Queremos dedicar la entrada de hoy, a dar a conocer a todos nuestros lectores y amigos un enriquecedor artículo del Diputado de Protocolo y Ceremonial de nuestra Casa Troncal, D. Luis Valero de Bernabé y Martín de Eugenio, Marqués de Casa Real, titulado “La Capacidad Armera”. Artículo publicado con anterioridad en el número 513 de la “Gacetilla de Hidalgos de España”, y que estamos seguros aportará  una nueva óptica sobre este apasionante tema.
Armás del Marqués de Casa Real, autor de este artículo, como Caballero de esta Casa Troncal.
(Escudo extraído del Registro de Blasones de la Casa Troncal de los Doce Linajes de Soria).
El historiador Maurice Keen, en su conocido tratado sobre La Caballería, nos dice que desde los primeros tiempos las fuerzas militares habían utilizado insignias de una u otra clase para reconocerse en el combate.
En la edad media los caballeros, forrados de hierro de los pies a la cabeza, trocaron las pinturas decorativas de sus escudos en señales de reconocimiento de la identidad del combatiente, más con el afianzamiento de los linajes a partir del siglo XIII los escudos de armas se convirtieron en hereditarios, regulándose por unas reglas bien definidas por los Heraldos y Reyes de Armas.
Se convirtieron así en unas insignias familiares a las que los caballeros tenían derecho por herencia y con ello fueron algo mucho más que una simple marca de reconocimiento; pues en los blasones familiares estaba depositada la historia y el honor del linaje, convirtiéndose así en modelos de virtudes heroicas, mediante una simbología muy precisa, a las que el nuevo caballero debía honrar y nunca cometer acto alguno que pudiera difamarlas.
El uso de la heráldica que se inició a título personal como identificación del caballero, cubierto por su armadura, y sólo a partir del siglo XII comenzará a hacerse hereditario con el objeto de conservar el recuerdo de la procedencia de un origen común. Los emblemas heráldicos pronto trascenderán del ámbito puramente militar, en el que nacieron, y se extenderán a todas las actividades de la vida social. Servirán para adornar sus vestimentas, sus mansiones, sus panteones, sus caballos, sus pertenencias e incluso la librea de sus servidores. Igualmente servirán para proclamar mecenas y patronazgos, así pueden verse las armas en campanas, lámparas, bóvedas de las capillas, cuadros, portadas de libros, anillos, cofrecillos…. etc.
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El uso de la heráldica que se inició a título personal como identificación del caballero, cubierto por su armadura.
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Apareciendo incluso en los lugares más insólitos. Es innegable la existencia de una cultura heráldica visual que durante siglos será comprendida por todos los estratos sociales, incluso por el pueblo llano, por otra parte mayoritariamente analfabeto. El uso de las armas heráldicas se extenderá pronto entre todos los príncipes, nobles, caballeros e incluso alcanzará a la burguesía acomodada. Clérigos y damas tendrán también su escudo, y con el tiempo se extenderá el uso del blasón a todas las clases sociales. Si bien este proceso expansivo llevará su tiempo, a veces de siglos, pues su evolución será diferente según los diversos territorios. En unos como Francia, considerada por muchos como la cuna de la heráldica, inicialmente estuvo reservada a los príncipes y grandes señores feudales, según nos dice Boos, después se iría extendiendo poco a poco al conjunto de los caballeros, más tarde a los eclesiásticos, a la burguesía, y por último llegaría hasta los artesanos y los campesinos popularizándose, aunque la Revolución Francesa de 1.789 intentaría acabar con todos los blasones como símbolo denostado del Ancien Régiment. La época napoleónica restauraría los usos heráldicos, aunque reservados estrictamente a las clases nobiliarias. Su caída permitiría su extensión final a todas las clases sociales.
En lo que respecta a Inglaterra la heráldica fue el distintivo propio de los señores feudales de Gran Bretaña, según Humphery-Smith, siendo profusamente utilizada por los Barones y Caballeros tanto que los reyes de Inglaterra decidieron regular su uso, limitando la capacidad armera de sus súbditos y encomendándola a un cuerpo de Reyes de Armas, únicos autorizados a certificar antiguos escudos de linaje y conceder nuevos a los recién ennoblecidos. Si bien a partir del siglo XVIII fue imposible evitar la proliferación de escudos y su uso por los burgueses enriquecidos sin tener que pasar por los Reyes de Armas.
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Es innegable la existencia de una cultura heráldica visual que durante siglos será comprendida por todos los estratos sociales.
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En Portugal los emblemas heráldicos fueron predominantemente utilizados como marcas identificadoras y no como elementos decorativos, según Calvao Borges, propios de la gran nobleza lusitana, su extensión al conjunto de los hidalgos y a los plebeyos fue vista con recelo por la Corona, reglamentando los usos heráldicos, prohibiendo a los simples hidalgos y plebeyos el utilizar en sus blasones el oro o la plata, y estableciendo que solo se podían usar las armas antiguas de familias con una nobleza histórica reconocida o concedidas por el rey a la familias recientemente ennoblecidas. Esta nobiliarización y limitación de los blasones trajo consigo el desinterés de la sociedad en general por ellos, persistente incluso hoy en día.
En cuanto a España vemos que han coexistido varios sistemas que van desde una estricta limitación hasta estar abierto a todas las clases sociales. Así, en el Reino de Navarra los blasones más que a una persona o a un linaje pertenecían al palacio o al solar, como elemento indicador de la procedencia y nobleza del mismo. Se exigía que todos los escudos estuvieran inscritos en el Libro de Armería del Reino, constando si eran personales o pertenecía a una Palacio Cabo de Armería, por lo que solo podían utilizarlos sus titulares y aquellos descendientes suyos a quienes los titulares del solar reconocían por parientes y permitían usar las armas solariegas; es por ello que en muchas ocasiones no hay correspondencia entre las armas y el apellido del titular que las usa.
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En el Reino de Navarra los blasones más que a una persona o a un linaje pertenecían al palacio o al solar.
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En el vecino Reino de Aragón blasonar sus casas con sus escudos de armas fue una prerrogativa de los infanzones regnícolas, de ahí que quien pretendiera blasonarse así se expusiera a ser demandado ante el Justicia de Aragón y tener que defender su pretendida infanzonía mediante un proceso de jactancia o bien allanarse y picar el escudo de la fachada de su casa. Tan unido estaba el uso de la heráldica a la condición nobiliaria que para ingresar en la aragonesa Orden de Montesa se exigía además presentar la prueba armera.
Caballero de Montesa con manto capitular.
(Benavides).
Si bien en España existen también territorios, como los condados catalanes, en los que desde finales de la Edad Media el uso de los blasones se extendía incluso a la población campesina y menestral que utilizaban armerías parlantes como transposición de su apellido u oficio que realizaban. En las provincias vascongadas sucedía algo similar pues estaba extendido por toda la población, independientemente de su riqueza o condición social, convirtiéndose en la expresión gráfica del apellido; de ahí que la heráldica vasca sea esencialmente de carácter parlante. En Castilla, el adornar las casas con los blasones familiares fue siempre una característica de la hidalguía y en consecuencia con el trascurso del tiempo la mayoría de las Casas Hidalgas blasonaban sus mansiones con complicadas labras heráldicas. La generación de nuevos escudos antaño estuvo reservada a los Reyes de Armas, pero tras el fallecimiento de Don Vicente de Cadenas, nadie tiene ya esta capacidad armera.
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Si bien hoy en día cualquiera puede tener un escudo de armas, por lo que aquel que no haya heredado alguno de sus antepasados puede hacerse crear uno nuevo para él, diseñado por algún experto de acuerdo con las leyes heráldicas, en el que se recojan sus propias circunstancias o realizaciones. Pero nunca, nunca repito, se debe recurrir, como muchos hacen, a apropiarse del escudo de otro linaje con el que no tenga ningún lazo de sangre, aunque exista una similitud de apellidos. Es un error muy extendido el pensar que todo apellido tiene su escudo, ya que éstos son siempre un bien privativo de un cierto linaje, como puede ser una vivienda. Es decir de aquellos que sean de su misma sangre.
No basta con tener el mismo apellido para ser aceptado como miembro de la familia.
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