juan de Austria, hijo del Emperador Carlos V, después de haber reducido en la Bética a los moros rebeldes, puesto en fuga y destruido por entero la inmensa flota turca en Patras, murió en la flor de la edad en Bouges, siendo Virrey en Bélgica, en recuerdo suyo, su amado tío Alejandro Farnesio, Príncipe de Parma y de Placencia, sucesor en el Imperio por orden de Felipe, rey poderoso de España, mandó colocar esta lápida sobre su cenotafio. 1578
Placa de D, Juan de Austria.
Así que cuando he tenido noticia de que el marqués de Almazán, mi amigo y Gran Maestre, don Carlos Gereda de Borbón, ha nombrado Gran Prior Eclesiástico de la Orden de San Lázaro de Jerusalén a Monseñor Pennisi, Arzobispo de Monreale, un hombre santo y valiente, amenazado de muerte por la mafia, he recordado que en la Catedral normanda de aquella ciudad siciliana, se guardan el corazón y las entrañas de Luis IX de Francia, de San Luis, por citarle con su nombre más propio.
Armas del Arzobispo de Monreale.
Muy probablemente sean los únicos restos que se conservan del Santo Rey. Luis IX murió en Túnez, como consecuencia de la Octava Cruzada que servía los intereses políticos de su hermano Carlos de Anjou, Rey de Nápoles. La dicha expedición fue un desastre. Buena parte del ejército fue atacado por la disentería y las fiebres, al igual que el propio San Luis, que murió durante el sitio, sin haber conseguido su objetivo, el 25 de agosto de 1270. Luis IX de Francia tenía 56 años y llevaba 40 al frente de la corona. Su sucesor será su hijo Felipe el Atrevido, al que le dejó escrito los siguientes consejos:
Hijo, debes guardarte de todo aquello que sabes que desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal, de tal manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que cometer un pecado mortal.
Además, si el Señor permite que te aflija alguna tribulación, debes soportarla generosamente y con acción de gracias, pensando que es para tu bien y que es posible que la hayas merecido. Y, si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas.
Tumba de D. Juan de Austria.
En este contexto y pese a sus fracasos temporales y el empeño por empresas que resultaron fallidas y le costaron la vida, su popular imagen dentro y fuera de su país y la encarnación del modelo ideal de monarca cristiano hacen de San Luis un modelo de rey católico y una figura predominante en la Universitas Christiana. No en balde, San Luis fue educado por su madre, la Reina doña Blanca de Castilla en el misticismo religioso.
St.Luis IX.
Enterrado en Sant Denis, junto a todos los Capeto de su sangre, la Revolución Francesa en 1793, por celebrar la toma de las Tullerías del 10 de Agosto, se propuso la profanación de todas las tumbas reales y su destrucción, lo que finalmente se llevó a cabo en el mes de Octubre de aquel aciago año. La contribución cultural de los indignados de la época. Nada se sabe de sus restos. Aunque tenemos certeza que en Monreale descansa su corazón y allí habrá que ir a rendirle pleitohomenaje y pedirle, por su intercesión, la salvación del alma. Así sea. Confieso que tengo cierta debilidad por el Rey Santo. Máxime, cuando por la lectura de un libro de Destaing, sé que era adicto a los caracoles a la borgoñona, aunque no concibo que los comiera con otro vino, que no fuese un Burdeos, rojo y elegante. También nuestro don Juan de Austria, que los degustaba con un tinto de Getafe, el vino de los Tercios, un caldo guerrero y rotundo. Por los moluscos se me ha venido a la cabeza, la rememoración de ambos y tan buenos príncipes católicos. Esto de la gastronomía es, sin duda, un misterio.