Por José María de Montells, Heraldo Mayor de esta Casa  Troncal.
Ha sido el  parto de los montes. Tanto a mi compadre Alfredo Escudero como a mí, nos ha dado mucha guerra. Mil veces lo hemos corregido y de seguro, habrá erratas. Cuando los libros se tuercen, no hay forma de enderezarlos. Y que conste que estamos satisfechos. El Libro de Oro es un repertorio de títulos y escudos de armas de los ennoblecidos por Casas Reales no Reinantes, que figuran en el registro del Cabildo, muy exhaustivo y completo.
Portada del libro.

El Real Colegio Nobiliárquico, corporación hermana, radicada en Oporto, ya publicó el suyo que comenté en su día. Ésta es una obra que deparará sorpresas. Hay, por  ejemplo, una representación de los títulos nobiliarios que concediese en su día, SAR Irakly Bagration de Moukhrani, Jefe que fue de la Casa Real de Georgia, inédita, que estimo muy valiosa, por su contenido histórico. En todo caso es un trabajo muy útil que tendrá continuación en el futuro, a medida  que se incorporen al Muy Noble Cabildo, nuevos titulados. Lo cierto es que las pruebas de imprenta me dejaron en un duermevela que creí haber olvidado. Una preocupación desconocida me asaltaba nocturna y alevosa. Quería que el Libro de Oro rozase la perfección y me temo que no lo he conseguido. Alfredo Escudero me descubre algunos gazapos que se nos han pasado.
Desde que duermo en colchón de viscoeslástica ¡¡Ay, Señor, qué palabro!! lo hago profundamente y si sueño, no me acuerdo de casi nada de lo imaginado. Yo he sido largos años durmiente soñador, lo he hecho con fantasías muy gratas, la de mi gato Manolito, que ya estará disfrutando de los jardines del paraíso, sensato y aconsejador; con Sofía Loren, bella y voluptuosa; con el Generalísimo Franco que me guiñó un ojo en el pasillo de mi casa; he sido pintor cubista en el París de 1914, almirante en Lepanto junto a don Juan de Austria, tenor en la Scala de Milán, en fin, he vislumbrado un sinfín de personajes queridos o no, con toda naturalidad, lo que jamás me había pasado es soñar con un cuervo. Esta vez, por influencia del Libro de Oro, lo he hecho.
Los Córvidos son habladores.
Es sabido que el cuervo es ave políglota, filosófica y heráldica. Está en la saga del Rey Arturo y sus caballeros. Está en Shakespeare, en Edgar Allan Poe, en mi maestro Cunqueiro y en otros muchos autores de mi particular devoción.
Los cuervos son un recurso frecuente en los mitos y cuentos tradicionales norteamericanos, siberianos y nórdicos. Interesa también a los autores de leyendas.  Cuenta una, que en el principio de  los tiempos solo existían cuervos blancos como nieve. Un pájaro inmaculado e inocente. Pero hete aquí, que el dios Apolo estaba enamorado de una mortal llamada Corina, y envió uno de sus cuervos para cuidarla. El ave dicharachera, contó a su dueño y señor, que  ella, lejos de estar postrada, le había traicionado con un apuesto mancebo y la ira del cornudo hizo que quemase al cuervo y sus plumas blancas se transformasen en negras. Desde aquella, los cuervos tienen el plumaje de riguroso luto. No sé si será invención mítica que don García, señor rey de Galicia, llevaba siempre un cuervo en el hombro, al que consultaba graves problemas de Estado por humillar a su Corte, muy aduladora e ignorante. En las culturas nórdicas, el cuervo representa el símbolo divino de Odín. Muy pocos conocen que son mayoritariamente de religión ortodoxa por la predicación de San Expedito. Los hay católicos, pero son los menos.
Armas de los Cuervo.
En nuestro tiempo, inmerecidamente al cuervo se le considera un ave de mal agüero debido a su plumaje negro, su grito ronco y su necrofagia. En Alemania, se le tiene como representación del alma de los condenados. En la pérfida Albión, una leyenda establece que Inglaterra no sucumbirá a la invasión extranjera, mientras los cuervos sobrevuelen la Torre de Londres. Si no les tuviese tanta simpatía, me dedicaría a abatirlos, por ver doblegados a los ladrones de Gibraltar. En Escocia, mi admirado Medardo Fraile me dice que no son tan imprescindibles.
En la ciencia heráldica, el cuervo estuvo presente desde sus comienzos. Las banderas normandas, escandinavas o británicas del tapiz de Bayeux, así lo atestiguan. Estas aves son  señal de la inteligencia, la prudencia y la memoria. También se les atribuye ser emblema de la monogamia, del espíritu audaz y animoso. Se pintan de sable o al natural, paradas, de perfil y mirando a su diestra.
Los córvidos son habladores, al menos, eso se ha dicho. Hablan cualquier idioma humano y gustan de la tertulia y la conversación. Curioso es que los cuervos afrontados que habitan el escudo de Lisboa, no conferencien entre sí. Andan enemistados desde los tiempos de Mari Castaña por un asunto de faldas que me está vedado desvelar. El cuervo, de natural, es celoso y no  perdona las infidelidades.
Cuervo en el escudo del condado de Dublín.
A lo que vamos, estaba yo en el sieesnoes del amodorramiento, cuando escuché  en mi balcón el aletear de un pájaro. Percibí claramente que era un cuervo negro zahíno, ajustado de alas,  esbelto de patas, con un algo de impertinente en la mirada. Con voz impostada y grave me preguntó solemne: ¿Hay cuervos en ese libro vuestro?
-Creo que no, casi balbuceé, sin creer que era yo el que contestaba.
-Pues estará incompleto, gritó y salió volando sobre los tejados de las casa vecinas.
Cuando se alejó lo bastante bajo el claror de una luna inmensa, recordé la sentencia del Rey de Armas de SM, don Gonzalo Lavín del Noval:
-Escudo que se precie, cuervo al canto.
No sé a qué atenerme. Será aviso del cielo o producto de mi subconsciente acomplejado, pero lo cierto es que en el espléndido Armorial del Libro de Oro, no hay un solo cuervo que llevarse a los ojos y tal hecho, me impacienta y desasosiega. Voy a hacer lo que esté en mi mano para que el próximo noble titulado que me consulte sus nuevas armerías, pinte en sus armas un cuervo negro.