La máxima condecoración militar que se puede conceder en España, llega más de noventa años después de los hechos por los que se hicieron merecedores los integrantes de un regimiento que perdió a 28 de sus 32 oficiales y a 523 de sus 685 soldados, entre el 22 de julio y el 9 de agosto de 1921.
El regimiento Alcántara protegió heroicamente el repliegue de las tropas españolas desde las posiciones de Annual hasta Monte Arruit. En el momento álgido de la insurrección marroquí contra el Protectorado español, las tropas de Abdelkrim consiguieron tomar los puestos fortificados que rodeaban Annual. En ese momento, el Regimiento de Caballería «Cazadores de Alcántara», acuartelado en Drius y al mando del teniente coronel Primo de Rivera, recibió la orden de proteger la retaguardia y los flancos de la retirada que había iniciado el coronel Navarro hacia Melilla.
Cercados desde posiciones de tiro elevadas en el barranco del río Igan, los españoles no podían proseguir con la retirada. Entonces, el teniente coronel Fernando Primo de Rivera reunió a sus jefes y les arengó con las siguientes palabras: «La situación, como ustedes pueden ver, es crítica. Ha llegado el momento de sacrificarse por la Patria cumpliendo la sagrada misión del Arma. Que cada cual ocupe su puesto y cumpla con su deber». La Caballería protegió esta retirada y las formaciones de jinetes del Regimiento arremetieron contra los rifeños bien apostados y muy superiores en número impidiéndoles masacrar a las fuerzas españolas que se retiraban.
Diego Mazón.  La Razón (02 de julio de 2012).
LA CARGA DEL ALCÁNTARA.
POR D. ANTONIO VILLEGAS GONZÁLEZ.

El teniente coronel Primo de Rivera y Orbaneja contempla desolado la riada de soldados españoles que huyen aterrorizados, abandonando en su carrera pertrechos, armamento y heridos.
¡¡Un desastre!!
Primo manda de forma accidental el Regimiento de Cazadores de Alcántara, destacado en Drius y cuyo coronel, estaba en Annual y presumiblemente muerto a estas horas.
Los moros ocupando posiciones elevadas masacran a las tropas españolas que a duras penas pueden cruzar las barrancas del río Igan. En sus posiciones los rifeños causan enormes bajas a los soldados que huyen… La sarracina y el caos son espantosos.
Entonces elevándose por encima de los disparos y los gritos enardecidos de los que matan, y los lamentos de los que mueren,resuenan los clarines del Regimiento…
Primo de Rivera, después de arengar a sus oficiales, ya  frente a sus tropas -el caballo calcorreando nervioso- saca su sable y se dirige a los cuatrocientos sesenta y un valientes jinetes bajo su mando:
“Ha llegado la hora del sacrificio, que cada uno cumpla con su deber. Si no, nuestras madres, nuestras novias y nuestras hermanas pensarán que somos unos cobardes. Vamos a demostrarles lo contrario… ¡Viva España!…»
El cornetín toca a carga y cuatro escuadrones de sables galopando sin vacilar se lanzan sin miedo a la muerte, contra el muro de plomo rifeño…
Los sables se tiñen de sangre mora, y el suelo de la sangre heroica de los valerosos jinetes españoles  que caen bajo el fuego, pero que al pasar destrozan las posiciones enemigas…
Entre la polvareda y los gritos de los rifeños pasados a degüello, los caballos del regimiento rehacen las filas, cubren los huecos y se lanzan de nuevo a la carga contra unos moros, impresionados por el valor y la abnegación de los caballeros españoles que vuelven contra ellos sin miedo, a pecho descubierto, sableando turbantes como hacía siglos que no hacían los españoles.
El choque en la segunda carga es tan brutal que los primeros enemigos caen pisoteados por los caballos, el Regimiento de Alcántara se cubre de honra y de gloria protegiendo a sus hermanos infantes que se retiran…

Las bestias están agotadas, sudando y sangrando por mil heridas, el Regimiento está ya a menos de la mitad de sus efectivos…Pero los moros siguen disparando sobre los desgraciados infantes que huyen por el río…¡¡¡Los están masacrando…!!!
Así que Primo de Rivera, consciente de lo que su orden va a suponer, con los moros enrocados en sus peñas, con el difícil y pedregoso terreno que hay que escalar y con los hombres agotados pero dispuestos a morir por su Patria, ordena la tercera carga…
Se hace al paso… ( por el cansancio ya no puede ser de otra forma).
Las bestias no pueden con sus quijadas, pero a pesar del fuego enemigo, de que los caballos y jinetes caen abatidos uno tras otro, se alcanzan las posiciones y los sables otra vez se empapan con la sangre enemiga…


Cuando el Regimiento vuelve a reunirse ya apenas son un puñado de agotados soldados, casi sin caballos y la mayoría de los  hombres están heridos o mutilados…

Se lanzan otra vez, sin dudas ni miedo, contra las posiciones enemigas… Algunos a caballo, otros a pie, cojos, mancos, tuertos, con las tripas colgando… Lo que quedaba se lanzó contra el enemigo… Hasta los moros que les disparaban rezaban a Alá por el alma de aquellos valientes…
El regimiento deja de existir como fuerza, han luchado, hasta el sacrificio total…Pero ya el grueso de los huidos ha pasado el obstáculo del río Igan… La Caballería ha cumplido su deber… Suben todos al cielo galopando, donde les esperan verdes pastos y días de rosas en el sitio que en el cielo se reserva a los valientes.
Ni los seiscientos de Balaclava tuvieron tanto valor… ¡¡¡Pero ellos si tenían quién contase sus gestas…!!!
Aquí, casi nadie se acuerda de que fueron cuatrocientos sesenta y un jinetes de España, los que realizaron la carga de caballería más valerosa, gloriosa y heroica de toda La Historia Militar…
Gloria y Honor para todos ellos…
Cabalgando por el barranco avanzan los cuatrocientos…
Cabalgando hacia la muerte, sable en mano, corazón fuerte.
Cabalgando por el Rif  cargan los cuatrocientos…
Cabalgando por España, por la honra, por la gloria
Cabalgando sable en mano, directos a la muerte…
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(Ilustraciones: Obras de Agusto Ferrer-Dalmau alusivas a la Carga del Río Igán y al Desastre de Anual).
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Durante siglos los españoles hemos derramado nuestra sangre defendiendo a la bandera. Casi siempre, los que lo hicieron, recibieron a cambio oprobio y olvido.Bajo monarcas inútiles, validos ambiciosos, sacerdotes fanáticos, gobiernos en quiebra y repúblicas débiles y cainítas, los anónimos soldados españoles voluntarios o de levas forzosas salvaron nuestra honra y nuestro honor.
Sin importar la ideología ni el color de su pensamiento, cuando el enemigo llegaba bajo las murallas nunca faltaban espadas. Y nuestros enemigos, vencidos o victoriosos, pocas veces nos vieron la suela del zapato. Para cualquier enemigo el grito viejo y terrible de Cierra España siempre fue presagio de combate duro y sin tregua.
© A. Villegas Glez.